Nota de la autora
Dar una lista exhaustiva de mis fuentes sería demasiado largo, por los muchos textos que existen sobre el período del imperio mongol, que llegó a dominar, no lo olvidemos, la mayor parte del subcontinente indoeuropeo, de Hungría a Corea. Se encuentran, pues, informaciones en todas las lenguas y todos los países. Hay a veces distintas versiones del mismo hecho histórico, algo que resulta, evidentemente, apasionante. Como complemento a estas notas, publico una detallada lista de fuentes de información (bibliografía, enlaces útiles, etc.) e ilustraciones (mapas, trajes, armas, fotos, etc.) en mi página Internet www.muriel-romana.com, que se actualiza regularmente.
El Libro de las Maravillas de Marco Polo fue mi principal base de inspiración. He procurado darle el toque humano del que carecía. En 1298, cuando Marco Polo, tres años después de regresar de China, es hecho prisioneros por los genoveses, conoce durante su cautiverio a un escritor de lengua francesa (lengua literaria por aquel entonces), Rusticello, que redactaba novelas de caballería y canciones de gesta. Éste, fascinado (como yo misma) por el personaje y los relatos de su compañero de celda, propone a Marco Polo escribir la historia de sus viajes. Es el famoso Libro de las Maravillas, redactado en francés antiguo, que ha llegado hasta nosotros. Tuvo un éxito creciente, primero como relato fantástico, pues en Europa pocos contemporáneos de Marco Polo daban crédito a lo que contaba. En efecto, ¿cómo era imaginable, en Occidente, que las gentes de un paraje lejano emitían moneda de papel, eran capaces de reproducir libros hasta el infinito o, también, curaban las enfermedades con agujas? La notoriedad de la obra se estableció definitivamente cuando Cristóbal Colón la convirtió en su libro de cabecera.
Otros relatos de viajes me han sido muy valiosos, como los de algunos religiosos que esperaban convertir al cristianismo a los kanes mongoles o los de los viajeros árabes que comerciaban con el Extremo Oriente y la India, y también los de los chinos que partían hacia el oeste para explorar tierras desconocidas.
Entre los religiosos, recomiendo especialmente el relato de Guillermo de Rubrouck, embajador secreto del rey San Luis, una obra de extraordinarios humor y sagacidad, a la que poco tiene que envidiar la de Plan Carpin, otro monje que intentó en vano convertir al Gran Kan Mongka, hermano mayor de Kublai. Por lo que se refiere a los viajeros árabes, Ibn Battuta es, después de Marco Polo, el que ha dejado un testimonio más sorprendente de sus aventuras.
Me han ayudado los trabajos de historiadores contemporáneos, como René Grousset, Marcel Granet, Jacques Gernet, Jean-Pierre Roux o Morris Rossabi.
La vida de Marco Polo parece un rompecabezas difícilmente descifrable, al que le faltan numerosas piezas. En estas zonas de sombra, la ficción ocupa evidentemente todo el espacio.
Existen personajes reales, como Marco Polo y su familia o, también, los soberanos mongoles, como Kublai, Kaidu o Arghun. Por otra parte, he construido personajes a partir de otros que realmente existieron pero de los que sabemos poca cosa, éste es el caso de Xiu Lan. En cambio, algunos personajes brotaron parcialmente de mi imaginación, como Dao Zhiyu o Ai Xue, aunque estén lo más cerca posible de lo que probablemente fueran en realidad. Desde luego era fácil encontrar «niños abandonados» como Dao y recibir los cuidados de un médico como Ai Xue, un letrado cuya carrera, que se anunciaba brillante, se había visto brutalmente interrumpida por la invasión mongol. La secta del Loto Blanco existió realmente, fundada aproximadamente en 1100. En 1368, estuvo en el origen de la insurrección de los Turbantes rojos, dirigida contra la dinastía Yuan para llevar al trono al primer emperador Ming.
La más célebre gran muralla es la que construyeron los Ming, que Marco Polo nunca vio. La que él conoció no era de ladrillo sino de tierra apisonada. Las primeras almenas datan de la dinastía Wei (siglo IV antes de J. C.), y las más recientes que él pudo descubrir de los Jin (época de Gengis Kan).
Muchas leyendas rodean la vida de Marco Polo, convertido en un verdadero mito.
Los viajeros que siguieron sus pasos contribuyeron ampliamente a crear esta leyenda, el primero de ellos Cristóbal Colón. En efecto, el navegante, tras la lectura del Libro de las Maravillas, soñaba con los techos cubiertos de oro que describe Marco Polo.
Todos los detalles de la vida cotidiana, la arquitectura, las costumbres, los paisajes de la China bajo el imperio mongol son auténticos. La ceremonia del té, que nada tiene que ver con la del Japón, los progresos técnicos, la dolce vita chinos son reales. China estaba viviendo su «Renacimiento» en la época en que Europa padecía el oscurantismo de la Inquisición. No es sorprendente, pues, que un hombre como Marco Polo, veneciano y, por lo tanto, abierto al mundo, se viera deslumbrado por aquella civilización. La misma fascinación encontramos en Kublai, conquistador mongol de los chinos. Sin duda, Marco Polo y Kublai Kan se sintieron a este respecto muy cercanos el uno del otro.
Lo ignoramos todo de la vida sentimental de Marco Polo. La he imaginado gracias a la documentación disponible sobre la época. La misión que Kublai Kan confió a Niccolò Polo es verídica, al igual que su desenlace.
Así pues, a lo largo del libro, todas las escenas son reales o plausibles. He intentado lograr que el lector descubriera la China como pudo descubrirla Marco Polo. Ni siquiera se conocen con certeza los trayectos de Marco Polo. Se ignora por qué tardó casi cuatro años para llegar a Pekín, cuando por lo general, la duración del viaje era de nueve meses. He iluminado algunas zonas de sombra gracias a todas las informaciones que he ido recogiendo en mis búsquedas de documentos y he tejido así esta aventura, que no se parece a ninguna otra.