¿El problema soy yo o es la Navidad que se acerca? Esta es la época del año que más me deprime, y no me refiero a un trastorno hormonal o a la ausencia de ciertas sustancias químicas en mi organismo. Me alegro de que en Ginebra la cosa no sea tan escandalosa como en otros países. Una vez pasé el fin de año en Nueva York. Por todas partes había luces, adornos, coros de gente cantando, escaparates decorados, renos, campanas, copos de nieve falsos, árboles con bolas de todos los colores y tamaños, sonrisas pegadas en los rostros… Y yo, con esa absoluta certeza de que soy un bicho raro, la única que se siente completamente ajena. Aunque nunca he tomado LSD, supongo que sería necesaria una dosis triple para ver todos aquellos colores.

Aquí, como mucho, vemos alguna insinuación en la calle principal, puede que por los turistas. («¡Compren! ¡Llévenles algo de Suiza a sus hijos!»). Pero todavía no he ido por allí, así que esta extraña sensación no puede ser la Navidad. No hay en los alrededores ni un Papá Noel colgado de ninguna chimenea, recordándonos que tenemos que ser felices durante todo el mes de diciembre.

Doy vueltas en la cama, como siempre. Mi marido duerme, como siempre. Hemos hecho el amor. Últimamente lo hacemos con más frecuencia, no sé si para disimular o porque se me ha despertado la libido. El caso es que siento más atracción sexual hacia él. No pregunta cuando llego tarde, ni se muestra celoso. Salvo la primera vez, cuando tuve que ir directamente al baño, siguiendo las instrucciones para eliminar los rastros de olores y prendas manchadas. Ahora siempre llevo unas bragas para cambiarme, me ducho en el hotel y entro en el ascensor con el maquillaje impecable. Ya no voy tensa ni levanto sospechas. Dos veces me encontré con conocidos, me aseguré de saludarlos y de dejar la pregunta en el aire: «¿Se estará viendo con alguien?». Es bueno para el ego y es absolutamente seguro. Después de todo, si están en el ascensor de un hotel a pesar de vivir en la ciudad, son tan culpables como yo.

Me duermo y vuelvo a despertarme unos minutos más tarde. Victor Frankenstein creó a su monstruo, el doctor Jekyll dejó que mister Hyde saliera a la luz. Eso no me asusta, pero a lo mejor debería establecer desde ahora algunas pautas de comportamiento.

Tengo un lado que es honesto, amable, atento, profesional, capaz de reaccionar con frialdad en momentos difíciles, especialmente durante las entrevistas, cuando algunos de los personajes se muestran agresivos o tratan de escapar de mis preguntas.

Pero estoy descubriendo un lado más espontáneo, salvaje, impaciente, que no se limita a la habitación del hotel donde veo a Jacob, y empieza a afectar a mi rutina. Me enfado con más facilidad cuando el vendedor se pone a charlar con un cliente, aunque haya gente a la cola. Voy al supermercado por obligación y he dejado de fijarme en los precios y en las fechas de caducidad. Cuando alguien me dice algo con lo que no estoy de acuerdo, trato de no callarme. Debato sobre política. Defiendo películas que todos detestan y critico las que les gustan a todos. Me encanta sorprender a la gente con opiniones absurdas y fuera de lugar. En fin, he dejado de ser la mujer discreta de siempre.

La gente empieza a darse cuenta. «¡Estás distinta!», comentan. Ese es el paso previo a «estás ocultando algo», que después se convertirá en «si tienes que ocultarlo, es porque estás haciendo algo que no deberías».

Puede que solo sea una paranoia, por supuesto. Pero hoy me siento dos personas diferentes.

Todo lo que David tenía que hacer era ordenarles a sus hombres que le llevaran a aquella mujer. No le debía explicaciones a nadie. Sin embargo, cuando surgió el problema, envió a su marido al frente de batalla. En mi caso es diferente. Por más discretos que sean los suizos, hay dos momentos en los que no podemos reconocerlos.

El primero está en el tráfico. Si tardamos una fracción de segundo en arrancar el coche una vez se ha puesto en verde el semáforo, tocan la bocina inmediatamente. Si cambiamos de carril, a pesar de poner el intermitente, siempre veremos una cara de enfado por el espejo retrovisor.

El segundo es en el peligroso asunto de los cambios, ya sean de casa, de trabajo o de comportamiento. Aquí todo es estable, todos se comportan de la manera esperada. Por favor, no trates de ser diferente ni de reinventarte de un momento a otro o estarás poniendo en peligro a toda una sociedad. A este país le ha costado alcanzar su estado de «obra concluida», no queremos volver a estar «en obras».