7
Rojer
318 d. R.
Rojer iba detrás de su madre mientras ella barría la posada. El niño imitaba con una pequeña escoba los enérgicos movimientos de su progenitora. Esta le dirigió una sonrisa y le alborotó el radiante pelo rojo. El pequeño le devolvió la sonrisa. Tenía tres años.
—Barre detrás del fogón, cielo.
Él se apresuró a obedecerla y rascó las grietas entre el hogar y la pared con las cerdas del cepillo, provocando una lluvia de cenizas y cortezas. Su madre recogió los restos y los agrupó en un pulcro montón.
Se abrió la puerta y entró el padre de Rojer con los brazos llenos de leña. Dejó un rastro de cortezas y suciedad al cruzar la habitación.
—Acabo de barrer el cuarto, Jessum —le chilló su esposa.
—Y yo la he ayudado —proclamó el chiquillo con orgullo.
—Eso es cierto, pero tu padre lo ha manchado todo.
—¿Quieres que nos quedemos sin leña por la noche, cuando el duque y su séquito estén en el piso de arriba?
—Su Gracia no va a llegar aquí hasta dentro de una semana —replicó Kally.
—Más vale trabajar ahora que hay poco jaleo en la taberna, Kally —respondió Jessum—. No nos han dicho cuántos cortesanos acompañarán al duque, y nos harán correr de un lado para otro como si el pequeño Pontón fuera la mismísima Angiers.
—Si quieres hacer algo útil, los grafos de ahí fuera están empezando a descascarillarse.
Él asintió.
—Ya lo he visto. La madera se ha pandeado tras la última ola de frío.
—Se suponía que el Maestro Piter iba a tenerlo solucionado la semana pasada —le recordó Rally.
—Hablé con él ayer —contestó Jessum—. Lo está aplazando todo para encargarse del trabajo en el puente, pero asegura que estarán preparados para cuando llegue el duque.
—Lo del duque a mí no me preocupa. Piter tiene un único interés: causarle buena impresión al duque para conseguir una encomienda jugosa. Yo tengo preocupaciones más sencillas, como que no nos despedace un abismal por la noche.
—Vale, vale —cedió Jessum, alzando las manos—. Hablaré con él otra vez.
—Tú te crees que Piter sabe bien lo que se hace, pero Rhinebeck ni siquiera es nuestro duque —le recordó ella.
—Es el único que está lo bastante cerca para ayudarnos si necesitásemos socorro enseguida. A Euchor le importa un comino Pontón mientras los Enviados puedan cruzar el río y reciba a tiempo los impuestos.
—Abre los ojos y ve la luz —le contestó Kally—. Si Rhinebeck se acerca, lo hace porque también olfatea el dinero del pontazgo. Antes de que Rojer cumpla otro verano vamos a estar pagando impuestos a los duques de las dos orillas.
—¿Y qué deberíamos hacer? —preguntó Jessum—. ¿Desairar a un duque que está a un día de camino a favor del que está al norte, a dos semanas de viaje?
—No digo que le escupamos en un ojo, pero no veo a qué viene tanto interés por impresionarlo en vez de proteger nuestras propias casas.
—He dicho que iría, Kally.
—Pues hazlo, que ya pasa de mediodía, y llévate a Rojer contigo. Quizá eso le recuerde qué es realmente importante.
Jessum disimuló su enfado y se acuclilló ante su hijo.
—¿Quieres ir a ver el puente, Rojer?
—¿Para pescar? —preguntó el niño, pues le encantaba pescar junto al puente en compañía de su padre.
Jessum rio y cogió en brazos al niño.
—Hoy no. Mamá quiere que tengamos unas palabritas con Piter.
El padre sentó a Rojer sobre sus hombros.
—Ahora, sujétate fuerte —le ordenó.
El pequeño se aferró a su progenitor, notando en las palmas su rostro rasposo a causa de la barba incipiente, cuando este se agachaba para salir por la puerta.
El trayecto hasta el puente era corto. Pontón era pequeño incluso para ser una aldehuela: un puñado de casas y tiendas, los barracones de los hombres de armas encargados de recaudar el impuesto de paso y la taberna de sus padres. Rojer saludó con la mano a los guardias cuando pasaron por delante de la casa del pontazguero. Ellos le devolvieron el gesto.
El puente permitía salvar el río Entretierras en el punto más estrecho del caudal. Lo habían construido hacía generaciones, tenía dos arcos, una extensión de unos noventa metros y un ancho de calzada suficiente para que cupieran al mismo tiempo una carreta grande flanqueada por un caballo a cada lado. Un equipo de ingenieros milneses se encargaban del mantenimiento diario de los cables y los estribos. El Camino de los Enviados, el único existente, se prolongaba en ambas direcciones hasta donde alcanzaba la vista.
El maestro Piter se hallaba en la orilla opuesta, dando órdenes a voz en grito por encima del pretil. Rojer siguió la dirección de su mirada y vio a los aprendices colgando de cuerdas mientras trazaban grafos en la parte inferior del puente.
—¡Piter! —le llamó el posadero cuando estuvieron en la mitad del puente.
—Hola, Jessum —contestó el Protector. Jessum dejó al niño en el suelo y los dos hombres se estrecharon las manos.
—El puente tiene buen aspecto —observó el padre de Rojer. El Protector había sustituido la mayor parte de los sencillos grafos pintados por otros de caligrafía más intrincada grabados sobre madera lacada y pulida.
Piter sonrió.
—El duque se va a cagar en las calzas cuando vea mis grafos de protección —aseguró.
—Kally está sacándole brillo a la posada, tal y como hablamos.
—Deja satisfecho al duque y tu futuro estará asegurado —dijo el Protector—. Un elogio en los oídos adecuados y podríamos llevar nuestros negocios en Angiers y no en este aldeorrio.
—Este «aldeorrio» es mi hogar —replicó Jessum, torciendo el gesto—. Mi abuelo nació en Pontón y si me dan vela en ese entierro, mis nietos también lo harán.
El maestro asintió.
—No tenía intención de ofenderte —se excusó—. Es sólo que echo de menos Angiers.
—Pues entonces, vuelve. El camino está expedito y un Protector como tú no ha de temerle mucho a pasar una sola noche a cielo descubierto. No necesitas al duque para eso.
Piter negó con la cabeza.
—Angiers está atestada de Protectores. Allí sólo sería una hoja más en un bosque, pero si contara con el favor ducal sería como si la suerte llamara a mi puerta.
—Bueno, es mi puerta lo que hoy me preocupa —dijo Jessum—. Los trazos se están descascarillando, y Kally no cree que aguanten esta noche. ¿Puedes venir a echarles un vistazo?
El Protector resopló.
—Como te dije ayer…
—Sé qué me dijiste, Piter —le atajó el tabernero—, pero insisto: no basta. No quiero tener a mi pequeño durmiendo detrás de unas protecciones débiles sólo para que tú puedas hacer más bonitas las del puente. ¿No puedes hacer un apaño para la noche?
Piter soltó un salivazo.
—Puedes hacerlo tú mismo, Jessum. Basta con trazar las líneas. Yo te haré el diseño.
—Rojer hace mejores grafos que yo, y eso no es todo, si la pifio y los abismales no me matan, mi mujer lo hará.
Piter puso cara de pocos amigos y estaba a punto de replicar cuando se oyó un grito procedente del camino.
—¡Ah del Pontón!
—¡Geral! —saludó Jessum.
Rojer alzó la vista con súbito interés al reconocer la figura corpulenta del Enviado. Salivó nada más verlo, pues Geral siempre tenía una golosina para él.
Junto al Enviado cabalgaba un extranjero vestido con una botarga, el característico vestido de colores de los Juglares, lo cual predispuso bien al pequeño, que pensó en el último Juglar que había cantado, bailado y caminado sobre las manos, y saltó de entusiasmo. Los espectáculos de Juglares eran su pasatiempo favorito.
—Cada vez que me voy creces quince centímetros, pequeño Rojer —gritó Geral antes de detener a su montura y saltar para coger al pequeño.
El alto Geral tenía la constitución de un tonel para agua de lluvia, un rostro redondeado y la barba entrecana. Antes, el niño le tenía un poco de miedo con esa cota de mallas y la cicatriz de la herida causada por un demonio que le fruncía el labio en un gesto de enfado, pero ya no. Ahora se reía cuando Geral le hacía cosquillas.
—¿En qué bolsillo? —preguntó el recién llegado, sosteniendo al muchacho con los brazos extendidos.
El niño eligió de inmediato. Geral siempre guardaba los dulces en el mismo sitio.
El gigantón soltó una risotada mientras sacaba un dulce envuelto en una hoja de maíz. Rojer profirió un chillido y se dejó caer al suelo para desenvolverlo.
—¿Qué te trae a Pontón esta vez? —le preguntó el posadero a Geral.
El Juglar echó hacia atrás su capa con un floreo y se adelantó. Era un hombre alto de largos cabellos rubios blanqueados por el sol y una barba castaña. Tenía una perfecta mandíbula cuadrada y la piel bronceada por el sol. Encima de la botarga llevaba un fino tabardo con el blasón del duque: un ramillete de hojas verdes sobre un campo marrón.
—Soy Arrick Melodía —se presentó él mismo—, maestro Juglar y heraldo de Su Gracia el duque, Rhinebeck III, guardián de la Fortaleza del Bosque, detentador de la Corona de Madera y señor de todo Angiers. He venido a inspeccionar el pueblo antes de la llegada de Su Gracia la semana próxima.
—¿El heraldo del duque es un Juglar? —preguntó Piter a Geral, enarcando una ceja.
—Nadie mejor para las aldehuelas —replicó el Enviado con un guiño—. La gente se siente menos tentada de apedrear a un hombre cuando les da la noticia de una subida de los impuestos mientras hace juegos malabares para sus hijos.
Arrick puso mala cara, pero Geral se limitó a reírse.
—Sé un buen hombre y busca al posadero para que se haga cargo de nuestros caballos —dijo, dirigiéndose al padre del niño.
—Yo soy Jessum Inn, el posadero —repuso el padre de Rojer, tendiéndole la mano—, y este es mi chico.
Ladeó la cabeza en dirección al muchachito.
Arrick Melodía hizo caso omiso a la mano y al niño y materializó de la nada una luna de plata antes de lanzarla a Jessum, que cogió la moneda y la miró con curiosidad.
—Los caballos —repitió Arrick con mordacidad.
El posadero torció el gesto, pero se metió la moneda en el bolsillo y se encaminó hacia los animales. Geral tomó sus propias riendas y se despidió de él con la mano.
—Sigo necesitando que revises mis grafos, Piter —insistió Jessum—. Te arrepentirás si debo enviarte a Kally para que te lo recuerde a gritos.
—A este puente le queda todavía mucho por hacer antes de que llegue Su Gracia, ¿no? —apuntó Melodía.
El maestro Protector se envaró un poco al oír aquello y dirigió una mirada de acritud a Jessum.
—¿Deseáis dormir esta noche detrás de unas protecciones desgastadas, maestro Juglar? —preguntó el posadero.
El bronceado Arrick palideció al oír aquello.
—Yo les echaré un vistazo si te parece bien —se ofreció Geral—. Puedo hacer un apaño si no están demasiado mal y acudiré a Piter si están muy dañadas.
El Enviado golpeó el suelo con la lanza y dirigió una mirada dura al Protector. Piter abrió los ojos y asintió en señal de haber comprendido.
Geral cogió al niño y lo sentó en lo alto de su enorme corcel.
—Agárrate fuerte, zagal, vamos a dar una vuelta.
Rojer se echó a reír y aferró la crin del caballo mientras Geral y su padre conducían las monturas hacia la taberna. Arrick andaba a grandes zancadas delante de ellos, como un señor seguido por sus siervos.
Kally estaba esperando en la puerta.
—¡Geral, qué agradable sorpresa! —gritó.
—¿Y esa quién es? —preguntó el Juglar mientras se alisaba los cabellos y la ropa de forma precipitada.
—Es Kally —contestó Jessum, y cuando no vio desaparecer el centelleo en los de Melodía, agregó—: Mi esposa.
Arrick pareció no oírlo: anduvo a paso largo hasta llegar ante ella e hizo una gran reverencia, echando hacia atrás la capa.
—Un placer, señora —la saludó, besándole la mano—. Soy Arrick Melodía, maestro Juglar y heraldo de Su Gracia el duque, Rhinebeck III, guardián de la Fortaleza del Bosque, detentador de la Corona de Madera y señor de todo Angiers. Su Gracia el duque quedará muy complacido al ver a semejante belleza cuando visite vuestra magnífica posada.
Kally se llevó la mano a la boca y las mejillas se le encendieron hasta ponerse tan coloradas como su pelo. Luego, le correspondió con una desmañada reverencia.
—Usted y Geral han de estar cansados —dijo ella—. Entren y les serviré algo de sopa caliente mientras preparo la cena.
—Le quedaríamos muy agradecidos, mi buena señora —dijo Arrick con otra reverencia.
—Geral me ha prometido echar un ojo a nuestras protecciones antes de que se haga de noche —anunció Jessum.
—¿Qué…? —preguntó Kally, apartando los ojos de la apuesta sonrisa de Arrick—. Ah, bien, vosotros atad a los caballos y ved eso mientras le muestro su habitación al maestro Arrick y me pongo a hacer la cena.
—Una idea magnífica —observó el Juglar, ofreciéndole un brazo al entrar.
—No le quites el ojo a Arrick mientras esté cerca de tu mujer —murmuró Geral—. Le apodan Melodía porque es capaz de poner húmeda a cualquier fémina y jamás lo he visto detenerse ante un voto matrimonial.
Jessum torció el gesto.
—Rojer —dijo, bajándole del caballo—, entra corriendo y quédate con mamá.
El niño asintió y se fue corriendo con gran ruido.
—El último Juglar comió fuego —dijo el niño—. ¿Puede usted comer fuego?
—Puedo hacer eso y también escupirlo como si fuera un demonio de las llamas.
Rojer aplaudió y Arrick se volvió para contemplar a Kally, que estaba inclinada detrás de la barra para llenarle una jarra de cerveza. Se había soltado el pelo.
El pequeño volvió a tirarle de la capa. El Juglar intentó ponerla fuera de su alcance, pero entonces Rojer le tiró de la pernera.
—¿Qué pasa? —preguntó Melodía, volviéndose hacia él con fastidio.
—¿Y también canta usted? Me encantan las canciones.
—Puede que te cante algo después —repuso Arrick, dándose la vuelta.
—Oh, interpreta alguna cancioncilla para él —le suplicó Kally mientras ponía una espumosa jarra de cerveza sobre el mostrador, delante del forastero—. Eso le haría muy feliz.
Ella sonrió, pero los ojos de Melodía ya habían descendido hasta el botón más alto de su vestido, que se había desabotonado misteriosamente mientras le traía la bebida.
—Por supuesto —aceptó Arrick con una resplandeciente sonrisa—. Dadme un momento para que me quite el polvo del camino de la garganta con un sorbo de vuestra magnífica cerveza.
No apartó los ojos del escote de la posadera mientras la vaciaba de un trago. Luego, echó mano a una bolsa multicolor del suelo. Kally le volvió a llenar la jarra mientras él afinaba el laúd.
Arrick tenía una poderosa y nítida voz de barítono. Rasgueó suavemente el laúd para acompañar una canción sobre una labriega que echaba de menos la oportunidad de amar a un hombre antes de que este se fuera a las Ciudades Libres y arrepentirse para siempre. Kally y Rojer la contemplaron maravillados, cautivados por el sonido. Lo aplaudieron a rabiar al final de la tonada.
—¡Más, más! —chilló el niño.
—Ahora no, muchacho —le dijo Arrick, alborotándole el pelo—, quizá después de la cena. Ten, ¿por qué no intentas tocar tu propia música? —sugirió mientras sacaba de la bolsa multicolor un xilófono, consistente en varias láminas pulidas de palisandro dispuestas sobre un marco de madera lacada al cual iba sujeta por un fuerte cordel una baqueta.
—Anda, toma esto y ve a tocar algo por ahí mientras yo hablo con tu encantadora madre.
Rojer gritó de gozo, aceptó el regalo y se lo llevó corriendo para ponerlo sobre el suelo de madera y golpear las láminas de diferentes tamaños y deleitarse en los claros sonidos obtenidos.
Kally rio ante esa imagen.
—Un día de estos me dirá que quiere ser Juglar —dijo ella.
—No hay demasiada clientela, ¿no? —inquirió Arrick, abarcando las mesas vacías del comedor con un gesto de la mano.
—Bueno, está hasta los topes a la hora del almuerzo —contestó Kally—, pero en esta época del año no tenemos demasiados huéspedes, salvo algún Enviado ocasional.
—Atender una posada vacía ha de ser muy solitario —dijo Arrick.
—A veces —concedió Kally—, pero tengo a Rojer para mantenerme muy ocupada. Es muy travieso y da mucho trabajo aun cuando esto está tranquilo, y es terrible durante la estación de las caravanas, cuando los conductores se emborrachan y cantan hasta las tantas, pues ese alboroto lo mantiene despierto.
—Imagino que también a ti te cuesta dormir.
—Un poco —admitió ella—, pero no para Jessum, él duerme suene lo que suene.
—¿Ah, sí? —preguntó Arrick, deslizando la mano sobre las de la posadera. Ella abrió los ojos y contuvo la respiración, pero no las retiró.
La puerta de la entrada se abrió de golpe.
—¡Los grafos están reparados! —anunció Jessum.
Kally reprimió un grito y retiró las manos de la de Arrick tan deprisa que vertió la cerveza por la barra. Enseguida agarró un trapo para limpiarla.
—¿Sólo eso? —preguntó con voz vacilante y manteniendo los ojos bajos para ocultar el rubor de las mejillas.
—Le ha ido por los pelos —intervino Geral—. La verdad, habéis tenido suerte de que hayan durado tanto. He reforzado el peor de todos y mañana voy a tener una conversación con Piter. Voy a verlo sustituyendo todas las protecciones de esta posada aunque deba traerle a punta de lanza.
—Gracias, Geral —dijo Kally, lanzando a Jessum una mirada esquiva.
—Sigo limpiando los establos —informó el posadero—, por lo que he sujetado los caballos con maneas en el círculo portátil de Geral.
—Eso está bien —contestó Kally—. Lavaos todos. La cena estará lista enseguida.
—Delicioso —aseguró Arrick, que había bebido ingentes cantidades de cerveza durante la cena.
Kally había asado una pierna de cordero con costra de hierbas, y había servido el mejor trozo al heraldo del duque.
—Supongo que no tendrás una hermana tan hermosa como tú, ¿verdad? —preguntó entre bocado y bocado—. Su Gracia está de nuevo en el mercado y busca novia.
—Tenía entendido que el duque ya tenía esposa —contestó ella, sonrojándose cuando le rellenó la jarra.
—Y la tiene —refunfuñó Geral—: La cuarta.
Arrick resopló.
—Y tan poco fértil como las anteriores, me temo, si hay algo de verdad en los rumores de palacio. Rhinebeck va a seguir buscando esposas hasta que una le dé un hijo.
—Quizá lleves razón en eso —concedió el Enviado.
—¿Cuántas veces van a permitirle los Pastores presentarse ante el Creador y prometer que será «para siempre»?
—Todas cuantas sea necesario —aseguró Arrick—. Lord Janson tiene en el bolsillo a los Hombres Santos.
Geral escupió.
—No está bien que los hombres del Creador se envilezcan para…
—Se dice —intervino el Juglar, alzando un dedo a modo de aviso— que hasta los árboles tienen oídos para escuchar a quienes hablan contra el primer ministro.
Geral torció el gesto, pero se mordió la lengua.
—Bueno, no es probable que encuentre una novia en Pontón —repuso Jessum—. No hay suficientes mujeres para los hombres del pueblo. Tuve que irme hasta el Paseo del Grillo para encontrar a Kally.
—¿Eres angersiana, querida? —preguntó Arrick.
—De nacimiento, sí, pero el Pastor me hizo jurar fidelidad a Miln durante la boda. Todos los pontonenses deben jurar fidelidad al duque Euchor.
—Por ahora —precisó el Juglar.
—Entonces es cierto lo que dicen: Rhinebeck viene a reclamar Pontón —dijo el posadero.
—Nada tan dramático —repuso Arrick—, Su Gracia tiene la impresión de que, como la mitad de los habitantes proceden de Angiers y el puente se construye y se mantiene gracias a la madera de su ducado, deberíamos tener… una… relación más estrecha —concluyó, mirando a Kally cuando esta volvía a sentarse.
—Dudo que Euchor quiera compartir Pontón —observó el posadero—. El Entretierras ha separado sus dominios durante mil años. Va a estar tan dispuesto a ceder esa frontera como a abdicar.
Arrick se encogió de hombros y sonrió de nuevo.
—Eso es cosa de duques y ministros —comentó, alzando la cerveza—. La gente normal como nosotros no debe preocuparse por tales cosas.
El sol se puso enseguida y en el exterior se oyeron agudos chispazos y chisporroteos completados por los destellos que se filtraban por los postigos cada vez que flameaban los grafos. Rojer odiaba aquellos sonidos discordantes y los alaridos subsiguientes. Se sentó en el suelo y empezó a golpear la matraca cada vez más fuerte en un intento de sofocarlos.
—Pues sí que han venido con apetito esta noche los abismales —musitó su padre.
—El ruido está perturbando a Rojer —dijo Kally, levantándose para acudir junto al pequeño.
—No temas —repuso Arrick, secándose la boca. Fue en busca de su bolsa multicolor y extrajo de la misma una fina funda de violín—. Haremos retroceder a esos demonios.
Puso el arco sobre la cuerda y de inmediato llenó la habitación con su música. El niño rio y dio palmas, feliz ahora que había olvidado todos sus temores. Su madre batió palmas con él y ambos marcaron el acompañamiento para la tonada de Arrick. Incluso Geral y Jessum comenzaron a seguir el ritmo.
—¡Baila conmigo, Rojer!
Kally rio, le tomó de la mano y le puso de pie.
Rojer intentó seguirle el ritmo cuando ella marcó los pasos, pero al final se tambaleó y ella lo alzó en brazos, besándolo mientras daba más y más vueltas por la habitación. El niño rio encantado.
De pronto se oyó un estrépito y Arrick levantó el arco de las cuerdas cuando todos se volvieron a ver cómo la pesada puerta de madera temblaba en el marco. El polvo liberado por el impacto flotaba perezosamente hacia el suelo.
Geral fue el primero en reaccionar. El hombretón se movió con una celeridad sorprendente hacia la lanza y el escudo dejados junto a la puerta. Los demás lo miraron durante unos largos instantes sin comprender.
Entonces, se oyó otro golpazo y unas gruesas garras negras atravesaron la madera. Kally gritó.
Jessum saltó hacia el hogar y tomó el pesado atizador de hierro.
—¡Mete a Rojer en el refugio de la cocina! —gritó en el momento que la puerta saltaba hecha astillas e irrumpía dentro de la casa un demonio de unos dos metros de estatura.
Geral y el posadero se volvieron para hacerle frente. La criatura volvió la cabeza y gritó cuando un ágil y menudo demonio de las llamas entró en la habitación a toda velocidad, colándose entre sus gruesas piernas.
Melodía tomó el escudo, apartó a Kally de un empujón cuando la mujer acudió a él con el niño en brazos para protegerse, recogió su bolsa de colores y echó a correr hacia la cocina.
—¡Kally! —gritó su esposo cuando ella cayó al suelo, rodando en el aire para proteger al niño y evitarle lo peor de la caída.
—Así acabes en el Abismo, Arrick —maldijo Geral al Juglar—, ojalá todos tus sueños acaben convertidos en polvo.
Un demonio de las rocas le propinó un golpe de revés con la mano, mandándole al otro lado de la habitación.
El demonio de las llamas se lanzó sobre Kally cuando todavía intentaba ponerse en pie, pero Jessum le dio un fortísimo golpe con el atizador y logró desviarlo de su trayectoria. El abismal cayó al suelo, que se prendió fuego ante su contacto abrasador.
—¡Vete! —gritó el posadero mientras ella se incorporaba.
Mientras huían de la habitación, Rojer observó por encima del hombro materno que el abismal escupía una llamarada sobre su padre, que gritó cuando sus ropas empezaron a arder.
La madre apretó al pequeño contra el pecho y gimió cuando cruzó la estancia. En la sala del comedor, Geral aulló de dolor.
Madre e hijo irrumpieron en la cocina, donde el Juglar había abierto de un tirón la abertura del refugio y se colaba en el agujero. Este echó hacia atrás la mano y buscó a tientas la pesada argolla de hierro para tirar de ella y cerrar la trampilla protegida con grafos.
—¡Espéranos, maestro Arrick! —chilló Kally.
—Un diablo —gritó el niño cuando un demonio de las llamas entró correteando en la cocina, pero su aviso llegó demasiado tarde: el impacto del golpe dejó a su madre sin aliento, aunque ella no soltó a su hijo a pesar de lo hondo que la bestia hundió las garras en su carne. Aulló cuando el abismal saltó sobre su espalda y clavó sus dientes afilados como cuchillos en el hombro de la posadera, cortando parte de la mano derecha de Rojer, que gritó.
—¡Rojer! —chilló ella mientras daba tumbos hacia el pilón de fregar antes de caer de rodillas.
La mujer aulló a causa del dolor y se estiró hacia atrás y aferró con fuerza uno de los cuernos del abismal.
—No… tendrás… a… mi… hijo… —gritó.
Se lanzó hacia delante, empujando el cuerno con todas sus fuerzas. El demonio se aferraba a la espalda de la mujer, por lo cual el empellón hizo que se desgarrara la carne donde él se sujetaba. El abismal se llevó con él jirones de piel y trozos de músculos cuando la posadera le hizo caer sobre el pilón.
El impacto hizo añicos todos los cacharros de loza puestos en la pila. El demonio barbotó y se removió mientras el aire se llenaba de vapor de forma casi instantánea y el agua entraba en ebullición, quemando los brazos de Kally, que aulló a causa de la quemazón, pero mantuvo a la criatura debajo del agua hasta que dejó de debatirse.
—Mamá… —la avisó Rojer.
Ella se volvió a tiempo de ver entrar a otras dos criaturas en la cocina. Aferró al niño y corrió hacia la trampilla para luego tirar de la pesada puerta con una mano mientras Arrick la miraba con ojos desorbitados.
Kally cayó cuando un demonio de las llamas la sujetó por la pierna y de un mordisco le arrancó un trozo de muslo.
—Cógelo, por favor —imploró la mujer, colocando al niño en los brazos de Arrick.
—¡Te quiero! —le gritó a Rojer mientras cerraba la trampilla con un golpe, dejándolos sumidos en la negrura.
Las casas pontonesas cercanas a la orilla del río Entretierras estaban hechas con sillares de piedra para resistir las avenidas. El hombre y el niño aguantaron en la penumbra, a salvo de los abismales mientras aguantasen los cimientos, aunque había humo por doquier.
—Qué más da morir a causa del humo o en las garras de los demonios —musitó Melodía.
Comenzó a alejarse de la trampilla, pero Rojer se aferró a su pierna.
—Suelta, chaval —ordenó Arrick, y sacudió la pierna en un intento de quitárselo de encima.
—¡No me abandone! —gritó el niño, llorando de forma incontrolable.
Arrick torció el gesto y miró al humo circundante antes de escupir y ponerse al niño sobre las espaldas.
—Agárrate fuerte, chico.
El Juglar alzó los bordes de su capa y se los ató a la cintura a fin de improvisar un arnés donde sentar al pequeño. Recogió el escudo de Geral y reanudó su camino a través de los cimientos, agachándose para salir a gatas a la oscuridad del exterior.
—Creador que estás en los cielos —susurró al ver toda la aldehuela de Pontón en llamas. Los demonios danzaban en la noche mientras arrastraban hacia el festín a unos desdichados vociferantes.
—Parece que Piter no sólo escatimó trabajo con las protecciones de tus padres —dijo Arrick—. Espero que también se lo lleven a él al Abismo.
Mantuvo el escudo delante para protegerse mientras avanzaba a gachas alrededor de la posada, aprovechando el humo y la confusión hasta llegar al patio principal, donde estaban los dos caballos, a salvo en el círculo portátil de Geral, una isla de seguridad en medio del horror.
Un demonio de las llamas los vio cuando Arrick echó a correr en busca de refugio y les escupió una llamarada, pero el escudo de grafos del Enviado desvió el salivazo de fuego en medio de un chisporroteo. Arrick soltó al niño en cuanto llegaron al interior del anillo y él se dejó caer sobre las rodillas. Cuando recobró el aliento, empezó a rebuscar con desesperación entre las alforjas.
—Debería estar por aquí, sé que la dejé por… —murmuró—. ¡Ajajá!
Sacó una bota de vino, quitó el tapón de un tirón, y dio un largo trago.
Rojer lloriqueó, meciendo su ensangrentada mano derecha.
—¿Eh…? ¿Estás herido, zagal?
El hombre se acercó para examinar la herida del niño y contuvo la respiración al ver la mano del muchacho: el abismal le había arrancado los dedos corazón e índice de un mordisco. El niño mantenía cerrados los otros tres dedos, entre los que sostenía un mechón de pelo rojo, un mechón de su madre, cortado también por el bocado.
—¡No, es mío! —gritó el niño cuando intentó retirarle los cabellos.
—No voy a quitártelo, zagal —contestó Melodía—. Sólo necesito ver el mordisco.
Puso el mechón en la otra mano de Rojer, que la cerró con fuerza.
La herida no sangraba demasiado, en parte porque la propia saliva ardiente del demonio había cauterizado la herida, pero rezumaba y olía mal.
—No soy Herborista —concluyó Arrick con un encogimiento de hombros.
Apretó la bota para lanzar un chorrito de vino sobre la herida. El escozor hizo chillar al niño. Luego, Melodía rasgó un trozo de su estupenda capa para envolver la herida.
Para entonces, el niño lloraba a moco tendido, por lo que Arrick lo arropó con lo que quedaba de la capa.
—Vamos, vamos, chico —dijo, estrechándolo y acariciándole la espalda—. Vivimos para contarlo, y eso ya es algo, ¿o no?
Como Rojer no dejaba de sollozar, Arrick le cantó una nana mientras ardían todos los edificios del villorrio. Cantó mientras los demonios bailaban y se daban un festín. El sonido era como un escudo alrededor de ellos dos, y bajo esa protección, el huérfano cedió a la fatiga y se quedó dormido.