Lo dice la Biblia:

Una noche, David se levantó de la cama para dar un paseo por la terraza de su casa. Entonces vio a una mujer bañándose, que era hermosa. David mandó preguntar quién era.

Le respondieron que era Betsabé y que estaba casada con Urías. Entonces David envió a sus hombres a buscarla. Se acostaron y después ella regresó a su casa. Más tarde le mandó un mensaje a David: estoy embarazada.

Entonces David ordenó que enviasen a Urías, un guerrero que le era leal, al frente en una peligrosa misión. Lo mataron y Betsabé se fue a vivir con el rey a su palacio.

David, el gran ejemplo, ídolo de generaciones, guerrero audaz, no solo cometió adulterio, sino que ordenó el asesinato de su rival, valiéndose de su lealtad y buena voluntad.

No necesito justificaciones bíblicas para el asesinato ni para el adulterio. Pero recuerdo esa historia de los días de colegio, el mismo en el que Jacob y yo nos besábamos en primavera.

Esos besos tuvieron que esperar quince años para repetirse y, cuando por fin sucedió, nada fue como yo pensaba. Me pareció sórdido, egoísta, siniestro. Aun así, me encantó y quería que sucediese otra vez, cuanto antes. En quince días Jacob y yo nos vimos cuatro veces. El nerviosismo desapareció poco a poco. Tuvimos tanto relaciones normales como otras no convencionales. Todavía no he podido realizar mi fantasía de cogerlo y hacer que bese mi sexo hasta no aguantar más el placer, pero estoy en ello.