Era una mañana de primavera.

Yo estaba en un rincón del patio, una zona a la que no solía ir nadie. Contemplaba los ladrillos de la pared del colegio. Sabía que algo pasaba conmigo.

Los otros niños pensaban que yo era «superior», y yo no me esforzaba por desmentirlo. ¡Al contrario! Le pedía a mi madre que me comprase ropa cara y me llevara al colegio en su coche de importación.

Hasta aquel día en el patio, cuando me di cuenta de que estaba sola. Y que tal vez fuese así el resto de mi vida. Aunque solo tenía ocho años, me parecía que era demasiado tarde para cambiar y decirles a los demás que era como ellos.

Era verano.

Estaba en secundaria y los chicos siempre encontraban la manera de estar a mi lado, por más que yo tratara de mantenerme distante. Las otras chicas se morían de envidia, pero no lo admitían, al contrario, trataban de ser mis amigas y de estar siempre conmigo para recoger las sobras que yo rechazaba.

Y yo lo rechazaba casi todo, porque sabía que, si alguien conseguía entrar en mi mundo, no iba a encontrar nada interesante. Era mejor mantener el aire de misterio e insinuarles a los demás posibilidades de las que nunca iban a disfrutar.

En el camino de vuelta a casa, me fijé en algunas setas que habían crecido debido a la lluvia. Estaban allí, intactas, porque todo el mundo sabía que eran venenosas. Por una fracción de segundo pensé en comerlas. No estaba particularmente triste ni contenta, solo quería llamar la atención de mis padres.

No toqué las setas.

Hoy es el primer día del otoño, la estación más hermosa del año. Dentro de nada las hojas cambiarán de color y los árboles serán diferentes unos de otros. De camino al aparcamiento, cojo una calle por la que nunca paso.

Me detengo frente al colegio donde estudié. La pared de ladrillos sigue allí. Nada ha cambiado, salvo el hecho de que ya no estoy sola. Llevo conmigo el recuerdo de dos hombres: uno que jamás tendré, y otro con el que voy a cenar esta noche en un sitio bonito, especial, elegido cuidadosamente.

Un pájaro corta el cielo, planeando al viento. Va de un lado a otro, sube y baja, como si sus movimientos tuviesen alguna lógica que no puedo entender. Tal vez la única lógica sea realmente divertirse.

Yo no soy un pájaro. No podría pasarme la vida solo divirtiéndome, aunque tengo muchos amigos, con menos dinero que nosotros, que viven de viaje en viaje, de restaurante en restaurante. He intentado ser así, pero es imposible. Gracias a la influencia de mi marido, conseguí mi empleo. Trabajo, ocupo mi tiempo, me siento útil y justifico mi vida. Un día mis hijos se sentirán orgullosos de su madre, y mis amigas de la infancia se sentirán más frustradas que nunca porque he conseguido construir algo concreto, mientras que ellas se dedicaban simplemente a cuidar de la casa, de los niños y de su marido.

No sé si todo el mundo siente el mismo deseo de impresionar a los demás. Yo lo siento, y no lo niego, porque ha sido bueno para mi vida, empujándome hacia adelante. Siempre y cuando no corra riesgos innecesarios, por supuesto. Siempre y cuando consiga mantener mi mundo tal y como es hoy en día.

En cuanto llego al periódico, repaso los archivos digitales del gobierno. En menos de un minuto tengo la dirección de Jacob König, así como información sobre cuánto gana, dónde estudió, el nombre de su mujer y el sitio donde trabaja.