Mañana tengo que levantarme temprano para ir al trabajo. El hecho de que Jacob haya ignorado mis mensajes me ha acercado a mi marido. Aun así, hay una venganza que pretendo ejecutar.
Es cierto que ya casi no me apetece llevarla a cabo, pero no me gusta dejar las cosas a medias. Vivir es tomar decisiones y asumir las consecuencias. Hace mucho tiempo que no lo hago, y tal vez esa sea una de las razones por las que estoy aquí de nuevo, de madrugada, mirando al techo.
Esto de enviarle mensajes a un hombre que me rechaza es una pérdida de tiempo y de dinero. Ya no me importa su felicidad. En verdad, quiero que sea muy infeliz, ya que le ofrecí lo mejor de mí y me sugirió que hiciera terapia de pareja.
Y para eso tengo que meter a esa bruja en la cárcel, aunque mi alma arda en el purgatorio durante muchos siglos.
¿De verdad? ¿De dónde he sacado esa idea? Estoy cansada, muy cansada, y no puedo dormir.
«Las mujeres casadas sufren más de depresión que las mujeres solteras», decía un artículo publicado hoy en el periódico.
No lo he leído. Pero este año está siendo muy, muy extraño.