Fascinado, no aparta los ojos de las cortesanas que apenas se dignan mirarlos. Los farolillos de papel de seda difunden una luz suave. Almohadones bordados cubren el suelo. Los biombos siguen las paredes de la estancia, dibujando con arte su contorno. Cada uno de ellos muestra dibujos muy sugestivos de situaciones atrevidas. El sol está alto en el cielo y las mozas disponen de tiempo para prepararse. No van maquilladas y visten atavíos sencillos y púdicos. Dao Zhiyu y Xighang, el niño que le había defendido, están sentados en el suelo con los codos apoyados en las rodillas y el mentón en las manos. Aunque Xighang es todo sonrisas, Dao Zhiyu, intimidado, mira a hurtadillas a las muchachas.

De rodillas, sentada sobre sus talones, una de ellas peina con cuidado su cabellera, que le llega a los ríñones. Se vuelve hacia una de sus compañeras:

—Fan-fi, ya está, puedes empezar.

Fan-fi avanza contoneándose de un modo exagerado y lanza una ojeada a los chicos.

—Yo le encuentro bastante mono, al nuevo pequeño —dice con una sonrisa.

La otra muchacha se levanta, estirando con gracia su silueta vivaz y flexible.

—Vamos, mantente derecha —le ordena Fan-fi.

Su compañera le da la espalda. Fan-fi agarra las tijeras, separa los cabellos de su compañera en mechones y, con precisión y rapidez, los va cortando uno a uno. Los cabellos caen diseminándose sobre la alfombra de seda, como pájaros que desplegaran sus alas.

—¡Qué suaves son! —exclama Fan-fi—. ¡Tienes un secreto para mantenerlos así!

La otra se ríe, halagada.

—Escucho los consejos de la patrona, y tú debieras hacer lo mismo.

—No me apetece acabar como ella —dice Fan-fi en tono acre.

—Lo que tenemos que hacer es comenzar mejor aún. —Sacude la pesada cortina negra de su cabellera para que caigan los últimos pelillos—. Tú, el nuevo, ¿me ayudas? —le pregunta a Dao Zhiyu.

El muchacho se levanta enseguida, presuroso. Cuando se acerca a la cortesana, un efluvio de perfume asalta su olfato. Por primera vez en unos años, Dao Zhiyu percibe el aroma satinado del jazmín. Con un escalofrío de desagrado, se aparta para huir de aquel olor que le recuerda las correas del látigo del capataz.

La muchacha le mira, sorprendida.

—El chico es un poco salvaje —explica Xighang—. Y, además, es mudo.

—Arroja los pelos al fuego —le pide ella a Xighang—, de lo contrario, traen desgracia.

Mientras el muchacho lleva a cabo la tarea, ella se dirige a Dao Zhiyu mirándole con curiosidad.

—Espera, enséñame qué llevas aquí. Parece un tatuaje…

El chiquillo aparta el brazo rápidamente, ocultándolo en la espalda. Permanece junto a la chimenea respirando el olor a quemado de los cabellos abrasados. Su malestar se disipa poco a poco.

—Pero, si no habla, ¿para qué nos sirve? —pregunta Fan-fi.

—Me protege —responde Xighang.

Las mozas se echan a reír.

—¡Es verdad! —afirma el chiquillo—. A veces tengo que insistir para encontraros clientes. Por la calle los hombres no siempre tienen tiempo para eso. Entonces, discuto, el tipo me rechaza, insisto, me suelta un bofetón. Y en ese momento, ¡sorpresa! Porque mi compañero es muy fuerte. No lo parece a primera vista, de modo que no desconfían, pero os juro que sus puños pueden hacer daño.

Lo cierto es que Dao Zhiyu piensa a menudo en Chang, su primer amigo, al que abandonó en el campo de jazmines. Desde entonces, trata de redimir su falta ayudando a quienes son más flojos que él.

—De acuerdo te creemos, pero no por ello vamos a pagarte el doble.

—Está bien —responde Xighang con la majestuosa condescendencia digna de un jefecillo de banda.

—Vamos, Fan-fi, dales lo que se les debe.

Fan-fi saca de un cofrecillo de laca negra varios billetes y se los tiende a Xighang. El muchacho los cuenta lentamente.

Dao Zhiyu intercambia una larga mirada con la cortesana, que comienza a anudarse los cabellos en lo alto de la cabeza. Al chico no le parece mucho mayor que él.

—Todavía tenemos que prepararnos. Vamos, largaos. ¡Hay trabajo! —ordena Fan-fi echándolos fuera.