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Nave de Descenso Barbarossa
Estación de recarga nadir, Wolcott
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
27 de julio de 3059
Victor Ian Steiner-Davion volvió a escrutar los datos que flotaban sobre el proyector en el centro de la sala.
—Esto no es lo que esperábamos —dijo.
—Pero lo habíamos tenido en cuenta —respondió el Capiscol Marcial con calma, y se ajustó ligeramente el parche sobre el ojo—. El comandante en jefe de los Jaguares de Humo me ha confundido con Aníbal, por lo que él quiere ser Escipión el Africano. Al atacar cinco planetas del Condominio, espera que retiremos nuestras tropas y luchemos para preservar la seguridad del Condominio. Sabíamos que era una posibilidad.
—De acuerdo; por eso nuestra segunda oleada se extiende más allá de los planetas desde los cuales los Jaguares podrían lanzar ataques fácilmente contra planetas del Condominio. Al infiltrarnos detrás de las líneas y dificultar el envío de suministros, esperábamos atraer a las fuerzas que habíamos rebasado. Esperábamos este ataque al Condominio como reacción a nuestra primera oleada, no en previsión de la tercera. Esto es un problema.
—¿Lo es? —inquirió Focht.
—Bueno, sí, lo es, aunque quizá no sea insuperable. Cuando lanzamos la segunda oleada, teníamos tres regimientos en guarnición en esos mundos próximos al frente. Ahora hemos avanzado algunas de esas fuerzas para preparar la tercera oleada, que consistirá en atacar algunos de los planetas que habíamos reservado para la cuarta, y podemos trasladar tropas desde los mundos de primera línea que no han sido atacados.
—Y no olvidéis que en esos planetas hace ocho años que se preparan para una invasión de los Clanes. El Condominio ha levantado defensas y ha adiestrado a la población para repeler los ataques. Cuando lleguen los refuerzos, los Clanes descubrirán que es muy difícil conquistar esos mundos. Esperan una batalla fácil como las que tuvieron en la primera invasión, pero no será eso lo que encontrarán. Van a estar ocupados mucho tiempo, lo que quiere decir que podremos responder con toda la potencia necesaria para destruirlos.
El Príncipe reflexionó sobre las palabras de Focht. En sus inspecciones de los planetas fronterizos del Condominio, había visto que su preparación era muy alta. Las unidades de las guarniciones se entrenaban de manera constante y, con el paso de los años, se componían de veteranos que habían luchado contra los Clanes y de nuevos reclutas cuyo entusiasmo juvenil proporcionaba el combustible necesario para implementar estrategias. Se habían levantado fortificaciones para resistir sus asedios, y la población civil había sido entrenada en tácticas anticlanes. Aunque su probabilidad de supervivencia era mínima, el entrenamiento había convertido planetas enteros en grandes campamentos, lo que implicaba que los Clanes no hallarían poblaciones pacíficas.
—Habría preferido atacar esas unidades en los mundos que defendían, pero también me vale verlas desaparecer en el Condominio. No me gustaría descender en ninguno de esos planetas, y espero que los Clanes lleguen a odiarlo.
—Lo harán —dijo el Capiscol Marcial, llevándose las manos a la nuca—. Al revisar las listas de las unidades para el ataque en Schuyler, he visto que estáis al mando del Primer Batallón del Décimo de Guardias Liranos.
—Son mis Espectros. Estaré a su frente, desde luego.
—¿Y si decido prohibiros que entréis en combate?
Victor sintió un nudo en el estómago.
—Creía que, cuando incluimos al Décimo de Guardias Liranos en esta fuerza de ataque, había quedado claro que yo iría con ella. Kai encabezará a los Lanceros, Hohiro al Primero de la Genyosha, y Phelan al Cuarto de Guardias de los Lobos. Tengo que ponerme al frente de los Espectros.
—No, esperad. Antes de protestar, contestadme a esta pregunta: ¿por qué debéis liderarlos?
—Son mis hombres. Yo los escogí y entrené. Rescatamos a Hohiro de Teniente. No dejaré que vayan al combate sin mí, porque no puedo pedirles que corran peligros y riesgos, a menos que yo también esté dispuesto a correrlos.
—Victor, ya habéis pasado esos riesgos en el pasado: vuestro valor no está en tela de juicio. —Focht frunció el entrecejo al añadir—: No es fácil quedarse atrás e impartir órdenes, sin estar en el fragor del combate. En Tukayyid tenía muchas ganas de subir a una carlinga e ir yo mismo tras los Clanes. Cada baja que se producía en mi bando era alguien a quien podía haber salvado si hubiese estado allí. Pensé que había abandonado a mi gente al dejarlos ir al combate sin contarme entre ellos.
—Exacto. Entonces ya sabéis que necesito estar allí.
—No, sé la razón de que creáis que debéis estar allí —replicó Focht—. Tengo la impresión de que también creéis que se exige vuestra intervención directa en la operación por motivos políticos. Teméis que vuestra hermana se aproveche del dato de que no lucháis ni arriesgáis la vida para enfrentaros a los Clanes.
Victor sintió un fuerte escalofrío.
—No niego que es un dato que tengo en cuenta, pero sólo es de importancia secundaria. Usted ha vivido lo suficiente para reconocer las maniobras políticas que se producen en la Esfera Interior. Recordará que mi abuela depuso a su tío Alessandro y ocupó la dignidad de Arcontesa. Sin duda, recordará también los grotescos ardides de Ryan Steiner y probablemente incluso los torpes intentos de Frederick Steiner de participar en política. Él estuvo al mando del Décimo de Guardias Liranos y debería haberse mantenido fiel al lado militar de la cuestión, porque era un inútil como político.
—Eso recuerdo —comentó Focht—. Pero no entiendo qué tiene que ver esta lección de historia con vuestro argumento.
—Lo que quiero decir es… —Victor suspiró y reordenó sus pensamientos—. Cuando pasé por… eh, bueno, cuando morí, o eso pensé, sabía que ellos tenían que traerme de regreso; pero, mientras sucedía eso, descubrí algunas cosas sobre mí mismo. Soy, ante todo y sobre todo, por herencia, vocación y entrenamiento, un guerrero. Eso es lo que hago, lo que soy y en lo que destaco. Soy un pura sangre que necesita correr; si no puedo, me muero. Y eso no quiere decir que vaya a ser un chiflado que empieza guerras para poder subirse a un ’Mech y matar a unos cuantos. Soy un hombre que siente la necesidad, y acepta la responsabilidad, de hacer lo que tiene que hacerse para preservar la libertad de mi pueblo.
»Mire —añadió—, tiene razón al decir que sé que la planificación y la evaluación son una parte vital de toda la operación. Me gusta mucho, me encanta, y creo que estoy haciendo un buen trabajo.
—Así es.
—Pero el problema es que todo es teórico. Necesito bajar a un planeta, marchar con mi ’Mech, ponerme en contacto físico con la realidad de la guerra. Sin ello, cometeré unos errores que no puedo permitirme. Usted ha tenido suficientes experiencias en su vida y ya no necesita más combates. Tiene la templanza y la veteranía que a mí me faltan.
—¿Y si, por querer adquirir esa templanza y veteranía, conseguís que os maten?
—Entonces, es que no era lo bastante bueno para ser un líder. También tengo que esforzarme por mantener el respeto a mis tropas. Afrontémoslo: mi hoja de servicios no es tan buena. Mi primera unidad fue destruida en Trelluno. En Twycross, todos habríamos muerto de no haber sido por Kai. En Alyina, otra vez habría muerto, pero Kai me salvó de nuevo. Por supuesto, los Espectros rescataron a Hohiro en Teniente, pero la intervención de su unidad me sacó de una situación difícil. Y por último, en Coventry, no libramos una batalla, lo cual estuvo bien porque, aunque hubiésemos vencido, habríamos perdido en cuanto a personas muertas y material destruido.
—Kai, Hohiro, Phelan y los demás os respetan, y las tropas lo saben —alegó Focht.
—Pero eso puede erosionarse. Tal vez sea sólo un problema mío, pero me siento como un impostor. Tengo mucha responsabilidad y también muchas dudas. Sigo esperando que alguien descubra mi farol y demuestre que no soy digno del cargo que ocupo. Si voy al combate, demostraré mi valía. ¿Lo comprende?
—Por supuesto. ¿Creéis que sois el primer líder que tiene esas dudas? Todos los buenos las tienen. Sospecho que vuestro padre sopesó muchísimo las decisiones que tomó, y sé que vuestra abuela también lo hacía. Sabía cuándo debían combatir y cuándo liderar.
Victor asintió despacio.
—¿Me está diciendo que ha llegado la hora de que sea un líder y no un combatiente?
—Todavía no —respondió el Capiscol Marcial con una sonrisa afectuosa—. Sólo quería asegurarme de que queréis luchar, a diferencia de haber luchado. Si sólo vais a bajar a Schuyler para ir con vuestro ‘Mech al cuartel general de los Jaguares y proclamar vuestra victoria, no os dejaría ir.
—¿Me cree capaz de hacerlo?
—No hasta que seáis más político que guerrero —dijo Focht, cruzando los brazos—. Id a ver si vuestra unidad está preparada para la acción. Daré las órdenes oportunas para desplazar nuestras fuerzas de reserva y plantar cara a la ofensiva de los Jaguares. Cuando hayamos terminado, los Jaguares sabrán que vamos en serio y empezaremos pronto a bajar más tropas, dejando abierto el camino a Huntress. Aprenderán que también hemos estudiado a Escipión el Africano, y que tienen mucho más en común con los cartagineses de lo que se imaginaban.
Soy un Jaguar de Humo. ¡Soy un cazador, no la presa!. El capitán estelar Elemental Vulcan Bowen quería gritar su afirmación a través de la radio mientras atravesaba el municipio de Fuun. En todo el tiempo que había pasado en el 19.º Núcleo estelar de ataque, había visto un número considerable de planetas de la Esfera Interior, pero el planeta Matamoros, en el territorio del Condominio, era el peor de todos. Es tan mortecino que deben de condenar a la gente a vivir aquí. La guarnición, el Segundo de Acechadores nocturnos, era famosa por las operaciones que realizaba durante la noche. Bowen supuso que sería porque no podían soportar ver aquel lugar durante el día.
Esta vez, la noche no era su aliada. El municipio de Fuun se hallaba a cincuenta kilómetros al este de la fortaleza de Wazukana. Allí había establecido su base el Primer Regimiento de Guardias de los Mundos Libres, y el 19.º Núcleo estelar de ataque tenía problemas para expulsarlos. Una insurrección organizada por un grupo de milicianos de Fuun había estado acosando a los Jaguares de Humo durante el asedio, por lo que la resolución de aquel problema se había sometido a una puja. Bowen no había ganado la primera, sino el capitán estelar Jeremiah Furey, que había vencido al envidar una fuerza inferior a un Punto. Furey y sus dos compañeros habían desaparecido en Fuun sin que hubieran emitido siquiera una señal de alarma.
Bowen y el cuarteto de Elementales que lo acompañaban a Fuun habían encontrado los cadáveres de sus compatriotas, atados a unas burdas cruces en forma de X, en un promontorio que se elevaba en el centro de la ciudad. Lo que le había parecido extraño a Bowen, e incluso lo había puesto un poco nervioso, era que, durante la patrulla, no habían visto señales de que Fuun estuviese habitado hasta que llegaron al centro de la población. Ni siquiera la arena que rodeaba las cruces mostraba huellas de pisadas. Era como si Furey y los otros Elementales hubieran sido extraídos de sus armaduras y muertos por unos fantasmas.
Entonces, sin previo aviso, una andanada de disparos surgió de los edificios colindantes. El intenso fuego de unas ametralladoras y un cohete Inferno habían derribado a Carson. Bowen ordenó de inmediato a sus hombres que siguieran avanzando y roció el edificio del lado norte de la plaza con su ametralladora. Los otros lo siguieron y corrieron hacia aquella achaparrada estructura de ladrillo. Una vez que estuvieran en su interior, sus paredes los protegerían, y más tarde podrían salir y atravesar la ciudad eliminando toda resistencia.
Mientras iban hacia el edificio, Trevor pisó una mina, que explotó bajo su pie derecho con un fuerte estruendo y lo arrojó por los aires. Trevor dio una voltereta y cayó sobre la cabeza y los hombros. Bowen sabía que el guerrero, protegido por su armadura, probablemente sólo estaba aturdido. Cuando Trevor se incorporó, Bowen vio que también estaba desorientado, porque echó a correr hacia el edificio situado en el lado oeste de la plaza.
El fuego cruzado de unos francotiradores desde el sur y el segundo piso del edificio del oeste acribilló a Trevor. Varios pedazos de su armadura saltaron por los aires mientras las balas sacudían su cuerpo. Un líquido negro manó de las brechas abiertas en el traje blindado, en un intento de cerrar sus heridas, pero salpicó el suelo cuando otras balas impactaron en él y en el hombre al que cubría. Trevor se desplomó y su cuerpo siguió moviéndose por el impacto de las balas que seguían lloviendo sobre él.
Bowen aceleró la marcha hacia el edificio del norte. Con una ráfaga de la ametralladora que colgaba de su antebrazo izquierdo, partió en dos a un hombre. Luego se volvió hacia la derecha y utilizó el pequeño láser que llevaba montado en el brazo derecho para convertir a otro hombre en una antorcha. Ambos cayeron detrás del parapeto de sacos de arena donde habían estado apostados para disparar su ametralladora. Grace y Adrienne cruzaron la puerta después de Bowen y corrieron a derecha e izquierda respectivamente para controlar las habitaciones que daban a la sala principal. Bowen oyó un ruido más arriba, se volvió y barrió el techo con una ráfaga de disparos. Su acción se vio recompensada con un grito.
Giró a la derecha a tiempo de ver que el suelo de la otra habitación se derrumbaba bajo los pies de Adrienne. Cuando ella desapareció de su vista, Bowen comprendió que habían sido atraídos a una trampa mortal. Algo cayó desde arriba; Bowen no pudo identificar de qué se trataba, pero era metálico, de un metro y medio de ancho como mínimo, y parecía bastante pesado. Sintió que temblaban los cimientos del edificio cuando el objeto chocó contra el terreno y comprendió que Adrienne no había frenado su caída en absoluto.
Dio una orden tajante a Grace y ambos corrieron a la parte trasera del edificio. Para salir, Bowen saltó sobre las bolsas de arena que protegían la ametralladora y se dispuso a brincar por una ventana, pero pisó las visceras del hombre al que había disparado y resbaló. Realizó el salto tarde y tropezó con el pie derecho en el alféizar. Bowen dio un salto mortal involuntario para atravesar la ventana y cayó de espaldas.
Por suerte para él, su salida tan poco elegante le salvó la vida.
Grace cayó sin dificultades y escrutó el callejón en busca de indicios de hostilidad. Miró primero a la izquierda, más allá de donde se encontraba Bowen, y luego a la derecha. Cuando se volvía hacia un aerocoche destartalado que estaba entrando en el callejón a su derecha, el vehículo explotó.
Una nube de color anaranjado la envolvió, con un brillo que primero fue amarillento y luego blanco, y la redujo a una silueta negra. A Bowen le pareció que se había transformado en un Gato Nova, pues su armadura se había vuelto negra salvo un resplandor blanco en el hombro izquierdo. Hasta que su brazo izquierdo saltó por los aires sobre su cabeza, Bowen no comprendió lo que sucedía, y entonces la silueta de Grace ya se había desvanecido por encima de las rodillas.
La fuerza de la explosión lo levantó en vilo y le hizo dar vueltas en el aire. Chocó de cabeza contra una pared y cayó sobre su hombro. Su cuerpo siguió girando, y notó que se le fracturaba un tobillo cuando destrozó unos ladrillos con el pie. Se preparó para aguantar el dolor, pero la armadura ya había empezado a inocular sustancias en su cuerpo que anestesiaban la herida y aumentaban su resistencia.
Rodó por el suelo hasta llegar a una calle y se puso en pie lo mejor que pudo. Oyó el sonido de unas balas de rifle que rebotaban en su armadura. A veces, un rayo láser incidía en su cuerpo, pero todas aquellas armas estrictamente antipersonales le causaban tanta preocupación como la lluvia. Estaba claro que los nativos del planeta habían usado sus armas mejores y más pesadas en la emboscada, mientras que las personas que los cubrían tenían que usar otras armas más ligeras. Sin embargo, aunque no podían matarlo, podían informar de su situación y retrasarlo lo suficiente para que pudiesen tenderle otra emboscada.
Si no sigo moviéndome, moriré. Buscó una salida, pero no veía ningún camino claro que lo condujera a la libertad. No había tráfico en la carretera, que se extendía de norte a sur, pero los vehículos aparcados en los arcenes podían contener la misma clase de bomba que había matado a Grace. De hecho, tenía que suponer que la tenían. Lo mejor para salir de esta área es que me desplace entre los edificios.
Recorrió una calle cojeando y entró en un agujero abierto en la pared de un restaurante. Mientras lo cruzaba, apartando mesas y reduciendo el horno a chatarra con el láser, intentó abrir una comunicación por radio con el cuartel general del 19.º Núcleo estelar. Oyó un ruido fuerte y ululante de estática en todas las frecuencias que probó. Interferencias. No me extraña que no tuviéramos noticias de Furey.
Bowen salió corriendo del edificio y fue hacia un estrecho pasaje que se extendía de norte a sur. Giró al sur y vio que un anciano calvo y de tez cetrina entraba en el callejón y se llevaba al hombro un antiguo arcabuz. La audacia del esquelético anciano sorprendió a Bowen. Sabía que aquella arma no podía dañarlo, por lo que hizo un rápido saludo mientras el hombre apretaba el gatillo. El percutor se accionó, arrojando chispas sobre la cazoleta, y el arma se disparó expulsando una voluta de humo blanco.
La pesada bala impactó en Bowen en pleno pecho y lo hizo retroceder algunos pasos. Echó un rápido vistazo a la pantalla de diagnósticos y vio que no se había abierto ninguna brecha en la armadura. Sin embargo, aquel disparo le recordó que la armadura no era inmune a las fuerzas físicas. Si se acelera un objeto de masa suficiente, es capaz de atravesar esta armadura.
Cuando se despejó el humo, Bowen vio que el anciano corría para salvar su vida hacia un edificio situado fuera del callejón. Bowen lo persiguió e hizo algunos disparos contra el rebelde, pero falló. Aún pudo ver fugazmente su quimono rojo antes de que desapareciera tras una puerta. Durante unos segundos, Bowen pensó recompensar el valor del anciano dejándolo con vida, pero se apresuró a desechar semejante idea.
Debe de ser culpa de los calmantes. Ese viejo ha intentado matarme. Si lo dejo vivir, animaré a que otros hagan lo mismo. Debe morir. Disparó dos ráfagas contra la fachada del edificio, giró un poco a la derecha y agachó la cabeza para atravesar la puerta perdiendo el mínimo de impulso. Es más difícil dar a un blanco en movimiento.
Al cruzar el umbral, Bowen vio a su víctima justo delante de él, agazapada tras unos sacos de arena. El viejo mostraba una sonrisa amplia y casi totalmente desdentada, similar a la de la niña pequeña que estaba sentada a su lado. A Bowen le sorprendió su evidente satisfacción de verlo, pero ello se debía a que no había reconocido todavía el aparato sobre el que estaban sentados.
Habían montado el enorme muelle de un vehículo terrestre en una viga de dos metros de longitud. Un cable metálico retorcido, que había sido un cable de alta tensión, se extendía de un extremo a otro de la curva del muelle en forma de V y sujeto con un simple dispositivo de cierre. A lo largo de la viga había una barra de hierro de un metro y medio de largo, afilada en un extremo y con una muesca labrada en el otro en la que el cable encajaba perfectamente. El cierre tenía una larga palanca que el anciano accionó con el pie, justo cuando Bowen acababa de comprender qué era el objeto que estaba mirando.
Aunque el muelle no había sido construido para ser una pieza de una improvisada ballesta, funcionó a la perfección. Proyectó la barra hacia adelante con gran fuerza, y la punta metálica perforó el traje de Elemental de Bowen en el costado derecho. Bowen notó cómo la barra atravesaba el traje y salía por el lado izquierdo de la armadura, pero fue el ruido húmedo y de carne desgarrada que sonó lo que le indicó la gravedad de la herida.
Intentó salir de nuevo a la calle, pero los extremos de la barra chocaban con el marco de la puerta, impidiéndole el paso. Trastabilló y disparó el láser contra la ballesta, que empezó a arder, pero las personas que la habían disparado ya no estaban allí. Quiso volverse para buscarlas, pero su tobillo fracturado cedió y se desplomó en el suelo. Cayó sobre el costado derecho, clavándose la barra aun más profundamente, y giró hasta quedar tumbado de espaldas.
Tosió una vez con fuerza y notó el sabor de la sangre en la boca. Al levantar la mirada, vio que todo el visor del casco estaba manchado de sangre. Notó que la armadura seguía inyectándole drogas y vio que un pequeño indicador empezaba a parpadear, avisando que su foco de localización se había activado. Pero la señal será interferida.
Intentó dejarse dominar por el pánico, resistirse a los calmantes y luchar por salir de Fuun, pero no tenía fuerzas suficientes. Quería levantarse y matar a todos los habitantes de la ciudad, pero sabía que eso no le salvaría la vida. Se le ocurrió que la gente a la que se había enfrentado y que había matado durante la invasión nunca se habrían atrevido a atacarlo. Pero les hemos dado varios años para que se sobrepongan al miedo que sentían ante nosotros. Y ahora estamos pagando el precio.
Levantó la mirada y vio que el anciano se acercaba blandiendo una maza. El Elemental ordenó a su brazo derecho que se levantase e incinerase al viejo, y estaba bastante seguro de que lo había hecho, pero no del todo, porque el visor se rompió en una serie de fragmentos envueltos en la oscuridad que apagaron su conciencia para siempre.