Capítulo 15
Antes del alba, Eskkar ya estaba despierto. Las actividades del día comenzaron en la mesa del desayuno junto a sus lugartenientes. Después, acompañado por Sisuthros, pasó varias horas con Corio inspeccionando la muralla.
A aquellas alturas, tanto los soldados como aquellos que ayudaban a edificar el muro tenían claro cuál era su cometido, y el trabajo avanzaba sin retrasos. Con treinta soldados para mantener el orden, Corio tenía más que suficiente.
Eskkar pasó varias horas más inspeccionando el entrenamiento de los soldados, donde, ante su insistencia, tuvo que relatar de nuevo el combate del desfiladero. No le importó. Aquellos hombres necesitaban conocer todo lo posible sobre el enemigo, y cuanta más confianza tuvieran en su jefe, mejor. El capitán respondió a todas las preguntas sobre las técnicas de combate de Alur Meriki.
El sol ya estaba muy alto cuando Trella se reunió con él. Llevaba la cabeza cubierta por un pañuelo para protegerse del sol. Atravesaron a pie la aldea, saludando y conversando con la gente, confortando a los pobladores con su presencia. Pero Eskkar tuvo que contenerse y forzar una sonrisa cuando visitaron el templo de Ishtar y se arrodillaron en las sombras ante la tétrica imagen de la diosa.
En voz alta, Eskkar agradeció a Ishtar su victoria, repitiendo las palabras que Trella le había sugerido esa mañana. Nunca había estado en aquel templo ni en ninguno de los que había en Orak. Desde que su familia había muerto no había sentido la necesidad de acudir a los sacerdotes. Se mantuvo de pie estoicamente, ocultando su impaciencia, mientras el oficiante dirigía interminables plegarias a la divinidad en agradecimiento por haber permitido su regreso.
Finalmente terminó la ceremonia. Cuando salió de nuevo a la luz del sol sintió como si hubiera escapado del infierno. Recuperó la sonrisa al coger a Trella de la mano y emprender el camino de regreso a su casa.
—Amo, ¿has olvidado nuestra visita a Rebba de esta tarde? —preguntó la muchacha—. Ya es tarde, y todavía tenemos que ver muchas cosas antes del ocaso.
La sensación de alegría de Eskkar desapareció. Se había olvidado de su encuentro con Rebba. Era natural, puesto que no tenía ganas de pasar tres o cuatro horas con aquel noble, responsable de las granjas que rodeaban Orak, escuchando sus explicaciones sobre cómo cultivar el trigo o criar cabras. Pensó en posponer la reunión, pero ya lo había hecho varias veces antes de su expedición. Sabía que Trella pensaba que era lo suficientemente importante y que debía celebrarse tan pronto como fuera posible a su regreso.
Sin ninguna excusa disponible, se esforzó por volver a sonreír y cambió de dirección. Juntos se encaminaron hacia la puerta que se dirigía al río y luego giraron hacia el Norte, acompañados por dos guardias.
Una vez fuera del poblado, aligeraron el paso. Los músculos de Eskkar aceptaron aquella caminata como un desafío después de las semanas cabalgando. El sol brillaba esplendoroso y el aire que venía del río era limpio y fresco. En Orak la mezcla de olores de los habitantes y de los animales impregnaba el aire, haciéndolo opresivo. Después de algunos días, uno no se daba cuenta, pero él había estado respirando aire puro durante varias semanas y ahora le costaba adaptarse.
Cruzaron el último de los numerosos canales de riego y entraron a la granja de Rebba. Eskkar nunca había estado allí, y a diferencia de muchas otras granjas que había visto, ésta contaba con casi una docena de chozas a su alrededor. La vivienda del noble no parecía mucho más grande que el resto. Parte de los edificios que integraban el recinto eran depósitos para almacenar grano, unas construcciones más elevadas que las chozas y reconocibles por sus entradas más altas, a las que se accedía a través de escaleras.
Al lado de casi todos los edificios se encontraban corrales con cabras, ovejas o vacas. Eskkar y Trella se cruzaron con algunos cerdos sueltos, que se alimentaban de cualquier cosa que estuviera por el suelo y que peleaban con docenas de gallinas por todo lo que encontraran a sus pies. Cerca de la casa principal, varios sauces ofrecían su sombra. También vieron cuatro perros de gran tamaño durmiendo la siesta bajo los árboles. Dóciles durante el día, por la noche protegían la propiedad contra el ataque de ladronzuelos.
El olor de los animales flotaba en el aire. Trella arrugó la nariz mientras atravesaban los corrales, aunque a Eskkar le resultó más agradable que el aire de la aldea.
Rebba los recibió en la entrada. En su casa no se preocupaba por vestirse con las elegantes prendas que lucía cuando era requerido en Orak por asuntos de negocios. Ese día llevaba una túnica tan gastada como la de cualquier otro campesino.
—Bienvenido a mi casa, Eskkar. —Rebba tendió la mano al capitán cuando llegaron—. Un día de primavera como el de hoy es demasiado hermoso para pasarlo en el interior.
Se sentaron en unos bancos bajo un sauce ante una mesa de superficie agrietada, posiblemente a causa de su uso para cortar verduras. Una muchacha de nueve o diez estaciones, una de las nietas de Rebba, les acercó agua fresca.
El noble aguardó a que terminaran de beber antes de hablar.
—Te felicito otra vez por tu victoria, capitán. Trella me ha dicho que deseas cualquier información que pueda proporcionarte sobre las granjas. ¿Por dónde empiezo?
Eskkar no sabía nada sobre cultivos y tampoco tenía mucho entusiasmo por saber más. Los granjeros eran la gente menos importante de Orak. De hecho, quienes se ocupaban de la tierra rara vez visitaban el poblado, excepto las mujeres, que se acercaban cada mañana a vender sus productos en el mercado, o los hombres que visitaban al herrero para que les reparara algún apero. Sin embargo, Trella había insistido en que aprendiera algo sobre los cultivos, así que intentó sonreír una vez más.
—Noble Rebba, sé muy poco sobre cultivos. Sé que los granjeros suministran buena parte de los alimentos a Orak, pero he crecido entre bárbaros, y ellos no tienen una buena opinión de los campesinos.
—Nos consideran comedores de tierra, ¿no es verdad? —respondió Rebba entre risas—. Supongo que hay algo de cierto en ello. Pero ellos cultivan bastante, a pesar de lo que piensen de nosotros. —Rebba vio la expresión de asombro en el rostro del capitán—. Ah, veo que no estás al tanto de lo importante que es la agricultura incluso para Alur Meriki. —Se acarició la barba—. Tal vez éste sea un lugar tan bueno como cualquier otro para comenzar. —Se volvió a Trella, sentada al lado de Eskkar—. Creo que has crecido en un poblado del Sur. ¿Aprendiste allí las costumbres de los campesinos?
—No, noble Rebba —respondió la joven—. Sé muy poco sobre los misterios del campesino y del pastor.
—Entonces intentaré explicaros un poco. Una granja no es sólo un lugar para cultivar el trigo y el centeno, sino también para criar rebaños de cabras, ovejas y otros animales. Los bárbaros tienen sus propios rebaños, al igual que nosotros, pero los llevan con ellos cuando se trasladan de un lugar a otro.
—Pero no cultivan la tierra —replicó el capitán—. Nunca permanecen en un sitio el tiempo suficiente para que crezcan las cosechas.
—Ah, pero sí cosechan, Eskkar. Sólo que lo hacen de manera diferente —afirmó Rebba sonriente—. Los Alur Meriki recogen cuando viajan, buscando las plantaciones de trigo, cebada, incluso guisantes y otras legumbres. Esas plantas que encuentran a lo largo de su camino son tan importantes para ellos como para nosotros. Y hay muchas especies silvestres por todo el territorio, como centeno, habas o lino, que también recolectan.
Eskkar se mostró de acuerdo con aquella apreciación.
—Bueno, sí, sé que las mujeres recogen todo lo que encuentran durante los desplazamientos.
—Exactamente. Ni siquiera los guerreros pueden vivir sólo de carne. Necesitan leche y queso de las cabras y las vacas, lana de las ovejas, así como verduras y frutas de los territorios por donde pasan. Y por supuesto, se apoderan de muchas semillas de los campesinos de las tierras que conquistan. Estoy seguro de que sabes que un caballo crece más fuerte y vigoroso si se le alimenta con una mezcla de granos, además de hierba. Así que los terrenos de cultivo son imprescindibles para ellos.
—Sí, los caballos necesitan grano —respondió Eskkar—. Siempre que es posible, alimentan a los caballos con una mezcla de cereales. —Reflexionó un poco sobre los comentarios que había hecho el granjero—. Y llevan granos de reserva para alimentar a los caballos cuando salen de expedición, mientras que las mujeres amasan pan para los guerreros.
El pan era ligero de transportar, además de nutritivo, y duraba mucho más tiempo sin estropearse que la carne. Los hombres de Eskkar habían hecho exactamente eso en su reciente incursión. Se había olvidado de esos detalles de la vida en las estepas, y ahora se daba cuenta de que podían ser más importantes de lo que había pensado.
—Sí, el pan es muy importante para todos —añadió Rebba—. Es lo que alimenta a tus soldados. Y no sólo eso, el pan paga el salario de tus hombres. Sin él no habría constructores, herreros, taberneros o tejedores. Posibilita el comercio a través del río, proporcionándonos la madera y los metales del Norte para la muralla. Sin pan, no habría oro, ni plata, ni caballos, ni armas. Sin el campesino, el gran poblado de Orak no existiría.
En contra de su voluntad, Eskkar tuvo que admitir que encontraba aquel tema interesante.
—Me avergüenza confesar que no entiendo demasiado sobre esta cuestión, Rebba. Pero ahora me doy cuenta de muchas cosas.
—Aprendes muy rápido, Eskkar, todos nos hemos dado cuenta. —El granjero acompañó sus palabras con una amplia sonrisa y luego sus ojos se posaron en Trella—. Pero eso es bueno. Si vas a defender la aldea, debes interesarte por todo esto. Y no te avergüences de tu desconocimiento; muy pocos en Orak son capaces de comprender. Es como el misterio de los números. Sin embargo, para ti no representa ningún problema.
Eskkar nunca había pensado en los números como misteriosos. Difíciles, sí, y había visto a muchos hombres que nunca habían sobrepasado el concepto básico de los diez dedos. Pero como soldado, él se había visto obligado a contar muchas cosas.
Como todos, había empezado con los dedos y algunas piedrecillas. Usaba los dedos para contar hasta diez, luego movía una piedra de una mano a la otra y comenzaba otra vez. Cuando terminaba, contaba las piedrecillas, sabiendo que cada una representaba diez. De este modo, podían contar los hombres que tenía, y los de su adversario. También las flechas, caballos, armas, e incluso cuántos puñados de grano podía darle de comer a su caballo.
—No sabía que contar fuera un misterio —dijo—, aunque admito que me resulta difícil cuando la suma es muy superior a cien.
—Pues deberías considerarlo un gran enigma, y creo que fue descubierto cuando los hombres aprendieron a cultivar la tierra. Aprendimos a guardar el grano en bolsas, cestas y sacos y luego a contarlos para almacenarlos o para comerciar. Los campesinos aprendieron cómo distribuir los granos entre ellos, y también tuvieron que aprender cuántas hogazas de pan producía cada saco. Asimismo hubo que dividir la tierra para que cada agricultor dispusiera de una parcela del mismo tamaño. Ahora sabemos contar por miles, y hemos aprendido a marcar esos números en arcilla, para tener un registro permanente. —Rebba bebió un sorbo de su copa antes de continuar—. ¿Sabías que un comentario tuyo, hace unos meses, me convenció para apoyar tu plan de enfrentarnos a los bárbaros? Fue cuando mencionaste la posibilidad de que los Alur Meriki regresaran al cabo de cinco o diez años. Tienes razón con respecto a sus migraciones. Lo que debemos hacer es romper ese ciclo migratorio. Por eso decidí quedarme y resistir. Puede que fracasemos, pero debemos intentarlo. No podemos seguir reconstruyendo todo lo que creamos cada diez años a capricho de cada banda de ladrones que pasa. Las cosechas son demasiado preciosas para perderlas, aunque sea sólo durante una temporada.
—¿Qué tiene de valor una cosecha? —preguntó Eskkar, curioso—. Se han quemado cosechas muchas veces. Siempre pueden volver a plantarse.
—Ah, ¡volvemos a los misterios! —respondió Rebba, sonriendo una vez más mientras se levantaba—. Ven. Demos una vuelta por las plantaciones.
Caminaron hacia el fondo del recinto hasta llegar a un estrecho sendero de tierra que serpenteaba entre los canales. Unas piedras planas que podían ser movidas con facilidad y que apenas dejaban espacio para el cruce de un carro actuaban a modo de puente sobre los canales de riego. Al instante se vieron rodeados de campos cultivados, grandes extensiones cubiertas de altas plantas de trigo y centeno, otras más pequeñas con guisantes, lentejas, remolachas e incluso algunos melones. En otro campo crecía el lino, del que incluso Eskkar sabía que no era bueno como alimento, pero sus fibras se utilizaban para los tejidos. Y había muchas plantas que el capitán no pudo reconocer.
El olor de los animales había desaparecido y ahora el aroma del aire se había vuelto extrañamente agradable a causa de las plantas en distintas fases de crecimiento. Los árboles frutales y los jazmines se sumaban a aquel sorprendente perfume, difícil de definir en conjunto, aunque placentero.
Rebba los condujo por un estrecho camino y pronto estuvieron rodeados de trigo, aún verde, pero lo suficientemente alto para alcanzar sus rodillas.
—Éste es trigo de grano doble —dijo señalando el campo a su izquierda—. Y éste de grano simple. Éstas son las dos cosechas más importantes de esta granja. De estas plantas sacamos las semillas que luego molemos para hacer la harina para el pan. El trigo es la planta que más rendimiento da por hectárea.
Rebba se movió entre las plantas, examinando algunas con cuidado y echando un vistazo a otras. Finalmente seleccionó un puñado de trigo de una de ellas y, momentos más tarde, otro de otra planta. Luego se reunió con sus aprendices.
—Aquí tienes, Eskkar, mira estas espigas de trigo. —El granjero sostuvo una en cada mano y se las tendió al capitán—. Ahora dime cuál de las dos plantarías el año próximo y con cuál harías harina.
Eskkar observó las espigas, primero una y después la otra.
—No encuentro diferencia entre ellas —respondió—. Parecen idénticas.
Rebba se las ofreció entonces a Trella.
—Y tú, ¿cuáles elegirías?
Trella las examinó con mayor atención que Eskkar. Cogió una y luego la otra en sus manos, se las acercó a los ojos y las miró cuidadosamente.
—También me parecen idénticas, noble Rebba. Aunque, quizás en una de ellas los granos sean un poco más grandes que en la otra.
—Tienes buenos ojos, Trella —afirmó Rebba—. Sí, esta planta está produciendo semillas algo más grandes que la otra. —Dejó caer las espigas al suelo y examinó las restantes—. Ésta y otras parecidas a ella se usarán como simiente para la próxima cosecha. Cuando estemos listos para recoger el grano, mis campesinos examinarán cada planta, seleccionando primero aquellas que producen semillas de mayor tamaño, hasta que tengamos suficientes para sembrar el año próximo. —Se acercó las espigas a la nariz y luego masticó una de las semillas—. Obviamente, debemos probarlas para asegurarnos de que la harina resultante no sea demasiado áspera o amarga. No nos serviría de nada que la próxima cosecha sea de baja calidad y el pan resultara amargo. Si lo hiciéramos, nadie lo comería, y la ganancia de lo que vendemos a lo largo del río sería menor.
Eskkar sacudió la cabeza. Las semillas le parecían todas del mismo tamaño.
—Entonces, ¿las semillas más grandes serán plantadas para dar inicio a la próxima cosecha? ¿Por qué es tan importante?
—¿Sabes cuánto trigo produce una hectárea de tierra, Eskkar?
El capitán negó con la cabeza.
—Ni siquiera estoy seguro de cuánto es una hectárea.
—Ah, me he adelantado —se disculpó Rebba—. Una hectárea es un cuadrado de tierra de cien pasos de lado exactamente. —Esperó a que Eskkar asintiera en silencio—. Cada hectárea de tierra nos da, más o menos, treinta y tres sacos de grano. De cada uno, después de ser molidos, salen unas setenta hogazas de pan. En esta granja hay plantadas treinta hectáreas con trigo, así que recogeremos casi mil sacos. Algunos se guardarán para la próxima siembra, otros serán para los agricultores y sus familias, y otros se los comerán los ratones o se echarán a perder durante el almacenamiento o el transporte. Digamos entonces unos trescientos sacos. Los restantes setecientos podrán ser almacenados o vendidos. Con el producto de la venta podemos pagarles a los herreros nuestras herramientas, a los carpinteros nuestros arados, a los albañiles nuestras casas y a los mercaderes cualquier otra cosa que necesitemos. Y no te olvides de los pastores, de cuyos animales nos servimos o vendemos su carne. —Rebba sonrió a Eskkar—. Con todo ese exceso de comida que produce esta granja, y otras como ésta, los dueños de la tierra de los alrededores de Orak podemos permitirnos el más caro de los lujos: contratar soldados y satisfacer su insaciable sed de armas y caballos.
¡Mil sacos de trigo! Eskkar no salía de su asombro. Y aquello era el resultado de una sola granja. Había docenas de ellas bordeando Orak, aunque no muchas eran tan grandes como la de Rebba.
—No sabía que se podía cosechar tanto, Rebba.
—Orak tiene la fortuna de poseer un suelo fértil y agua en abundancia. A pocos kilómetros del río, las granjas producen mucho menos. Cuanto más te alejas del Tigris, menor es la cosecha; y algunas veces, las granjas sólo recogen lo imprescindible para alimentar a quienes las trabajan. A partir de ahí, las tierras son demasiado secas para sustentar al más pobre y desesperado de los campesinos. Por eso hemos preferido arriesgar nuestras vidas quedándonos aquí y enfrentándonos a los bárbaros. —El granjero sacudió la cabeza, desconcertado por la estupidez humana, antes de proseguir—. Así pues, ya ves, cada ciclo del crecimiento de las plantas y de su cosecha es importante. Ahí tienes la respuesta a tu pregunta, Eskkar. Las semillas más grandes van a la tierra, y de la próxima cosecha seleccionaremos una vez más las semillas más grandes. De este modo, a lo largo de los años aumentaremos poco a poco la cantidad de trigo que podemos recolectar por hectárea. Cada estación producimos un poco más de comida, porque seleccionamos y plantamos con cuidado. —Se volvió hacia Trella—. Ése es el misterio. El ciclo se repite cada estación: siembra, crecimiento, cosecha, selección y siembra. Y con cada ciclo alimentamos a más gente. O compramos más armas. Por esa razón, no queremos perder ni siquiera una cosecha a manos de los bárbaros. Cuando una cosecha es destruida, o se daña la tierra, el trabajo de diez o veinte años también desaparece, y la siguiente vez la producción será más pequeña. Es posible que no contemos con comida suficiente para los nuestros. Esta estación hemos sembrado anticipadamente, a causa del avance de los bárbaros. Cosecharemos antes, pero el rendimiento será menor. Y las semillas de esta estación deberán ser almacenadas en Orak, ocultas en graneros bajo tierra para que, incluso si la aldea es derrotada, nuestras familias, al otro lado del río, puedan encontrarlas para la próxima siembra.
—Eskkar no permitirá que la aldea sea derrotada, noble Rebba —dijo Trella.
Rebba los miró a ambos.
—Cuando Nicar anunció su decisión de quedarse a combatir, yo tenía grandes dudas sobre nuestras posibilidades. Sin embargo, no me fui, aunque sabía que mis tierras serían quemadas o inundadas. —Sacudió la cabeza con tristeza—. Volvamos a la casa. Todavía tengo mucho que enseñaros. —Levantó la vista al sol y vio que había transcurrido casi una hora—. Nunca serás un campesino, Eskkar, pero cuando el sol se haya ocultado, habrás comprendido, al menos, el valor que posee una granja.
Durante el resto de la tarde, el noble les habló sobre cada cultivo, explicándoles las diferencias entre los distintos tipos de trigo, cómo se sacaba el lino de la planta y cómo se criaban los animales. Al final, examinaron los canales de riego que llevaban el agua no sólo a todos los rincones de la granja, sino que se extendían hasta las tierras colindantes, propiedad de otro poblador acomodado.
Rebba y su familia conocían a fondo el tema del agua, por lo que pudo explicarles cómo se estrechaban los canales cada vez más, mientras llevaban, con precisión, la cantidad de agua adecuada a cada terreno.
—El agua debe circular con la fuerza oportuna. Si hay demasiada presión, no podemos controlar el flujo del agua. La cantidad necesaria para regar las plantas también es importante. Si es demasiada, las plantas se ahogan o se pudren; si no llega suficiente, se mueren por el calor. Si el agua trae una fuerza excesiva, los canales pueden derrumbarse. Si es escasa, se evapora antes de llegar a su destino.
Eskkar ya conocía algunas de aquellas cuestiones, aunque de modo superficial y sin entender realmente la importancia que tenía la conducción del agua a través de los canales de irrigación. El agua era otro de los misterios, una llave para acceder a un misterio mayor. Entre los pozos y el río había suficiente para todos, incluidas las granjas y todos los rebaños.
Y el agua era de buena calidad. Nadie enfermaba por beber la de Orak y sus alrededores. Con frecuencia, en otras tierras, Eskkar se había encontrado mal y había visto morir a hombres por consumir agua contaminada. Sabía que en las tierras secas, lejos del río, los pozos solían producir un agua amarga que podía causar mucho daño incluso a un hombre sano y fuerte.
Comprendió también en aquel momento que el agua del río no beneficiaba a los campesinos. Lo que hacía que las granjas funcionaran eran los conductos de riego que llevaban el agua a donde era necesaria. El río simplemente proporcionaba la fuerza para mover el agua, mientras que Rebba y su gente la canalizaban. No se había dado cuenta de lo imprescindible que era aquella red de canales que cruzaban los terrenos, o de la complejidad de su diseño y construcción.
Cuando Eskkar y Trella se marcharon de casa de Rebba ya había caído la noche y uno de los guardias llevaba una antorcha para iluminar el camino. El cocinero les había guardado la cena. Decidieron comer a solas en la estancia superior. Eskkar habló poco; seguía pensando en todo lo que había dicho el granjero. Cuando terminó de comer, se detuvo a examinar el pedazo de pan que había quedado en su plato.
—Esta noche estás muy callado, Eskkar —comentó Trella cuando terminó su cena—. ¿Ha dicho Rebba algo más de lo que hubieras querido saber sobre las granjas?
Él la miró.
—Hasta hoy siempre había creído que la agricultura era una ocupación apropiada para los demasiado débiles para luchar o demasiado torpes para aprender un oficio. Pero he comprendido que es el más difícil de los trabajos, y el más importante para la aldea.
—Lo fundamental es que ahora entiendes cómo funciona el poblado. Has comprendido cómo producen los granjeros sus cosechas y negocian con los comerciantes, cómo fabrican los artesanos sus herramientas y edifican los constructores las casas. También conoces el proceso de fabricación del bronce y cómo se benefician los barqueros de su oficio. De ahora en adelante, cuando los nobles te hablen, sabrás no sólo lo que dicen, sino también cómo piensan.
Eskkar no respondió. La muchacha se levantó, recogió los platos vacíos y salió de la estancia. Él casi ni se dio cuenta de su ausencia. Permaneció sentado, pensando no sólo en lo que había dicho Rebba, sino también en las palabras de Trella.
Él había vivido en poblados o en sus proximidades la mitad de su vida y nunca les había dedicado ni uno solo de sus pensamientos. Una aldea era únicamente un lugar para conseguir comida o vino, comprar o reparar sus armas, intercambiar caballos o pasar una noche en relativa calma. Algunas eran grandes, otras pequeñas, pero siempre estaban rodeadas de granjas y rebaños, un hecho tan frecuente que era casi invisible. Pero ahora comprendía el verdadero papel de las granjas. En ellas residía la verdadera riqueza.
Siempre había codiciado el oro. Con él uno podía comprar comida, armas, caballos, e incluso hombres. Desde que abandonara Alur Meriki, el oro, o la ausencia de él, había sido siempre el elemento más importante en su vida, lo que le impulsaba a ir de un lado a otro, de combate en combate. Ahora comprendía que era menos que nada. Los campesinos en sus granjas creaban el oro. Al producir grano y otros alimentos, daban inicio a un proceso que era como si extrajeran el oro de la tierra. Las granjas eran la base de todas las actividades de Orak. Sin ellas, no existiría. Sin la aldea, tampoco habría artesanos, herreros, nobles o soldados. Sin las granjas, no haría falta una muralla para defender el poblado.
De repente, comprendió algo sobre Alur Meriki. Sus jefes tenían también que entender los mismos misterios. ¿Cuál sería la razón, entonces, de que siempre quemaran o destruyeran las granjas por las que pasaban? No era únicamente para apoderarse de las cosechas, asesinar a los campesinos o arrasar las tierras. La gente de las estepas había comprendido la necesidad de mantener lo más baja posible la producción de las cosechas para que la población de campesinos y granjeros no creciera tanto como para, algún día, poder enfrentarse a ellos. Tal como había sucedido con Orak.
Si la producción agrícola de Orak aumentaba todavía más, habría más hombres dispuestos a luchar. Esto llevó a Eskkar a darse cuenta de otra cosa. El resto de las aldeas diseminadas a la orilla del río contaba con sus propias costumbres y sus nobles. Pero si todas ellas fueran sometidas al control de Orak, entonces los excedentes pasarían a formar parte de su riqueza, acrecentando su poder.
La explicación de Rebba sobre la siembra y cosecha de las plantaciones le había revelado uno de los misterios de la vida. Ahora se había dado cuenta de otro, uno que Trella, Nicar y los nobles ya conocían. Los pobladores podían basarse en sus oficios para sobrevivir, pero todos dependían de las granjas para crear la riqueza que le permitía a Orak crecer y prosperar y que hacía posible que el oro circulara.
La idea del oro le hizo sonreír. Recordó lo que había pensado cuando Nicar le envió la paga de su primer mes. El placer que había experimentado ante las veinte piezas de oro le parecía ahora casi infantil. La verdadera fortuna estaba en los campos. Las monedas doradas que pasaban de mano en mano eran sólo otra forma de almacenar alimentos. En aquellos últimos meses había concedido al oro cada vez menos valor. Ahora comprendía que era un medio para lograr un objetivo, algo que necesitaba para poder construir la muralla y pagar a los soldados, pero sólo se trataba de una herramienta. Trella había comprendido aquello desde el principio.
Un ruido le hizo alzar la vista. Vio a la muchacha observándolo desde la puerta.
—¿Hace mucho que estás ahí? —Se movió en la silla y extendió la mano hacia ella.
—Parecías ensimismado y no quise distraerte. ¿Sigues pensando en Rebba y en su granja?
Atravesó la estancia y le cogió la mano.
El la agarró por la cintura y la abrazó, apoyando el rostro contra sus pechos, y luego la sentó en su regazo.
—No. Pensaba en ti. ¿Sabes que eres muy sabia para ser tan joven?
Ella le rodeó el cuello con los brazos y se recostó contra su pecho.
—Ya no soy tan joven, Eskkar. Algunas de mi edad ya tienen dos hijos. Ahora soy sólo una mujer… tu mujer.
—Sí, mujer —respondió, mirándola a los ojos—. ¿Cuánto oro crees que me costarías hoy en día?
La extraña pregunta la sorprendió e hizo asomar la duda a sus ojos.
—Entonces, ¿quieres venderme?
Con los dedos recorrió el cabello de Trella, disfrutando de aquella sensación.
—Hoy Rebba me ha explicado muchas cosas. Pero también he aprendido cuál es el verdadero valor del oro. —La besó con dulzura—. Ahora sé por qué, para mí, vales más que todo el oro de la tierra. —Volvió a besarla, esta vez con pasión, y dejó que su mano le recorriera el cuerpo—. Me parece que es hora de ir a la cama.
—Sí, amo —le respondió, y comenzó a abrazarle. Pero su sonrisa y su mirada prometían más, mucho más.