La conversación con mi marido me recuerda un viejo proverbio: no hay más ciego que el que no quiere ver.
¿Cómo puede pensar que me tiene abandonada? Cómo se le ha ocurrido esa locura, si normalmente soy yo la que no lo recibo en la cama con los brazos y las piernas abiertos.
Ya hace algún tiempo que no tenemos una relación sexual intensa. En una relación sana, eso es más necesario para la estabilidad de la pareja que hacer planes para el futuro o hablar de los niños. Interlaken me recuerda a una época en la que salíamos a pasear por la ciudad al atardecer, porque la mayor parte del tiempo estábamos encerrados en el hotel, haciendo el amor y bebiendo vino barato.
Cuando queremos a alguien, no nos conformamos con conocer solo su alma, deseamos saber cómo es su cuerpo. ¿Es necesario? No lo sé, pero el instinto nos impulsa a ello. Y no hay un horario determinado, ni norma alguna que respetar. Nada mejor que el descubrimiento, la timidez perdiendo terreno frente a la osadía, gemidos que se convierten en gritos y palabrotas. Sí, palabrotas; siento una gran necesidad de oír cosas prohibidas y «sucias» mientras un hombre está dentro de mí.
En esos momentos surgen las preguntas de siempre: «¿Estoy apretando mucho? ¿Debo ir más rápido o más despacio?». Son preguntas fuera de lugar, que molestan, pero que forman parte de la iniciación, del conocimiento y el respeto mutuo. Es muy importante hablar durante esa construcción de intimidad perfecta. Lo contrario sería una frustración silenciosa y mentirosa.
Después viene el matrimonio. Tratamos de mantener el mismo comportamiento y lo conseguimos; en mi caso duró hasta que me quedé embarazada la primera vez, lo cual sucedió pronto. Y de repente nos damos cuenta de que las cosas han cambiado.
• El sexo, ahora, solo por la noche, preferiblemente antes de dormir. Como si se tratara de una obligación que los dos aceptamos, sin cuestionarnos si al otro le apetece. Si no hay sexo, surgen las sospechas, así que lo mejor es mantener el ritual.
• Si no ha estado bien, no digas nada, porque mañana puede estar mejor. Después de todo, estamos casados, tenemos toda la vida por delante.
• No hay nada más que descubrir y tratamos de obtener el máximo placer de las mismas cosas. Lo que equivale a comer chocolate todos los días sin variar la marca ni el sabor: no es ningún sacrificio, pero ¿no hay nada más?
Por supuesto que sí: juguetitos que pueden comprarse en sex-shops, clubes de intercambio, invitar a una tercera persona a participar, atreverse a ir a fiestas a casa de amigos menos convencionales.
Para mí, todo eso es muy arriesgado. No sabemos cuáles serán las consecuencias, es mejor dejarlo todo como está.
Y así se pasan los días. Al hablar con los amigos, descubrimos que esa historia del orgasmo simultáneo, de excitarse juntos, al mismo tiempo, acariciando las mismas partes y gimiendo al unísono, es un mito. ¿Cómo puedo sentir placer si tengo que prestar atención a lo que estoy haciendo? La más natural sería: tócame, vuélveme loca y después yo te hago lo mismo a ti.
Pero la mayoría de las veces no es así. La comunión tiene que ser «perfecta». Es decir, inexistente.
Y cuidado con los gemidos, para no despertar a los niños.
Ah, qué bien que se ha acabado, estaba muy cansado(a) y no sé cómo lo he conseguido. ¡Eres tú, seguro! Buenas noches.
Hasta que llega el día en que ambos se dan cuenta de que hay que romper la rutina. Pero, en vez de ir a clubes de intercambio, a los sex-shops llenos de aparatos que no sabemos muy bien cómo funcionan, o a casa de amigos alocados que no paran de descubrir cosas nuevas, decidimos… pasar un tiempo sin los niños.
Planear una escapada romántica. Sin sorpresas. En la que todo estará absolutamente planeado y organizado.
Y creemos que esa es una gran idea.