Poco a poco, Marianne va perdiendo importancia en mi historia. Ayer estuve otra vez con su marido, y eso demuestra lo insignificante que ella es y lo ausente que está de todo esto. Ya no quiero que la señora König lo descubra ni que piense en divorciarse, porque así puedo darme el gustazo de tener un amante sin tener que renunciar a todo lo que he logrado con esfuerzo y controlando mis sentimientos: mis hijos, mi marido, mi trabajo y esta casa.
¿Qué voy a hacer con la cocaína que tengo guardada y que pueden encontrar en cualquier momento? Me gasté un montón de dinero en ella. No puedo tratar de revenderla. Sería un paso hacia la prisión de Vandœuvres. Juré no volver a usarla. Se la puedo regalar a personas que sé que les gusta, pero mi reputación se vería afectada o, lo que es peor, podrían pedirme que les consiguiera más.
Hacer realidad el sueño de estar en la cama con Jacob me llevó a las alturas y después me devolvió a la realidad. He descubierto que, aunque pensaba que era amor, lo que siento es solo una pasión, destinada a acabarse en cualquier momento. Y no pienso insistir para que dure, ya he conseguido lo que quería, aventura, el placer de la transgresión, nuevas experiencias sexuales, alegría. Y todo sin sentir una pizca de remordimiento. Es un regalo que me merezco después de tantos años de buen comportamiento.
Estoy en paz conmigo misma. O, mejor dicho, lo estaba hasta hoy.
Después de tantos días durmiendo bien, tengo la sensación de que el dragón ha vuelto a subir del abismo por el que lo había arrojado.