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A la luz del alba

332 d. R.

Había dejado de llover cuando despertó, pero densos nubarrones grises flotaban pesadamente en el cielo, augurando en breve otro aguacero. El Protegido miró al interior de la cueva. Los grafos de los párpados y alrededor de los ojos lo ayudaban a ver fácilmente en la oscuridad. Distinguió dos caballos y la silueta del muchacho dormido. Leesha, sin embargo, había desaparecido.

Todavía era temprano y no había más iluminación que la de la falsa luz antes del amanecer. La mayor parte de los demonios se había retirado al Abismo hacía mucho, pero uno jamás podía estar seguro con semejantes nubarrones. Se puso de pie y se arrancó los vendajes que le había colocado Leesha la noche anterior. Todas las heridas estaban curadas.

El rastro de la Herborista era fácil de seguir en aquel denso barrizal. La encontró no muy lejos de allí, arrodillada sobre el suelo, recogiendo hierbas. Se había subido las faldas hasta la altura de las rodillas y la visión de sus suaves muslos blancos le hizo enrojecer. Estaba hermosísima a la luz del alba.

—No deberías estar aquí fuera —la censuró—. No es seguro: el sol todavía no se ha alzado.

Leesha lo miró, sonrió y alzó una ceja.

—¿Estás en posición de darme lecciones sobre no ponerme en peligro? Además —prosiguió cuando él no le dio réplica alguna—, ¿qué demonio puede hacerme daño estando tú aquí?

El Protegido se encogió de hombros y se acuclilló junto a ella.

—¿Es opio? —preguntó.

Leesha asintió, alzando una planta de hojas ásperas con gruesos brotes en forma de racimo.

—Relaja los músculos y produce una sensación de euforia cuando lo fumas en pipa. Combinado con duranta, puedo usarlo para preparar una poción somnífera capaz de amodorrar a un león enfurecido.

—¿Funcionaría eso con un demonio? —preguntó El Protegido.

Ella le puso mala cara.

—¿Nunca piensas en otra cosa?

Él pareció incómodo.

—No des por hecho que me conoces. Mato abismales, sí, y por eso he visto lugares que ningún hombre vivo recuerda. ¿Sabes que podría recitarte poesía que he traducido del rusk antiguo, pintar para ti los murales de la antigua Sol de Anoch o hablarte de máquinas del mundo antiguo capaces de hacer el trabajo de veinte hombres?

Enmudeció cuando Leesha le puso una mano en el hombro.

—Lo siento —se disculpó—, me equivoqué al juzgarte. Algo sé del peso de custodiar el conocimiento del mundo antiguo.

—No me has molestado.

—No por eso deja de estar mal —repuso ella—, y para responder a tu pregunta, te digo la verdad: no lo sé. Los abismales comen y cagan, y en teoría no hay razón para que no pueda dragárseles. Mi mentora decía que Las Herboristas de antaño infligieron un gran número de bajas en la Guerra de los Demonios. Me queda un poco de duranta, así que puedo preparar la poción cuando lleguemos a Hoya de Leñadores, si quieres…

El Protegido asintió con avidez.

—¿Podrías prepararme otra cosa más?

Leesha suspiró.

—Me preguntaba cuándo ibas a pedírmelo. No voy a preparar fuego líquido infernal para ti.

—¿Por qué no?

—Porque no pueden confiarse los secretos del fuego a los hombres —replicó Leesha, volviéndose para encararse con él—. Lo usarás si te lo doy, aunque eso signifique prenderle fuego a medio mundo.

El Protegido la miró, pero no le contestó.

—De todos modos, ¿para qué lo necesitas? Ya tienes poderes muy superiores a los que pueden crearse con cuatro hierbas y algunas sustancias químicas.

—Sólo soy un hombre… —comenzó él, pero la Herborista lo cortó.

—Mierda de demonio, tus heridas se cierran en cuestión de minutos y eres capaz de correr todo el día a la velocidad de un caballo sin ni siquiera cambiar el ritmo de la respiración. Te quitas de encima a los demonios del bosque como si fueran niños y ves de noche como si fuera mediodía. No eres un cualquiera.

Él esbozó una sonrisa.

—No se te escapa ni una.

Lo dijo de un modo que a Leesha le entraron escalofríos.

—¿Siempre has sido así?

El hombre tatuado negó con la cabeza.

—Es cosa de los grafos. Producen… reacciones. ¿Conoces la palabra?

Ella asintió con un cabeceo.

—Figura en los libros de ciencia del mundo antiguo.

El Protegido gruñó.

—Los abismales son criaturas mágicas. Los grafos de defensa los privan de una parte de esa magia y la usan para crear una barrera. Cuanto más fuerte es el demonio, más fuerte es la fuerza que lo repele. Los grafos de combate funcionan de un modo similar, debilitan su caparazón al tiempo que fortalecen el golpe. Los objetos inanimados no soportan la carga mucho tiempo y esta desaparece luego, pero yo absorbo una minúscula fracción de esa fuerza cada vez que recibo o asesto un golpe.

—Cuando rocé tu piel la primera noche sentí el hormigueo —comentó Leesha.

El Protegido asintió.

—Cuando me tatué los grafos, no fue mi apariencia lo único que pasó a ser… inhumano.

Leesha negó la cabeza y tomó el rostro del hombre entre las manos.

—No es el cuerpo lo que nos hace humanos —susurró—. Puedes recuperar tu humanidad, basta con que lo desees.

Ella se acercó más y lo besó con suavidad.

Él se puso rígido en un primer momento, pero luego pasó la sorpresa y le devolvió el beso. Ella cerró los ojos y le ofreció la boca entreabierta mientras acariciaba con las manos la piel suave de su cabeza afeitada. Ella no notó los grafos, sólo su calidez y sus cicatrices.

«Ambos tenemos cicatrices —pensó ella—, salvo que las suyas están visibles a todo el mundo».

Ella se reclinó hacia atrás y lo atrajo hacia sí.

—Nos vamos a cubrir de barro —le advirtió él.

—Ya estamos pringados de barro —contestó la sanadora mientras reposaba sobre la espalda con el cuerpo tatuado encima del suyo.

DEMsep

La circulación de la sangre por sus venas lo martilleó en los oídos cuando él la besó. Leesha recorrió con los dedos los músculos firmes de Arlen y abrió las piernas, y colocó las caderas entre las de él.

«Dejemos que esta sea mi primera vez —pensó—. Aquellos hombres han muerto, ya no están, y él también puede borrar la marca que dejaron en mí. Hago esto porque es mi elección».

Pero estaba asustada. «Jizell tenía razón —pensó—, nunca debí haber esperado tanto. No sé qué hacer. Todos creen que sé qué hacer y no es así, y él espera de mí que lo sepa pues soy una Herborista…».

«Ay, Creador, ¿y si no soy capaz de complacerlo? —dijo para sus adentros, preocupada—. ¿Y si se lo cuenta a alguien?».

Se sacó la idea de la cabeza. «Él nunca va a decirlo. Por eso ha de ser él. Tiene que serlo. Es como yo, un paria. Recorre el mismo camino».

Le desabrochó la cogulla y se deshizo del taparrabos que llevaba debajo. Él gimió cuando ella tomó el miembro en su mano y tiró de él.

«Sabe que era virgen —se recordó a sí misma mientras se subía las faldas—. Él tiene una erección y yo estoy húmeda, ¿qué más hay que saber?».

—¿Y qué ocurre si te dejo embarazada? —preguntó con un hilo de voz.

—Espero que lo hagas —le contestó en otro susurro, atrayéndolo hasta tenerlo dentro de ella.

«¿Qué más hay que saber?», pensó Leesha de nuevo, y arqueó la espalda a causa del placer.

DEMsep

La sorpresa lo abrumó cuando ella lo besó. Acababa de admirar sus muslos hacía unos momentos, pero ni en sueños habría imaginado que ella podría compartir su atracción, ni ella ni ninguna otra mujer.

Se envaró durante unos momentos, se quedó paralizado, pero su cuerpo tomó la iniciativa como siempre hacía en momentos de necesidad. La estrechó en un abrazo casi aplastante y respondió a su beso con avidez.

¿Cuánto había pasado desde el último beso? ¿Cuánto había llovido desde la noche en que regresaba a casa en compañía de Mery dando un paseo y le había soltado que ella jamás sería la esposa de un Enviado?

Leesha le quitó las ropas, y él supo que la Herborista tenía la intención de llevar las cosas más lejos de lo que él nunca había ido. El miedo, un sentimiento casi desconocido para él, le puso el corazón en un puño. No tenía ni idea de cómo complacer a una mujer. ¿Esperaba Leesha que él tuviera la experiencia que a ella le faltaba? ¿Contaba con que su destreza en el campo de batalla se viera correspondida en las lides amatorias?

Tal vez sucediera así, pues su cuerpo continuaba actuando por iniciativa propia, al margen de sus pensamientos desbocados, siguiendo los instintos arraigados en todo ser vivo desde el alba de los tiempos. Los mismos instintos que lo habían llamado a luchar.

Mas aquello no era una batalla, era algo más.

«¿Es ella la elegida?». La idea reverberó en su mente.

¿Por qué ella y no Renna? Estaría casado hacía casi quince años de no haber sido él quien era y ya tendría una prole numerosa. Le vino a la mente, y no por primera vez, una imagen recreada de cómo podría ser ahora Renna, en el pleno esplendor de su madurez como mujer, suya y sólo suya.

¿Por qué ella y no Mery? Mery, a quien hubiera desposado de haber consentido convertirse en la esposa de un Enviado. Él se habría atado a Miln por amor, tal y como había hecho Ragen. Le habría ido mejor si se hubiera casado con la hija del Pastor. Ahora lo veía. Ragen estaba en lo cierto. Él tenía a Elissa…

Mientras le quitaba a Leesha la parte de arriba del vestido, descubriendo sus suaves senos, le vino a la mente una imagen de Elissa: la de la vez que le vio sacar el pecho para amamantar a Marya, y por un momento deseó ocupar la posición de la niña y ser él quien mamara. Luego, se había avergonzado mucho de ese anhelo, pero la imagen permanecía fresca en su mente.

¿Era Leesha la mujer que le reservaba el destino? ¿Existía algo semejante? La simple idea le habría hecho resoplar hacía una hora, pero ahora la miraba, tan hermosa y tan dispuesta, tan comprensiva acerca de su naturaleza. Ella sabría entenderlo si se mostraba un tanto tosco, si no sabía dónde o cómo acariciar. Un suelo embarrado a la luz del alba no era el mejor tálamo nupcial, pero en ese momento le pareció mejor que el colchón de plumas de la mansión de Ragen.

Pero la duda lo corroía.

Una cosa era jugársela por las noches cuando no tenía nada que perder ni a nadie que lo llorase. Las lágrimas vertidas por él no llenarían una simple botella, pero ¿podría asumir tales riesgos si Leesha lo estaba esperando en un refugio seguro? ¿Abandonaría la lucha y se convertiría en alguien similar a su padre? ¿Se acostumbraría a esconderse hasta el punto de no ser capaz de aguantar a pie firme ni por los suyos?

«Los hijos necesitan a su padre», le había oído decir a Elissa.

—¿Y qué ocurre si te dejo embarazada? —preguntó con un hilo de voz entre besos, sin saber cuál quería que fuera la respuesta de Leesha.

—Espero que lo hagas —le contestó en otro susurro. La mujer tiró de él, amenazando con destrozar todo su mundo, pero ella le ofrecía algo más, y él se agarró a ello. Entonces entró en ella y se sintió completo.

DEMsep

Durante un momento no hubo en el mundo otra cosa que la cadencia del pulso y el roce de piel contra piel. Los cuerpos de ambos resolvieron la tarea en cuanto sus mentes se dejaron ir. La ropa de él acabó apartada y el vestido de ella se quedó arrugado en torno a la cintura. Se retorcieron y jadearon en el barro pensando el uno en el otro…

… hasta el ataque del demonio del bosque.

El abismal los había rondado en el silencio, atraído por sus resoplidos. El amanecer era inminente y el odiado sol iba a alzarse enseguida, lo sabía, pero la visión de tanta carne desnuda avivó su apetito y saltó con la intención de regresar al Abismo con sangre caliente en las garras y carne fresca en las fauces.

El demonio golpeó con saña la espalda expuesta de El Protegido. Los grafos chisporrotearon, arrojando hacia atrás al atacante y haciendo chocar las cabezas de los amantes.

El ágil monstruo no se desanimó y se recobró con rapidez. Fijó las patas en el suelo y se curvó para saltar de nuevo. Leesha chilló, pero su compañero se revolvió y atrapó los cuartos delanteros de la bestia y luego aprovechó la propia inercia del abismal para pivotar sobre sí mismo y lanzarlo al barro.

El Protegido no vaciló. Se alejó de la mujer a fin de aprovechar la ventaja. Estaba desnudo, pero eso no significaba nada. Había luchado sin ropa desde que se grabó el primer grafo en la carne.

Dio una vuelta completa sobre sí mismo e impactó con las plantas de los pies en las fauces del monstruo, pero el barro había cubierto los grafos, por lo cual la magia no hizo efecto, pero la fuerza pura de su cuerpo mejorado causó un estrago similar al de una coz de Rondador Nocturno. El abismal retrocedió dando tumbos y el hombre avanzó con un aullido, sabedor del daño que podía causar el demonio si le daba ocasión de recuperarse.

El abismal era grande para los de su especie, pues medía dos metros y medio y aventajaba en fuerza a El Protegido, que le propinó puñetazos, patadas y codazos, pero el barro interrumpía el trazo de casi todas sus defensas, por lo cual sus golpes no tenían efecto duradero y esa piel rugosa tan similar a la corteza de árbol le rasgaba la piel.

El monstruo se revolvió, dando tales coletazos al estómago del humano que le sacó el aire del cuerpo y lo derribó. Leesha volvió a chillar, y ese ruido desvió la atención del abismal, que se abalanzó sobre ella profiriendo un chillido.

El Protegido se incorporó con dificultad y fue a por la criatura; consiguió agarrarlo por uno de los cuartos traseros e impidió así que pudiera alcanzar a la mujer; luego, tiró con fuerza para hacerle caer. Los dos forcejearon como posesos en el barrizal, pero al final el humano logró enganchar la pierna por debajo de la axila y alrededor del cuello del demonio y empezó a apretar con la otra extremidad. Además, le aferró una de las patas delanteras con ambas manos a fin de evitar que se alzara.

El abismal se removió y lo arañó con su zarpa, pero no tenía escapatoria ahora que el humano podía apalancado. Rodaron por el suelo unos momentos más, enganchados uno en torno al otro, antes de que el sol asomara sobre el horizonte y encontrara una brecha en la capa de nubles. El demonio se debatió aún con más fuerza cuando su piel áspera empezó a humear. El Protegido endureció aún más la llave.

«Unos segundos más y…».

Pero entonces acaeció algo inesperado. El mundo circundante pareció tornarse fuliginoso e insustancial mientras notaba una poderosa atracción desde la tierra. Él y el monstruo empezaron a hundirse.

Se abrió un camino a sus sentidos y el Abismo lo llamó.

El pavor y la repulsión lo invadieron cuando el ser lo arrastró hacia abajo. El demonio todavía era sólido bajo su presa a pesar de que lo demás se había convertido en una simple sombra. Alzó la vista y vio desvanecerse el preciado sol.

Se aferró a la visión del astro rey como a un clavo ardiendo y reaseguró su presa en torno al cuello del rival al tiempo que tiraba de la pata del demonio para arrastrarlo hacia la luz de arriba. El abismal se revolvió de forma enloquecida, pero el terror insufló nuevas fuerzas al humano, que alzó a la criatura de vuelta a la superficie con un grito inarticulado de determinación.

El bienaventurado y refulgente sol estuvo ahí para recibirlos: El Protegido volvió a sentirse sólido y el abismal estalló en llamas. La criatura lo arañó desde el suelo, pero Arlen se apresuró a sujetarlo.

Sangraba por todas partes cuando al final soltó aquel amasijo churruscado. Leesha corrió a su lado, pero él la apartó, todavía con el vértigo del horror en el cuerpo. ¿Qué era él, que podía hallar un camino para bajar al Abismo? ¿Se había convertido en un abismal? ¿Qué clase de monstruo sería un hijo nacido de su semilla?

—Estás herido —objetó ella, acudiendo otra vez a su lado.

—Me curaré —contestó, apartándola.

El frío tono monocorde de El Protegido había regresado para sustituir a la voz suave y amorosa de hacía apenas unos minutos, y era cierto: los cortes pequeños y los rasguños ya se estaban sanando.

—Pero ¿y qué hay de…? —protestó Leesha.

—Hice mi elección hace tiempo, y elegí la noche —replicó El Protegido—. Por un momento pensé que podía recuperarlo, pero ya no hay vuelta atrás —concluyó, sacudiendo la cabeza.

Recogió su cogulla y se dirigió a un frío arroyo próximo donde se lavó las heridas.

—¡Engendro del infierno! —gritó Leesha detrás de él—. ¡Tú y tu maldita obsesión!