16
Afectos
323-325 d. R.
La azotea de la biblioteca ducal en Miln era un lugar mágico para Arlen. El mundo se extendía a sus pies los días despejados, un mundo sin limitaciones de muros ni grafos se prolongaba hasta llegar al infinito. Ese fue también el primer lugar donde Arlen miró a Mery, y la vio de verdad.
Su trabajo en la biblioteca estaba casi terminado y pronto regresaría a la tienda de Cob. Él contemplaba el brillo del sol sobre las cumbres nevadas de las montañas y cómo incidía su luz en el valle de debajo, intentando memorizar la estampa para siempre, y cuando se giró hacia la joven quiso hacer lo mismo con ella, que para entonces tenía quince veranos y era más hermosa que las montañas y la nieve.
Mery había sido su amiga más cercana durante cerca de un año, pero Arlen jamás había pensado en ella más que en esos términos, pero ahora, al ver su cuerpo silueteado por la luz del día y con el frío viento de la montaña apartando la larga melena de su cara mientras cruzaba los brazos por debajo de la curvatura de los pechos para combatir el frío, contempló a una joven mujer, y él también era un hombre joven. El pulso se le aceleró cuando sus faldas flamearon al viento y dejaron ver el encaje de las enaguas de debajo.
No dijo nada cuando se acercó a ella, pero ella percibió la mirada de sus ojos y sonrió.
—Ya era hora —dijo Mery.
Arlen extendió el brazo con indecisión y delineó la mejilla de la joven con el dorso de la mano. Ella se inclinó hacia delante al notar el roce y él saboreó la dulzura de su aliento mientras la besaba. Al principio fue un beso suave y vacilante, pero se hizo más intenso cuando ella lo correspondió y se convirtió en algo con vida propia, en algo ávido y apasionado, algo que había estado creciendo en el interior de Arlen durante un año sin su conocimiento.
Sus labios se separaron al cabo de un rato con un ruidito. Sonrieron nerviosos con los brazos enlazados uno en torno al otro y contemplaron la vista por encima de todo Miln, compartiendo el gozo de su joven amor.
—Siempre estás mirando hacia el valle —comentó la muchacha mientras hundía los dedos en el pelo de Arlen y le besaba las sienes—. Dime con qué sueñas cuando tus ojos miran tan a lo lejos.
Él permaneció en silencio durante un tiempo.
—Con un mundo libre de abismales —respondió.
Mery se rio ante lo inesperado de la respuesta, pues sus pensamientos iban en otra dirección. Ella no tenía intención de ser cruel, pero el sonido de las carcajadas le resultó muy parecido al chasquido de un látigo, y a él le molestó.
—Entonces, ¿te consideras el Liberador? ¿Cómo vas a conseguir ese fin?
Arlen se separó un poco de ella, sintiéndose vulnerable de repente.
—No lo sé —admitió él—. Voy a comenzar por ser Enviado. Ya he ahorrado dinero suficiente para el caballo y la armadura.
Mery negó con la cabeza.
—Eso nunca ocurrirá si nos casamos —repuso ella.
—¿Vamos a casarnos? —preguntó Arlen, tan sorprendido que la voz se le aceró un poco.
—¿Qué? ¿No soy bastante buena para ti? —preguntó la muchacha, alejándose y mirándolo con indignación.
—No, yo jamás he dicho eso… —tartamudeó Arlen.
—Ah, bueno —dijo ella—. Hacer de Enviado quizá reporte dinero y gloria, pero es demasiado peligroso, sobre todo una vez que tengamos hijos.
—Ah, pero ¿vamos a tener hijos ya? —chilló Arlen. Mery lo miró como si fuera idiota y continuó sin detenerse a considerar otros detalles—. No, eso de ser Enviado no va a suceder. Vas a tener que ser Protector, como Cob. Aun así, deberás luchar contra demonios, pero estarás a salvo conmigo en vez de estar a lomos de caballos por senderos infestados de abismales.
—No quiero ser Protector —repuso Arlen—. El aprendizaje de este oficio fue un medio para lograr un fin.
—¿Qué fin? —inquirió Mery—. ¿Acabar muerto en algún camino?
—No, eso no va a pasarme a mí —contestó Arlen.
—¿Qué vas a ganar como Enviado que no puedas lograr como Protector?
—Evasión.
Mery enmudeció y ladeó la cabeza a fin de evitar los ojos del aprendiz, al cabo de unos momentos retiró su brazo del de él y se sentó en silencio. Arlen descubrió que la tristeza la hacía aún más bella.
—¿Evadirte de qué? —preguntó al fin—. ¿De mí?
Arlen miró a la joven, atraído de un modo que sólo ahora empezaba a comprender, y se le hizo un nudo en la garganta. ¿Tan malo era quedarse? ¿Qué posibilidades tenía de encontrar a otra como Mery?
¿Y era eso bastante? Él jamás quiso formar una familia, lo que implicaba unos vínculos afectivos no deseados. Si hubiera querido casarse y tener hijos, también podría haberse quedado en Arroyo Tibbet y haber unido su suerte a la de Renna. Había pensado que Mery era diferente…
Arlen revivió en su mente la imagen que lo había sostenido durante los tres últimos años, la visión de sí mismo en el camino, libre para vagabundear. La perspectiva lo llenó de gozo, como siempre, hasta que se volvió para mirar de nuevo a Mery. El ensueño voló, y no fue capaz de pensar en otra cosa que no fuera besarla.
—No, de ti no. De ti, jamás —respondió, cogiéndola de las manos.
Sus labios volvieron a encontrarse y durante un tiempo él ya no pensó en nada más.
—Me han confiado una misión a Soto Pobre —anunció Ragen—. ¿Te gustaría venir conmigo, Arlen?
Soto Pobre era una aldehuela de pocas granjas a un día a caballo de Miln.
—¡No, Ragen! —chilló Elissa.
Arlen la fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera hablar, Ragen tomó a su esposa por el brazo y preguntó con gran amabilidad:
—¿Me concedes unos momentos a solas con mi esposa?
El joven se pasó la mano por los labios y se disculpó.
Ragen cerró la puerta detrás de Arlen, pero este se negó a permitir que el destino escapara de su control y dio vueltas por la cocina, aguzando el oído desde la entrada de la servidumbre. El cocinero lo miró, pero él le devolvió la mirada y el tipo no se inmiscuyó.
—¡Es demasiado joven! —estaba diciendo la dama.
—Para ti siempre va a ser demasiado joven, Lisa —repuso él—. Tiene dieciséis años, edad suficiente para hacer un simple viaje de un solo día.
—¡Lo estás animando!
—Sabes perfectamente que Arlen no necesita ningún ánimo por mi parte —replicó Ragen.
—Pues en ese caso, se lo estás permitiendo —replicó ella—. Aquí está más seguro.
—Estará a salvo conmigo —contestó Ragen—. ¿Acaso no es mejor que realice su primer viaje con alguien que lo supervise?
—Preferiría que él no hiciera ningún viaje —argüyó ella con acritud—. Pensarías lo mismo si te preocupara de veras.
—Por la Noche, Lisa, no es como si fuéramos a ver un demonio. Llegaremos al sitio antes del crepúsculo y nos iremos después del alba. La gente normal hace ese viaje todos los días.
—Me da igual. No quiero que vaya.
—No es tu elección —le recordó Ragen.
—¡Lo prohíbo! —gritó Elissa.
—¡No puedes! —replicó su esposo, también a gritos. Arlen jamás le había oído levantar la voz a lady Elissa.
—¡Mírame! —gruñó—. Drogaré a los caballos, partiré en dos todas las lanzas, arrojaré al pozo tu armadura para que se oxide.
—Llévate todas las herramientas que gustes —masculló él con los dientes apretados—, pero aun así, Arlen y yo iremos a Soto Pobre mañana, a pie si es necesario.
—Voy a dejarte —anunció Elissa en voz baja.
—¿Qué…?
—Ya me has oído —dijo ella—. Llévate a Arlen de Miln y a la vuelta me habré ido.
—No puedes hablar en serio.
—Nunca he hablado más en serio en toda mi vida. Llévatelo y me iré —insistió la mujer.
Ragen permaneció en silencio durante mucho rato.
—Mira, Lisa, sé lo mucho que te duele el no haberte quedado embarazada, pero…
—Eso ni mentarlo —aulló ella.
—Arlen no es tu hijo —voceó Ragen—, ni lo será por muy asfixiante que sea tu voluntad. Es nuestro invitado, no nuestro hijo.
—¡Por supuesto que no lo es! —gritó ella—. ¿Cómo vamos a tener uno cuando tú estás por ahí haciendo esas estupendas misiones tuyas cada vez que yo ovulo?
—Sabías eso cuando te casaste conmigo —le recordó él.
—Lo sé, y ahora empiezo a comprender que debí hacer caso a mi madre.
—¿Y qué significa eso? —inquirió Ragen.
—Que ya no puedo más —contestó Elissa, empezando a llorar—. No soporto la constante espera, preguntándome si volverás o no a casa, ni esas cicatrices que tú dices que no son nada ni las plegarias de quedarme embarazada las pocas veces que hacemos el amor antes de que sea demasiado vieja. ¡Y ahora esto!
»Sabía cuál era tu oficio cuando nos casamos —admitió entre sollozos— y pensaba que había aprendido a manejarlo, pero esto… No puedo soportar la idea de perderos a los dos, no puedo.
Arlen dio un respingo cuando notó una mano en la espalda, la de Margrit, quien estaba junto a él, mirándolo con severidad.
—No debería escuchar esa conversación —le recriminó.
El joven se sintió avergonzado por espiar y estaba a punto de alejarse cuando captó la respuesta del Enviado.
—De acuerdo —aceptó Ragen—. Le diré a Arlen que no puede venir y dejaré de animarlo para que sea Enviado.
—¿De verdad? —inquirió ella, sorbiéndose la nariz.
—Te lo prometo —le aseguró él—, y me quedaré en casa unos cuantos meses a mi vuelta de Soto Pobre y voy a mantenerte tan ocupada que te quedarás embarazada sin remedio.
—¡Oh, Ragen!
Elissa rio y Arlen escuchó cómo él la estrechaba entre sus brazos.
—Tiene razón —le dijo Arlen a Margrit—. No tenía derecho alguno a espiar —añadió mientras la rabia le formaba un nudo en la garganta—, pero para empezar tampoco ellos tenían derecho a discutir esto.
Él subió a su habitación y se puso a empaquetar sus cosas. Más valía dormir en el duro jergón de la tienda de Cob que en un lecho mullido al precio de perder el derecho a tomar sus propias decisiones.
Arlen evitó a Ragen y a Elissa durante meses. Se detenían a menudo para verlo, pero no lo encontraban y también enviaron criados para intentar algún acercamiento, pero el resultado fue el mismo.
Ahora no usaba los caballos de las cuadras de Ragen, de modo que adquirió su propia montura y practicaba la equitación en los campos extramuros. Mery y Jaik lo acompañaban a menudo, pues el vínculo entre ellos se había estrechado mucho. Mery ponía mala cara ante esos ejercicios, pero todos eran jóvenes y el simple placer de galopar a caballo por la campiña alejaba esos sentimientos.
Arlen trabajó con creciente autonomía en la tienda de Cob, aceptando trabajos y nuevos clientes sin necesidad de supervisión. Su nombre se había hecho popular en los círculos del negocio en Miln, y los beneficios de Cob aumentaron, por lo que contrató criados y tomó nuevos aprendices, dejando a Arlen el grueso de su adiestramiento.
Arlen y Mery paseaban la mayor parte de las tardes, apurando las horas hasta que el cielo insinuaba las sombras. Sus besos eran cada vez más ávidos, y los dos querían ir más lejos, pero Mery siempre se separaba antes de que las cosas llegaran a mayores.
—Habrás terminado el periodo de aprendizaje dentro de un año —decía una y otra vez—. Podremos casarnos al día siguiente si tú quieres, y a partir de ese momento podrás tenerme todas las noches.
La dama Elissa visitó la tienda una mañana en que Cob se hallaba fuera. Arlen estaba ocupado hablando con un cliente y no se percató de su presencia hasta que fue demasiado tarde.
—Hola, Arlen —lo saludó cuando el visitante se hubo marchado.
—Hola, lady Elissa.
—No hacen falta tantas formalidades.
—Tengo la impresión de que un trato poco formal ha confundido la naturaleza de nuestra relación y no deseo repetir ese error —argüyó él.
—Me he disculpado una y otra vez, Arlen —repuso Elissa—. ¿Qué hace falta para que me perdones?
—Que quieras hacerlo —contestó él.
Los dos aprendices se miraron el uno al otro y se levantaron al unísono de la mesa de trabajo para abandonar la habitación, aunque la dama ni se percató de ello.
—Lo quiero.
—No es verdad —replicó Arlen mientras recogía varios libros del mostrador de la tienda para colocarlos más lejos—. Lamentas que yo escuchara de tapadillo y me ofendiera. Lamentas que me haya ido. De lo único que no te arrepientes es de lo que hiciste: conseguir que Ragen renunciara a llevarme con él.
—Es un viaje peligroso —repuso ella con el mayor tacto posible.
Arlen dejó caer los libros de golpe y miró a los ojos de la mujer por vez primera.
—He hecho ese viaje una docena de veces en los seis últimos meses —replicó el joven.
—¡Arlen! —exclamó la dama con voz ahogada.
—También he estado en las Minas del Duque —prosiguió el interpelado— y también en las Canteras del Sur. Todos esos sitios están a un día de viaje desde la ciudad. He ampliado mi círculo de contactos y el gremio de Enviados me corteja desde que he entregado mi solicitud, llevándome adónde yo quiera ir. No has conseguido nada. No voy a permanecer enjaulado, Elissa, ni por ti ni por nadie.
—Jamás he querido encerrarte, Arlen, mi único deseo era protegerte —repuso ella en voz baja.
—No te correspondía ese lugar —replicó el joven, volviendo al trabajo.
—Tal vez no —admitió ella con un suspiro—, pero sólo lo hice porque me preocupaba, porque te quería.
Arlen se detuvo, negándose a mirarla.
—¿Acaso sería tan malo, Arlen? —preguntó Elissa—. Cob no es joven y te quiere como a un hijo. ¿Sería una maldición que te hicieras cargo de su tienda y te casaras con esa chica tan guapa con la que te he visto?
Arlen sacudió la cabeza.
—No voy a ser un Protector, jamás.
—¿Y qué harás al jubilarte? ¿Lo mismo que Cob?
—Habré muerto antes de llegar a eso.
—¡Qué cosas tan terribles dices, Arlen!
—¿Por qué? Es la verdad —replicó él—. Ningún Enviado en activo consigue llegar a viejo.
—Pero si sabes que ese trabajo va a matarte, ¿por qué lo haces?
—Porque prefiero vivir unos pocos años sabiendo que soy libre a pasarme décadas dentro de una prisión.
—Es difícil considerar Miln como una cárcel, Arlen —repuso ella.
—Pero lo es —insistió el joven—. Nos convencemos a nosotros mismos de que es el mundo, pero no es así. Nos decimos que no hay nada para nosotros fuera de estos muros, pero lo hay. ¿Por qué crees que Ragen continúa siendo Enviado? Tiene más dinero del que puede gastar.
—Ragen está al servicio del duque. Tiene el deber de llevar a cabo ese trabajo porque ningún otro puede.
Arlen bufó.
—Hay otros Enviados, Elissa, y Ragen considera al duque un gusano. No lo hace por lealtad ni por honor. Lo hace porque sabe la verdad.
—¿Qué verdad?
—Que fuera hay más cosas que dentro —replicó Arlen.
—Estoy embarazada, Arlen —dijo Elissa—. ¿Crees que Ragen va a encontrar eso en algún otro sitio?
Arlen hizo una pausa.
—Felicidades —respondió él al fin—. Sé cuánto lo deseabas.
—¿No tienes nada más que decir?
—Supongo que ahora esperarás que Ragen se retire. Un padre no debe arriesgarse, ¿a que no?
—Existen otras formas de enfrentarse a los demonios. Cada nacimiento es una victoria contra ellos.
—Eso mismo decía mi padre —dijo Arlen.
La mujer abrió los ojos, sorprendida, pues el muchacho jamás había hecho mención alguna a sus padres desde que lo conocía.
—Parece ser un hombre sensato —repuso ella con dulzura.
Pero la dama había dicho la frase equivocada, y lo supo en el acto. El semblante de Arlen se endureció hasta convertirse en algo como no había visto con anterioridad, algo que daba miedo.
—¡No era sensato! —gritó Arlen, lanzando al suelo una vasija llena de cepillos—. ¡Era un cobarde! Dejó morir a mi madre, la dejó morir…
Se le descompuso el gesto en una mueca de angustia y vaciló mientras cerraba los puños. Elissa acudió a su lado a toda prisa, sin saber qué hacer ni qué decir, salvo que deseaba abrazarlo.
—La dejó morir porque le tenía miedo a la noche —murmuró Arlen.
Intentó resistirse mientras ella lo rodeaba con los brazos, pero ella lo sujetaba con demasiada fuerza para que pudiera zafarse.
Lo estrechó entre sus brazos durante largo tiempo, y luego le acarició el pelo.
—Ven a casa, Arlen —musitó al final.
Arlen vivió en casa de Ragen y Elissa el último año de su aprendizaje, pero la naturaleza de su relación había cambiado. Ahora él era el dueño de sus actos y ni siquiera Elissa intentó luchar más contra los mismos, y para sorpresa de la dama, su rendición los acercó aún más. Arlen la idolatró cuando le creció el vientre. Él y Ragen programaron sus viajes de forma que ella no se quedara sola en ningún momento.
Arlen también pasó mucho tiempo en compañía de la Herborista comadrona de Elissa. Ragen le repetía que un Enviado necesitaba saber algo de la ciencia de los sanadores, así que recogía para esa mujer raíces y plantas que crecían fuera de los muros de la ciudad y ella le enseñaba parte de su ciencia.
Ragen se mantuvo cerca de Miln durante todos aquellos meses y colgó la lanza para siempre cuando nació su hija Marya. Él y Cob se pasaron la noche entera bebiendo y brindando.
Arlen se sentaba con ellos, pero mantenía fija la mirada en el vaso, sumido en sus pensamientos.
—Deberíamos hacer planes —dijo Mery una tarde mientras ella y Arlen paseaban de vuelta a la casa de su padre.
—¿Planes? ¿Para qué…? —inquirió Arlen.
—Para la boda, ganso —replicó ella entre risas—. Mi padre jamás me permitiría casarme con un aprendiz, pero no dirá ni una palabra en contra cuando seas Protector.
—Enviado —le corrigió Arlen.
Mery lo miró durante mucho rato y al final dijo:
—Ya va siendo hora de que abandones esos viajes, Arlen. Pronto vas a ser padre.
—¿Y qué tendrá que ver una cosa con la otra? —quiso saber Arlen—. Montones de Enviados son padres.
—No quiero casarme con un Enviado —replicó ella con rotundidad—, y lo sabes, siempre lo has sabido.
—Igual que tú siempre ha sabido lo que soy —replicó Arlen— y, aun así, aquí sigues.
—Pensé que podrías cambiar —admitió ella—. Pensé que serías capaz de librarte de esa falsa ilusión en la que andas atrapado, la de que necesitabas arriesgar la vida para ser libre. ¡Creí que me amabas!
—Y te quiero —afirmó Arlen.
—Pero no tanto como para dar tu brazo a torcer en esto —concluyó ella.
Arlen guardó silencio.
—¿Cómo puedes quererme y aun así comportarte de esta manera? —inquirió Mery.
—Ragen ama a Elissa —contestó él—. Ambas cosas son posibles.
—Elissa odia el oficio de su marido, tú mismo lo dijiste.
—Y a pesar de todo llevan casados quince años —repuso él.
—¿A eso vas a condenarme? —preguntó la joven—. ¿A pasar sola noches de insomnio sin saber siquiera si vas a regresar, preguntándome si has muerto o has conocido a alguna pelandusca en otra ciudad?
—Eso no va a pasar.
—Eres un aborto de Abismo si crees eso —concluyó ella mientras las lágrimas le caían por las mejillas—. No voy a permitirlo. Hemos terminado.
—Mery, por favor —dijo Arlen mientras alargaba la mano hacia ella, pero la muchacha se echó hacia atrás para que la alcanzara.
—No tenemos nada más que decir.
Ella dio media vuelta y salió corriendo hacia la casa de su padre.
Arlen se quedó allí de pie, con la mirada fija en el lugar por donde se había ido, durante mucho rato: las sombras aumentaron y el sol se hundió por debajo de la línea del horizonte; pero aun así, permaneció allí, incluso cuando sonó la Campanada Postrera. Al final, arrastró las botas sobre las calles adoquinadas, deseando que los abismales pudieran alzarse entre el empedrado de piedra y consumirlo.
—¡Por el Creador! ¿Qué haces aquí, Arlen? —chilló Elissa, empujándolo para que entrara en la mansión—. Cuando se hizo de noche, pensamos que te habías ido a la tienda de Cob.
—Necesitaba tiempo para pensar, nada más —murmuró Arlen.
—¿Ahí fuera, en la oscuridad?
Arlen se encogió de hombros.
—La ciudad está protegida. No hay abismales por las calles.
La dama abrió la boca para replicar, pero percibió la tribulación en los ojos del muchacho y la reprimenda murió en sus labios.
—¿Qué ha pasado, Arlen? —preguntó con voz suave.
—Le dije a Mery lo mismo que te dije a ti —contestó él, y soltó una risa apagada—. No se lo tomó tan bien como tú.
—No recuerdo habérmelo tomado nada bien —contestó Elissa.
—Es una buena pista para saber a qué me refiero —convino él mientras se dirigía a las escaleras.
Se marchó a su habitación y abrió la ventana para inspirar el aire frío de la noche. Se quedó contemplando la oscuridad.
A la mañana siguiente acudió a entrevistarse con el maestro gremial Malcum.
Marya berreó antes del alba, pero el llanto trajo más alivio que irritación. Elissa había oído muchas historias de niños muertos durante la noche y la idea la llenaba de ansiedad hasta el punto de que debían quitarle al bebé de las manos cuando llegaba la hora de acostarla y durante los sueños la embargaba una ansiedad desasosegante.
Sacó los pies de la cama y los balanceó antes de calzarse las chinelas y acercarse a la cuna. Se sacó un pecho para amamantar a su hija, que apretó el pezón con fuerza, pero la madre recibió el dolor con alegría, ya que era indicio de la fuerza de su amada niña.
—Eso es, lucero mío —arrulló a la niña—, bebe y hazte fuerte.
Caminó mientras amamantaba a la pequeña, temiendo ya el momento de separarse de ella. Ragen roncaba de forma acompasada en la cama. Dormía mejor ahora, pocas semanas después de su retirada. Tenía menos pesadillas, y ella y Marya lo tenían ocupado todo el día para que el camino no pudiera tentarlo.
Al final, Marya retiró los labios del pecho y eructó satisfecha antes de quedarse dormida. Elissa la besó y la puso de nuevo en la cuna antes de dirigirse a la puerta, donde Margrit estaba a la espera, como siempre.
—Buenos días, Madre Elissa —dijo la mujer. El título y el genuino afecto con el que lo decía aún la llenaban de gozo. Incluso aunque Margrit fuera su criada, ellas nunca habían estado a la par en el aspecto más importante de Miln—. He oído los gritos de esta ricura —comentó—. Va a ser una niña fuerte.
—Debo salir —anunció la dama—. Prepárame un baño y ten listos el vestido azul y el abrigo de armiño.
La mujer asintió y la madre volvió junto a su hija.
A regañadientes, Elissa confió la niña a Margrit después de haberse bañado y ataviado. Se dirigió al centro de la ciudad antes de que su esposo se despertara, sabedora de que iba a soltarle una reprimenda por entrometerse, pero ella sabía que Arlen se tambaleaba al borde de un precipicio y no estaba dispuesta a dejarle caer por no haber actuado a tiempo.
Miró en derredor, temerosa de que Arlen pudiera verla entrar en la biblioteca ducal. No halló a Mery en ninguna de las celdas ni tras ningún montón de libros, lo cual no la sorprendió lo más mínimo. Arlen apenas había hablado de la chica, como hacía con casi todos los asuntos personales, mas Elissa escuchaba con atención cuando lo hacía. Ella sabía que había un lugar especial para ellos dos, y sabía que la muchacha se había refugiado en él.
La dama encontró a Mery en la azotea de la biblioteca. Estaba llorando.
—¡Madre Elissa! —exclamó la muchacha con voz ahogada mientras se enjugaba las lágrimas a toda prisa—. ¡Me habéis asustado!
—Perdona, querida —repuso la dama, acercándose a ella—. Me iré si así lo quieres, pero he pensado que tal vez necesitabas alguien con quien hablar.
—¿Te envía Arlen? —quiso saber Mery.
—No —replicó Elissa—, pero le he visto muy alterado y he imaginado que debía ser más duro para ti.
—¿Estaba alterado?
—Anduvo de noche por las calles durante horas —contestó la dama—. Me moría de preocupación.
Mery sacudió la cabeza.
—Decidido a matarse —murmuró.
—Tengo la impresión de que justo lo contrario —le contradijo la dama—. Creo que intenta sentirse vivo con desesperación.
Mery la miró con curiosidad. Elissa se sentó junto a la muchacha.
—Durante años no comprendí por qué mi esposo sentía la necesidad de vagabundear lejos del hogar bajo la amenaza de los abismales, jugándose la vida por unas cuantas parcelas y unos legajos de papeles después de haber acumulado dinero para mantenernos viviendo con lujo durante dos vidas. ¿Por qué seguía?
»La gente describe a los Enviados con términos como deber, honor y sacrificio. Terminan por convencerse a sí mismos de que esa es la razón por la cual los Enviados actúan como lo hacen.
—¿Y no es así? —quiso saber la joven.
—Durante un tiempo pensé que sí, pero ahora veo las cosas con mayor claridad —contestó Elissa—. Hay veces en la vida en que nos sentimos tan vivos que cuando pasan nos sentimos disminuidos, y cuando eso ocurre, haríamos cualquier cosa por volver a sentirnos vivos de nuevo.
—Nunca me he sentido disminuida —argüyó Mery.
—Ni yo tampoco —replicó Elissa—, hasta que me quedé embarazada. De pronto, yo era responsable de la vida que llevaba dentro de mí y cuanto comía y hacía la afectaba. Había esperado aquello tanto tiempo que me aterraba perder al bebé, como ocurre a tantas mujeres de mi edad.
—No eres tan vieja —protestó Mery.
Elissa se limitó a sonreír antes de continuar diciendo:
—Podía sentir el latido de Marya en mi interior, y el mío latiendo en armonía con el suyo. Jamás en la vida había sentido algo igual. Ahora que la niña ha nacido, me desespera que tal vez nunca más vuelva a sentirlo. Me aferró a ella con desesperación, pero esa conexión nunca será la misma.
—¿Y qué relación guarda todo esto con Arlen? —preguntó Mery.
—Te estoy explicando cómo creo que se sienten los Enviados cuando están de viaje —contestó la dama—. Creo que el riesgo de perder la vida hace que Ragen aprecie más su valía y ha prendido en él un instinto que le ha permitido seguir vivo.
»Es diferente para Arlen. Los demonios le han arrebatado demasiado, Mery, y él se culpa a sí mismo. Creo que se odia en lo más profundo de su ser. Culpa a los abismales por hacerle sentir de esa manera, y obtiene cierta paz cuando los desafía.
—Ay, Arlen —susurró Mery.
Y las lágrimas brillaron en sus ojos una vez más.
Elissa alargó la mano y acarició la mejilla de la muchacha.
—Pero él te quiere —dijo la dama—. Lo aprecio en su voz cada vez que habla de ti. A veces creo que mientras está tan ocupado amándote, se olvida de odiarse a sí mismo.
—¿Cómo lo has conseguido, Madre? —quiso saber Mery—. ¿Cómo te las has arreglado para estar casada con un Enviado todos estos años?
La esposa de Ragen suspiró.
—Porque mi marido es benévolo y duro al mismo tiempo, y sé lo insólito que es esa clase de personas. Porque jamás dudé de su amor ni de que regresaría a mí, y por encima de todo, porque los momentos que he tenido con él han merecido la pena sobre los de su ausencia.
Rodeó a Mery con los brazos y la estrechó con fuerza.
—Dale una razón para volver a su hogar, Mery, y creo que Arlen aprenderá que su vida es algo que merece la pena, después de todo.
—No quiero que se aleje nunca —contestó ella en voz baja.
—Lo sé —convino lady Elissa—, ni tampoco yo, pero no creo que pueda amarlo menos si se marcha.
Mery suspiró.
—Tampoco yo —admitió.
Cuando Jaik salió esa mañana en dirección al molino, Arlen lo estaba esperando. Llevaba la armadura y tenía una montura consigo, un corcel de pelaje bayo y crin negra llamado Mensajero del Alba.
—¿Qué es esto? —preguntó Jaik—, ¿te vas a Soto Pobre?
—Y todavía más lejos —repuso Arlen—. Tengo un encargo del gremio para llevar un mensaje hasta Lakton.
—¡Lakton! —exclamó el pelinegro con voz entrecortada—. ¡Te llevará semanas llegar hasta allí!
—Tal vez quieras venir conmigo —le ofreció Arlen.
—¿Qué…?
—Como juglar mío —aclaró Arlen.
—Mira, yo no estoy preparado para… —empezó el molinero.
—Cob dice que la mejor forma de aprender las cosas es haciéndolas —lo atajó Arlen—. Ven conmigo y aprenderemos juntos. ¿Quieres trabajar en el molino para siempre?
Jaik clavó la mirada en los adoquines de la calle.
—Lo del molino no está tan mal —adujo el joven, balanceando el cuerpo sobre uno y otro pie alternativamente.
Arlen lo estudió durante unos instantes y luego asintió.
—Cuídate, Jaik —se despidió Arlen mientras montaba a lomos del caballo.
—¿Cuándo piensas volver? —preguntó el molinero.
El interpelado se encogió de hombros y volvió la vista hacia las puertas de la ciudad antes de responder:
—No lo sé. Tal vez nunca.
Antes de que terminara esa misma mañana, Elissa y Mery regresaron a la mansión horas después de su encuentro.
—No cedas a las primeras de cambio —la avisó Elissa mientras caminaban—. No quieres perder todo tu poder. Haz que luche por ti o nunca comprenderá tu valía.
—¿Crees que lo hará?
—Oh, sí, sé que sí —repuso la dama con una sonrisa.
—¿Has visto a Arlen esta mañana? —le preguntó a Margrit en cuanto llegaron.
—Sí, Madre —contestó la mujer—. Hará cosa de unas horas. Pasó un rato con Marya y luego se marchó con una talega al hombro.
—¿Una talega? —preguntó la señora de la casa.
Margrit se encogió de hombros.
—Probablemente salía hacia Soto Pobre o algún sitio así.
Ella asintió, no muy sorprendida de que Arlen hubiera optado por marcharse de la ciudad unos días.
—Estará fuera un par de días por lo menos —le dijo a Mery—. Entra a ver a Marya antes de irte.
Subieron la escalinata y Elissa empezó a hacer arrullos mientras se acercaba a la cuna de Marya, deseosa de tomar en brazos a su hija, pero se detuvo en seco cuando vio el papel de una nota doblada y metida en parte debajo de la niña. La dama retiró el trozo de papel con manos temblorosas y lo leyó en voz alta.
Queridos Elissa y Ragen:
He aceptado una encomienda del gremio de Enviados para ir a Lakton. Estaré ya de camino para cuando leáis esto. Lamento no poder ser lo que todos queríais.
Gracias por todo. Jamás os olvidaré.
ARLEN
—¡No! —chilló Mery, y dio media vuelta para salir huyendo de la habitación. Abandonó la casa a la carrera.
—¡Ragen, Ragen! —gritó Elissa.
Su esposo acudió enseguida junto a ella y sacudió la cabeza con tristeza cuando leyó la nota.
—Este chico… Siempre huyendo de sus problemas —musitó.
—¿Y bien…? —inquirió la dama.
—¿Y bien, qué? —preguntó Ragen.
—¡Ve y encuéntralo! ¡Tráelo de vuelta!
Ragen fijó los ojos en su esposa con severidad, dando inicio a una discusión sin palabras. Era una batalla perdida desde el principio, y ella lo sabía, por eso no tardó en mirar al suelo.
—Se ha ido demasiado pronto —susurró la dama—. ¿Por qué no ha esperado un día más?
Ragen la envolvió entre sus brazos cuando ella rompió a llorar.
—¡Arlen! —gritaba Mery mientras corría.
Toda pretensión de calma y todo el interés de aparentar entereza para lograr que su amado luchara por ella la habían abandonado. Todo cuanto quería ahora era localizarlo y decirle que lo amaba y que continuaría haciéndolo sin importar cuál fuera su elección.
Llegó a la puerta de la ciudad en un tiempo mínimo, jadeante a causa del esfuerzo, pero ya era tarde: los guardias la informaron de que él había abandonado la ciudad hacía varias horas.
Mery sabía en el fondo de su corazón que Arlen no iba a regresar. Si lo quería, no le quedaba otro remedio que ir tras él. Sabía montar a caballo y podía conseguir una montura prestada de Ragen a fin de ir a por él. Seguro que Arlen pasaba en Harden la primera noche. Podía llegar a tiempo si se apresuraba.
Corrió de vuelta a la mansión, pues el pánico a perder a su amado le insufló fuerzas renovadas.
—¡Se ha ido! —anunció a voz en grito a Elissa y Ragen—. Necesito que me prestéis un caballo.
Ragen negó con la cabeza.
—Jamás llegarás a tiempo. Te quedarás a medio camino y los abismales te harán pedazos —repuso él.
—No me importa. ¡Debo intentarlo! —chilló la muchacha, y salió disparada hacia las cuadras, pero Ragen era más rápido y la atrapó. Ella chilló y lo golpeó, pero su abrazo era pétreo y la muchacha no consiguió zafarse de su presa.
De pronto, Mery comprendió a qué se había referido cuando Arlen dijo que Miln era una prisión, y también supo qué era sentirse disminuida.
Cob encontró una sencilla nota pegada en un libro de contabilidad en la encimera del mostrador a última hora del día. En ella, Arlen se disculpaba por marcharse antes del término de los siete años de aprendizaje.
Esperaba que lo comprendiera.
El anciano maestro leyó la carta una y otra vez, memorizando cada palabra, y leyó el mensaje entre líneas.
—¡Por el Creador, Arlen, claro que te entiendo!
Tras decir eso, se echó a llorar.