5
Un hogar atestado

319 d. R.

Leesha se despertó con un respingo cuando el viejo gallo de Bruna cacareó anunciando el alba. Se restregó la cara, sintiendo el canto del libro que se le había quedado pegado a la cara. Gared y Bruna todavía estaban profundamente dormidos. La Herborista se había amodorrado enseguida, y a pesar de la fatiga, la muchacha estuvo leyendo hasta muy avanzada la noche. Siempre había creído que el papel de la Herboristería se limitaba a componer huesos y ayudar a nacer a los bebés, pero había mucho más. Las Herboristas estudiaban todo el mundo natural, a la búsqueda de maneras de combinar los muchos dones del Creador para el beneficio de sus hijos.

Cogió el lazo con el que sujetaba su oscuro cabello y lo puso sobre la hoja para marcar la página, cerrándolo con un gesto tan reverente como cuando lo hacía con el Canon. Se puso en pie y se estiró; luego, echó más leños al fuego y atizó las brasas hasta que se convirtieron en llamas. Puso encima el hervidor y después se volvió para sacudir a Gared.

—Arriba, perezoso —le dijo, manteniendo la voz baja. El chico apenas gruñó. Desde luego, lo que fuera que le había dado Bruna, era bien fuerte. Lo sacudió con más fuerza y él le respondió con un manotazo, con los ojos aún cerrados.

—Levántate o no te haré el desayuno —se rio Leesha, dándole una patada.

El muchacho gruñó de nuevo, y abrió los párpados una rendija. Cuando la chica movió el pie otra vez, él le cogió la pierna, haciéndola caer con un grito.

Se dio la vuelta aprisionándola debajo de él y la rodeó con sus brazos musculosos, haciendo que Leesha soltara unas risitas ante sus besos.

—Para ya —le dijo, empujándolo sin muchas ganas—, vas a despertar a Bruna.

—¿Y qué si lo hago? —preguntó Gared—. Esa vieja bruja tiene cien años y está ciega como un murciélago.

—Pero los oídos de la vieja bruja están bastante bien —replicó la anciana, entreabriendo uno de esos ojos suyos de un blanco lechoso.

El chico dio un grito y prácticamente casi se cayó al suelo, poniendo distancia entre él y las mujeres.

—Guarda esas manos mientras estés en esta casa, chaval, o coceré una poción que dejará tu hombría floja durante un año —repuso Bruna. Leesha observó cómo desaparecía el color del rostro de Gared, y se mordió el labio para reprimir las risas. Por alguna razón, ya no sentía miedo de la bruja, pero le encantaba ver cómo la anciana intimidaba a todo el mundo.

—¿Nos entendemos? —preguntó Bruna.

—Sí, claro —repuso el chico inmediatamente.

—Estupendo —contestó la anciana—. Ahora pon esos fuertes hombros tuyos a trabajar y parte leña para dejarla en la leñera. —Gared ya estaba fuera antes de que hubiera terminado de hablar y Leesha se echó a reír cuando oyó el portazo.

—Te ha gustado, ¿a que sí? —preguntó Bruna.

—Nunca había visto a nadie que hiciera poner a Gared pies en polvorosa de ese modo —comentó ella.

—Acércate, para que pueda verte —le pidió la vieja. Cuando Leesha lo hizo, ella continuó—: Ser la curandera de un pueblo es mucho más que cocer pociones. Una buena dosis de miedo es buena para el chico más grande del lugar. Tal vez eso le haga pensárselo dos veces antes de hacerle daño a alguien.

—Gared jamás le haría daño a nadie —replicó la chica.

—Como tú digas —se limitó a responder la anciana, aunque no pareció del todo convencida.

—¿De verdad puedes hacer una poción que lo despoje de su hombría? —le preguntó la chica.

Bruna se echó a reír con socarronería.

—Durante un año, no —admitió—. Al menos no con una sola dosis, pero ¿unos cuantos días o incluso una semana…? Con tanta facilidad como lo que le puse en el té.

Leesha pareció pensativa.

—¿Qué piensas, niña? —inquirió la anciana—. ¿Tienes alguna duda de que tu chico te despoje de tu don más preciado antes de la boda?

—Pensaba más en Steave —replicó Leesha.

Bruna asintió.

—Y bien que haces —la advirtió—, pero ten cuidado. Tu madre está avisada del truco. Ella acudió muchas veces a mí cuando era joven y necesitó de las triquiñuelas de las Herboristas para cortar su flujo y de ese modo evitar tener un hijo mientras se lo pasaba bien. No me di cuenta entonces de lo que era y me entristece reconocer que le enseñé más de lo que debía.

—¿Mamá no era virgen cuando papá la llevó detrás de sus protecciones? —se sorprendió la chica.

Bruna resopló.

—Se revolcó con más de la mitad del pueblo antes de que Steave se deshiciera de todos los demás.

La mandíbula de Leesha se le quedó floja.

—Mamá condenó a Klarissa porque se quedó embarazada.

La anciana escupió en el suelo.

—Todo el mundo le dio la espalda a esa pobre chica. ¡Todos son unos hipócritas! Smitt no hace más que hablar de la familia, pero él no alzó un dedo cuando su mujer echó a todo el pueblo sobre esa chica como si fueran una manada de demonios de las llamas. La mitad de las mujeres que la señalaron y gritaron «¡pecadora!» eran culpables de la misma falta, simplemente tuvieron la suerte de casarse rápido o fueron listas y tomaron precauciones.

—¿Precauciones? —inquirió la chica.

Bruna sacudió la cabeza.

—Elona está tan impaciente de tener un nieto que te ha mantenido a oscuras respecto a todo, ¿eh? —le preguntó—. Dime, niña, ¿cómo se hacen los bebés?

Leesha se ruborizó.

—El hombre, quiero decir, tu marido… Él…

—Déjalo ya, niña —le contestó Bruna—. Estoy demasiado vieja para esperar que desaparezca el rubor de tu rostro.

—… pone su semilla dentro de ti —concluyó la muchacha, con la cara aún más roja.

Bruna se rio con sorna.

—¿Puedes curar quemaduras y heridas de demonios, pero te ruborizas cuando se habla de cómo nace la vida?

La muchacha abrió la boca para replicar, pero la anciana la cortó.

—Si haces que tu chico ponga su semilla en tu vientre, podrás yacer con él para alegría de tu corazón —dijo Bruna—, pero no se puede confiar en que los chicos no se aprovechen de ti algunas veces, como comprendió Klarissa. Las más listas acuden a mí en busca de una tisana.

—¿Tisana? —repitió la chica, pendiente de cada palabra.

—Con las hojas de balaustia, maceradas en dosis correctas con otras hierbas, se puede hacer una tisana que impedirá que la semilla de un hombre arraigue en tu vientre.

—Pero el Pastor Michel dice… —comenzó a decir la chica.

—Ahórrame el sermón del Canon —la cortó Bruna—. Es un libro escrito por hombres, y no atiende ni por un momento a la situación difícil en que a veces se encuentran las mujeres.

La muchacha cerró la boca con un crujido audible.

—Tu madre me visitó muy a menudo —continuó Bruna—, preguntándome cosas, ayudándome en la cabaña, recogiendo hierbas para mí. Pensé incluso en hacerla aprendiza mía, pero todo lo que ella quería era el secreto de la tisana. Una vez que le dije cómo se hacía, desapareció y no volvió nunca más.

—Eso es muy propio de ella —comentó Leesha.

—La tisana de balaustia es bastante segura incluso en pequeñas dosis —dijo la vieja—, pero Steave es lujurioso y tu madre tomó demasiada. Los dos deben haberse revolcado miles de veces antes de que el negocio de tu padre comenzara a prosperar y su bolsa llamara la atención de Elona. En aquel momento el útero de tu madre ya se había secado.

La chica la miró con curiosidad.

—Después de casarse con tu padre, Elona intentó durante dos años concebir sin éxito —siguió narrando Bruna—. Steave se casó con una chica joven y la dejó embarazada la primera noche, lo cual sólo hizo que tu madre se desesperara aún más. Finalmente ella acudió a mí, suplicando ayuda.

Leesha se inclinó hacia ella, sabiendo que su existencia había dependido de lo que le iba a contar Bruna.

—La tisana de balaustia hay que tomarla en pequeñas dosis —repitió Bruna—, y una vez al mes es lo mejor para detener el embarazo y hacer que regrese tu flujo. Si no respetas esa norma, te arriesgas a convertirte en estéril. Se lo avisé a Elona, pero ella no atendía más que a los deseos de sus tripas y no me hizo caso. Le di hierbas durante meses y comprobé su flujo, también le di otras para que las pusiera en la comida de tu padre, y finalmente concibió.

—A mí —dijo la muchacha—. Me concibió a mí.

Bruna asintió.

—Temí por ti. El útero de tu madre era débil y ambas sabíamos que no tendría otra oportunidad. Vino a verme a diario, pidiéndome que comprobara que todo iba bien con su hijo.

—¿Hijo? —preguntó Leesha.

—Le advertí que podría no ser un chico —explicó la anciana—, pero Elona era muy testaruda. «El Creador no sería tan cruel conmigo», decía, olvidando que hablaba del mismo Creador que había hecho a los abismales.

—Entonces, ¿yo soy una especie de broma cruel del Creador? —inquirió Leesha.

Bruna le tomó la barbilla entre sus dedos huesudos y la acercó a su rostro. La chica pudo contemplar de cerca mientras hablaba los pelos grises, largos como bigotes de gato, que había sobre los labios arrugados de la vieja bruja.

—Somos lo que escogemos ser, niña —le dijo—. Estarás perdida si dejas que sean los demás quienes decidan tu valía, porque nadie quiere que los demás valgan más que uno. Elona no tiene que culpar a nadie salvo a sí misma de sus equivocaciones, pero ella es demasiado superficial para admitirlo. Es más fácil tomarla contigo y con el pobre Emy.

—Me habría gustado que la hubieran descubierto y la expulsaran del pueblo —comentó Leesha.

—¿Traicionarías a tu género por rencor? —preguntó la anciana.

—No te entiendo —contestó la chica.

—No hay ninguna culpa en que una chica quiera a un hombre entre sus piernas, Leesha —replicó la vieja—. Una Herborista no puede juzgar a la gente por hacer aquello a lo que les empuja la naturaleza cuando son jóvenes y libres. No soporto a los que rompen sus promesas. Cuando haces unos votos, niña, lo mejor que puedes hacer es tener la voluntad de respetarlos.

Leesha asintió.

Gared regresó en ese momento.

—Darsy viene a ver si estás preparada para regresar al pueblo —le dijo a Bruna.

—Pero si os juro que eché a esa vaca corta de entendederas —gruñó Bruna.

—El Concejo del pueblo se reunió ayer y me devolvieron mi puesto —anunció Darsy, entrando en la cabaña. No era tan alta como Gared, pero no le andaba muy lejos—. Es por tu culpa. Nadie más quería este trabajo.

—¡No pueden hacerme eso! —ladró Bruna.

—Oh, sí, claro que pueden —repuso Darsy—. A mí me hace tan poca gracia como a ti, pero cualquier día de estos te morirás y el pueblo necesita que alguien atienda a los heridos.

—He sobrevivido a más gente que tú —se burló Bruna—, y escogeré a quién quiero enseñar.

—Bueno, pues me quedaré hasta que lo hagas —replicó Darsy, mirando a Leesha y enseñándole los dientes.

—Entonces sé útil y pon las gachas a cocer. Gared es un chico en pleno crecimiento y necesita mantener las fuerzas.

Darsy puso cara de pocos amigos, pero se remangó y se encaminó hacia el hervidor.

—Smitt y yo vamos a tener una pequeña charla cuando regrese al pueblo —masculló Bruna entre dientes.

—¿Tan mala es Darsy de verdad? —preguntó Leesha.

Los ojos acuosos de Bruna se volvieron hacia Gared.

—Ya sé que eres más fuerte que un buey, chico, pero me imagino que todavía quedan unas cuantas cargas de leña que cortar.

Gared no necesitó que se lo dijeran dos veces. Estuvo en la puerta en un pestañeo y lo oyeron poner el hacha en movimiento de nuevo.

—Darsy es muy útil en los trabajos que hay que hacer alrededor de la cabaña —admitió Bruna—. Corta leña casi tan rápido como tu chico y hace unas gachas bastante buenas, pero esas manos rollizas son demasiado torpes para las curas, y tiene pocas aptitudes para el arte de la Herboristería. Es una partera aceptable, pero la verdad es que cualquier idiota es capaz de sacar a un bebé de la madre; y no tiene rival a la hora de componer huesos, pero el trabajo más sutil queda fuera de su competencia. Me da escalofríos pensar qué va a ser de este pueblo con ella como Herborista.

DEMsep

—¡Menuda esposa serás para Gared si no eres capaz de preparar una cena en condiciones! —gritó Elona.

Leesha la miró con cara de pocos amigos. Hasta donde ella sabía, su madre no había preparado una comida en toda su vida. Habían pasado un montón de días desde que había podido dormir en condiciones, pero ni que el Creador impidiera que su madre levantara una mano para ayudar…

Se había pasado la mañana atendiendo a los enfermos con Bruna y Darsy. Había aprendido las técnicas básicas rápidamente, de modo que Bruna la usaba como ejemplo ante la otra chica, a la que esto no le importaba en absoluto.

Leesha sabía que Bruna la quería como aprendiz. La anciana no presionaba mucho, aunque había dejado claras sus intenciones, pero también debía pensar en el negocio paterno de fabricación de papel. Ella había trabajado en la tienda, un largo edificio conectado a su casa, desde que era pequeña, escribiendo mensajes para los aldeanos y fabricando hojas de papel. Erny le decía que tenía un don para ello. Sus cubiertas eran más bonitas que las de su padre, y a Leesha le gustaba incrustar pétalos de flores en las páginas, por las cuales las señoras de Lakton y Fuerte Rizón pagaban más que sus maridos por las hojas simples.

Las expectativas de Erny eran retirarse para que Leesha regentara la tienda y Gared hiciera la pulpa del papel y se encargara del trabajo pesado, pero la fabricación del papel nunca había sido de mucho interés para la chica, pues se dedicaba a ello sólo para pasar un rato en compañía de su padre, lejos del azote de la lengua de su madre.

Elona odiaba la tienda tanto como disfrutaba del dinero que proporcionaba la misma, y se quejaba continuamente del hedor de la lejía de las cubas de la pulpa del papel y el ruido del molino. Leesha y Erny a menudo tomaban la tienda como un retiro, ese lugar alegre que jamás había sido su casa.

Las retumbantes risotadas de Steave hicieron que Leesha alzara la vista de las verduras que estaba cortando para el estofado. Estaba en la habitación principal, sentado en la silla de su padre, bebiéndose su cerveza. Elona se sentó en el brazo del sillón, riéndose e inclinándose sobre él, con la mano en su hombro.

Leesha deseó en ese momento ser un demonio de las llamas para poder escupirles fuego. Nunca había sido feliz porque se había sentido atrapada en la casa con Elona, pero ahora no podía evitar pensar en las historias que le había contado Bruna. Su madre no amaba a su padre y probablemente jamás lo había amado. Pensaba que su hija era una broma cruel del Creador. Y no había sido virgen cuando Erny la había hecho cruzar sus grafos.

Por alguna razón, eso era lo que le dolía más. Bruna dijo que no había pecado en que una mujer obtuviera placer de un hombre, pero la hipocresía de su madre le parecía carente de sentido. Había ayudado a expulsar a Klarissa del pueblo para esconder su propia indiscreción.

—Yo no voy a ser como tú —se juró la chica. Ella tendría un día de bodas como mandaba el Creador y se haría mujer en un lecho de bodas apropiado.

Elona chilló ante algún comentario que había hecho Steave, y ella comenzó a cantar para sus adentros con tal de sofocar sus voces. La suya era rica y pura, por eso el Pastor Michel no dejaba de requerirla para que lo hiciera en los servicios religiosos.

—¡Leesha! —ladró su madre un momento más tarde—. ¡Deja ya esos gorgoritos! ¡No nos oímos aquí ni los pensamientos!

—Pues no da la sensación de que estéis pensando mucho —masculló la chica entre dientes.

—¿Qué ha sido eso?

—¡Nada! —gritó ella en respuesta con una voz de lo más inocente.

Comieron justo después de la caída del sol, y Leesha observó con orgullo que Gared usaba el pan que ella había hecho para dejar bien limpio el tercer cuenco de su estofado.

—No vale mucho como cocinera, Gared —se disculpó Elona—, pero llena lo bastante si te tapas la nariz.

Steave, escupiendo cerveza súbitamente, comenzó a arrojarla también por la nariz. Gared se rio de su padre, y Elona arrancó la servilleta del regazo de Erny para secarle la cara a Steave. Leesha miró a su padre brindándole su apoyo, pero él mantuvo los ojos fijos en su cuenco. No había dicho ni una palabra desde que salió de la tienda.

Eso ya fue demasiado para la muchacha. Limpió la mesa y se retiró a su habitación, pero tampoco allí encontró refugio. Se le había olvidado que su madre le había dado la habitación a Steave durante la estancia indefinida de él y de su hijo.

El leñador gigantón había dejado un rastro de barro a través del suelo inmaculado para luego depositar sus botas mugrientas sobre su libro favorito, que ella había apartado junto a la cama.

Gritó y echó a correr hacia su tesoro, pero la cubierta estaba embarrada sin remedio. Su ropa de dormir de la lana más fina, procedente de Rizón, estaba manchada sabría el Creador de qué y hedía a una mezcla asquerosa de sudor almizclado y el caro perfume angiersiano favorito de su madre.

Leesha se sintió asqueada. Apretó su preciado libro contra el pecho y salió disparada hacia la tienda de su padre, sollozando mientras intentaba sin éxito limpiar las manchas de la portada. Allí fue donde la encontró Gared.

—Así que aquí es donde te refugias —comentó, moviéndose para envolverla en sus brazos musculosos.

La chica se apartó, frotándose los ojos e intentando recomponerse.

—Sólo necesitaba un momento a solas.

Gared la cogió de un brazo.

—¿Es por el chiste que ha hecho tu madre? —preguntó él.

Leesha sacudió la cabeza, intentando darse la vuelta, pero él la sujetó con fuerza.

—Sólo echaba unas risas con mi padre —comentó—, la verdad es que me encantó tu estofado.

—¿De verdad? —La chica sorbió por la nariz.

—De verdad —afirmó él; y la atrajo a su lado para besarla con intensidad—. Podríamos alimentar un ejército de hijos con unos guisos como esos —murmuró con voz ronca.

Leesha se echó a reír.

—Seguramente tendré más de un problema sacando adelante un ejército de pequeños Gareds.

Él la apretó con más fuerza, y presionó los labios contra su oreja.

—Ahora mismo, estoy más interesado en meterte algo que en sacar nada.

La chica gimió, pero lo apartó con dulzura.

—Pronto estaremos casados —le recordó ella.

—Ayer ya me parecería tarde —repuso Gared, pero la dejó marchar.

DEMsep

Leesha yacía acurrucada entre mantas al lado del fuego de la sala principal. Steave dormía en su habitación y Gared ocupaba un catre en la tienda. El suelo estaba frío por la noche y encima había corrientes de aire; además, la alfombra de lana era basta y dura para dormir en ella. Echaba de menos su colchón, aunque nada aparte del fuego podría borrar el hedor del pecado de Steave y su madre.

Ella ni siquiera sabía por qué Elona se molestaba en inventarse estratagemas. No era que estuviera engañando a nadie, para eso lo mismo le hubiera dado poner a Erny en la habitación principal y llevarse a Steave derecho a su cama.

A Leesha no le quedaba paciencia suficiente para aguantar hasta el momento de poder marcharse con Gared.

Se quedó despierta, escuchando cómo los demonios ponían a prueba los grafos, y se imaginó llevando la tienda de fabricación de papel con Gared, con su padre retirado y su madre y Steave tristemente muertos. Su vientre estaba redondeado y lleno, y ella se ocupaba de los libros mientras Gared venía con los músculos relucientes y sudorosos de trabajar en el molino. Él la besaba mientras sus pequeños corrían por la tienda.

La imagen la llenó de calidez, pero recordó las palabras de Bruna, y se preguntó si echaría algo de menos si dedicaba su vida a los niños y la fabricación del papel. Cerró los ojos de nuevo y se imaginó como la Herborista de Hoya de Leñadores, con todo el mundo pendiente de ella para curar sus enfermedades, traer sus hijos al mundo y curar sus heridas. Era una imagen potente, pero una en la que era difícil encajar a Gared o unos hijos. Una Herborista tenía que visitar a los enfermos y la imagen del muchacho llevando sus hierbas e instrumentos de un lugar a otro, no le parada creíble, y menos la idea de que él le echara un ojo a los niños mientras ella trabajaba.

Bruna se las había apañado, quién sabía hacía cuantas décadas, para casarse, criar niños, y aun así atender al pueblo, mas Leesha no veía el modo. Tendría que preguntarle a la anciana.

Oyó un clic y alzó la mirada para ver cómo Gared se le acercaba con cautela procedente de la tienda. Ella se hizo la dormida hasta que él se acercó, y después se dio la vuelta súbitamente.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le susurró. Gared dio un respingo y le cubrió la boca para disimular su grito. Leesha tuvo que morderse el labio para no empezar a reírse en voz alta.

—Sólo he venido a usar el baño —le susurró el muchacho, acercándose y arrodillándose a su lado.

—Hay un servicio en la tienda —le recordó la chica.

—Sólo he venido a darte el beso de las buenas noches —dijo, inclinándose con los labios fruncidos.

—Ya te di tres cuando te fuiste a la cama —replicó Leesha, empujándolo, juguetona.

—¿Es malo que quiera otro más? —inquirió Gared.

—Supongo que no —admitió la muchacha, pasando los brazos alrededor de sus hombros.

Un rato más tarde se oyó el crujido de otra puerta. El chico se envaró, buscando en los alrededores un lugar para esconderse. La chica le señaló una de las sillas. Él era demasiado grande para que lo cubriera por completo, pero como sólo alumbraba el tenue resplandor anaranjado de la chimenea, era suficiente para ocultarlo.

Apareció poco después una luz suave, desvaneciendo cualquier esperanza de confusión. A Leesha apenas le dio tiempo a tumbarse y cerró los ojos antes de que alguien se deslizara en la habitación.

A través de las rendijas de los ojos, Leesha vio cómo su madre echaba una ojeada a la sala común. La linterna que llevaba estaba tapada en su mayor parte y arrojaba grandes sombras, dando suficiente margen a Gared para ocultarse si ella no miraba con demasiado detenimiento.

Pero no tenían por qué preocuparse en absoluto. Después de asegurarse de que Leesha estaba dormida, Elona abrió la puerta de la habitación de Steave y desapareció dentro.

La chica se quedó mirando un buen rato. Que Elona fuera tan falsa no era ninguna gran revelación, pero hasta ese mismo momento, se había permitido el lujo de dudar de que su madre realmente estuviera tan deseosa de tirar a la basura sus votos.

Sintió la mano de Gared en su hombro.

—Leesha, lo siento —dijo, y ella enterró el rostro en su pecho, sollozando.

Él la abrazó con fuerza, sofocando sus sollozos y meciéndola. Un demonio rugió en alguna parte lejana y la muchacha sintió deseos de gritar con él. Contuvo la lengua con la vana esperanza de que su padre estuviera durmiendo, ajeno a los resoplidos de Elona, pero parecía una probabilidad remota a menos que ella hubiera usado una de las pócimas para dormir de Bruna.

—Te sacaré de aquí —anunció el chico—. No perderemos tiempo haciendo planes y tendré preparada una casa para los dos antes de la ceremonia aunque tenga que cortar y acarrear los troncos yo mismo.

—Oh, Gared —exclamó ella, besándole. Él le devolvió el abrazo y volvió a tumbarla. Los golpeteos que procedían de la habitación de Steave y el sonido de los demonios se desvanecieron ante el repiqueteo del latido de la sangre en sus oídos.

Las manos de Gared recorrieron el cuerpo de la chica sin restricciones, y Leesha le dejó acceder a lugares que sólo eran adecuados para un esposo. Ella jadeó y se arqueó contra él llevada por el placer, de modo que el chico aprovechó la oportunidad para situarse entre sus piernas. Ella sintió cómo él se despojaba de sus calzones y se dio cuenta de lo que iba a hacer. Sabía que tenía que apartarlo, pero sentía un gran vacío en su interior y Gared parecía ser la única persona en el mundo capaz de llenarlo.

Estaba a punto de dejarle continuar cuando oyó el grito de placer de su madre y se envaró. ¿Acaso era mejor que Elona, que abandonaba sus votos con tanta facilidad? Se había jurado cruzar las protecciones de su casa de casada siendo virgen. Se había jurado no ser como Elona, pero ahí estaba, desprendiéndose de todo, encelada por un chico a pocos metros de donde pecaba su madre.

«No soporto a los que rompen sus promesas», escuchó decir de nuevo a Bruna, y Leesha presionó las manos contra el pecho del muchacho.

—Gared, no por favor —le susurró. Él se quedó rígido durante un buen rato. Finalmente, rodó apartándose de ella y se abrochó de nuevo los pantalones.

—Lo siento —se excusó ella con voz débil.

—No, soy yo quien lo siente —repuso Gared y le besó la sien—. Puedo esperar.

Leesha lo abrazó con fuerza, y Gared se levantó para irse. Ella quería que él se quedara y durmiera con ella, pero ya había forzado en exceso una suerte que no la favorecía en exceso. Si los cogían juntos, Elona la castigaría severamente, a pesar de su propio pecado. O quizá debido a eso mismo.

Cuando sonó el chasquido de la puerta al cerrarse, Leesha descansó sobre su espalda con la mente llena de dulces pensamientos sobre Gared. Fuera cual fuese la pena que su madre le trajera, podría soportarla mientras lo tuviera a él.

DEMsep

El desayuno fue bastante desagradable. Los sonidos producidos por mascar y tragar sonaban casi como truenos en un silencio que era como si colgara sobre la mesa un paño mortuorio. Parecía que no había nada que fuera conveniente poner en palabras. Leesha quitó la mesa en silencio mientras Gared y Steave cogían sus hachas.

—¿Pasarás el día en la tienda? —preguntó Gared a la chica rompiendo finalmente el silencio.

Erny alzó la mirada por primera vez esa mañana, interesado en su respuesta.

—Le prometí a Bruna que la ayudaría hoy a atender a los heridos —repuso Leesha, pero miró a su padre con aire de disculpa.

Erny asintió comprensivamente y sonrió con dulzura.

—¿Y cuánto va a durar eso? —preguntó Elona.

La chica se encogió de hombros.

—Hasta que estén mejor, supongo —replicó.

—Pasas demasiado tiempo con esa vieja bruja —la regañó Elona.

—Porque tú lo pediste —le recordó la muchacha.

Elona la miró con cara de pocos amigos.

—No te pases de lista conmigo, niña.

La ira llameó en el interior de Leesha pero le mostró su sonrisa más obsequiosa mientras se colocaba la capa sobre los hombros.

—Madre, no te preocupes —repuso—, no suelo beber su tisana.

Steave bufó y los ojos de Elona casi se le salen de las órbitas, pero la muchacha salió por la puerta antes de que ella se recuperara a tiempo para contestarle.

Gared recorrió parte del camino con ella, pero pronto llegaron al lugar donde se reunían los leñadores cada mañana.

Los amigos de Gared ya le esperaban.

—Vienes tarde, Gar —masculló Evin.

—Como tiene una mujer que le cocina ahora… —dijo Flinn—. Eso haría que cualquier hombre se retrasase.

—Seguro que ni siquiera ha dormido —bufó Ren—, juraría que le ha hecho algo más que cocinar, aunque sea bajo la nariz de su padre.

—¿A que Ren lleva razón, Gar? —preguntó Flinn—. ¿Encontraste anoche un sitio nuevo donde colgar tu hacha?

Leesha se enfadó y abrió la boca para replicar, pero Gared le puso una mano en el hombro.

—No les hagas caso —le dijo—. Están intentando hacerte saltar.

—Podrías defender mi honor —repuso la chica. El Creador sabía que los chicos se peleaban por cualquier tontería.

—Oh, claro que lo haré —prometió el muchacho—, sólo que no quiero que lo veas. Quiero que sigas pensando que soy un buen chico.

—Eres un buen chico —replicó Leesha, poniéndose de puntillas para besarlo en la mejilla.

Los muchachos silbaron, y la chica les sacó la lengua mientras se marchaba.

DEMsep

—Niña tonta —masculló Bruna, cuando Leesha le dijo lo que le había respondido a Elona—. Sólo un estúpido muestra sus cartas al comienzo del juego.

—¡Esto no es un juego, es mi vida! —exclamó ella.

Bruna le agarró la cara, apretándole tanto las mejillas que los labios se le estiraron.

—Más razón todavía para mostrar una pizca de sentido común —gruñó ella, mirándola de mala manera con sus ojos lechosos.

Leesha sintió que la ira ardía en su interior. ¿Quién era esa mujer para hablarle de esa manera? Bruna parecía desdeñar a todo el pueblo, zarandeando, golpeando y amenazando a cualquiera a su gusto. ¿Es que acaso era mejor que Elona? ¿Acaso había tenido en cuenta los intereses de Leesha cuando le dijo todas aquellas horribles cosas sobre su madre, o sólo estaba mangoneándola para convertirla en su aprendiz, como Elona la presionaba para que se casara con Gared lo antes posible y que engendrara hijos? En su interior, la chica sabía que todo eso era cierto, pero estaba cansada de ser manipulada.

—Bien, bien, mira quién ha vuelto —dijo una voz procedente de la puerta—, la joven prodigio.

Leesha alzó la mirada y se encontró con Darsy de pie ante el umbral del Templo con una brazada de leña. La mujer no hizo ningún esfuerzo para esconder el disgusto que le causaba la chica, y podía ser tan intimidatoria como Bruna cuando quería. Había intentado asegurarle que no era una amenaza, pero sus intentos sólo parecían empeorar las cosas. Darsy estaba decidida a que ella no le gustara.

—No culpes a Leesha si ella ha aprendido más en dos días de lo que tú en todo un año —le espetó Bruna cuando Darsy dejó caer de golpe la leña y alzó un pesado atizador de hierro para avivar el fuego.

La muchacha estaba segura de que nunca le iba a ir bien con Darsy mientras Bruna siguiera metiendo el dedo en la llaga, pero se apresuró a mezclar las hierbas para los emplastos. Varios de los quemados en el ataque tenían infecciones en la piel que necesitaban atención regular. Otros habían empeorado. Habían tenido que sacudir a Bruna dos veces por la noche para despertarla y atenderlos, pero no cabía duda de que ni sus hierbas ni su habilidad le habían fallado.

La anciana había asumido el control completo del Templo, dando órdenes al Pastor Michel y al resto como si fueran sirvientes milneses. Mantenía a Leesha cerca hablándole continuamente con su carraspera llena de flemas, explicándole la naturaleza de las heridas y las propiedades de las hierbas con las que solía tratarlas. La muchacha la observó sajar y cortar la carne, y descubrió que tenía un estómago bastante resistente para ese tipo de cosas.

La mañana se convirtió en tarde y Leesha tuvo que forzar a Bruna para parar y comer. Otros quizá no hubieran notado la tensión en el aliento de la anciana o el temblor de sus manos, pero ella sí que se dio cuenta.

—Ya está bien —dijo finalmente, quitándole el mortero y el almirez de las manos a la Herborista. Bruna alzó la mirada hacia ella con brusquedad.

—Vete y descansa —dijo Leesha.

—Pero quién eres tú, niña, para… —comenzó Bruna, alargando la mano hacia su bastón.

Leesha estaba alerta al movimiento y fue más rápida, cogiendo el bastón y señalando con él a la nariz ganchuda de la Herborista.

—Te va a dar un ataque si no descansas —le reprochó—. ¡Te voy a sacar de aquí y sin protestar! Stefny y Darsy pueden arreglárselas durante una hora.

—De mala manera —gruñó Bruna, pero permitió a Leesha que la ayudara a levantarse y la sacara de allí.

El sol estaba alto en el cielo y la hierba alrededor del Templo era lozana y verde, salvo por unos cuantos parches ennegrecidos por los demonios de las llamas. Leesha extendió una manta e hizo que Bruna se recostara, ofreciéndole su infusión especial y un trozo de pan suave que no pondría a prueba los pocos dientes que le quedaban.

Se sentaron en un cómodo silencio durante un rato, disfrutando del cálido día primaveral. La chica pensó que había sido una mala idea comparar a Bruna con su madre. ¿Cuándo había sido la última vez que ella y Elona habían pasado juntas un rato de tranquilo silencio al sol? ¿Lo habían hecho alguna vez?

Oyó un carraspeo y se volvió para encontrarse a Bruna roncando. Sonrió y le extendió el chal de la mujer por encima. Estiró las piernas, y descubrió a Saira y Mairy a poca distancia, cosiendo sobre la hierba. La saludaron con la mano y le hicieron señas. Se apretaron sobre la manta para hacerle sitio a Leesha.

—¿Qué tal te va con la Herboristería? —preguntó Mairy.

—Reventada —contestó Leesha—, ¿dónde está Brianne?

Las chicas se miraron entre sí y soltaron unas risitas.

—En el bosque con Evin —repuso Saira.

Leesha chasqueó la lengua.

—Esa chica va a terminar como Klarissa.

Saira se encogió de hombros.

—Brianne dice que no puedes despreciar aquello que no hayas probado.

—¿Estás planeando intentarlo tú? —repuso la chica.

—Tú no crees que haya razones para no esperar —comentó Saira—. Yo también lo veía así, antes de que se llevaran a Jak. Ahora daría cualquier cosa por haberlo tenido al menos una vez antes de que muriera. Incluso haber tenido un hijo suyo.

—Lo siento —añadió Leesha.

—No pasa nada —respondió Saira con tristeza, y la chica la abrazó, uniéndosele también Mairy.

—¡Oh, qué bonito! —gritó alguien a sus espaldas—. ¡Yo también quiero un abrazo!

Todas alzaron la mirada justo en el momento en que Brianne cayó sobre ellas, y las derribó riendo sobre la hierba.

—Hoy estás de muy buen humor —comentó Leesha.

—Es lo que tiene un revolcón en el bosque —le dijo Brianne con un guiño, y dándole un codazo en las costillas—. Además —canturreó—, ¡Eeevinn me contó un secreeettooo!

—¡Cuéntanoslo! —chillaron las tres chicas a la vez.

Brianne se echó a reír y sus ojos se dirigieron hacia Leesha.

—Quizá más tarde —dijo—. ¿Qué tal le ha ido a la aprendiza de la arpía hoy?

—Yo no soy su aprendiza, piense Bruna lo que piense —afirmó la chica—. Todavía sigo queriendo llevar la tienda de mi padre cuando Gared y yo nos casemos. Sólo estoy echando una mano con los heridos.

—Mejor tú que yo —dijo Brianne—. El de Herborista parece un trabajo bastante duro. Vaya pinta que tienes. ¿Dormiste bien anoche?

La muchacha negó con la cabeza.

—El suelo que hay al lado del hogar no es tan cómodo como una cama.

—A mí no me importaría dormir en el suelo si tuviera a Gared de camastro.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Leesha.

—No te hagas la tonta, Leesha —replicó Brianne con una pizca de irritación—. Somos amigas.

La chica se picó.

—¡Si estás insinuando…!

—Bájate del pedestal, Leesha —repuso Brianne—. Sé que Gared estuvo contigo anoche. Esperaba que fueras sincera con nosotras.

Saira y Mairy soltaron una exclamación de sorpresa y los ojos de Leesha se dilataron, mientras su rostro enrojecía.

—¡No lo hicimos! —gritó—. ¿Quién te ha dicho eso?

—Evin —sonrió Brianne—. Dice que Gared ha estado fardando todo el día.

—¡Pues Gared es un mentiroso desalmado! —ladró Leesha—. Yo no soy una buscona, todo el día rondando…

El rostro de Brianne se ensombreció y ella jadeó y se tapó la boca.

—Oh, Brianne, ¡lo siento! No quería decir…

—No, ya lo creo que querías —replicó la chica—, y creo que es la única verdad que has dicho hoy.

Se puso en pie y se sacudió las faldas, y el buen humor que había traído se desvaneció.

—Vamos, chicas —dijo—. Vámonos a cualquier otro sitio donde el aire esté menos contaminado.

Saira y Mairy se miraron la una a la otra y luego a Leesha, pero Brianne ya se había puesto en marcha y se levantaron con rapidez para seguirla. La muchacha abrió la boca, pero no le salió ni una palabra, pues no sabía qué decir.

—¡Leesha! —la llamó Bruna.

Se volvió y vio a la anciana que movía el bastón en su dirección y bregaba para levantarse. Con una mirada llena de dolor hacia sus amigas, que se alejaban en ese momento, se apresuró a ayudarla.

DEMsep

Leesha estaba esperando cuando Gared y Steave venían paseando por el camino que llevaba hacia la casa de su padre. Bromeaban y se reían, y su jovialidad le dio a la chica la energía que necesitaba. Cerró los puños sobre las faldas hasta que los nudillos se le blanquearon cuando se dirigió hacia ellos a grandes zancadas.

—¡Leesha! —la saludó Steave con una sonrisa burlona—. ¿Qué tal está mi futura nuera? —Abrió los brazos como si fuera a abrazarla.

La chica lo ignoró y se concentró en Gared, llegando a su lado y descargándole una formidable bofetada en la cara.

—¡Ay! —gritó Gared.

—¡Oh, vaya! —se rio Steave.

Leesha lo clavó en el sitio con la mejor mirada de malas pulgas de su madre y él alzó las manos en gesto tranquilizador, para aplacarla.

—Veo que tenéis cosas de las que hablar —comentó Steave—, así que mejor os dejo. —Le echó una mirada a Gared y le guiñó el ojo—. El placer tiene su precio —le advirtió mientras se marchaba.

La muchacha se lanzó de nuevo sobre Gared, pegándole otra vez, pero en esta ocasión él tuvo tiempo de cogerla de la muñeca y retorcérsela.

—¡Leesha, para ya! —le pidió.

Pero la chica ignoró el dolor que sentía y estampó la rodilla entre sus piernas. Sus gruesas faldas suavizaron el impacto, pero bastó para que él la soltara y se cayera al suelo, sujetándose los genitales. Leesha lo pateó con ganas, pero Gared tenía una dura musculatura y protegió con las manos su parte más vulnerable.

—¡Leesha, por el Abismo!, ¿se puede saber qué te pasa? —jadeó el muchacho, pero dejó de hablar cuando ella le dio una patada en la boca.

Gared rugió, y la próxima vez que ella alzó el pie, él se lo cogió al vuelo y tiró con fuerza, haciéndola caer de espaldas. Se quedó sin aliento cuando aterrizó sobre el suelo, y antes de que pudiera recuperarse, Gared se le echó encima, sujetándola por los brazos contra el suelo.

—¿Es que te has vuelto loca? —le gritó, cuando ella continuó debatiéndose debajo de él. Se le había puesto el rostro de color morado y sus ojos derramaban lágrimas sin parar.

—¿Cómo has podido hacerlo? —chillaba Leesha—. Hijo de abismal, ¿cómo has podido ser tan cruel?

—¡Por la Noche, Leesha!, ¿qué te pasa? —graznó Gared, apresándola con su peso.

—¿Cómo has podido? —insistió ella—. ¿Cómo has podido mentir y decirle a todo el mundo que te aprovechaste de mí anoche?

Gared se la quedó mirando, desconcertado.

—¿Quién te ha dicho eso? —le exigió, y Leesha concibió la esperanza de que la mentira no procediera de él.

—Evin se lo contó a Brianne.

—Mataré a ese hijo del Abismo —gruñó Gared, levantándose de encima de ella—. Prometió mantener la boca cerrada.

—¿Así que es verdad? —chilló Leesha. Volvió a alzar la rodilla violentamente, y Gared aulló revolcándose. Ella se puso en pie y escapó fuera de su alcance antes de que él se recobrara lo bastante para cogerla de nuevo.

—¿Por qué? —le gritó—. ¿Por qué has mentido de esa manera?

—Sólo era simple parloteo entre leñadores —gimió Gared—, no significa nada.

La chica jamás le había escupido a nadie, hasta ese día.

—¿Qué no significa nada? —chilló—. ¿Has arruinado mi vida por algo que no significa nada?

Gared se levantó y Leesha retrocedió. Él alzó las manos y mantuvo las distancias.

—Tu vida no está arruinada.

—¡Brianne lo sabe! —le contestó ella a gritos—. ¡Y Saira y Mairy! ¡Todo el pueblo lo sabrá mañana!

—Leesha… —comenzó Gared.

—¿A cuántos más? —le cortó ella.

—¿Qué?

—¿A cuántos más se lo has contado, idiota? —aulló.

Él se metió las manos en los bolsillos y bajó la mirada.

—Sólo a los demás leñadores.

—¡Por la Noche! ¿A todos…? —Leesha corrió hacia él para arañarle la cara, pero él le cogió las manos.

—¡Tranquilízate! —gritó Gared. Sus manazas, grandes como dos jamones, la sujetaron con fuerza y un calambre de dolor le recorrió los brazos, devolviéndole la cordura.

—Me estás haciendo daño —le dijo con toda la calma que pudo reunir.

—Eso está mejor —dijo él, disminuyendo la presión pero sin soltarla del todo—. Dudo que esto te duela ni de lejos como una patada en las bolas.

—Te la mereces.

—Supongo que sí —admitió Gared—. ¿Podemos hablar ahora de forma civilizada?

—Si me sueltas —dijo ella.

Gared puso mala cara, después la soltó y se alejó a una distancia de seguridad.

—¿Vas a decirle a todo el mundo que has mentido? —preguntó Leesha.

Gared sacudió la cabeza.

—No puedo hacer eso, Leesha. Quedaré como un idiota.

—¿Y es mejor que yo quede como una puta? —contraatacó Leesha.

—Tú no eres ninguna puta. Leesha, estamos prometidos. No es como tu amiga Brianne.

—Estupendo —dijo Leesha—. Quizá yo también tenga que decir unas mentiras por mi cuenta. Si tus amigos se rieron de ti antes, ¿qué crees que dirán si les digo que no fuiste capaz de ponerte lo bastante duro para rematar la faena?

Gared cerró uno de sus puños enormes y lo alzó ligeramente.

—Tú no vas a decir nada de eso, Leesha. Estoy siendo muy paciente contigo, pero si vas por ahí contando mentiras como esas, te lo juro…

—¿Y está bien que mientas sobre mí? —inquirió Leesha.

—Eso dará igual una vez que estemos casados —replicó Gared—, porque todo el mundo lo olvidará.

—No me voy a casar contigo —dijo Leesha y de repente sintió que se quitaba un gran peso de encima.

El muchacho puso mala cara.

—Pues no creo que tengas muchas posibilidades —replicó—. Porque si alguien quiere tenerte, esa rata de biblioteca de Jona u otro parecido, le daré lo suyo. No hay nadie en Hoya de Leñadores capaz de quedarse con lo que es mío.

—Pues que te aprovechen los frutos de tu mentira —repuso Leesha, volviéndose para que él no pudiera ver sus lágrimas—, porque prefiero entregarme a la noche antes de que cumplas con tu palabra.

DEMsep

A Leesha le costó toda su energía conseguir no romper en lágrimas mientras preparaba la cena esa noche. Cada sonido que hacían Gared o Steave era como un cuchillo rasgando su corazón. Había estado tentada de caer en los brazos de Gared la noche anterior. Casi le había dejado hacer lo que quería, totalmente consciente de lo que eso implicaba. Le había dolido tener que rechazarlo, pero había pensado que era ella quien tenía que entregar su virtud. Nunca hubiera imaginado que él se la arrancaría con una sola palabra, y mucho menos que se le ocurriera hacerlo.

—Ya veo por qué has pasado tanto tiempo en compañía de Bruna —sintió un susurro en su oído. Leesha se dio la vuelta para encontrarse con Elona a su espalda, con una sonrisita de suficiencia.

—No queremos que vayas con una barriga bien redonda el día de tu boda —comentó su madre.

Lamentando en ese momento el comentario que había hecho por la mañana, la chica abrió la boca para replicar, pero su madre se rio con socarronería y se marchó antes de que le acudieran las palabras a la boca.

Escupió en su cuenco, y también en el de Gared y el de Steave. Y sintió una profunda satisfacción mientras los veía comer.

La cena fue espantosa. Steave susurraba en el oído de su madre y Elona soltaba risita tras risita mientras lo escuchaba. Gared estuvo mirándola todo el rato, pero Leesha evitó sus ojos. Mantuvo los suyos pegados a su cuenco, removiéndolo aturdida, como su padre a su lado.

Daba la impresión de que sólo Erny no estaba al tanto de la mentira de Gared. Leesha estaba agradecida por ese motivo, pero sabía en su corazón que no tardaría en enterarse. Había demasiada gente empeñada en destruirla.

Se levantó de la mesa en cuanto le fue posible. Gared se quedó sentado, pero la muchacha sintió que la seguía con los ojos. En el momento en que se retiró a la tienda, ella echó el cerrojo de la puerta, dejándolo encerrado dentro, lo que le hizo sentirse algo más segura.

Como muchas noches anteriores, la muchacha lloró hasta quedarse dormida.

DEMsep

Leesha se levantó dudando de que hubiera llegado a dormir algo. Su madre había vuelto a hacerle a Steave una visita de madrugada, pero únicamente sintió aturdimiento mientras oía sus gruñidos por encima de la algarabía de los abismales.

Gared también le causó un sobresalto muy avanzada la noche, cuando descubrió que la puerta estaba cerrada. Sonrió con tristeza mientras él intentaba forzar el pestillo unas cuantas veces, hasta que al final se rindió.

Erny acudió a besarle la coronilla mientras ella echaba las gachas en el fuego. Era la primera vez que habían estado a solas en los últimos días. Se preguntó cómo afectaría a su padre, ya dolido, cuando le llegara la mentira de Gared. Él la habría creído quizás antes, pero con la traición de su esposa tan reciente, dudaba que le quedara mucha confianza en nada.

—¿Vas a volver hoy a cuidar de los heridos? —le preguntó. Cuando Leesha asintió, sonrió y le dijo—. Eso está bien.

—Siento no tener más tiempo para dedicárselo a la tienda —comentó ella.

Él la tomó de los brazos y se inclinó hacia delante, buscándole los ojos.

—La gente siempre es más importante que el papel, Leesha.

—¿Incluso la mala? —preguntó la chica.

—Incluso los malos —confirmó él. Su sonrisa estaba llena de dolor, pero no había vacilación ni duda en su respuesta—. Busca al peor ser humano posible, aun así será mejor que lo que ves todas las noches al otro lado de la ventana.

Erny la abrazó cuando la muchacha rompió a llorar, la meció entre sus brazos y le acarició los cabellos.

—Estoy orgulloso de ti, Leesha —le susurró—. La fabricación de papel ha sido mi sueño. Si tú escoges otro camino, las protecciones no fallarán por eso.

Ella lo abrazó con fuerza, mojándole la camisa con sus lágrimas.

—Te quiero, papá —le dijo—. Pase lo que pase, nunca dudes de eso.

—Jamás lo haría, sol de mi vida —le contestó él—. Siempre te amaré también.

Ella siguió allí durante un buen rato ya que su padre era el único amigo que le quedaba en el mundo.

Salió a toda prisa de la casa mientras Gared y Steave se ponían las botas. Esperó tener la suerte de no encontrarse con nadie en su camino hacia el Templo, pero los amigos de Gared lo estaban esperando afuera. Su saludo fue una lluvia de silbidos y abucheos.

—¡Sólo hemos venido para asegurarnos de que tu madre y tú no tenéis encamados a Gared y Steave cuando deberían estar trabajando! —le gritó Ren.

Leesha se puso de un intenso color escarlata, pero no dijo nada y apretó el paso para adelantarlos y tomar el camino. Sus carcajadas cayeron como golpes sobre su espalda.

No pensó que eran imaginaciones suyas el hecho de que la gente se la quedara mirando y se pusieran a cuchichear a su paso. Se apresuró hacia un lugar seguro, el Templo, pero cuando llegó, Stefny le bloqueó la entrada, con las aletas de la nariz arrugadas como si Leesha apestara a la lejía que usaba su padre para hacer el papel.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la chica—. Déjame pasar. He venido a ayudar a Bruna.

Stefny sacudió la cabeza.

—No dejaré que mancilles este lugar sagrado con tu pecado —le recriminó.

Leesha se irguió en toda su altura, pero aunque le sacaba varios centímetros a Stefny, se sentía como un ratón ante un gato.

—Yo no he cometido pecado alguno —le cortó.

—¡Ja! —se rio la mujer—. Toda la ciudad sabe lo que tú y Gared habéis estado haciendo durante la noche. Tenía algunas esperanzas puestas en ti, niña, pero parece que después de todo sigues siendo la hija de tu madre.

Bruna intervino con su voz rasposa y ronca antes de que Leesha tuviera ocasión de responder.

—¿Qué es todo esto?

Stefny se volvió, con los ojos llenos de altanero orgullo y bajó la mirada hacia la anciana Herborista.

—Esta chica es una puta y no la quiero en la casa del Creador.

—¿Qué tú no la quieres? —preguntó—. ¿Es que ahora eres tú el Creador?

—Anciana, en este lugar no se blasfema —replicó Stefny—. Sus palabras están escritas para todo aquel que quiera leerlas. —Alzó la copia en pastas de cuero del Canon que llevaba consigo a todas partes—. Los fornicadores y los adúlteros han hecho caer la Plaga sobre nosotros y eso describe bien tanto a esta buscona como a su madre.

—¿Y dónde está la prueba de su crimen? —preguntó Bruna.

Stefny sonrió.

—Gared ha presumido de su pecado delante de todo aquel que ha querido escucharlo.

La sanadora gruñó y la golpeó súbitamente en la cabeza con el bastón, haciéndola caer al suelo.

—¿Vas a condenar a una chiquilla sin más pruebas que las fanfarronadas de un niñato? —chilló—. ¡El alarde de un chico no vale ni el aliento que le cuesta y lo sabes muy bien!

—Todo el mundo sabe que su madre es la puta del pueblo —replicó ella con desdén. Le caía un hilillo de sangre de la sien—. ¿Por qué debe ser el cachorro distinto de la perra?

Bruna volvió a lanzar el bastón contra el hombro de Stefny, y esta chilló de dolor.

—¡Eh, vosotras! —gritó Smitt, acercándose apresuradamente—. ¡Ya está bien!

El Pastor Michel llegó echando fuego.

—Esto es un Templo, no una taberna angiersina…

—¡Las asuntos de mujeres son como son y tú te quitas de en medio si sabes lo que te conviene! —le replicó bruscamente Bruna, cortándole las alas y se volvió después hacia Stefny—. ¡Abre la boca y descubriré también tu pecado! —siseó.

—¡Yo no he pecado, vieja bruja! —exclamó la mujer.

—Yo he traído al mundo todos los niños de este pueblo —repuso Bruna, en voz tan baja que los hombres no la oyeron—, y a pesar de los rumores, veo bastante bien cuando tengo las cosas tan cerca como un bebé en mis manos.

Stefny palideció y se volvió hacia su marido y el Pastor.

—¡Largaos de aquí! —gritó.

—¡Por el Abismo que no! —gritó Smitt. Agarró el bastón de Bruna y lo apartó de su mujer—. Escucha bien, anciana —le dijo a Bruna—. ¡Seas Herborista o no, no puedes ir por ahí golpeando a quien te venga en gana!

—Ah, pero tu mujer sí puede ir por ahí condenando a quien le dé la gana; ¿verdad? —le replicó ella. Le arrancó el bastón de las manos y le dio otro golpe en la cabeza con él.

Smitt trastabilló hacia atrás, frotándosela.

—Está bien —dijo—. He intentado ser amable.

Por lo general, Smitt decía esto justo antes de remangarse y echar fuera a alguien de su taberna. No era un hombre alto, pero su constitución era robusta y había adquirido mucha experiencia de tanto tratar con leñadores borrachos a lo largo de los años.

Bruna no era ningún leñador fornido, pero no pareció intimidada en lo más mínimo. Se mantuvo firme en su terreno mientras Smitt se precipitaba contra ella.

—¡Pues muy bien! —gritó—. ¡Échame! ¡Y ahora, mezcla tú las hierbas! ¡Curad tú y Stefny a los que vomitan sangre y a los que tienen la fiebre del demonio! ¡Y mientras, traed vuestros niños al mundo! ¡Coced vuestras propias medicinas! ¡Haceos vuestras propias pajuelas de azufre! ¿Para qué necesitáis a la vieja bruja?

—Cierto, ¿para qué? —preguntó Darsy. Todo el mundo se la quedó mirando mientras se acercaba a zancadas hacia Smitt.

—Yo puedo mezclar las hierbas y traer niños al mundo tan bien como ella —comentó Darsy.

—¡Ja! —exclamó Bruna. Incluso Smitt se la quedó mirando, vacilante.

Darsy la ignoró.

—Creo que ya es hora de un cambio —continuó ella—. Tal vez no tenga cien años de experiencia como Bruna, pero yo no ando molestando a la gente.

El posadero se rascó la barbilla y miró de refilón a Bruna, que se rio con socarronería.

—Adelante —le desafió ella—. Me vendrá bien el descanso, pero no vengáis a mi cabaña cuando esa vaca cosa donde hay que cortar y corte donde haya que coser.

—Quizá Darsy se merezca una oportunidad —afirmó Smitt.

—¡Hecho, entonces! —cerró Bruna, dando un golpe con su bastón en el suelo—. Asegúrate de decirle al resto del pueblo adonde tienen que ir ahora a por sus medicinas. ¡Te agradezco que me dejes en paz en mi cabaña!

Se volvió hacia Leesha.

—Vamos, niña, ayuda a una vieja arpía a regresar a su casa.

Se cogió del brazo de Leesha y ambas se volvieron hacia la puerta.

Sin embargo, Bruna se detuvo cuando pasaron por delante de Stefny y la señaló con el bastón antes de susurrarle en voz baja para que fuera audible para las tres mujeres:

—Si dices una sola palabra más contra esta chica, o haces sufrir a otras, haré que todo el pueblo conozca tu vergüenza.

Leesha no pudo olvidar la mirada aterrorizada de la mujer durante todo el camino hacia la cabaña de Bruna.

Una vez que estuvieron dentro, la anciana se volvió hacia ella.

—Bueno, niña, ¿eso es verdad? —le preguntó.

—¡No! —gritó la chica—. Quiero decir, casi… ¡pero le dije que parase y lo hizo!

Sonaba falso y poco creíble, y ella lo sabía. Sintió que la atenazaba el terror. Bruna era la única que la había defendido, y creía que se moriría si la anciana llegaba a pensar también que era una mentirosa.

—Tú… puedes comprobarlo si quieres —le contestó, con las mejillas ruborizadas. Miró hacia el suelo y se limpió las lágrimas.

Bruna gruñó y sacudió la cabeza.

—Te creo, niña.

—¿Por qué? —preguntó Leesha, casi suplicando—. ¿Por qué ha tenido Gared que mentir de esa manera?

—Porque los chicos reciben alabanzas por el mismo motivo que las chicas son expulsadas del pueblo —replicó Bruna—. Porque los hombres se rigen por lo que los demás piensan de sus gusanos pendulones. Porque es una pequeña escoria con serrín en la cabeza, hiriente y mezquino, que no tiene ni idea de lo que ha hecho.

Leesha comenzó a llorar de nuevo, y le dio la sensación de que llevaba llorando toda la vida. Seguramente no había cuerpo que pudiera contener tantas lágrimas.

Bruna abrió los brazos y Leesha se dejó caer entre ellos.

—Ven aquí, chica, ven aquí —le dijo—. Échalo todo fuera y luego ya veremos qué se puede hacer.

DEMsep

Reinó el silencio en la cabaña de Bruna mientras Leesha preparaba una infusión. Todavía era temprano, pero se sentía exhausta por completo. ¿Cómo iba a esperar poder vivir el resto de su vida en Hoya de Leñadores?

«¡Fuerte Rizón está sólo a una semana de aquí! —pensó— y allí hay millares de personas. Nadie habrá oído hablar de las mentiras de Gared. Si pudiera encontrar a Klarissa y…».

¿Y qué? Se daba cuenta de que todo eso no era más que una fantasía, incluso aunque pudiera encontrar a un Enviado con el que marcharse, el pensamiento de estar una semana o más en el camino hacía que se le helase la sangre, y los rizonianos eran granjeros, no necesitaban nada de letras ni papel. Allí a lo mejor podría encontrar a un nuevo esposo, a lo mejor no, pero la idea de atar su destino a otro hombre le ofrecía poco consuelo.

Le llevó a Bruna su infusión con la esperanza de que la anciana tuviera la respuesta, pero la Herborista no dijo nada y se limitó a beber en silencio mientras Leesha se arrodillaba al lado de su silla.

—¿Qué voy a hacer? —inquirió ella—. No puedo esconderme aquí para siempre.

—Podrías si quisieras —replicó Bruna—. Por mucho que se jacte, Darsy no ha retenido ni una pequeña fracción de lo que le he enseñado, y yo apenas si le he enseñado una pequeña parte de todo lo que sé. La gente del pueblo pronto volverá aquí suplicando mi ayuda. Quédate, y dentro de un año la gente de Hoya de Leñadores no sabrá cómo han podido apañarse sin ti.

—Mi madre nunca lo permitirá —contestó Leesha—. Seguirá empeñada en que me case con Gared.

Bruna asintió.

—Así es. Nunca se ha perdonado a sí misma por no haberle dado hijos a Steave. Está decidida a que tú corrijas sus errores.

—Pues no lo haré —replicó Leesha—. Antes me entregaría a la noche que dejar que me toque Gared.

Se sintió conmocionada cuando comprendió que sentía cada palabra que decía.

—Eso es muy valiente por tu parte, cariño —convino la anciana con cierto desdén en el tono de su voz—. Tan valiente como para haber echado a perder tu vida por la mentira de un crío y el miedo a tu madre.

—¡Yo no le tengo miedo!

—¿Tampoco temes decirle que no quieres casarte con el chico que ha destrozado tu reputación?

Leesha se quedó en silencio un buen rato antes de asentir.

—Llevas razón —le dijo, y Bruna gruñó.

La chica se puso en pie.

—Supongo que lo mejor será que acabe con esto lo antes posible —comentó, pero la anciana no despegó los labios.

Una vez ya en la puerta, la muchacha se detuvo y miró hacia atrás.

—¿Bruna? —inquirió, y la mujer gruñó de nuevo—. ¿Cuál fue el pecado de Stefny?

La anciana le dio un trago a su infusión.

—Smitt tiene tres preciosos niños.

—Cuatro —le corrigió Leesha.

La sanadora negó con la cabeza.

—Stefny tiene cuatro, pero sólo tres son de Smitt.

Los ojos de la chica se dilataron de la impresión.

—Pero ¿de quién pueden ser? —preguntó—. Stefny nunca sale de la taberna, salvo para ir al Templo… —Cuando lo dijo, soltó un jadeo.

—Incluso los Hombres Santos son hombres —declaró Bruna.

DEMsep

Leesha caminó de vuelta a casa a paso lento para disponer de tiempo para pensar y escoger las palabras, pero al final comprendió que fuesen cuales fueran las frases, daba igual. Lo que importaba realmente era que ella no quería casarse con Gared y la reacción de su madre.

El día estaba bastante avanzado cuando llegó a la casa. Gared y Steave llegarían pronto del bosque. Ella necesitaba que el enfrentamiento tuviera lugar antes de su regreso.

—Bueno, realmente la has armado bien hoy —la increpó su madre en tono ácido cuando entró—. Mi hija es la buscona de la ciudad.

—Yo no soy una buscona —replicó Leesha—. Gared ha estado contando mentiras por ahí.

—¡No oses echarle la culpa de que no hayas sido capaz de mantener las piernas cerradas! —exclamó Elona.

—Yo no me he acostado con él.

—¡Ja! —ladró su madre—. No pienses que soy tan tonta, Leesha. Yo también fui joven hace tiempo.

—Tú has sido «joven» todas las noches de esta semana —repuso la chica—, y Gared es un mentiroso.

Elona le dio una bofetada que la derribó al suelo.

—¡No te atrevas a hablarme de ese modo, tú, putilla! —le chilló.

Leesha se quedó quieta, sabiendo que si se movía su madre le pegaría de nuevo. Sentía como si le hubiera prendido fuego en la mejilla.

Viendo a su hija tan postrada, Elona inspiró profundamente y pareció calmarse.

—No importa —dijo—. Siempre he sabido que necesitabas que alguien te derribara de un golpe del pedestal donde el idiota de tu padre te ha puesto. Te casarás pronto con Gared, y la gente se cansará de murmurar algún día.

Leesha se armó de valor.

—No me voy a casar con él. Es un mentiroso y no lo voy a hacer.

—Claro que lo harás —repuso Elona.

—No, no lo haré —sostuvo la chica, y las palabras le devolvieron la fuerza hasta tal punto que se puso en pie—. No diré las palabras, y no hay nada que puedas hacer para obligarme.

—Ya veremos eso —replicó su madre, quitándose el cinturón, una gruesa correa de cuero con una hebilla metálica que siempre llevaba algo suelta alrededor de la cintura. Leesha pensó que la llevaba únicamente para poder golpearla.

La mujer se dirigió hacia su hija, que chilló y se retiró en dirección a la cocina antes de darse cuenta de que era el último sitio al que debía haber ido, pues sólo había un lugar por donde entrar y salir.

Gritó de nuevo cuando la hebilla le cortó el vestido y la golpeó en la espalda. Elona balanceó la correa de nuevo y Leesha se arrojó contra ella presa de la desesperación. Cuando ambas cayeron al suelo, oyó cómo se abría la puerta y la voz de Steave. Al mismo tiempo una voz preguntaba desde la tienda.

Elona hizo buen uso de la distracción: propinó un puñetazo en pleno rostro a su hija y se puso de pie de inmediato, volviendo a descargar el cinturón contra la chica, que dejó escapar otro grito.

—¡Por el Abismo!, ¿qué está ocurriendo aquí? —gritó alguien desde el umbral.

Leesha alzó la mirada para ver a su padre luchando por entrar en la habitación bloqueado por el musculoso brazo de Steave.

—¡Quítate de mi camino! —gritó Erny.

—Esto es entre ellas —respondió Steave con una amplia sonrisa.

—¡Esta es mi casa y tú aquí sólo eres un invitado! —aulló Erny—. ¡Quítate de mi camino!

Como Steave no se apartó, Erny le dio un puñetazo.

Todo el mundo se quedó parado. No quedó claro si Steave había sentido el puñetazo o no. Rompió el silencio con una risa, y le devolvió el golpe a Erny sin esfuerzo aparente, de modo que este salió volando hacia la sala principal.

—Vosotras, señoras, resolved vuestras diferencias en privado —comentó Steave con un guiño.

Y cerró tras él la puerta de la cocina mientras la madre de Leesha se empleaba con ella a fondo una vez más.

DEMsep

Leesha sollozó en voz baja en la habitación trasera de la tienda de su padre, limpiándose con cuidado las heridas y los cardenales. Si hubiera dispuesto de las hierbas apropiadas, habría podido hacer más, pero sólo tenía agua fría y un trapo.

Había salido huyendo hacia la tienda justo después de su ordalía, cerrando las puertas desde el interior, e ignorando incluso los suaves golpecitos de su padre. Cuando las heridas estuvieron limpias y los cortes más profundos curados, Leesha se acurrucó hecha una pelota en el suelo, temblando de dolor y vergüenza.

—Te casarás con Gared el día que sangres —le había prometido su madre—, o te haré esto todos los días hasta que consientas.

La chica sabía que lo haría, y sabía que debido al rumor que había propagado Gared, mucha gente se pondría de su parte e insistiría en que se casaran, haciendo caso omiso de los cardenales que ya había lucido muchas veces antes.

«No lo haré —se prometió a sí misma—, antes me entregaré a la noche».

En ese momento sintió un calambre en las entrañas. Gimió y sintió una humedad en los muslos. Aterrorizada, la restañó con un trapo limpio, rezando fervientemente, pero allí, como una broma cruel del Creador, estaba la sangre.

La muchacha gritó y oyó una voz que le respondía desde la casa.

Nuevamente volvió el golpeteo en la puerta.

—Leesha, ¿te encuentras bien? —le preguntó su padre.

Ella no contestó, y se quedó mirando la sangre horrorizada. ¿No había sido dos días apenas antes cuando había estado rezando para que eso sucediese? Ahora la contempló como si procediese del mismísimo Abismo.

—Leesha, ¡abre la puerta ahora mismo o tendrás toda la noche para pagarlo! —chilló su madre.

La chica la ignoró.

—¡Si no haces caso a tu madre y abres esta puerta antes de que termine de contar hasta diez, Leesha, te juro que la echaré abajo! —bramó Steave.

Cuando el hombre comenzó a contar, la muchacha sintió que la atenazaba el miedo. No le cabía duda alguna de que era capaz de hacerlo y que podría destrozar la gruesa puerta de madera de un solo golpe. Corrió hacia la puerta exterior, abriéndola de un tirón.

Casi era de noche. El cielo era de un intenso color púrpura y el último rayo de sol se hundiría tras el horizonte en apenas minutos.

—¡Cinco! —gritó Steave—. ¡Cuatro! ¡Tres!

Leesha tragó aire y corrió hacia el exterior de la casa.