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Gran Salón de Baile, Corte Real, la Triada

Ciudad Tharkad, Tharkad

Distrito de Donegal, Alianza Lirana

1 de octubre de 3058

Hasta el inicio de la recepción de bienvenida de los delegados a la Conferencia de Whitting, Katrina Steiner no se dio cuenta de que su papel de anfitriona tenía un problema. Mientras permanecía de pie en un extremo del Gran Salón de Baile, en la esquina opuesta al cuarteto de cuerda que interpretaba música de cámara, comprendió que aquello implicaba tener que pasar más tiempo con aquellas personas de lo que ella deseaba. Y debo estar sonriendo toda la noche, aunque no me apetezca.

Aunque era indiferente a la mayoría de personas presentes en la sala —desde el héroe de Coventry, el leftenant-general Caradoc Trevena, a la plétora de miembros de la familia Allard-Liao que acompañaban a Candace Liao—, los que se llevaban la parte del león de su atención eran aquellos a los que despreciaba. Procuraba hacer caso omiso de tantos como podía, pero siempre parecía haber alguien en su campo de visión con la capacidad de irritarla.

Thomas Marik, Capitán General de la Liga de Mundos Libres, pasó dando vueltas con su nueva acompañante, la pequeña y esbelta Sherryl Halas. Aquella mujer de cabellos oscuros y ojos de color avellana era la hija de Christopher Halas, duque de Oriente. Los Halas eran antiguos aliados de la familia Marik que dirigían un numeroso grupo de diputados en el Parlamento, por lo que el cortejo que realizaba Thomas era absolutamente lógico. Katrina no podía culparlo. Aunque Marik había hecho algunas aproximaciones a ella misma, se había limitado a no darse por enterada. Sherryl Halas es Lo bastante bonita para consolarlo por no haberme conquistado.

No era la temeridad de Thomas de llevar a Halas a Tharkad lo que la irritaba, sino su audacia al cortejar a alguien que, salvo por su altura, se parecía tanto a su propia hija, Isis. Katrina se había enfurecido al ver a Thomas presentar a Halas a los otros delegados y pasearla por toda la sala.

Es una lástima que Sherryl no tenga el mismo buen gusto que Isis en vestirse. Halas se había vestido para aquella ocasión con un vestido de terciopelo negro adornado de perlas, pero era de un estilo que llevaba siete años pasado de moda; a decir verdad, era el mismo que Katrina ya había visto en una holografía tomada en un acto oficial en Atreus. Sí, los de Oriente son famosos por ser muy prácticos, pero esto bordea lo vulgar.

Isis Marik, ataviada con un sencillo vestido largo de seda azul de corte griego clásico, iba mejor vestida; sin embargo, apenas obtenía una mayor valoración a los ojos de Katrina. Isis había llegado del brazo de su prometido, Sun-Tzu Liao, pero se había separado pronto de él y había logrado reunir un grupo de admiradores de los diversos cuerpos militares reunidos para asistir a la conferencia. Isis reía con sus bromas, se ruborizaba con sus cumplidos y alargaba la mano a menudo para tocar a uno u otro en el brazo o en el hombro, transmitiendo su felicidad de estar en su compañía.

Katrina casi admiraba la facilidad con que aquella joven manipulaba a los hombres, salvo por dos cuestiones. La primera era el descarado intento de Isis de seducir a Morgan Kell. Aquel mercenario de cabellos grises le consentía bastante sus estratagemas, pero era evidente que era inmune a ellas. Aun así, Isis parecía no darse cuenta de que él era invulnerable a sus encantos. Katrina sabía que Morgan no tenía nada que ofrecer a Isis Marik; entonces, ¿por qué desperdiciaba sus energías en él?

En opinión de Katrina, era aun peor que Isis estuviera controlando las actividades de Sun-Tzu de forma constante. Siempre que notaba que él la miraba, hacía algo para azuzar sus celos. Las señales eran fáciles de entender, al igual que la frustración de Isis al comprobar que Sun-Tzu no parecía advertirlo. No es una estúpida; lo demuestra su capacidad de seducir a guerreros y políticos… pero ya debería tener a Sun-Tzu bebiendo de la palma de su mano.

Era evidente que Sun-Tzu estaba dedicado por completo a otros quehaceres. El corte de su chaqueta Han de seda bordada resaltaba tanto su origen asiático como su complexión alta y delgada. Los dragones verdes que se extendían por las mangas de la dorada chaqueta brillaban cuando el Canciller de la Confederación de Capela caminaba por la sala. Su rostro permanecía inescrutable cuando la gente se paraba a hablar con él, pero su expresión se hizo más severa cuando emprendió la persecución de su hermana.

Nunca creí aquel acto idiota y ridículo de Sun-Tzu. Katrina se permitió sonreír para sus adentros. Aunque estoy convencida de que su hermana está loca de remate.

Kali Liao tenía un cuerpo pequeño pero que rezumaba veneno. Llevaba sus cabellos de color castaño rojizo recogidos en un moño sobre la cabeza y sujetos con tantos palillos dorados que parecía una antena de radio. Su vestido de seda sin mangas era del mismo color verde que sus ojos, con cuello alto de estilo mandarín y con una abertura en la cadera derecha. Podría haberla hecho parecer muy atractiva, pero su incapacidad de dominar el arte de caminar con zapatos de tacón alto borraba por completo la elegancia que intentaba transmitir.

Cuando Katrina la saludó, Kali siseó su respuesta en chino. Aunque Katrina no entendió sus palabras, su tono de voz y la expresión de sus ojos hacían innecesaria la traducción. Kali no sólo formaba parte de la salvaje secta Thugee, sino que sus miembros la consideraban como un avatar de su diosa. Al parecer, aquella joven estaba tan persuadida de su carácter divino que creía innecesario ser cortés cuando se relacionaba con inferiores. Entre quienes incluye, sin duda, a la mayoría de los habitantes de su propio reino.

Los tres miembros de la familia Kurita, del Condominio Draconis, se esforzaban por redimir la imagen de la dignidad asiática que los Liao habían destruido. Theodore, como siempre, irradiaba un aura de sereno poder. Guapo y distinguido, y poseedor de una inteligencia que resplandecía como un faro en sus castaños ojos, tenía una personalidad que atraía las miradas de cuantos lo rodeaban. Katrina comprendió enseguida por qué su padre consideraba a Theodore una seria amenaza para la Mancomunidad Federada.

Su hijo, Hohiro, había heredado la apostura de su padre, pero parecía carecer de la fuerza y la firmeza de espíritu que éste proyectaba. La guerra contra los Clanes no había tratado bien a Hohiro. Fue apresado primero por los Jaguares de Humo y luego, en otro planeta, quedó atrapado detrás de las líneas por los Gatos Nova. De no haber sido por los esfuerzos del hermano de Katrina, el Condominio habría perdido a Hohiro para siempre. Su rescate sólo había sido otra afrenta a la Mancomunidad Federada, por la que Victor tendría que pagar algún día.

Katrina observó a Hohiro con los ojos entornados. ¿Cuánta presión puede soportar antes de derrumbarse?, se preguntó.

Omi Kurita, situada tras el hombro de su padre, tenía como siempre, un aspecto correcto, remilgado… y maravilloso. Katrina la había visto por primera vez tres años y medio atrás en Arc-Royal, y volvieron a coincidir en Solaris, el Planeta del Juego. A Katrina le gustó Omi y, de no ser por sus curiosos gustos en cuestión de hombres, podría haber intentado ser amiga suya. Ella vigila las vías que conducen al poder en el Condominio. En estos momentos, la Casa Kurita está concentrada en los Clanes, pero no siempre será así. Es una lástima que esté enamorada de mi hermano.

La sonrisa de Katrina se ensanchó cuando Candace Liao cruzó el gentío para saludarla.

—Duquesa, estoy encantada de veros —dijo, haciendo una reverencia a aquella mujer, de mayor edad que ella; después le estrechó la mano—. Espero que Elm House sea un aposento adecuado para vos y vuestra corte.

La mujer asintió con cautela.

—Es totalmente adecuado. Por favor, transmitid mi agradecimiento a la Compañía de Juguetes Alpina por preparar la sala de juegos y el cuarto de los niños. Mi nieto está encantado con los juguetes y la habitación es perfecta para mi nieta.

A Katrina le costaba creer que Candace Liao le hablase de sus nietos, cuando no aparentaba tener más de cuarenta años. Suponía que su falta de canas se debía a los tintes de cabello; el archivo que la división de inteligencia de la Alianza Lirana tenía sobre Candace sugería que su carencia de arrugas se debía a la cirugía estética. Katrina lo dudó cuando vio las marcas de antiguas cicatrices de combate que asomaban bajo la manga corta de su vestido. Si tuviera la vanidad de someterse a esas operaciones quirúrgicas, sin duda también se habría encargado de solucionar ese problema. Katrina creía que el saludable aspecto de Candace se debía a sus ejercicios diarios de t’al chi chuan, una práctica que había aprendido de su difunto marido casi treinta años atrás.

Candace sonrió; sus grises ojos rebosaban de inteligencia y encanto.

—Conocéis a mi hijo, por supuesto —dijo.

Katrina alargó la mano a Kai.

—Me alegro de volver a verte, Kai. Todavía recuerdo cómo defendiste tu título en Solaris. Fue muy emocionante.

—Sois muy amable, Arcontesa —respondió Kai, que se llevó la mano de Katrina a sus labios y depositó un beso en los nudillos—. Recuerdo muy bien vuestra visita.

—¿Arcontesa? ¡Kai, por favor! Creía que nos conocíamos lo bastante bien para evitar estas formalidades.

Eres un aliado tan fiel de mi hermano que te niegas a llamarme por el nombre de mi abuela. Es muy útil disponer de un test de lealtad tan sencillo, pensó Katrina, que arqueó las cejas al ver a la acompañante de Kai y añadió:

—Supongo que se trata de tu esposa. Soy Katrina Steiner.

La mujer de cabellos negros que iba del brazo de Kai estrechó la mano de Katrina con firmeza.

—Me llamo Deirdre Lear —dijo—. Encantada de conoceros, Arcontesa.

—El placer es mío. Veo que ha conservado su apellido… Pero usted es médico, ¿verdad? ¿Todavía practica la medicina?

—En estos momentos, no. He…

—¡Oh, perdóneme! —exclamó Katrina, llevándose una mano al pecho—. Acaba de dar a luz, ¿verdad? Ha tenido una hija.

—Sólo tiene seis semanas de edad —explicó Candace.

—Se llama Melissa Allard-Liao —añadió Kai, mirando a Katrina—. Le hemos puesto este nombre en recuerdo de vuestra madre.

—En recuerdo de mi madre… —repitió Katrina. Titubeó unos momentos y murmuró con voz ahogada—: Es un gran honor.

—Eso pensamos nosotros —dijo Deirdre Lear, sonriendo.

Katrina notó algo en los azules ojos de aquella mujer que la inquietó. Esto sólo empeoró la mala opinión que ya se había forjado de Lear por haber podido recuperar su figura y ponerse un elegante vestido negro sólo seis semanas después del parto. Está claro que los sentimientos de Kai hacia mi hermano han determinado los de Lear hacia mí. De todos modos, es madre y, por lo tanto, tiene un punto débil: su hija.

—Doctora Lear, si necesita cualquier cosa durante su estancia en Tharkad, me sentiré ofendida si no me lo solicita. Si usted y Kai desean salir, incluso por la noche, me encargaré de que alguien cuide de su hija. No sería un problema, sino un honor. —Entonces, Katrina recordó otro dato del archivo sobre Deirdre y continuó—: Sé que ha estado coordinando los programas de educación y sanidad pública en la Comunidad de Saint Ivés. Si es posible, estoy segura de que su colega en nuestro reino, el doctor Wilson, estará encantado de comparar sus archivos e incluso intercambiar materiales educativos… si dispone de tiempo para ello.

Katrina enfatizó su oferta con una expresión inocente que pilló claramente por sorpresa a Lear.

—Agradezco su ofrecimiento… Ambos, quiero decir —respondió Deirdre, sonriendo con cautela—. Melissa es demasiado pequeña para dejarla sola, pero tendré mucho gusto en hablar con el doctor Wilson, por supuesto, cuando él disponga de tiempo.

—Muy bien, se lo diré —dijo Katrina, y señaló las mesas cubiertas de aperitivos—. Por favor, disfruten de la hospitalidad de la Alianza Lirana.

Cuando los Liao se alejaron, Katrina vio a su hermana menor, Yvonne, y se esforzó por contener un suspiro. Aunque era unos centímetros más alta y dos kilos más delgada que Katrina —gracias a lo cual era un éxito rotundo el vestido que Katrina había elegido para ella—, Yvonne parecía tan torpe como Kali Liao era temible. A sus diecinueve años, Yvonne era guapa según todos los criterios de belleza, con los cabellos pelirrojos y ojos grises que había heredado de su padre y la esbelta y hermosa complexión de Melissa Steiner-Davion.

Yvonne, debes salir del caparazón. Katrina, que era siete años mayor que ella, siempre la había visto entre una muñeca viviente y una protegida, aunque la joven encajaba más bien en este último apartado. Ella le dejaba que la vistiera y realzara su belleza, pero lo hacía sobre todo porque era inútil intentar que Katrina desistiera de lo que quería. Katrina era consciente de que su hermana cedía sin entregarse a ella, pero esto no la molestaba mucho. Si no tienes agallas para ponerte a mi altura, no podré utilizarte, pero tampoco podrá manipularte nadie en mi contra.

Detrás de Yvonne se encontraba Victor, charlando con el leftenant-general Trevena y el hombre alto que había acompañado a Yvonne desde Nueva Avalon, Tancred Sandoval. Le sacaba a Victor al menos veinte centímetros y tenía unos rasgos de una atractiva rudeza que, por contraste, daban a Victor un aspecto casi adolescente. Los ojos de color ámbar de Tancred eran, sin duda, su rasgo más sorprendente. Eran de un color que a Katrina le recordaba los ojos de un gato, y aquella relación se reforzaba con la elegancia de movimientos de los Sandoval y, a juzgar por los holovídeos que ella había visto, con su destreza en el arte de la esgrima.

La repentina aparición de Phelan Kell hizo que Sandoval desapareciera de la vista de Katrina. A pesar de la formalidad del acto, o tal vez por eso, Phelan había elegido lucir el uniforme de cuero del clan de los Lobos. El cuero gris se adhería más a su cuerpo que el vestido más ajustado de la mujer más presumida de la fiesta. Katrina tenía que admitir que su primo tenía una complexión tan musculosa que podía llevar una ropa tan escandalosa y resultar favorecido, aunque ella no lo encontraba especialmente atractivo. Nunca podría decir que no es un hombre apetecible, pero sus ojos Lo echan todo a perder.

Una expresión no disimulada de disgusto asomó a los verdes ojos de Phelan.

—Arcontesa Katherine, has sido muy amable al invitarnos a mi padre y a mí a esta recepción —le dijo—. Me alegra que la tarjeta no se perdiera por el camino como sucedió con la invitación a la Conferencia.

—Khan Phelan… Porque todavía eres Khan, ¿verdad? —respondió Katrina, esforzándose por mantener un tono de voz sereno—. Supongo que no pondrás en duda que era una medida inteligente no invitar a nuestros enemigos a una conferencia cuyo único propósito es el de librarnos de ellos.

—En absoluto, aunque eso difícilmente justifica que no invitases a mi padre —repuso Phelan con una sonrisa maliciosa—. Además, Katherine, no puedo creer que tus espías hayan olvidado comentarte que mis guerreros y yo estamos en guerra con los Clanes. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.

—Me resulta inconcebible definirte como amigo, querido primo.

—Muy bien, Katherine, muy bien —dijo Phelan—. Había olvidado tu ingenio.

—No es saludable que lo olvides, Phelan.

—Estoy de acuerdo. —Phelan entornó los ojos y agregó—: Sólo espero que utilices tu inteligencia por el bien de la Esfera Interior; para unirla, no para destruirla.

—¡Oh! Mi intención es unir la Esfera Interior, Phelan. Puedes contar con ello.

Katrina sonrió con gesto taimado. Y, cuando lo haga, no habrá sitio en ella para gente como tú, querido primo. También puedes contar con esto.