Veo a Jacob el día que quedamos. Esta vez soy yo la que elige el sitio, y acabamos en el precioso y mal cuidado Parc des Eaux-Vives, donde hay otro restaurante pésimo que se mantiene gracias a la ciudad.

Una vez fui a almorzar allí con un corresponsal del Financial Times. Pedimos un Martini, y el camarero nos sirvió Cinzano.

Esta vez, nada de comida, solo bocadillos en la hierba. Él puede fumar a gusto, porque tenemos una visión privilegiada de todo lo que nos rodea. Podemos ver quién viene y quién va. Llego decidida a ser honesta: después de las formalidades de rigor (tiempo, trabajo, «¿Qué tal la discoteca?», «Voy esta noche»), lo primero que le pregunto es si lo están chantajeando por, digamos, una relación extraconyugal.

A él no le sorprende. Solo me pregunta si está hablando con una periodista o con una amiga.

Por el momento, con una periodista. Si me dices que sí, puedo darte mi palabra de que el periódico te apoyará. No vamos a publicar nada de tu vida personal, pero iremos a por los chantajistas.

—Sí, tuve una aventura con la mujer de un amigo, que supongo que conocerás por tu trabajo. Fue él quien la animó porque ambos estaban aburridos de su matrimonio. ¿Entiendes lo que digo?

¿Que la animó su marido? No, no lo entiendo, pero asiento con la cabeza y recuerdo lo que pasó hace tres noches, cuando tuve múltiples orgasmos.

Y ¿la aventura sigue?

—Hemos perdido el interés. Mi mujer ya lo sabe. Hay cosas que no se pueden ocultar. Gente de Nigeria nos sacó fotos juntos y amenaza con divulgar las imágenes, pero eso no es una novedad.

En Nigeria es donde está ubicada esa empresa metalúrgica. ¿Su mujer no lo amenazó con pedir el divorcio?

—Estuvo enfadada durante dos o tres días, nada más. Ella tiene grandes planes para nuestro matrimonio, y supongo que la fidelidad no forma necesariamente parte de ellos. Se puso un poco celosa, solo para fingir que era importante, pero es una actriz pésima. Pocas horas después de habérselo confesado, ya estaba pensando en otras cosas.

Al parecer, Jacob vive en un mundo muy diferente al mío. Las mujeres no sienten celos, los maridos animan a sus esposas a tener aventuras. ¿Me estoy perdiendo mucho?

—No hay nada que el tiempo no pueda solucionar. ¿No crees?

Depende. En muchos casos, el tiempo puede agravar el problema. Es lo que me está pasando a mí. Sin embargo, he venido aquí para entrevistar, no para ser entrevistada, por eso no digo nada. Él sigue:

—Los nigerianos no lo saben. Hablé con el Ministerio de Economía para tenderles una trampa. Con todo grabado, tal como hicieron conmigo.

En ese momento veo saltar por los aires mi historia, la que iba a ser mi gran oportunidad de ascender en un sector cada vez más decadente. No hay nada nuevo que contar, ni adulterio, ni chantaje ni corrupción. Todo sigue los estándares suizos de calidad y excelencia.

—¿Ya has preguntado todo lo que querías? ¿Podemos pasar a otro tema?

Sí, ya no hay más preguntas. Y no tengo otro tema.

—Creo que te falta preguntarme por qué quise volver a verte. Por qué quise saber si eras feliz. ¿Crees que me interesas como mujer? Ya no somos adolescentes. Confieso que me sorprendió tu actitud en mi despacho y me encantó eyacular en tu boca, pero ese no es motivo suficiente para estar aquí, sobre todo teniendo en cuenta que eso no puede suceder en un lugar público. Entonces ¿no quieres saber por qué quería quedar otra vez contigo?

La cajita de sorpresas que me pilló desprevenida al hacerme aquella pregunta sobre mi felicidad sigue arrojando su luz sobre otros rincones oscuros. ¿No se da cuenta de que esas cosas no se preguntan?

—Solo si quieres decírmelo —respondo para provocarlo y tratar de destruir terminantemente ese aire prepotente suyo que me hace sentir tan insegura. Y añado—: Está claro que quieres llevarme a la cama. No serás el primero que oiga un «no».

Él menea la cabeza. Finjo que me siento cómoda y hablo de las pequeñas olas que hay en el lago, normalmente tranquilo. Nos quedamos mirándolo como si fuera lo más interesante del mundo.

Hasta que él encuentra las palabras adecuadas:

—Como ya habrás notado, te pregunté si eras feliz porque me reconocí en ti. Los semejantes se atraen. Tal vez tú no hayas visto lo mismo en mí, pero no importa. Tal vez estés mentalmente exhausta, convencida de que tus problemas inexistentes (y sabes que son inexistentes) te están absorbiendo la energía.

Yo pensaba eso mismo en nuestro almuerzo: las almas en pena se identifican y se atraen para asustar a los vivos.

—Yo siento lo mismo —continúa—. Con la diferencia de que mis problemas tal vez son más concretos. De todos modos, me sorprendo odiándome a mí mismo por no haber conseguido resolver esto o aquello, ya que dependo de la aprobación de muchas personas. Y eso me hace sentir inútil. Me planteé buscar ayuda médica, pero mi mujer no estuvo de acuerdo. Dijo que, si se descubría, podría arruinar mi carrera. Pensé que tenía razón.

Entonces habla de esas cosas con su mujer. A lo mejor esta noche yo hago lo mismo con mi marido. En vez de salir a una discoteca, puedo sentarme frente a él y contárselo todo. ¿Cómo reaccionaría?

—Por supuesto que he cometido muchos errores. Actualmente trato por todos los medios de ver el mundo de otra manera, pero no funciona. Cuando veo a alguien como tú, y mira que he conocido a mucha gente en la misma situación, procuro acercarme y comprender cómo afronta el problema. Entiéndelo, necesito ayuda y esa es la única manera de conseguirla.

Así que es eso. Nada de sexo, nada de una gran aventura romántica que haga soleada esta tarde gris de Ginebra. Es solo una terapia de apoyo, como las que hacen los alcohólicos y los drogadictos.

Me levanto.

Mirándolo a los ojos, le digo que soy realmente muy feliz y que debería ver a un psiquiatra. Tu mujer no puede controlarlo todo en tu vida. Además, nadie lo sabría, gracias al secreto profesional. Tengo una amiga que se curó con tratamiento. ¿Quieres pasarte el resto de tu vida luchando contra el fantasma de la depresión solo para ser reelegido? ¿Es eso lo que quieres para tu futuro?

Mira a su alrededor para ver si hay alguien escuchando. Yo ya lo había hecho, sé que estamos solos, salvo por un grupo de camellos en la parte de arriba del parque, detrás del restaurante. Pero no tienen el menor interés en acercarse a nosotros.

No puedo parar. A medida que hablo, me doy cuenta de que me escucho a mí misma y de que eso me ayuda. Le digo que la negatividad se retroalimenta. Que tiene que buscar algo que le dé por lo menos un poco de alegría, como navegar, ir al cine, leer.

—No es eso. No me entiendes. —Parece desconcertado por mi reacción.

Sí que lo entiendo. Todos los días nos llega un montón de información, con carteles en los que adolescentes maquilladas fingen ser mujeres y ofrecen productos milagrosos de belleza eterna; la noticia de que una pareja de ancianos ha escalado el monte Everest para celebrar su aniversario de boda; anuncios de nuevos aparatos de masaje; expositores de farmacia llenos de productos para adelgazar; películas que dan una idea falsa de la vida; libros que prometen resultados fantásticos; expertos en dar consejos sobre cómo ascender en sus carreras o encontrar la paz interior. Y todo eso hace que nos sintamos viejos, llevando una vida sin aventura, mientras que la piel se pone flácida, los kilos se acumulan descontroladamente, y nos vemos obligados a reprimir las emociones y los deseos porque no encajan con lo que llamamos madurez.

Selecciona la información que te llega. Ponte un filtro en los ojos y en los oídos y permite que entre solamente aquello que no te dará bajón, porque para eso ya tenemos el día a día. ¿Piensas que a mí no me juzgan ni me critican en mi trabajo? ¡Pues sí, y mucho! Pero yo elegí escuchar solo lo que me motiva para mejorar, lo que me ayuda a corregir mis errores. El resto simplemente finjo que no lo oigo o no le hago caso.

He venido aquí en busca de una historia complicada relacionada con el adulterio, el chantaje y la corrupción. Pero lo has manejado todo de la mejor manera posible. ¿Es que no te das cuenta?

Sin pensarlo mucho, me siento de nuevo a su lado, le agarro la cabeza para que no pueda escapar y le doy un largo beso. Duda durante una fracción de segundo, pero enseguida me corresponde. Inmediatamente todos mis sentimientos de impotencia, fragilidad, fracaso e inseguridad son sustituidos por una gran euforia. De repente, soy sabia, he recuperado el control de la situación y me atrevo a hacer algo que nunca habría imaginado. Me adentro en tierras desconocidas y en mares peligrosos, destruyendo pirámides y construyendo santuarios.

Vuelvo a ser la dueña de mis pensamientos y de mis acciones. Lo que parecía imposible por la mañana es real por la tarde. Vuelvo a sentir, puedo amar algo que no poseo, el viento ha dejado de molestarme y es una bendición, una caricia de un dios en mi cara. Mi espíritu está de vuelta.

Parece que han pasado cien años en ese breve tiempo en que lo he besado. Nuestros rostros se separan lentamente, él acaricia mi cabeza con dulzura, nos miramos profundamente.

Y volvemos a ver lo mismo que había allí menos de un minuto antes.

Tristeza.

Ahora sumada a la estupidez y a la irresponsabilidad de un gesto que, al menos en mi caso, hará que todo empeore.

Aún pasamos otra media hora juntos, hablando sobre la ciudad y sus habitantes, como si no hubiera sucedido nada. Parecíamos muy cercanos cuando llegamos al Parc des Eaux-Vives, hemos llegado a convertirnos en uno en el momento del beso, y ahora somos como dos extraños, tratando de mantener una conversación solo el tiempo necesario para que cada uno siga su camino sin sentirse demasiado incómodo.

No nos ha visto nadie, no estamos en un restaurante. Nuestros matrimonios están a salvo. Pienso en disculparme, pero sé que no es necesario. Después de todo, un beso no es nada del otro mundo.