Un día más y otra vez el periódico se esfuerza por encontrar noticias interesantes más allá de los habituales accidentes de tráfico, atracos (sin ser a mano armada) e incendios (hacia donde se desplazan decenas de vehículos con personal altamente cualificado que inunda un viejo piso porque la humareda de un asado olvidado en el horno ha asustado a todo el mundo).

Otra vez de vuelta en casa, el placer de cocinar, la mesa puesta y la familia reunida en torno a ella, dando gracias a Dios por los alimentos que recibimos. Otra noche en la que, después de la cena, cada uno se va por su lado: el padre va a ayudar a sus hijos con los deberes, y la madre se encarga de limpiar la cocina, ordenar la casa y dejar el dinero para la asistenta, que vendrá por la mañana temprano.

Durante estos meses ha habido momentos en los que he estado muy bien. Creo que mi vida tiene sentido, que ese es el papel del ser humano en la Tierra. Los niños se dan cuenta de que su madre está en paz, el marido es más amable y cariñoso, y toda la casa parece tener luz propia. Somos un ejemplo de felicidad para el resto de la calle, de la ciudad, del estado (que aquí llamamos cantón), del país.

Y de repente, sin ninguna explicación razonable, me meto en la ducha y me saltan las lágrimas. Lloro en la ducha porque así nadie puede oír mis sollozos y hacerme la pregunta que más detesto oír: «¿Estás bien?».

Sí, ¿por qué no habría de estarlo? ¿Veis algo mal en mi vida?

Nada.

Solo la noche que me aterra.

El día que veo sin entusiasmo alguno.

Las imágenes felices del pasado y las cosas que podrían haber sido y no fueron.

El deseo de aventura jamás emprendido.

El terror de no saber qué va a ser de mis hijos.

Y entonces mis pensamientos empiezan a girar en torno a las cosas negativas, siempre las mismas, como si un demonio estuviese al acecho en un rincón de la habitación, para saltar sobre mí y decirme que lo que yo llamaba felicidad era solo un estado de ánimo pasajero que no podía durar mucho. Siempre lo has sabido, ¿verdad?

Quiero cambiar. Necesito cambiar. Hoy en el trabajo me he enfadado más que de costumbre solo porque un becario ha tardado en encontrar el material que le había pedido. Yo no soy así, pero poco a poco estoy perdiendo contacto conmigo misma.

Es una tontería culpar a ese escritor y su entrevista. Eso fue hace meses. Él simplemente destapó la boca de un volcán que puede estallar en cualquier momento y sembrar muerte y destrucción a su alrededor. Si no hubiese sido él, habría sido una película, un libro, alguien con quien intercambié dos o tres palabras. Pienso que hay personas que pasan años dejando que la presión se acumule en su interior, sin darse cuenta, y un día cualquier tontería los hace perder la cabeza.

Entonces dicen: «Basta. No lo soporto más».

Algunos se suicidan. Otros se divorcian. También están los que se marchan a las zonas pobres de África y tratan de salvar el mundo.

Pero yo me conozco. Sé que mi única reacción va a ser reprimir lo que siento hasta que un cáncer me consuma por dentro. Porque realmente creo que gran parte de las enfermedades son el resultado de emociones reprimidas.