¡Jacob!

Acaba de resucitar y me ha enviado un mensaje para invitarme a tomar un café, como si no hubiera un montón de cosas interesantes que hacer en la vida. ¿Dónde está el sofisticado catador de vinos? ¿Dónde está el hombre que ahora tiene el mayor afrodisíaco del mundo, el poder?

Y, sobre todo, ¿dónde está el novio de la adolescencia que conocí en una época en la que todo era posible para los dos?

Se casó, cambió y ahora me manda un mensaje invitándome a tomar un café. ¿No podría ser más creativo y proponerme una carrera nudista en Chamonix? Me resultaría más interesante.

No tengo ninguna intención de contestarle. Me desairó, me ha humillado con su silencio durante semanas. ¿Se cree que voy a ir corriendo solo porque me concede el honor de invitarme a hacer algo?

Al acostarme, escucho (con auriculares) una de las cintas que he grabado con el cubano. Cuando aún estaba fingiendo que era solo una periodista, y no una mujer asustada, le pregunté si la autohipnosis (o la meditación, palabra preferida por él) podía conseguir que alguien olvidara a otra persona. Abordé el tema de modo que él pudiera entender amor o trauma por agresión verbal, que era exactamente sobre lo que estábamos hablando en aquel momento.

—Ese es un terreno pantanoso —respondió—. Sí, se puede inducir la amnesia relativa, pero como esa persona está asociada con otros hechos y acontecimientos, sería prácticamente imposible eliminarla completamente. Por otra parte, olvidar es una actitud equivocada. Lo correcto es afrontar.

Escucho toda la cinta, trato de distraerme, me hago promesas, anoto más cosas en la agenda, pero nada da resultado. Antes de dormir le envío un mensaje a Jacob aceptando la invitación. No puedo controlarme, ese es mi problema.