Capítulo 19
Bajo el sol de mediodía, el sudor cubría el cuerpo semidesnudo de Eskkar. Se le habían formado callosidades en la mano, en perfecta coincidencia con la empuñadura de su nueva espada, y en cinco días ya había destruido media docena de postes de entrenamiento. La delgada hoja se mantenía afilada, y se había acostumbrado al peso de la misma. Sus músculos se tensaban bajo la piel morena. Nunca había estado tan fuerte y en tan buena forma en toda su vida.
Jalen estaba de pie, jadeando, al otro lado del poste de entrenamiento. Cada hombre respondía a los movimientos del otro. Pero en vez de pegarse entre sí, el grueso madero soportaba el peso de los lanzazos, los golpes y los hachazos. El bárbaro que pensara que aquéllas serían víctimas indefensas no viviría lo suficiente para lamentar su error.
La llegada de un caballo a todo galope les hizo levantar la vista. Nadie galopaba por las calles de la ciudad a menos que fuera un asunto urgente. Cuando desmontó el jinete, en medio de una nube de polvo, Eskkar vio el emblema del clan del Halcón en su pecho.
—Capitán, tengo noticias de Sisuthros. Se ha reunido con los Ur-Nammu y pide que vengas inmediatamente.
Eskkar dio gracias a los dioses. Se les estaba acabando el tiempo y tenía que cruzar con un grupo de guerreros al otro lado del río en unos pocos días, con o sin la ayuda de los Ur-Nammu.
—Bien hecho, Ugarde. Busca otro caballo, partimos de inmediato. —Luego se dirigió a Jalen—. Prepara a diez hombres.
Necesitarían más hombres. Podían encontrarse con patrullas bárbaras en cualquier parte.
Eskkar revisó su nueva espada, asegurándose de que estuviera afilada, mientras la limpiaba con un trapo. Hasta ahora no habían aparecido manchas de herrumbre. El óxido podría cubrir la hoja por completo, aunque Asmar aseguraba que entonces el metal se volvería aún más resistente.
Se lavó en el pozo y bebió en abundancia. Se vistió con un chaleco y un casco de cuero, a pesar del calor. Después despachó a un mensajero para informar a Gatus y a Trella de hacia dónde se dirigía.
Salieron de Orak al galope, con los últimos caballos que quedaban en la aldea. Después de cuatro horas de cabalgar campo a través, se encontraron ya lejos de Orak. Luego aflojaron un poco el paso para no cansar demasiado a los caballos, con los ojos fijos en las colinas recortadas en el horizonte en busca de nubes de polvo que pudieran indicarles tanto una patrulla amiga como un grupo enemigo.
Al poco rato se encontraron con otro jinete del clan del Halcón, que les informó de que Sisuthros se hallaba a unos diez kilómetros. Pronto pudieron ver a cuatro jinetes que se aproximaban.
Se reunieron cerca de un grupo de rocas. Uno de los jinetes era un guerrero Ur-Nammu. El hombre parecía exhausto y sus costillas se marcaban contra la piel. Montaba un escuálido poni que parecía aún más agotado que su dueño.
Eskkar desmontó y le tendió la mano para saludar. Recordó haberlo visto en el campamento, pero no había hablado con él, ni se acordaba de su nombre.
—Saludos, Eskkar, jefe guerrero de Orak —comenzó formalmente—. Soy Fashod, enviado de Mesilim para saber si todavía necesitas nuestra ayuda.
—Doy la bienvenida a un hermano guerrero, y también a Ur-Nammu. Tenemos comida y bebida para ti, pero primero háblame de Mesilim. ¿Se encuentra bien?
—Sí, pero estamos cansados y nuestros caballos están cada día más débiles. Tan pronto como oscurezca, los Ur-Nammu cruzarán entre las últimas patrullas de Alur Meriki —hizo una pausa y escupió en el suelo después de nombrarlos—, para unirse contigo en la batalla. Le he mostrado al jefe Sisuthros el lugar por donde pasarán. Ahora debo informar a Mesilim de que esperas su llegada.
—Tus noticias son buenas, Fashod, pero primero debes descansar. Tenemos agua y comida.
Sisuthros, Eskkar y Fashod se sentaron juntos sobre la arena, apartados del resto de los hombres, la mayoría de los cuales nunca habían visto a un bárbaro a tan escasa distancia. Jalen se quedó con los soldados y les recordó una y otra vez que no se quedaran mirando fijamente. Fashod bebió, sediento, de uno de los odres de agua y luego devoró el pan que traían los hombres de Eskkar.
—No creo que tu caballo sea lo bastante fuerte para soportar el camino de vuelta —comentó Sisuthros—. Ha hecho demasiado esfuerzo durante mucho tiempo.
Eskkar asintió. Unas pocas semanas de duro galope podían acabar con la mayoría de los caballos. Había observado al animal, pensativo.
—Fashod, llévate uno de nuestros caballos. Necesitarás una cabalgadura descansada esta noche.
Fashod miró a los hombres. Hasta ahora se había mostrado cortés pero distante, cumpliendo su cometido, tal como le había ordenado el jefe de su clan y nada más. El ofrecimiento del caballo, aunque fuese un intercambio temporal, era un gesto significativo. Dejó a un lado su comida y se limpió la boca con el dorso de la mano.
—Jefe Eskkar, te lo agradezco. Mi montura es buena y sólo necesita unos días de descanso y alimento para recuperarse.
—Termina de comer —dijo Eskkar, mientras se levantaba y pensaba que el animal necesitaría al menos una semana para recobrarse—. Iré a buscarte un caballo. —Regresó a donde esperaba Jalen para comentarle el intercambio de monturas—. Elige a alguien pequeño que pueda llevar el caballo de Fashod de regreso a Orak. Que parta de inmediato. De otro modo quedará rezagado si tenemos que regresar apresuradamente. —Eskkar miró de nuevo hacia Fashod—. Jalen, quiero que vuelvas a Orak. Si todos los Ur-Nammu están tan agotados como este hombre, entonces van a necesitar armas, comidas y caballos frescos o no podrán luchar. Dile a Trella y a Gatus que lo dispongan todo.
Su lugarteniente asintió y se dirigió de inmediato a elegir un caballo.
Eskkar volvió a donde estaba el guerrero de los Ur-Nammu.
—Pronto estará lista tu montura y un poco de comida. Dile a Mesilim que lo esperamos aquí para acompañarlo a Orak.
—Mi jefe estará satisfecho —dijo Fashod.
Jalen regresó, trayendo de las riendas a un caballo. Fashod cogió sus armas y la comida y partió al galope hacia el Este. Instantes después, Jalen hacía lo mismo en la dirección opuesta, adelantando al soldado que cabalgaba lentamente con el poni de Fashod por el mismo camino.
—Es posible que Mesilim y sus hombres estén acabados —comentó Sisuthros—. No enviaría a uno de sus mejores hombres a reunirse con nosotros. Tal vez no nos sirvan de mucho, después de todo.
Eskkar había pensado lo mismo.
—Tal vez. Veamos qué ha averiguado. Además, contar con unos treinta jinetes protegiendo la retaguardia sí que nos ayudará. Y, cansados o no, matarán por lo menos a otros tantos hasta caer definitivamente.
Los Ur-Nammu llegaron después de la medianoche, e incluso bajo la luz de la luna parecían agotados. El capitán invitó a Mesilim a descansar mientras los jinetes de Orak hacían guardia. Al amanecer comenzaron a dirigirse hacia el Oeste a paso lento. Algunos de los caballos de Ur-Nammu cojeaban, y sus jinetes pasaban tanto tiempo sobre ellos como caminando a su lado. Todos echaban miradas hacia atrás, temerosos de la aparición de una horda de Alur Meriki.
Eskkar examinó lo que quedaba del clan de Mesilim. Contó treinta y ocho hombres, cinco mujeres y siete niños de diferentes edades, además de cuarenta y cuatro caballos. No había ni bebés ni niños pequeños. Sus padres los habrían abandonado o matado. Tanto los hombres como los animales parecían a punto de desplomarse. Los niños, exhaustos, con los ojos desorbitados por el hambre, daban tanta pena como los guerreros. Cuanto antes llegaran a Orak, mejor.
Eskkar iba al paso en su caballo, entre Mesilim y Subutai. Habían capturado a un jinete de Alur Meriki, del que habían obtenido mucha información. También habían visto a los grupos de Alur Meriki dirigirse hacia el Sur. Para aquellos hombres encerrados en el estrecho círculo de Orak, cualquier noticia era bienvenida.
Al caer la noche, el peligro había pasado y se encontraban tan cerca del poblado que Eskkar pudo relajarse un poco. Acamparon, y los Ur-Nammu cayeron dormidos tan pronto como terminaron de comer.
Por la mañana, el capitán asignó la mitad de sus hombres a Sisuthros y le ordenó que volviera a su trabajo de patrulla. Los soldados nuevos que había traído ayudarían al lugarteniente en la última etapa del incendio de las cosechas. Los Alur Meriki llegarían pronto a Orak. Eskkar estaba decidido a que no encontraran nada de valor a su paso. Casas, corrales, todo tendría que ser destruido. Únicamente los pozos debían permanecer intactos. Con tantos arroyuelos y canales de riego en las proximidades, habría servido de poco contaminar los pozos tirando en ellos animales muertos. Esperaba que los Alur Meriki no lo hicieran a medida que avanzaban.
Llegaron a la cima de la última colina que rodeaba Orak a media tarde. Todos lanzaron un suspiro de alivio ante la vista de la muralla. A lo largo del día el capitán había sido detenido un par de veces por patrullas de la aldea. Los hombres de Bantor tomaban todas las precauciones para que no pasara un solo grupo de bárbaros entre sus filas.
Los hombres y mujeres que seguían a Eskkar comenzaron a hablar entre sí cuando avistaron el poblado, con su muralla elevándose hacia lo alto. Incluso a aquella distancia, se podían apreciar grupos de hombres trabajando ante el muro, cavando el último tramo del foso.
Ninguno de los Ur-Nammu había visto nunca un poblado tan grande, ni una muralla semejante. Por el Norte, la inundación de los terrenos colindantes ya había comenzado. El lado sur sería anegado tan pronto como salieran los Ur-Nammu.
—Descansa esta noche, Mesilim. Mañana me podrás aconsejar sobre cómo atacarías tú Orak.
Mesilim y su hijo tenían la mirada fija en la aldea, impresionados tanto por su tamaño como por su muralla.
—Con toda la gente que los Alur Meriki han empujado hacia aquí —comentó Eskkar—, hay casi tres mil personas en Orak. Otras han cruzado el río.
—Hasta ahora —comenzó Mesilim— no creía que pudieras detener a los Alur Meriki. Pero puedo comprobar en este momento que tienes una posibilidad.
—Más que una posibilidad. —Eskkar sonrió con satisfacción—. Tengo mucho que enseñarte.
Avanzaron lentamente hacia la puerta y, al aproximarse a la muralla, los trabajadores hicieron una pausa para observar al extraño grupo. Algunos pobladores curiosos se asomaron por el muro. Otros comenzaron a gritar ovaciones cuando reconocieron a Eskkar al frente del pequeño grupo de aliados. El capitán los llevó lejos de la puerta principal y condujo al clan de Mesilim a lo largo del foso que corría paralelo a la pared sur, y de allí hacia el río.
Mientras avanzaban, la gente continuó aclamando y saludando desde la muralla. Los Ur-Nammu parecían asombrados, y Eskkar cayó en la cuenta de que no habían pensado cómo serían recibidos por los pobladores. Cuando el grupo llegó al río, volvieron a dar la vuelta. Acamparían a lo largo de la muralla, en la orilla del río, y fuera de la vista de las colinas del Este.
En un claro habían dispuesto dos barriles con agua, heno y forraje para los caballos, un montón de leña y dos terneros listos para ser asados. Había también una buena cantidad de mantas amontonadas junto a los barriles. Un improvisado corral hecho con cuerdas, preparado con pienso, albergaría a sus caballos. Los animales no habían probado el grano desde hacía muchos meses.
Eskkar le señaló el lugar.
—Acampa aquí, Mesilim. Si necesitas algo, te lo traerán. Si te bañas en el río, ten cuidado. La corriente es fuerte, excepto cerca de la orilla. En esta época del año puede arrastrar a un caballo con su jinete. Volveré dentro de unas horas.
Condujo a su caballo hacia la aldea. En la entrada encontró a Trella esperándole. Dos soldados la acompañaban en todo momento. La cogió de la mano y juntos caminaron de regreso a casa. Al llegar al patio, ella corrió a buscarle ropas limpias, mientras él se dirigía al pozo a limpiarse el polvo del viaje y quitarse el olor a caballo de su cuerpo. Cuando estaba acabando, Trella había vuelto ya con una túnica limpia y ropa interior.
—Los he visto desde la muralla —dijo—. Tan pronto te fuiste, corrieron hacia la comida y el agua. Deben de estar muy hambrientos.
—Están agotados. Han tenido suerte de poder cruzar las líneas de Alur Meriki. Pero hoy nos han pagado con la información que nos suministraron. Capturaron a un mensajero Alur Meriki y lo torturaron hasta que les dijo todo lo que sabía. El hombre confesó un plan para enviar un grupo al otro lado del río en tres o cuatro días. Eso significa que tendremos que enfrentarnos a ellos en la otra orilla en muy poco tiempo. Y entonces ya habrá guerreros en estas colinas, rodeando Orak. Y unos días después estarán listos para atacar.
—Estarás de regreso antes, espero.
Su tono daba a entender que tendría problemas más serios con ella que con la patrulla de los bárbaros si no lo hacía así.
—Aunque la emboscada fracase, me volveré de inmediato. Partiré en tres días. Será una marcha lenta hacia el Norte hasta llegar al lugar indicado, además necesitaremos tiempo para prepararla. ¿Está dispuesto lo que encargué?
—Me reuní con los artesanos y todo estará preparado mañana a mediodía. Pero no me dijiste que tenían mujeres y niños.
—Eran tan pocos que no pensé que fuera importante. —Trella lo miró, pero Eskkar hizo un gesto con la mano—. Ya sé, todo es importante. Pero ellos sólo lo mencionaron de pasada. ¿Realmente debemos preocuparnos de ellos?
—Quizá. Ahora tengo otras cosas que hacer. Entremos. La cena está servida.
—Sí, esposa —respondió obediente. Las mujeres de la aldea podían ser una carga para sus hombres. Después de todo, los bárbaros tenían algunas ventajas, especialmente en lo que se refería a tratar con sus mujeres.
Dos horas después, Eskkar regresó al campamento de Ur-Nammu, vestido con su mejor túnica, pero con su espada corta al cinto, y acompañado de Jalen y Gatus, a quienes presentó a Mesilim y a Subutai.
En las últimas horas habían sucedido muchas cosas. Los caballos habían sido alimentados, y de allí llevados al río, en donde los habían limpiado y cepillado. Los hombres y las mujeres también se habían bañado, posiblemente por primera vez en meses. Habían lavado también sus ropas, y ahora se secaban sobre sus cuerpos. Los niños habían sido alimentados y arropados con las mantas. Los más pequeños dormían, con sus estómagos llenos por primera vez en semanas. Los adultos se encontraban en aquel momento comiendo, reunidos en torno a las hogueras, cortando, ansiosos, pedazos de carne asada. Les habían dado cuatro odres de vino, suficiente para que todos tomaran un buen trago pero sin emborracharse.
—Tengo algunos regalos, Mesilim —comenzó Eskkar, a la vez que se sentaba con sus hombres, algo alejado del fuego y frente a Mesilim y su hijo. Le hizo un gesto a Gatus, que colocó una manta en el suelo entre ambos, desplegando su contenido. En su interior había una fina lanza con punta de bronce, una flecha, cuerda para el arco y una espada. Eskkar vio la confusión en el rostro del jefe—. Tus hombres han perdido buena parte de su armamento, así que mañana tendrás sesenta lanzas igual que ésta. También habrá, para cada hombre, cincuenta flechas y cinco cuerdas para el arco, además de todas las espadas y cuchillos que necesites.
Las cuerdas de los arcos se rompían continuamente. Eran muy importantes, y difíciles de conseguir para los nómadas.
Subutai se agachó, cogió una de las flechas y la examinó para asegurarse de que era del tamaño adecuado a sus arcos curvos.
—Tus flechas son más largas y pesadas, ¿dónde conseguiste el material para hacerlas de este tamaño?
—Las fabricamos, Subutai. Es decir, estarán listas para mañana por la noche. Los artesanos comenzaron tan pronto como les llegó nuestro aviso. Lo mismo sucede con la lanza. Éstas son armas para los que luchan a caballo, y aunque nosotros no las usemos, podemos construirlas rápidamente. —Aquello los impresionó. A ellos les llevaría semanas realizar tantas flechas—. Cualquier otra cosa… —La voz de Eskkar se apagó al ver que Mesilim dirigía su mirada hacia otro lugar. Se giró y vio a un grupo de siete mujeres que se acercaba al campamento, dos de ellas portando antorchas, ahora que había caído la noche. Cada una llevaba un fardo o una cesta de distintos tamaños y formas. Trella avanzaba en el medio, con su mejor atuendo y acompañada de sus guardias; Annok-sur iba a su lado, con una de las antorchas.
Aquella procesión tuvo un efecto extraño entre los bárbaros. Podían ver que se acercaba una mujer importante. El lujoso vestido de Trella y los guardias así lo confirmaban, lo mismo que el respeto que le mostraban las otras mujeres. Las conversaciones y la comida en el campamento se interrumpieron. Todos se levantaron en señal de cortesía, un gesto poco habitual entre aquellos hombres.
Las mujeres se detuvieron cuando se acercaron al grupo en donde estaba Eskkar. Trella se adelantó y se colocó al lado de su esposo. Una vez allí, hizo una reverencia a los visitantes y luego miró al capitán.
Éste estaba tan sorprendido como los demás. A la temblorosa luz de las antorchas la muchacha parecía una enviada de los dioses. El silencio sólo se veía turbado por el crepitar de las teas.
Eskkar recuperó la voz e hizo las presentaciones.
Trella volvió a hacer una profunda reverencia y luego se irguió, muy recta y orgullosa.
—Te doy la bienvenida a Orak, líder de tu clan, Mesilim, y a tu valiente hijo Subutai.
Eskkar tradujo sus palabras y cuando terminó le hizo un gesto para que continuara.
—Honramos vuestra lucha contra el enemigo común. Mi esposo no me dijo que venías con mujeres y niños, por lo que no teníamos preparado nada para ellos. Ahora les traemos obsequios y vestidos.
La voz de Trella sonaba serena y noble. Mesilim no entendía lo que decía, pero estaba claro que su presencia era reconocida. La miraba tan atónito como lo había estado Eskkar hacía apenas un instante. Subutai también estaba estupefacto.
—Distinguida esposa Trella —comenzó Mesilim—, es a nosotros a quien honras con tu presencia y tus obsequios. Te damos la bienvenida a nuestro campamento. Eskkar nos había dicho que «poseías el don», pero no esperábamos que fueras a visitarnos.
Ella observó a su esposo mientras traducía, y éste leyó la pregunta en su rostro. ¿Poseer el don? Ya averiguaría esa noche a qué se refería.
Volvió a hacerle una reverencia a Mesilim.
—Tu visita nos honra, así como tu oferta de ayudarnos en nuestra lucha. No podía ser de otra forma. Ahora debo dejar que sigas con tu conversación. Yo atenderé a tus mujeres, si me das permiso.
Cuando se fue, volvieron a sentarse. Durante un instante nadie dijo nada. Eskkar vio que Gatus se esforzaba por ocultar una sonrisa. Trella había aparecido como si detentara el poder sobre hombres y espíritus. Tal vez no fuera mera superstición. Quizá tuviera verdaderamente el don y un grupo de bárbaros podía darse cuenta con mayor claridad que él mismo.
La observaron mientras se dirigía hacia las mujeres, pero se encontró rodeada por los hombres de Mesilim. Las mujeres de Ur-Nammu tuvieron que empujarles para abrirse paso. Fashod estaba de pie al lado de Trella, haciendo las veces de traductor y ayudándola en la distribución de ropas y otros regalos. La conmoción duró un tiempo, hasta que las mujeres se llevaron a la muchacha y a sus acompañantes lejos de los hombres. Se sentaron a poca distancia del fuego, para hablar de cosas que sólo les concernían a ellas.
Incluso Fashod se mantuvo alejado, dejando que una de las mujeres tradujera. Trella pidió también a los guardias que se retiraran. Después de observarla durante un rato, los guerreros volvieron al fuego y a su comida, pero sus miradas se dirigían con frecuencia hacia ellas, iluminadas ahora por las temblorosas antorchas que comenzaban a extinguirse.
Mesilim sacudió la cabeza y se centró en Eskkar y sus hombres.
—Nunca he visto a nuestras mujeres actuar de esa manera, aceptando a una extraña y rindiéndole tributo. Realmente, posee el don, para que mi gente la siga sin dudar.
—Es más sabia de lo que aparenta por su edad —añadió Eskkar—. Su sabiduría me guía y me da fuerza.
Gatus habló de forma inesperada.
—Su sabiduría nos guía a todos, Mesilim. Mi esposa, que tiene el doble de estaciones, la sigue y obedece cada una de sus palabras.
Eskkar tradujo, sonriendo, lo que acababa de decir Gatus.
—Jefe Eskkar, ¿por qué esos hombres la custodian? —preguntó Subutai—. Seguramente nadie haría daño a alguien que poseyera el don.
Eskkar negó con la cabeza, disgustado.
—No soy el jefe guerrero de Orak desde hace mucho tiempo, Subutai. Hace dos semanas, uno de mis enemigos intentó matarla. Se había enfurecido ante su inteligencia y pensó que podría debilitarme si la asesinaba. Fue herida pero sobrevivió, y ahora yo trato de asegurarme de que no vuelva a suceder.
—¿Has matado a los del clan responsable? —comentó Mesilim más como una afirmación que como una pregunta.
—Todos los implicados murieron a manos del pueblo —dijo Eskkar cuidadosamente—. No creo que vuelva a suceder.
No tenía sentido explicar las costumbres del poblado a nómadas que tendían a verlo todo blanco o negro. Dependiendo de la ofensa, los bárbaros podían responsabilizar a todo un clan por el comportamiento de uno de sus miembros.
—Tampoco yo —añadió Gatus con firmeza después de que el capitán explicara la pregunta de Subutai—. Todos han sido advertidos.
—Cuídala bien —sugirió el hijo de Mesilim—. Si los Alur Meriki supieran que tienes a alguien como ella a tu lado, derribarían los muros para arrebatártela.
Eskkar lo miró fijamente, vislumbrando detrás de sus palabras el deseo de lo que al propio Subutai le gustaría hacer. Se sorprendió por su propia intuición. Pero en todo lo que concernía a Trella, sus ojos se habían vuelto extraordinariamente sagaces para ver lo que sucedía, y su inteligencia y sus palabras eran igualmente certeras.
—Subutai, un don semejante no puede ser tomado por la fuerza. Tiene que ser concedido libremente. Un enemigo no lo puede conquistar, y un amigo nunca lo intentaría.
—Que su sabiduría sea tu guía, Eskkar —dijo Mesilim, volviendo al tema que los ocupaba—. Necesitarás su ayuda en la batalla que se acerca. Hablemos ahora de las armas.
Discutieron sobre armamento y revisaron los planes para los próximos días. Casi habían concluido cuando las risas del grupo de mujeres provocaron que todas las miradas se dirigieran hacia ellas al mismo tiempo.
Trella se puso de pie. Algunas de las mujeres del clan la agarraron de la mano, como si no quisieran dejarla marchar. Finalmente la soltaron. Ella les hizo una reverencia y se encaminó hacia los hombres, pasando entre la mayor parte de los guerreros, que parecían prestarle más atención a ella que a sus propios jefes. Mesilim y Subutai volvieron a levantarse, y un poco más tarde lo hicieron Eskkar y sus hombres.
Trella se acercó a Mesilim y su hijo y se detuvo a su lado.
—Eskkar, algunos de los niños están demasiado débiles para proseguir el viaje. Me he ofrecido a cuidar de ellos hasta que termine la batalla. —Miró a Mesilim—. Si el jefe del clan me lo permite.
—¿Mis mujeres han aceptado eso? —preguntó sorprendido Mesilim tan pronto como Eskkar terminó de traducir.
El capitán estaba tan desconcertado como Mesilim. Jamás había oído nada semejante. Dejar a los hijos no sólo con desconocidos, sino con enemigos ancestrales.
—Trella, eso es también un peligro. Puede que no te hayan entendido bien.
Antes de que Trella pudiera responder, una de las mujeres se acercó al grupo, se anunció en voz alta y se detuvo ante él hasta que Subutai le hizo señas de que se acercara. Habló con él en voz baja pero apresuradamente. A Eskkar le fue imposible seguir la conversación, a causa de la velocidad con que pronunció sus palabras. Cuando terminó, no se alejó, aunque la costumbre ordenaba que así lo hiciera.
Subutai se dirigió a Eskkar.
—La honrada Trella dice la verdad. Mi esposa quiere que los cinco niños más pequeños se queden aquí, ya que seguramente morirán si tenemos que volver a viajar en las mismas condiciones. Mi hija está entre ellos. —Subutai miró a su padre—. Tenemos que discutir este asunto.
Mesilim asintió pensativo, y luego se dirigió a Trella.
—Consideraremos tu ofrecimiento cuidadosamente. Pero, sea cual sea nuestra decisión, te queremos manifestar nuestro agradecimiento.
—Entonces os dejaré con vuestros asuntos.
Tocó a Eskkar en el brazo y le deseó buenas noches. Cuando comenzó a alejarse, uno de los nómadas le dijo algo a Mesilim, y la muchacha, al oír su nombre, se detuvo y esperó.
El capitán entendió perfectamente al guerrero, pero no tenía sentido. ¿Qué significaba aquello de «tocar a la que posee el don»?
Mesilim se acercó a él.
—Mis hombres desean pedirte un gran favor, aunque ya has hecho mucho por nosotros… pero, si nos lo permites, nos gustaría tocar a Trella para que nos diera la fuerza y la bendición de los dioses.
El jefe bárbaro parecía un tanto incómodo ante aquella petición, pero, a pesar de todo, la hizo.
Trella regresó al lado de su esposo y lo miró.
—Quieren tocarte, para que les des suerte, o algo así —dijo—. Puede que sea una costumbre que yo no recuerdo o algo que no he visto nunca. A Mesilim le ha avergonzado un poco pedirlo, pero creo que piensa que es una buena idea.
—¿Qué debo hacer? ¿Cómo he de tocarlos?
Eskkar pensó un momento.
—Toca a cada uno de los hombres en el brazo derecho, para darles fuerza en la batalla.
La muchacha le entregó el cesto vacío a Annok-sur y se acercó a Mesilim. Extendió la mano, pero no le tocó el brazo, sino que la puso la palma de la mano en la frente.
—Que tengas sabiduría para conducir a los tuyos en la batalla —le dijo, y luego le tocó el brazo derecho, como había sugerido Eskkar. Luego se volvió hacia su hijo y le puso también la mano en la frente—. Que tengas sabiduría para guiar a los tuyos en los días futuros cuando muchas cosas cambien y todos debamos enfrentarnos a difíciles desafíos.
Cuando terminó, se había formado una fila detrás de Subutai; algunos hombres empujaban a otros para conseguir mejor puesto. Trella recorrió la fila, tocando a cada hombre en el brazo, ofreciéndoles fuerza para la batalla. Fashod la siguió, traduciendo sus palabras.
Las mujeres se habían puesto al final. A cada una de ellas le cogió las manos. Cuando terminó, agarró su cesta y, sin decir una palabra, se marchó con sus guardias y sus acompañantes.
Se quedaron de pie, mirando en silencio hasta que cruzó la puerta y se perdió de vista. Entonces Eskkar se dirigió a Mesilim.
—Descansa esta noche. Mis hombres cerrarán la puerta para que no se acerquen los curiosos y mantendrán centinelas en la muralla. No creo que nadie se aproxime, pero si quieres puedes poner a uno de los tuyos de guardia. Ningún hombre de la aldea saldrá esta noche. Mañana regresaré y seguiremos hablando.
Cuando estuvieron lo bastante lejos, Jalen le hizo un comentario.
—Esto ha sido lo más extraño que he visto nunca. Se comportaron como si Trella fuera una diosa.
—No hay nada raro en eso —respondió Gatus—. ¿No es verdad, Eskkar?
—Nada, Gatus —dijo el capitán con una carcajada—. Nada de nada.