Mi familia y yo estamos en el lugar donde William, el hermano de Victor Frankenstein, fue asesinado. Aquí, durante siglos, hubo un pantano. Una vez que las manos implacables de Calvino hicieron de Ginebra una ciudad respetable, traían a los enfermos aquí, donde generalmente morían de hambre y de frío, evitando así que por la ciudad se propagase cualquier epidemia.
Plainpalais es un lugar enorme, el único sitio en el centro de la ciudad donde prácticamente no hay vegetación. En invierno, el viento es de los que cortan los huesos. En verano, el sol nos hace sudar a mares. Absurdo. Pero ¿desde cuándo las cosas necesitan buenas razones para existir?
Es sábado y hay puestos de vendedores de antigüedades dispersos por todo el lugar. Esta feria se ha convertido en una atracción turística, e incluso figura en las guías de viajes como un «buen plan». Piezas del siglo XVI se entremezclan con reproductores de vídeo. Antiguas esculturas de bronce, procedentes de la lejana Asia, se exponen al lado de muebles horribles de los años ochenta. El lugar es un hervidero de gente. Algunos expertos examinan pacientemente una pieza y charlan durante mucho tiempo con los vendedores. La mayoría, turistas y curiosos, encuentran cosas que nunca van a necesitar, pero al ser muy baratas, las compran. Vuelven a casa, las utilizan una vez y luego las guardan en el garaje, pensando: «No sirve para nada, pero el precio era ridículo».
Tengo que controlar a los niños todo el tiempo porque quieren tocarlo todo, desde los valiosos jarrones de cristal hasta los sofisticados juguetes de principios del siglo XIX. Pero al menos están descubriendo que hay vida inteligente más allá de los juegos electrónicos.
Uno de ellos me pregunta si podemos comprar un payaso de metal, con la boca y las extremidades articuladas. Mi marido sabe que el interés por el juguete solo durará hasta que lleguemos a casa. Dice que es viejo y que podemos comprar algo nuevo en el camino de regreso. Al mismo tiempo su atención se desvía hacia unas cajas de canicas, con las que los niños jugaban antiguamente en el patio de casa.
Mis ojos reparan en un pequeño cuadro: hay una mujer desnuda acostada en la cama y un ángel que se aleja. Le pregunto al vendedor cuánto cuesta. Antes de decirme el precio (una miseria), me explica que es una reproducción, hecha por algún pintor local desconocido. Mi marido asiste a la conversación sin decir nada y, antes de que yo le dé las gracias al vendedor por la información para seguir adelante, él ya ha comprado el cuadro.
¿Por qué lo has hecho?
—Representa un antiguo mito. Cuando lleguemos a casa te cuento la historia.
Siento una gran necesidad de apasionarme de nuevo por él. Nunca he dejado de quererlo, siempre lo he querido y siempre lo querré; pero nuestra convivencia se ha convertido en algo muy cercano a la monotonía. El amor puede resistirlo, pero para la pasión es fatal.
Vivo un momento muy complicado. Sé que mi relación con Jacob no tiene futuro y me he alejado del hombre con el que he construido una vida.
El que diga que «el amor es suficiente» miente. No lo es ni lo ha sido nunca. El gran problema es que la gente cree en los libros y en las películas, una pareja que camina por la playa de la mano, contemplando la puesta de sol, hace el amor apasionadamente todos los días en bonitos hoteles con vistas a los Alpes. Mi marido y yo hemos hecho todo eso, pero la magia solo dura uno o dos años como máximo.
Luego llega el matrimonio. La elección y la decoración de la casa, preparar la habitación de los niños que tendremos, los besos, los sueños, el brindis con champán en la habitación vacía que pronto será exactamente como la imaginamos, todo en su sitio. Dos años después nace el primer hijo, en la casa ya no hay espacio para nada más, y si le añadimos algo, corremos el riesgo de parecer que queremos impresionar a los demás y que nos pasamos la vida comprando y limpiando antigüedades (que más tarde serán vendidas por una miseria por tus herederos y acabarán en la feria de Plainpalais).
Después de tres años de matrimonio, uno sabe exactamente lo que el otro quiere y piensa. En las fiestas o en cenas, nos vemos obligados a escuchar las mismas historias que ya hemos escuchado varias veces, siempre fingiendo sorpresa y, en ocasiones, nos vemos forzados a confirmarlas. El sexo pasa de la pasión a la obligación, y por eso es cada vez más escaso. En poco tiempo solo surge una vez a la semana, como mucho. Las mujeres se reúnen y hablan del fuego insaciable de sus maridos, lo cual no es más que una mentira descarada. Todas lo saben, pero ninguna quiere quedarse atrás.
Entonces llega el momento de las aventuras extraconyugales. Las mujeres charlan, ¡sí, charlan!, sobre sus amantes y su fuego insaciable. En eso hay algo de verdad, porque la mayoría de las veces sucede en el mundo encantado de la masturbación, tan real como el mundo de las que se arriesgaron y se dejaron seducir por el primero que se les cruzó en el camino, independientemente de sus cualidades. Compran ropa cara y fingen recato, aunque exhiban más sensualidad que una cría de dieciséis años, con la diferencia de que la cría sabe el poder que tiene.
Al final, llega el momento de resignarse. El marido pasa muchas horas fuera de casa, ocupado en el trabajo, y la mujer pasa más tiempo del necesario cuidando a los niños. Estamos en esa fase y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para cambiar la situación.
Solo el amor no es suficiente. Tengo que apasionarme por mi marido.
El amor no es solo un sentimiento, es un arte. Y, como en cualquier arte, la inspiración solo no basta, también es necesario mucho trabajo.
¿Por qué el ángel se aleja y deja sola a la mujer en la cama?
—No es un ángel. Es Eros, el dios griego del amor. La mujer que está en la cama con él es Psique.
Abro una botella de vino, sirvo las copas. Él pone el cuadro encima de la chimenea apagada, una pieza de decoración en las casas que disponen de calefacción central. Entonces comienza:
—Érase una vez una hermosa princesa, admirada por todos, pero con la que nadie se atrevía a casarse. Desesperado, el rey consultó al dios Apolo. Él le dijo que a Psique había que dejarla sola, vestida de luto, en la cima de una montaña. Antes de que rayara el día, una serpiente iría a buscarla para casarse con ella. El rey obedeció. La princesa esperó toda la noche, muerta de miedo y de frío, la llegada de su marido. Y al final se quedó dormida. Al despertar, se encontró en un hermoso palacio coronada reina. Todas las noches, su marido iba a su encuentro y hacían el amor. Sin embargo, él le había impuesto una única condición: Psique podía tener cuanto quisiera, pero debía confiar plenamente en él y no podría ver su rostro jamás.
Qué horror, pienso, pero no me atrevo a interrumpirlo.
—Ella vivió feliz durante mucho tiempo. Disfrutaba de comodidad, recibía cariño, alegría, y estaba enamorada del hombre que la visitaba todas las noches. Sin embargo, de vez en cuando, tenía miedo de estar casada con una serpiente horrorosa. Una madrugada, mientras su marido dormía, ella encendió una vela. Entonces vio a Eros acostado a su lado, un hombre de increíble belleza. La luz lo despertó. Al ver que la mujer a la que amaba no era capaz de cumplir su único deseo, Eros desapareció. Desesperada por recuperar su amor, Psique se sometió a una serie de tareas que Afrodita, la madre de Eros, le impuso. No hace falta decir que la suegra envidiaba la belleza de su nuera e hizo todo lo posible para impedir la reconciliación de la pareja. En una de esas tareas, Psique abrió una caja que la hizo caer en un profundo sueño.
Empiezo a estar ansiosa por saber cómo va a acabar la historia.
—Eros también estaba enamorado, y se arrepintió de no haber sido más tolerante con su mujer. Se las arregló para entrar en el castillo y despertarla con la punta de su flecha. «Estuviste a punto de morir por culpa de tu curiosidad», dijo. «Buscabas seguridad a través del conocimiento y destruiste nuestra relación». Pero en el amor, nada se destruye para siempre. Persuadidos por esa certeza, ambos recurrieron a Zeus, el dios de los dioses, para implorarle que su unión no pudiese romperse. Zeus intercedió con empeño por los amantes y utilizó buenos argumentos y amenazas, hasta que consiguió la conformidad de Afrodita. A partir de ese día, Psique (nuestra parte inconsciente, pero lógica) y Eros (el amor) permanecieron juntos para siempre.
Me sirvo otra copa de vino. Apoyo la cabeza en su hombro.
—El que no lo acepte y trate de buscar siempre una explicación para las mágicas y misteriosas relaciones humanas se perderá lo mejor que la vida puede ofrecerle.
Hoy me siento como Psique en la montaña, muerta de frío y de miedo. Pero si logro superar esta noche y entregarme al misterio y a la fe en la vida, me despertaré en un palacio. Todo cuanto necesito es tiempo.