Capítulo 3
Los golpes en la puerta despertaron a Eskkar con un sobresalto. Aferró su espada antes de incorporarse por completo, ligeramente aturdido por encontrarse en una estancia y una cama extrañas, hasta que recordó los acontecimientos de la noche anterior. Los golpes se hicieron más fuertes y provocaron que la puerta se sacudiera peligrosamente.
—Por todos los dioses, ¡basta de ruidos! —gritó—. ¿Quién es?
—Gatus, capitán. Levántate. El mensajero de Nicar ha llegado.
—Maldito seas tú y todos los dioses —murmuró—. Ya voy.
Eskkar echó una ojeada a la pequeña ventana cubierta con un trozo de cuero para que no entrara el sol. Un brillante rayo de luz atravesaba el suelo de tierra. Debía de ser casi una hora después del amanecer. Tendría que haberse levantado hacía ya mucho tiempo. Pero la buena comida de la noche anterior y los placeres del sexo lo habían hecho dormir profundamente, y se sentía maravillosamente fortalecido. De hecho, no recordaba la última vez que había dormido tan bien.
Se levantó y se dio cuenta de que la cama estaba vacía. Trella había desaparecido, y también su manto. Seguramente se ha escapado, pensó, después de tomarme por un estúpido. Pero el recuerdo de la intimidad de la noche anterior le hizo sonreír, y al mirar más atentamente el lecho descubrió la pequeña mancha de sangre de su virginidad. Bueno, ahora no tenía tiempo para la muchacha.
Se vistió con rapidez y abrió la puerta, mientras se ajustaba la espada al cinto. La luz del sol le hizo entrecerrar los ojos. Gatus se había ido, pero dos hombres aguardaban. Eskkar reconoció al mayor como uno de los criados de confianza del mercader. El otro, mucho más joven, tenía una espada corta y debía de ser un guardia al servicio de Nicar. El rostro del hombre mayor mostraba claramente su impaciencia.
—¿Qué sucede? —gruñó Eskkar.
¿Acaso Nicar había decidido cancelarlo todo? ¿O quería que le devolviera a su esclava?
El sirviente se adelantó e hizo la menor de las reverencias posibles.
—Nicar te envía sus saludos y te pide que vayas a su casa mañana a mediodía. —El hombre esperó un instante, y ante el silencio de Eskkar, continuó—. Se me ha encomendado que te entregue esto. —Le dio una pequeña bolsa de cuero que tintineó agradablemente cuando Eskkar la agarró.
—Dile a tu amo que estaré allí a esa hora. —Decidió que debía ser cortés y agregó—: Y lamento haberte hecho esperar. Estuve despierto hasta tarde, pensando en los bárbaros.
Eskkar se dirigió a su centinela, que estaba reclinado sobre su lanza.
—Borra esa sonrisa de tu cara o te arranco las entrañas. —La sonrisa del guardia en vez de desaparecer se hizo más grande—. ¿Y dónde está la muchacha? ¿Has dejado que se escapara en medio de la noche mientras dormías durante la guardia?
El soldado sonrió de nuevo.
—No, capitán, ella ha salido hace poco a buscar algo de comida. Me dijo que te dejara dormir. Volverá enseguida.
Si no estaba ya muy lejos del poblado en medio de los campos. Probablemente Trella había seducido al guardia del mismo modo que lo había hechizado a él. Malditos sean los dioses, tendría que haberle dicho que la vigilara. Sería el hazmerreír de todos en Orak, el gran capitán de la guardia que no pudo conservar a su esclava ni un solo día. Sin compartir sus sombríos pensamientos con nadie, se dirigió primero a la letrina y luego al pozo a lavarse.
Al volver a su alojamiento, vio que salía humo de la pequeña abertura que hacía las veces de chimenea. En el interior encontró a Trella calentando agua sobre un fuego que producía tanto humo como calor. Un bollo de pan fresco sobre la mesa perfumaba el aire, acompañando a una solitaria salchicha en el único plato resquebrajado que había en la habitación.
Cuando la vio, abrió la boca como un tonto y no pudo evitar sonreírle cuando ella se dio la vuelta al oírlo entrar. La muchacha lo observó mientras se sentaba a la mesa antes de dirigir su atención a la humeante y abollada olla de cobre que descansaba sobre el fuego. Trella la agarró con un pedazo de tela, la llevó a la mesa y puso el agua tibia en una taza de madera frente a él.
—Buenos días, amo —dijo con voz neutra mientras apoyaba el cuenco sobre la mesa.
—Pensé que te habías escapado. Cuando me desperté y vi que no estabas, pensé que habías huido en medio de la noche.
—¿Y qué habrías hecho si hubiera escapado? —preguntó sin mostrar emoción alguna.
—Habría ido a buscarte, Trella. —Se estiró por encima de la mesa y tocó su brazo, disfrutando del roce de su piel y recordando la noche anterior.
—Debes hablar con Nicar mañana. Ya lo saben todos. ¿Cómo habrías podido perseguirme si tienes que reunirte con él?
—Para mí hay cosas más importantes que Nicar y Orak. Si alguna vez huyes, iré en tu busca.
Una sonrisa apareció fugazmente en su rostro y le otorgó por un instante el aspecto de una niña. Ella le tocó la mano.
—No me escaparé, al menos de momento —dijo con una voz más placentera—. Toma tu desayuno, amo. Tienes mucho que hacer hoy para preparar tu encuentro de mañana.
—Acompáñame, entonces.
Partió el pan y la salchicha por la mitad. Ella llevó la olla al fuego y volvió a la mesa. Dio un mordisco a la salchicha, pero devolvió al plato la mayor parte de su porción.
—Tú tienes un largo día por delante y necesitarás todas tus fuerzas —dijo Trella mientras le señalaba la carne—. Además, no es correcto que el esclavo coma tanto como su amo.
Eskkar tragó el vino mezclándolo con un poco de agua tibia y puso nuevamente la carne frente a ella.
—Come, mujer. Tú necesitarás todas tus fuerzas esta noche.
Ella enrojeció de vergüenza y apartó la mirada.
Eskkar pensó que las mujeres eran un gran misterio. Durante la noche te arrancaban la piel de la espalda y por la mañana no se atrevían a mirarte a los ojos. Cambió de tema.
—¿Cómo has pagado todo esto? ¿Te ha dado Creta algunas monedas antes de marcharte?
—¿Esa vaca vieja? No me ha dado nada, y encima se apropió de lo poco que yo tenía. Le pregunté al centinela dónde podía encontrar comida, y después fui junto al vendedor a buscar los mejores productos. Le dije que era la mujer de Eskkar y que necesitaba comida para tu desayuno. Me dio el pan y la carne. Le dije que le pagarías más tarde.
—¿Y te dio la comida? —preguntó Eskkar, con la sorpresa reflejándose en su voz. Nadie en la aldea le había fiado hasta entonces.
—Estaba ansioso por poder ser útil de alguna forma —respondió mientras masticaba un pedazo de pan—. Amo, ¿puedo hablar?
Eskkar golpeó con fuerza la mesa con su jarro.
—Di lo que quieras, Trella. Te dije anoche que eras algo más que una esclava y que necesitaría tu ayuda. Así que puedes hablar cuando quieras.
—Los hombres dicen cosas por las noches que luego olvidan por la mañana —dijo jugueteando con las migas de pan.
—También las mujeres dicen cualquier cosa para obtener lo que quieren. ¿Qué deseas, muchacha? ¿Quieres irte? ¿O regresar con Nicar? No te detendré si eso es lo que quieres. Así que di lo que piensas y terminemos de una vez.
Ella volvió a tocarle la mano y lo miró a los ojos por primera vez.
—No soy más que una muchacha. No, ni siquiera eso, sólo soy una esclava. Pero anoche, cuando te quedaste dormido, pensé bastante en lo que quería. —Retiró la mano—. Mi padre ha muerto y mi familia ha desaparecido, porque también los mataron o convirtieron en esclavos. Sé que jamás volveré a verlos. Así pues, decidí que quería quedarme y apoyarte. Quiero estar a tu lado para ayudarte a vencer a los bárbaros. Porque si lo consigues, entonces podrás tener riquezas para establecer tu propia Casa. Eso es lo que ahora deseo, formar parte de tu familia. Y por eso te prestaré toda la colaboración que me sea posible.
Durante un instante, él la miró en silencio.
—Ayer por la noche, en la oscuridad, comencé a dudar si podía defender la aldea contra los bárbaros. Esta mañana parece aún más imposible.
—Yo puedo ayudarte, Eskkar. —Se inclinó sobre la mesa—. Estoy segura de poder hacerlo. Ésa es la razón de que Nicar me entregara a ti. Pero tendrás que contarme todos tus pensamientos, todos tus planes, absolutamente todo.
Él miró fijamente a su plato mientras consideraba aquella exigencia. Nunca había tenido amigos en Orak, nadie a quien confiar sus dudas, sus incertidumbres. Gatus y el resto de sus hombres poco tenían que ofrecer. Y estaba seguro de que él sabía más sobre lo que había que hacer que cualquiera de ellos.
Podía hablar con Nicar, pero no quería presentarse ante la persona más poderosa de Orak tan pronto con sus dudas. Eskkar no tenía a nadie en quien confiar. El comerciante le había dicho que ella le sería útil, así que era preferible confiar en aquella esclava que en cualquier otra persona, aunque no estaba muy seguro de qué modo podría prestarle su apoyo. En cualquier caso no tenía mucho que perder si hablaba con ella.
Sin embargo, dudaba. La muchacha provenía de la casa de Nicar. Tal vez lo que Eskkar le dijera llegara a los oídos de su antiguo amo. A pesar de depositar su confianza en su nuevo capitán de la guardia, el noble podría querer conocer sus pensamientos. Aunque Trella le había sido regalada, no prestada, y el odio entre la joven y Creta parecía real.
—Amo, lo que me digas no se lo repetiré a nadie.
Aquellas palabras le hicieron preguntarse si no sería capaz de leer su mente. Estaba casi seguro de que la noche anterior lo había hechizado. Finalmente, su mirada acabó por convencerlo, una mirada tan intensa que parecía atravesarle la mente, mientras ella se inclinaba sobre la mesa, esperando a que él se decidiera.
—Te diré lo que sé, Trella —comenzó—, aunque no sé cómo podrás ayudarme.
—Tal vez sea capaz de hacer más de lo que te imaginas. Desde niña, he sido adiestrada en muchas tareas. Mi padre era un noble y me enseñó a entender su manera de actuar. Me sentaba a sus pies mientras trabajaba y escuchaba cómo aconsejaba al jefe de nuestra aldea. Además, aprendí muchas cosas en la casa de Nicar. Como puedo leer los símbolos y contar, trabajé con él y sus escribas casi a diario. Los he oído hablar sobre Orak, Drigo y los otros nobles.
Eskkar quería creerla. Más que eso, deseaba confiar en ella. Aunque repitiera sus palabras a Nicar, ¿qué importaba? Tenía el oro y la esclava, y si decidía marcharse le seguirían suficientes soldados. Nadie intentaría detenerlo. ¿Qué podía perder?
—Muy bien. ¿Por dónde empiezo?
Hablaron durante casi dos horas. El guerrero le explicó su proyecto de construir una muralla, de utilizar el arco para mantener a los atacantes a distancia, de inundar las tierras en torno al poblado. Le contó cómo entrenaría a los hombres, qué armas necesitarían, qué fuerzas esperaba organizar y qué les depararían los próximos meses.
Ella le preguntó sobre los bárbaros y él se los describió: por qué combatían y sus tácticas. Señaló cada detalle de la inminente contienda del mejor modo que supo, respondiendo a todas sus cuestiones y a sus incesantes interrogantes.
Cuando terminó, ella volvió a inclinarse sobre la mesa y cogió una de sus manos entre las suyas.
—Gracias, amo. Pero tú hablas sólo de luchar, de los hombres y de la muralla. No me dices qué es lo que temes, cuál es la causa de tu ansiedad, qué te preocupa más que nada. Por favor, amo, cuéntame esas cosas.
Eskkar le acarició las manos. Las sentía tan cálidas y excitantes como la noche anterior. Sin duda, la muchacha le había hechizado, pero ya no importaba.
—Muy bien, Trella. Me preocupan los nobles. No sé cómo tratar con ellos. Son inteligentes y rápidos con las palabras. Nicar es un buen hombre, pero no tengo confianza en él. Mandó a buscarme porque no tenía a nadie más. El resto de los nobles es peor aún, sobre todo Drigo. Anoche se cruzó conmigo en la calle y vi en su mirada que se reía. Se burló de mí sin decir ni una palabra, y yo no pude hacer nada. —El recuerdo lo enfureció, y aumentó la presión de su mano sobre la de Trella—. No temo a Drigo, pero es poderoso y sus hombres obedecen sus órdenes. Podría matar a cualquiera de ellos sin dificultades, pero incluso una pequeña jauría de lobos puede acabar con un hombre. —Respiró hondo—. Pero a lo que verdaderamente tengo miedo es a aparecer como un estúpido ante ellos y los demás. —Nunca en su vida había admitido tener miedo, y mucho menos ante una pequeña esclava. Ahora que las palabras habían sido pronunciadas, no podía volverse atrás. Decidió continuar—. Y lo mismo sucede con los artesanos. No sé cómo pedirles arcos, o espadas, o cualquiera de las otras cosas que necesitaré, o qué cantidad, o cuándo tendrán que estar preparadas. Incluso con la ayuda de Nicar, me pregunto si seré capaz de obtener todo aquello que preciso.
Había dado rienda suelta a sus dudas y temores. Pero al admitir su debilidad, en vez de vergüenza, sintió alivio.
Trella le estrechó la mano con sorprendente fuerza.
—Amo, te preocupas por esas cosas porque no conoces a esos hombres. Yo he vivido entre esa gente toda mi vida. No hay nada que temer. De la misma forma que tú has pasado toda tu vida luchando, ellos han pasado las suyas hablando, calculando y negociando. Pero con la llegada de los bárbaros, el tiempo de hablar se acabó. Ahora te temerán y te necesitarán porque saben que sólo un guerrero puede salvarlos a ellos y su oro. ¿Puedo decirte lo que sucederá?
Que los nobles le tuvieran miedo, en principio, le pareció extraño.
—Continúa.
Entonces ella le dijo cómo reaccionarían las Cinco Familias, qué es lo que probablemente harían y dirían los nobles y cómo su arrogante necesidad de dominar a todos y a todo podría incluso sobreponerse al miedo a los bárbaros. Le contó las dudas y preocupaciones de Nicar, especialmente respecto a las otras Familias nobles, en particular la de Drigo.
—Recuerda, no importa lo que pase con los bárbaros, los nobles nunca confiarán en ti ni te aceptarán por completo. No eres como ellos.
Volvió a pensar en la noche anterior, cuando había asumido casualmente que Nicar y el resto lo aceptarían en su círculo. Qué infantil le debía de haber parecido aquello al comerciante.
—Pensé que se sentirían agradecidos de que salve la aldea. Pero tienes razón. Siempre me considerarán un bárbaro.
—Ellos son lo que son, amo. Y no les gusta compartir el poder, sobre todo con un extraño. Ni siquiera a Nicar. Puede que sea bueno contigo ahora que te necesita, pero más tarde querrá recuperar su autoridad.
—¿Y qué opinas tú, Trella? ¿A ti no te importa pertenecer a un bárbaro?
—Tú no eres un bárbaro, amo. Tratas a una joven esclava con respeto. He visto eso y más esta última noche. Y yo también soy una extranjera aquí. Tal vez los dioses nos hayan enviado el uno al otro. —Sus últimas palabras fueron dichas con una sonrisa que desapareció rápidamente—. Ahora, ¿podríamos hablar de la entrevista que tendrás mañana con los nobles? Deberías prepararte para reunirte con las Familias.
Con creciente confianza, le planteó las preguntas que podrían hacerle durante la reunión con Nicar y cómo debía responderlas. Sus ideas le sorprendieron, aunque una vez explicadas, consideró muy probable que los nobles se centraran en ellas. Eskkar se dio cuenta de que su ofrecimiento de defender Orak era incluso más complicado de lo que había pensado.
—Ayer por la noche mencionaste que eras de…
—Carnax. Es un gran poblado, cerca del Gran Mar, en Sumeria.
—Me contaste que tu padre era consejero del jefe de la aldea. Dudé de ti entonces, pero ahora veo que dijiste la verdad. Piensas como un noble. Entiendes el poder y cómo puede ser utilizado.
—Sí, amo. Mi padre me educó de modo diferente a las otras niñas. Me enseñó la forma de vida de los nobles y me instruyó en los misterios del oro, de la agricultura y de muchos otros asuntos.
—Tendrás que enseñarme todos esos secretos —le sonrió—, si no es demasiado tarde para aprenderlos.
—Con el tiempo podrás aprenderlos todos. Ahora debemos repasar los preparativos una vez más.
Entonces le presentó diferentes situaciones que podían producirse, qué es lo que debería decir y cómo tendría que actuar en cada una de ellas. Cuanto más conversaban, más aumentaba su confianza. De todas las cuestiones que discutieron, de lo que más hablaron fue del noble Drigo.
La opinión de Trella sobre Drigo le sorprendió. Ella creía que aquel noble representaba el mayor problema y el más grave peligro. Había aprendido mucho sobre él y sus planes en casa de Nicar, y sus palabras le estremecieron. No había caído en la cuenta del riesgo que representaba aquel hombre.
Poco a poco, su voluntad se fue afirmando. Nada ni nadie le dejaría de lado, ni en la calle ni en casa de Nicar. Sería el capitán de la guardia, y también Drigo tendría que reconocerlo.
Cuando terminaron de hablar, sus manos volvieron a unirse por encima de la mesa. Ahora la miraba de otro modo, veía a alguien con fuego en sus ojos y bronce en sus pensamientos. Eskkar supo que había encontrado a una mujer más valiosa que un puñado de monedas de oro. Con ella a su lado, sentía que podía lograr cualquier cosa, desafiar a las Cinco Familias, e incluso derrotar a las hordas de bárbaros.
—Tú me das fuerzas, Trella —le dijo simplemente—. Quédate a mi lado.
Ella volvió a apretarle la mano, y una vez más su fuerza le impresionó.
—Ahora tienes el poder, Eskkar, pero debes aprender a usarlo, y hacerlo rápido o se te escapará. Tienes que actuar como si siempre lo hubieras tenido. Cuando hables, hazlo con autoridad y convicción. Si no estás seguro de lo que vas a decir, no digas nada, pero muéstrate firme. La multitud te seguirá si tú la guías. Lo vi anoche, y también en las calles esta mañana. Y los soldados están de tu lado. Y a partir de ahora no te asustes ante ningún hombre, ni siquiera ante nadie de las Cinco Familias. Son sólo mercaderes, y todos tienen miedo. Tú eres el único que parece no tener miedo y ése es tu poder. No temas mostrar tu fuerza. Desde hoy todos te examinarán, en busca de debilidades o dudas. Si tienes alguna, ocúltala. Si alguien se enfrenta a ti, apártalo, o mátalo si es preciso. Nadie se atreverá a cuestionarte. En épocas de turbulencia, la gente busca líderes fuertes, no mercaderes o comerciantes, aunque sean los más ricos del mundo. Mañana tendrás que tomar el poder, o ya no podrás hacerlo nunca.
Aquellas duras palabras ya no le causaron extrañeza, ni siquiera aquella esporádica referencia a tener que matar. Los nobles pensaban de ese modo, sin que les preocupara más vida que la propia. Ya no pensaba en Trella como en una muchacha sin experiencia, una esclava o una mujer con ideas sin importancia. Ella se convertiría en su ventana abierta a la vida de los nobles, a través de la que percibiría sus maquinaciones y planes, y la acompañaría como compañera de sus aventuras.
Pero la fuerza de voluntad de Trella le desconcertaba. Algunas mujeres podían ser más fuertes que sus compañeros, aunque esta idea le incomodaba un poco. Con frecuencia, eclipsaban a un hombre por su habilidad para leer los pensamientos y los rostros de la gente. Aquella muchacha poseía todas esas cualidades, la dureza de un hombre en el cuerpo de una mujer joven.
Una idea cruzó su mente. Sacó de su túnica la bolsa de cuero de Nicar. Todavía no había mirado en su interior, pero en ese momento la abrió y volcó el contenido sobre la mesa. Contó lentamente y encontró veinte monedas de oro. Sabía que Ariamus sólo recibía diez al mes. Por un momento Eskkar jugueteó con los pequeños cuadrados dorados, tocándolos, disfrutando de la sensación del frío metal y del poder que representaban. Sabía que los hombres adoraban el oro, planeaban y conspiraban para obtenerlo, lo acariciaban durante las noches detrás de puertas cerradas, antes de ocultarlo en lo más profundo de la tierra.
Alzó la vista y vio que Trella le observaba a él, no al oro. De repente, deslizó dos monedas hacia ella.
—Toma. Cámbialas por monedas de cobre y luego págale al vendedor su comida. No deberé nada a nadie por mi pan. Asegúrate de que no te estafen en el cambio. Utiliza el resto para comprar un vestido decente para ti y cualquier otra cosa que necesites. Consigue unas sandalias nuevas para mí, las más resistentes que encuentres, con las que un hombre pueda combatir. —Colocó el resto de las monedas frente a ella, intentando no pensar que le estaba confiando lo que, hasta aquel día, había considerado una pequeña fortuna—. Guarda las otras en un lugar seguro. Tendremos que comprar más cosas en las próximas semanas. —Puso su dedo en una moneda, la más brillante de todas, la cogió y la miró a contraluz—. Ésta es un regalo para ti. Una moneda de oro es suficiente para comprar una buena esclava. Si alguna vez deseas dejarme, devuélveme esta moneda y tendrás tu libertad. —Una cierta confusión cubrió el rostro de la muchacha, mientras Eskkar se echaba hacia atrás, riendo—. Así me ahorraré tiempo y trabajo en perseguirte. De todas formas, desde ahora ya no habrá entre nosotros distinción entre amo y esclava. —Le puso la moneda en la palma de la mano y le cerró los dedos sobre ella.
Trella abrió su mano y miró aquel trocito de oro que brillaba con fuerza sobre su palma.
—¿Puedo usar tu espada? —preguntó suavemente.
Él dudó, tratando de disimular su sorpresa, pero luego la sacó de la funda y se la entregó por la empuñadura.
Ella se levantó, puso la moneda en el borde de la mesa y colocó la espada por su lado más afilado sobre ella. Ayudándose de ambas manos, se apoyó con toda su fuerza, con los músculos de sus brazos tensos por el esfuerzo.
Cuando retiró la espada, la moneda estaba marcada por la mitad con una leve hendidura. Le devolvió la espada, luego cogió el resto de monedas y las guardó en el saco.
—Ahora está marcada. La guardaré en lugar seguro. —Puso la bolsa en torno a su cuello, y luego dentro de su vestido—. Debes prepararte para reunirte con tus hombres. Es casi mediodía.
Eskkar se levantó y miró por la ventana, observando cómo el sol se acercaba a lo más alto del cielo.
—Tengo tiempo para esto, Trella.
La atrajo hacia sí, la besó con avidez, sintiendo un inusual estremecimiento de placer cuando ella se puso de puntillas, y se abrazó a su cuello, con su cuerpo contra el suyo. La habría tirado sobre la cama y poseído allí mismo, y al demonio con Orak y Nicar, si ella no lo hubiera apartado y hubiera salido de la estancia.
Eskkar se tomó los últimos restos del pan y la siguió. El centinela todavía estaba en su puesto y vio cómo Trella se alejaba.
—Ten cuidado en donde pones los ojos, perro —gruñó Eskkar—, si sabes lo que te conviene.
Agarró la lanza del sorprendido hombre y se la quitó de las manos.
—Síguela y permanece a su lado. A su lado, ¿me oyes? Asegúrate de que regrese sin problemas y de que todos sepan que es la mujer de Eskkar. Si alguien la molesta, le cortas el cuello. ¡Ya!
Apartó al hombre de un empujón, que le hizo tambalearse, mientras se apresuraba a alcanzar a Trella. Eskkar jugueteó unos instantes con la pesada lanza con facilidad, luego giró y la lanzó con toda su fuerza hacia el lateral de la casa. Fragmentos del muro de barro se desprendieron cuando el arma se enterró en la estructura. Eskkar gruñó satisfecho antes de marcharse en la dirección opuesta, en busca de Gatus. Era hora de prepararse para el encuentro del día siguiente con Nicar.
***
Esta vez Trella prestó más atención a todo lo que le rodeaba. Los soldados en los barracones dejaron lo que estaban haciendo al verla pasar. Algunos la llamaban por su nombre, mientras que otros hacían comentarios groseros relacionados con su primera noche con Eskkar. Al principio, las palabras y miradas la atemorizaron, pero luego se dio cuenta de que todos sabían quién era ella, que sólo se trataba de broma groseras y que ninguno de ellos le haría daño.
Cuando salió a la calle, se percató de que uno de los soldados la estaba siguiendo a escasa distancia. Se dio la vuelta y reconoció al centinela que estaba custodiando los aposentos de Eskkar aquella mañana.
—El capitán Eskkar me ha ordenado escoltarte por la aldea, Trella, para protegerte, en caso de que alguien no sepa quién eres.
No supo qué contestar, y por un instante se preguntó si Eskkar se estaba asegurando de que no huiría. Pero la sencilla expresión del hombre no parecía ocultar segundas intenciones. Recordó entonces la caricia de las manos de Eskkar hacía apenas unos momentos.
—Gracias, soldado. ¿Cuál es tu nombre?
—Me llaman Adad, Trella.
—Bien, Adad, ¿puedes decirme dónde puedo encontrar un mercader que venda buenas prendas? Necesito comprar algunas cosas para mi amo.
El guardia le indicó que le siguiera y se adentraron por las estrechas y sucias callejuelas de Orak, uniéndose a una ruidosa mezcla de hombres, mujeres, niños y animales. Ella notó que la mayoría de las casas de barro eran de una sola planta. Pero las casas y negocios de los mercaderes más prósperos solían tener un mostrador o una mesa al frente para exhibir los productos. Imágenes pintadas en las paredes identificaban el tipo de establecimiento o las mercancías que se vendían.
Aunque vivía en Orak desde hacía casi dos meses, rara vez se le había permitido salir del patio de Nicar, y sólo para acompañar a Creta o a alguno de los sirvientes más antiguos. Ahora miraba con detenimiento a la gente y los puestos en las calles. En cada uno de ellos, un mercader, su mujer o un niño ya crecido vigilaban la mercancía, tanto para disuadir a los ladronzuelos como para atraer a los clientes a comprar alguno de sus productos. Orak se parecía mucho a su antiguo poblado, aunque era mucho más grande y con mejores casas.
Le habría gustado detenerse más tiempo, pero quería regresar junto a Eskkar. Apresuró el paso para llegar al lugar que Adad había sugerido.
Al entrar en la tienda del mercader Rimush se encontró con otras dos mujeres que esperaban a que las atendieran. La mayor estaba vestida como la mujer de un mercader próspero. Su acompañante, más joven, parecía ser una sirvienta o una esclava, ataviada de forma más humilde. La estancia, iluminada sólo por la luz del sol que entraba por la puerta y un pequeño agujero en el techo, tenía varias mesas y estantes toscos, cubiertos con telas de lana o lino. El intenso aroma del lino fresco le hizo cosquillas en la nariz. En el suelo también se amontonaban las mercancías, ocupando casi todo el espacio disponible. Una cortina de colores separaba aquella habitación de la siguiente.
Las mujeres y el dueño del negocio le echaron una rápida ojeada, sin prestar atención a aquella esclava pobremente vestida. La ignoraron hasta que Adad entró en la tienda, miró a su alrededor y se recostó contra el marco de la puerta. La aparición de un soldado armado acompañando a la muchacha interrumpió la conversación. Rimush no necesitó más que un instante para darse cuenta de quién era.
—¿Eres la nueva esclava del soldado Eskkar? —le preguntó el mercader hablando rápidamente. Eskkar y su nuevo ascenso eran el principal tema de conversación en Orak desde el amanecer.
Trella sabía perfectamente cómo comportarse a la hora de tratar con mercaderes; por ello, apenas tardó un instante en responder.
—Mi amo es Eskkar, capitán de la guardia. Desea que le compre unas sandalias y una túnica. ¿Puedes vendérmelas tú o tengo que ir a buscarlas a otra parte? —Habló en voz baja pero firme, manteniendo la cabeza erguida aunque no era muy alta. Estaba segura de que el mercader reconocería el tono de alguien acostumbrado a tratar con comerciantes y sirvientes.
La mujer mayor parecía irritada por la interrupción.
—Cuando yo termine, esclava, podrás comprar lo que puedas pagar.
—Buscaré en otro lado entonces —afirmó Trella con tranquilidad, y dio media vuelta dispuesta a marcharse.
—No, espera, muchacha —le dijo Rimush de inmediato—. Tengo lo que necesitas. —Se dirigió a la otra mujer—. Te atenderé cuando concluya con… ¿cuál es tu nombre, jovencita?
—Trella.
Observó con satisfacción cómo Rimush, ignorando a la mujer del comerciante, se dirigía al rincón más oscuro del negocio, volviendo al instante con un par de sandalias. Mientras iba en busca de algunas túnicas, Trella examinó las sandalias y luego lo llamó.
—Estas sandalias no son buenas. Quiero las mejores y más fuertes que tengas, lo suficientemente fuertes para ir con ellas al combate.
Murmurando por lo bajo, volvió a los pocos momentos y le entregó otro par de sandalias, y luego se dirigió a la habitación trasera. Su otra clienta, enfadada por el modo en que Rimush la había tratado, tiró sobre la mesa la tela que tenía entre las manos y abandonó la tienda. Su acompañante le sonrió a Trella cuando se retiraba detrás de su ama.
Trella inspeccionó las sandalias y golpeó con una de ellas el mostrador. Luego la retorció con ambas manos para asegurarse de su firmeza.
—Éstas son de buena calidad —le comentó a Rimush cuando volvió, cargando con media docena de túnicas—. Me las llevo, aunque, por supuesto, debo obtener la aprobación de mi amo.
—No hay mejores sandalias en Orak. Tu amo quedará satisfecho. —Empujó un montón de telas con su codo y colocó las túnicas sobre una mesa estrecha para desplegarlas—. Tu amo es alto y de anchos hombros. No hay muchos que vendan túnicas a su medida.
—¿Conoces a mi amo?
—No, nunca ha venido aquí. Pero sé quién es.
Trella descartó las cuatro primeras prendas, unas túnicas suaves y bordadas, apropiadas para mercaderes ricos o nobles. La que seleccionó parecía más adecuada para un capitán de la guardia, de buena factura pero sin adornos, excepto por un borde rojo alrededor del sencillo escote cuadrado. Se mojó el dedo y lo deslizó por la tira bordada para asegurarse de que el tinte no se corría, luego la puso del revés para examinar las puntadas y dobladillos y por último tiró de las mangas para cerciorarse de que estaban bien cosidas.
—Ésta servirá —anunció—. También necesito un vestido para mí, algo sencillo. ¿Qué puedes ofrecerme?
El comerciante pidió ayuda a su mujer, que había salido de la habitación de atrás para examinar a la nueva esclava del capitán de la guardia. Ayudó a Trella en su elección, y luego la acompañó al otro cuarto para que se probara la prenda.
—Estás muy guapa, Trella, pareces una dama —agregó mientras admiraba lo bien que le sentaba el vestido—. ¿Estás segura de que no quieres uno de mejor calidad?
Trella sonrió por el cumplido.
—Éste es perfecto. Ahora debo marcharme. —Se quitó el vestido nuevo y se volvió a poner el viejo.
El regateo duró menos de lo que Trella había previsto. Cinco monedas de plata por las finas sandalias, cuatro por la túnica y dos por el vestido. Le pareció suficientemente razonable, pero ofreció ocho monedas por todo. Rimush se quejó de que le estaba robando, pero al final aceptó diez monedas. La muchacha colocó el dinero sobre el mostrador.
El mercader quedó muy sorprendido cuando vio una moneda de oro. El oro era escaso y a los esclavos, en general, no se les confiaban semejantes monedas. La rascó con una uña para asegurarse de que era auténtica, y antes de darle diez monedas de plata de vuelta, observó que tenía la marca de Nicar.
Trella sonreía mientras le observaba. Rimush correría la voz de que Eskkar tenía acceso al oro de Nicar. Recogió sus compras y dio las gracias al mercader y a su esposa.
—No, Trella, gracias a tu amo. Que los dioses lo protejan y que sea él quien nos salve de los bárbaros. Y también del noble Drigo. Estoy demasiado viejo para empezar en otra parte.
—¿Del noble Drigo?
—Sí, del noble Drigo. —Rimush escupió las palabras—. Sus secuaces se llevan lo que quieren y pagan tan poco como pueden, si pagan. Dicen que pronto Drigo tomará el control de Orak.
—Nicar no permitirá que eso suceda —respondió Trella—. Ni tampoco lo permitirá mi amo. Él os protegerá, Rimush —le dijo con toda confianza—. Nos protegerá a todos.
En la calle, Adad la esperaba pacientemente. Caminaron de regreso a los barracones, pero se detuvieron dos veces más para que Trella comprase un peine de buena calidad para sus cabellos, puesto que el que poseía tenía más púas rotas que buenas, y para adquirir una pequeña lámpara de aceite.
Mientras Trella compraba se dio cuenta de que todos la miraban. Nadie había visto que se asignara un soldado para proteger a un esclavo. Por ese simple hecho ya llamaba bastante la atención. Pero todos sabían que era esclava de Eskkar, el hombre que afirmaba que podría defender Orak contra los bárbaros. Esto la convertía en alguien importante.
Algunas personas le preguntaron qué sabía de los bárbaros o de los planes de Eskkar. Ella sonrió a todo aquel que le dirigió la palabra, pero permaneció en silencio. El temor a los invasores era patente en sus rostros; estaban tan preocupados que buscaban, incluso en ella, un signo de esperanza.
El paseo a través de las calles de Orak le hizo pensar en muchas cosas. Había observado la angustia de sus habitantes, la ansiedad que le había mencionado ya Eskkar, y eso significaba que, en los próximos días, podía suceder cualquier cosa, para bien o para mal. Alejó aquel pensamiento de su mente. Tenía demasiado de que preocuparse en las próximas horas.