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Reserva del Glaciar de Sigfrido
Alrededores de Ciudad Tharkad
Tharkad
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
13 de octubre de 3058
Victor, desnudo salvo por la recia toalla de felpa que le envolvía las ingles, se tumbó en el banco superior de la sauna y puso una toalla doblada debajo de la cabeza a guisa de almohada. Cerró los ojos y dejó que el calor penetrase en su carne y empezara a catalogar los diversos dolores que sentía. Cronológicamente sólo tengo veintiocho años de edad, pero apuesto a que me siento más viejo de lo que Alessandro se sintió jamás.
Los dolores eran de dos tipos. Los agudos y punzantes procedían de magulladuras que tenía por todo el cuerpo y dos músculos especialmente agarrotados. Creía que había hecho estiramientos suficientes antes de la sesión matutina de esgrima con Tancred Sandoval, pero sus músculos le decían que no. Las magulladuras se encontraban en los diversos lugares en que las puntas habían hecho blanco en él. Su proliferación debería haberlo irritado, pero la verdad era que la mayoría de los blancos los había hecho Tancred. Kai y Hohiro pudieron hacer blanco, pero no tanto como él a ellos. Por fin he encontrado un deporte en el que puedo ganar.
Los dolores generalizados se debían al esquí que había practicado por la tarde. Rodillas, muslos, caderas, hombros y espalda: todo le dolía, y mucho más de lo que recordaba de las horas posteriores a las excursiones en esquí en sus tiempos de cadete en el Nagelring. Claro que entonces era más joven, pero no tanto. Seguía lanzándose por las pendientes con idéntica indiferencia juvenil, pero tuvo que admitir que quizás ese día las pendientes habían ganado.
Había sido divertido esquiar, pero no el tener que soportar el tormento de los medios de comunicación. Victor había rechazado que los agentes de seguridad apartaran a la gente de las colas para subir al telesilla, por lo que había tenido que hacer cola como todo el mundo. Eso había dado tiempo a los periodistas para gritarle preguntas desde todos los lados. Cuando él no respondía, sólo conseguía que los holorreporteros hicieran preguntas más impertinentes con la esperanza de provocar su respuesta.
En mi juventud también habría reaccionado. Había necesitado toda la compostura que podía mantener para hacer caso omiso de las preguntas y seguir charlando con los demás esquiadores. Era consciente de que no podía gozar de intimidad, pero la única alternativa tampoco era el espectáculo. Mantuvo su temperamento bajo control y la guardia alta, y desfogó su frustración bajando por la pendiente.
Incluso ahora, mientras estoy descansando, sigo teniendo la guardia alta. Le desagradaba tener que llevar puesta una toalla en la sauna, pero sabía que debía ir con cuidado, no fuese que un holorreportero consiguiera colarse y digitalizar una imagen suya desnudo. No quiero ni pensar en los titulares que pondrían para anunciar la imagen.
Victor inspiró hondo y contuvo el aire caliente en los pulmones. El calor del recinto había aumentado lo suficiente para empezar a provocarle el sudor. Notó el sabor de la sal en los labios y sintió la suave quemazón del sudor en los ojos. Giró la toalla para que un extremo cayera entre sus rodillas y usó el otro para enjugarse el sudor de los ojos. Deslizó la toalla por su pecho, absorbiendo la transpiración y la soltó, dejando que lo cubriera como la parte delantera de un taparrabos.
El día había tenido también sus aspectos positivos. Omi y él habían logrado compartir parte de un descenso en una de las pistas más fáciles. Aunque ella y su familia se hospedaban en una de las casas para invitados del palacete, Victor la había visto muy pocas veces, por lo que el descenso fue un rato especial para pasarlo juntos. Omi, que era inexperta en esquí, se lo tomaba con entusiasmo y muy buen humor. Victor recordó verla caer sobre nieve en polvo y levantarse con la cara blanca; se quitó la nieve riendo, y a Victor no se le ocurrió otro momento en que hubiese estado más bonita que entonces.
En otro momento, mientras él esperaba en la cola para subir al telesilla, un periodista le hizo una pregunta malintencionada sobre Omi y su relación con ella. Antes de que Victor tuviese la oportunidad de encontrar una respuesta adecuada, un hombre clavó sus esquís y palos en la nieve y fue hacia el reportero.
—¿No tiene vergüenza? —le espetó enojado—. ¿Ni decencia? Este hombre tiene el trabajo más duro de toda la Esfera Interior, ¿y usted le pregunta por su vida amorosa? ¿No se da cuenta de que lo que haga en su tiempo libre no le interesa absolutamente a nadie que tenga suficientes neuronas para formar una sinapsis? El valor de un hombre no se mide por las personas que frecuenta ni por lo que dice, sino por lo que hace. Expulsó a los Halcones de Coventry, y en Teniente rescató al hermano de lady Omi de las garras de los Clanes. Esta última acción debió de bastar para que se hicieran amigos, y la anterior quiere decir que usted debería tener más respeto hacia él.
La enérgica defensa que hizo aquel hombre levantó aplausos y vítores de las otras personas de la cola e hizo sonreír a Victor. Intentó darle las gracias ofreciéndose a pagarle primero la jornada de esquí y luego una cena, pero el hombre se negó en redondo.
—Mirad, alteza —le dijo—, de no haber sido por vos y por vuestros padres, ahora todos estaríamos sometidos a los Clanes. Os agradezco la invitación a cenar, pero lo cierto es que me habéis permitido que hoy sea libre para cenar. Defenderos era lo mínimo que podía hacer por vos.
Aquellos comentarios animaron a Victor, porque le confirmaron lo que siempre había esperado: en la Alianza Lirana tenía un núcleo de seguidores con los que podía contar en el futuro. Tal vez Katherine sea la favorita de los medios aquí, pero la gente no cree todo lo que les dicen en los holovídeos. Eso está bien.
Victor oyó que se abría la puerta de la sauna y notó cómo se escapaba el aire caliente. La puerta se cerró bastante deprisa, pero el frío atravesó la capa de sudor de su piel.
—Tal vez quieras subir la temperatura un poco para que no haga frío.
—Sumimasen, Victor-sama. No quería que te enfriases.
Al oír aquella voz femenina, Victor se giró del costado izquierdo y se sujetó la toalla con la diestra.
—¡Omi! —exclamó—. ¿Qué estás…?
Omi, con sus negros cabellos recogidos y una toalla blanca que la cubría desde el pecho hasta medio muslo, se sentó en el banco inferior que estaba al otro lado. Se movía con cuidado y precisión, pero también con naturalidad. Casi parecía como si, por unos momentos, hubiera olvidado que él estaba allí y estuviese sola en su refugio privado.
Levantó las manos, y sus finos dedos aflojaron el nudo que mantenía sujeta la toalla a su cuerpo. Victor observó cómo caía sobre el banco, casi como a cámara lenta, y se embebió en las curvas y sombras que revelaba. El traje de baño negro que llevaba Omi debajo de la toalla dejaba al descubierto las caderas e iba atado con un cordón rojo que le rodeaba el pecho unos centímetros por debajo de la clavícula. Su fino tejido estaba pegado a su cuerpo como una segunda piel y se tensó sobre su liso vientre cuando se tumbó.
Victor la contemplaba boquiabierto. Siempre le había parecido hermosa, atractiva y sensual, pero las ocasiones en que habían estado juntos hasta entonces habían sido muy formales y debían mantener las distancias. En las pistas de esquí era donde la había visto vestida de forma más sencilla, con su parka, gorra, manoplas y pantalones de esquí. Ni aquella ropa, ni ninguno de los vestidos con que la había visto, le habían inspirado una sensualidad tan intensa y voluptuosa. Las largas piernas, el suave balanceo de los pechos, el rostro perfecto y las primeras gotas relucientes de transpiración sobre su piel… Victor notó que crecía el deseo en él.
Se sentó, se colocó bien la toalla y preguntó:
—Omi, ¿qué haces aquí?
—He venido a tomar una sauna —contestó. Recogió la toalla y la dobló para usarla como almohada—. Me recomendaron que la tomase después de esquiar… Creo que fue la duquesa Kym Hasek-Davion. Como mi padre, mi hermano y varios de sus consejeros militares utilizan la que está en nuestro edificio, decidí venir al bloque principal. Pero si quieres que me vaya…
—¡No, no! —exclamó Victor, levantando las manos—. Es que, bueno, no creo que a tu padre…
—Mi padre sabe que estoy contigo. Hay algunas cosas de las que tenemos que hablar.
—¿Tu padre sabe que estás aquí, vestida así, conmigo? —preguntó Victor, arqueando una ceja.
—Mi padre está muy ocupado. Los detalles irrelevantes carecen de importancia para él. —Omi abrió los ojos y lo miró—. Por favor, Victor, tranquilízate.
—No me lo pones fácil, Omi —admitió Victor, y se frotó el pecho con la zurda, peinándose el rubio vello de su tórax hacia el costado derecho—. Nunca te… he, te había visto tan…
—Ni yo a ti, salvo en mis sueños —contestó, ruborizándose—. Victor, perdóname por darme un capricho sin tener en cuenta tus sentimientos. Estoy siendo egoísta.
—Nada de eso, Omi. No estás haciendo nada malo.
—Lo sé y es lo que creo —cerró los ojos y colocó los brazos cruzados detrás de la cabeza—. Desde que estuvimos juntos en Arc-Royal, he viajado mucho, como corresponde a una persona de mi posición como ayudante de mi padre. Estuve en Solaris, viendo cómo Kai defendía su título. He viajado por todo el Condominio, he estado en Northwind y en otros planetas. En todos esos momentos y lugares, he observado a las personas y cómo reaccionan a los sentimientos que nosotros compartimos. Las costumbres varían, los métodos de demostrar afecto difieren entre sí; pero, fuera donde fuese, el abismo que nos separa es de los que la gente califica como una tragedia.
A pesar del calor imperante en la habitación, Victor sintió un escalofrío. Lo que ambos estaban haciendo, compartir una sauna, habría sido considerado como algo curiosamente tranquilo, hasta casi cómico, en la gran mayoría de los mundos de la Esfera Interior. Había también sectas fundamentalistas que lo habrían visto como causa suficiente para la condenación eterna, pero a la mayor parte de las demás personas les habría parecido totalmente irrelevante. Salvo que no son la hija del Coordinador del Condominio Draconis y el Primer Príncipe de la Mancomunidad Federada.
—Todo el tiempo que hemos estado separados —continuó Omi— he recordado el día que nos besamos y lo que sentí entonces. Recuerdo cómo bailaba contigo, notando tu mano sobre mi espalda. Recuerdo mi cuerpo apretado contra el tuyo, sintiendo tu aliento en mi cuello e inhalando tu aroma. Entonces no quería separarme de ti, sino permanecer siempre a tu lado y, desde entonces, he deseado a menudo vender parte de mi alma sólo para pasar unos segundos más contigo.
Al oír el tono melancólico de su suave voz, Victor quiso saltar del banco e ir a su lado. Quería sentarse junto a ella e inundarle la boca de besos. Y lo habría hecho, salvo porque sabía que no podría detenerse allí. La deseaba salvajemente, pero si se rendía a sus deseos, cambiaría para siempre su relación con Theodore Kurita, Hohiro y Omi, destruyendo amistades y quizás incluso destruyendo los cimientos de la nueva Liga Estelar.
—Por favor, Omi, te lo suplico, no sigas —imploró Victor, apretando los puños y asestando un golpe en el banco. El dolor que sintió ascendió por su brazo y le aclaró un poco las ideas—. Créeme si te digo que he tenido esos mismos pensamientos y he soñado esos mismos sueños. He revivido todo el tiempo que pasamos juntos y lo he combinado en incontables fantasías. Quiero ir hacia ti, tocarte y sentirte a mi lado, pero no puedo hacerlo. No aquí, ni ahora.
—Lo sé.
—Entonces, ¿por qué has venido?
Omi abrió sus azules ojos, que centellearon.
—Nuevos recuerdos para nuevos sueños —respondió.
Victor se recostó en la pared de la sauna y se echó a reír.
—Otra razón más para amarte, Omi Kurita. Algunas personas apenas se atreven a soñar, pero tú te atreves incluso a planificar tus sueños.
—Planificar nuestros sueños, Victor —puntualizó ella—. Si sólo lo hiciese por mí, no sería tan osada.
—Domo arigato, Omi-sama. Estoy en deuda contigo, una vez más —dijo Victor con una amplia sonrisa—. Se me ha ocurrido que, si tu padre sabe que nos vemos, ¿cuál cree que es el propósito de esto?
La serenidad que había reinado en el rostro de Omi se desvaneció.
—¿Sabes que hace unos meses se produjo un atentado contra la vida de mi padre?
—Mis fuentes decían que Subhash Indrahar había dejado de aparecer en público —respondió Victor, frunciendo el entrecejo—, pero no hemos oído ningún rumor sobre un intento de asesinato contra tu padre.
Omi guardó silencio por unos instantes.
—Subhash Indrahar dio su vida para salvar a mi padre —añadió al cabo.
Victor se agitó, incómodo.
—La devoción de Indrahar por tu familia era bien conocida —replicó—. Su sacrificio no me sorprende, ni me parece una tragedia absoluta desde la perspectiva de la ManFed. Sabíamos de la existencia de elementos reaccionarios que se oponen a los cambios que tu padre está realizando en el Condominio, e Indrahar debía de saber quiénes eran. Son los únicos que tienen motivos para intentar matar a tu padre. Además, tendrían que ser bastante poderosos. En resumidas cuentas, las operaciones matemáticas son muy sencillas cuando se contempla el asunto desde ese punto de vista.
—Sólo es sencillo para un matemático genial —repuso Omi, sentándose y cruzando las piernas—. Mi padre está bastante seguro de que, cuando se anuncie lo que vamos a decidir aquí, los rumores empezarán a circular. Sospecha que la utilización del Condominio como base de la expedición se traducirá como un intento tuyo de asegurarte de que las represalias de los Clanes, si se producen, vayan contra el Condominio en vez de ir contra el reino de tu hermana.
—Es una idea nueva —dijo Victor, suspirando—. Supongo que los medios de comunicación de aquí insinuarán que estoy abandonando la Alianza a su suerte y despojándola de tropas. Lo mismo puede decirse de la prensa de la Mancomunidad Federada. Me criticarán por utilizar nuestras tropas para reconquistar planetas a los Clanes para devolvérselos al Condominio, o me exhortarán a ocuparlos en nombre de la Mancomunidad Federada. Estoy seguro de que a tu padre le encantaría esta idea.
—Él confía en que cumplirás tu palabra, Victor.
—Asegúrate sólo de que nunca me pida que le prometa que no volveré a verte.
—No creo que eso sea un problema —afirmó Omi sonriendo alegremente—. Mi padre tiene varios planes para combatir al partido reaccionario del Condominio, pero necesitará de tu cooperación.
—¿Puedes darme más detalles?
—Tengo muchos que compartir contigo, pero no aquí.
Omi se estiró. A Victor se le hizo un nudo en la garganta.
—Quizá podría explicarte mis ideas durante la cena —añadió Omi.
—Me has leído los pensamientos —respondió Victor—. Puedes ducharte y cambiarte en cualquiera de las habitaciones de invitados del ala nordeste. Esto me dará tiempo suficiente para encargar la cena…, una cena en la que podremos tejer un montón de sueños.