—Hora del desayuno. Deja que me ocupe yo de los niños.

¿Qué tal si intercambiamos los papeles por lo menos una vez en la vida? Tú vas a la cocina y yo los despierto.

—¿Es un reto? Pues vas a degustar el mejor desayuno que hayas probado en muchos años.

No es un reto, es solo un intento de variar un poco. ¿Acaso mi desayuno no te parece lo suficientemente bueno?

—Escucha, es demasiado pronto para discutir. Sé que anoche ambos bebimos más de la cuenta, las discotecas no son para nuestra edad. Sí, despierta a los niños.

Él se va antes de que pueda responder. Cojo el móvil y compruebo todo lo que tengo que hacer en este nuevo día.

Consulto la lista de compromisos que debo cumplir sin falta. Cuanto más larga es la lista, más productivo considero el día. Resulta que muchas de las notas son cosas que prometí hacer el día anterior, o durante la semana, y que todavía no he hecho. Y así la lista va aumentando hasta que, de vez en cuando, me pone tan nerviosa que la tiro y empiezo de nuevo. Y entonces me doy cuenta de que nada era importante.

Pero hay algo que no está ahí y que no voy a olvidar de ninguna manera: averiguar dónde vive Jacob König y buscar un momento para pasar en coche por delante de su casa.

Cuando bajo, la mesa está puesta y es perfecta: ensalada de frutas, aceite de oliva, quesos, pan integral, yogur, ciruelas. También hay un ejemplar del periódico donde trabajo, delicadamente colocado a mi lado izquierdo. Mi marido ha abandonado hace rato la prensa escrita y en este momento consulta su iPad. Nuestro hijo mayor pregunta qué significa chantaje. No entiendo por qué quiere saberlo, hasta que mis ojos se encuentran con la portada. Hay una gran foto de Jacob, una de las muchas que habrá enviado a la prensa. Parece pensativo, reflexivo. Al lado de la imagen, el titular: «Diputado denuncia intento de chantaje».

No fui yo quien lo escribió. De hecho, cuando yo todavía estaba en la calle, el editor jefe me llamó para decirme que podía cancelar mi cita porque acababan de recibir un comunicado del Ministerio de Economía y que estaban trabajando en el caso. Le expliqué que la reunión ya había tenido lugar, que había sido más breve que lo que había pensado y que no había tenido que utilizar los «procedimientos de rutina». En ese momento, me enviaron a un barrio cercano (que se considera «ciudad» e incluso tiene alcaldía) para cubrir las protestas contra una tienda de comestibles que había sido descubierta vendiendo alimentos caducados. Escuché al dueño de la tienda, a los vecinos, a los amigos de los vecinos, y estoy segura de que ese asunto es más interesante para el público que el hecho de que un político haya denunciado lo que sea. Por cierto, el asunto también estaba en la primera página, pero menos destacado: «Colmado sancionado. No hay víctimas por intoxicación».

Esa foto de Jacob en la mesa del desayuno me hace sentir profundamente incómoda.

Le digo a mi marido que esta noche tenemos que hablar.

—Dejaremos a los niños con mi madre y saldremos a cenar —responde—. Yo también necesito pasar algún tiempo contigo. Solo contigo. Y sin el ruido de aquella música horrible que no entiendo cómo tiene éxito.