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Palacio de la Unidad
Ciudad Imperial, Luthien
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
13 de mayo de 3059
Victor Ian Steiner-Davion miró la imagen holográfica que giraba despacio sobre el centro de la mesa.
—Entonces, parece que ya está. Estamos listos para partir —dijo, y paseó la mirada por los rostros de sus consejeros—. ¿Algún asunto de última hora?
En el otro extremo de la mesa, el coronel Daniel Allard de los Demonios de Kell levantó una mano.
—Sólo quiero confirmar las prioridades de las unidades que se mantienen en reserva para la segunda oleada o como refuerzos si la primera encuentra una resistencia más fuerte de lo esperado. Con la Operación Perro de Caza, disponéis de unidades bastante pequeñas que atacarán planetas para acosar a los Jaguares de Humo antes de que lleguemos allí. La mayoría son mundos de la primera oleada, pero la Compañía de Raymond de Cogdell irá a Yamarovka, y nosotros no llegaremos allí, en el mejor de los casos, hasta seis semanas después de su intervención. ¿Qué ocurrirá si recibimos un informe de que los han diezmado? ¿Vamos a salvarlos o no?
—No voy a dejarlos morir si hay alguna posibilidad de apoyarlos o rescatarlos —dijo Victor, entornando los ojos—, pero tampoco voy a meter mis tropas en una picadora de carne para que las trituren. En la primera oleada, los Demonios y las otras unidades de reserva se mantendrán a la espera por si acaso los Gatos Nova cambian de idea y tenemos que protegernos de sus acciones. Debemos saber con cierta rapidez si van a atacarnos o no. Si no lo hacen, tendremos recursos que podremos dedicar a Yamarovka u otros objetivos similares.
»Señores —prosiguió—, no cabe ninguna duda de que perderemos guerreros, pero mi propósito es reducir al mínimo estas pérdidas. Al acosar a los Jaguares como perros de presa, tendrán que inmovilizar algunas tropas que no nos dispararán en otros planetas, lo cual quiere decir que habremos cumplido nuestros objetivos y podremos seguir avanzando. Tenemos que golpear duro y deprisa, y seguir avanzando, como hicieron los Clanes cuando nos atacaron. Queremos que reaccionen a nuestras iniciativas y no al contrario. Ya hemos perdido esa clase de guerra y no necesitamos una repetición de la historia.
El Capiscol Marcial se levantó del asiento que Victor había ocupado durante la primera parte de la reunión y lo reemplazó en la cabecera de la mesa. El anciano sonrió a Victor, dándole una sensación de autorrealización que no había sentido desde la muerte de su padre. Nací para este trabajo y ahora me he dedicado a él.
—Gracias, Victor, por el informe de asignaciones y de doctrina. No me cansaré de subrayar que la clave de nuestro éxito es la unidad de propósito y acción. Todas nuestras operaciones serán plurinacionales, pero todas nuestras tropas actuarán bajo el estandarte de la Liga Estelar. La fuerza expedicionaria del mariscal Hasek-Davion ya ha partido para su largo viaje a Huntress, por lo que en muchos sentidos estamos haciendo de perros de caza para ellos. Coordinador Kurita, ¿hay algo que deseáis hacer?
Theodore Kurita se incorporó de su asiento, situado cerca del medio, y dijo:
—El Condominio Draconis es una nación que ha trabajado duro para rendir homenaje a un código de conducta y honor que llamamos bushido, o Senda del Guerrero. Para muchos de ustedes que han luchado contra nosotros, bushido es lo que convertía a nuestros guerreros en enemigos implacables. No se da ni se pide cuartel, pero los actos de heroísmo valor, autosacrificio y coraje son reverenciados quizá más allá de lo que ustedes considerarían normal.
El Coordinador miró a Dan Allard y añadió:
—El coronel Allard y los Demonios de Kell tienen una larga historia de enfrentamientos con el Condominio, pero también formaron parte de la fuerza que nos ayudó a contener la invasión de los Clanes en Luthien. Esta devolución de amabilidad a cambio de la antigua enemistad es tan extraña para nosotros que, incluso ahora, mi pueblo tiene dificultades para aceptarlo, pero la reunión de esta gran fuerza para expulsar a los Clanes de los planetas del Condominio es algo por lo que está muy agradecido. En resumen, tal vez no entiendan la razón de que ustedes estén aquí, pero respetan, valoran y apoyarán sus esfuerzos.
»En cuanto a mí, entiendo el sacrificio que todos ustedes están haciendo. Sé que lo hacen por la humanidad en su conjunto, pero el Condominio será el beneficiario inmediato. Aunque es insuficiente, les doy a ustedes y a sus pueblos mi agradecimiento y mi promesa de que, desde hoy en adelante, el esfuerzo realizado en favor del Condominio no será olvidado jamás.
Precedidos por el Capiscol Marcial, la docena de líderes presentes se levantaron y aplaudieron las palabras del Coordinador. Victor se sumó a ellos y aplaudió con entusiasmo, por lo que había dicho y porque había visto ya cómo empezaba a cambiar el Condominio. Mi padre nunca habría pensado que esto fuera posible.
En los cuatro meses y medio que habían pasado desde el atentado, Victor se había sumergido en la cultura del Condominio. Su inmersión empezó, al principio, porque no tenía otra alternativa. Su convalecencia se había convertido en una cuestión de honor para el Condominio. Le habían cedido un conjunto de habitaciones en el Palacio del Sereno Refugio, con programas de rehabilitación y cuidados durante las veinticuatro horas del día. Su dominio del japonés mejoró mucho, porque la mayoría de los criados que lo atendían no hablaban alemán ni inglés. Le dieron las ropas apropiadas para un guerrero del Condominio y su régimen se basaba en la cocina local, con alimentos escogidos para restaurar la armonía en su sistema y ayudar a reparar el daño causado por los asesinos.
Incluso la terapia física había seguido las prácticas aceptadas en el Condominio. El propio maestro de espadas de Hohiro había asesorado a Victor. Los instructores de comandos DEST le hicieron realizar ejercicios de condicionamiento e incluso el hermano menor de Omi, Minoru, le enseñó unos ejercicios que combinaban los movimientos del t’al chi chuan con cánticos y complejas formaciones de los dedos pensados para fortalecer el espíritu. Victor habría rechazado la aportación de Minoru, de no haber sido por la intensidad de la mirada del joven y su comentario de que sabía que Victor había hablado con Takashi Kurita, aunque Victor no le había contado su experiencia a nadie.
Después de un mes de terapia intensiva, Victor había reanudado sus obligaciones habituales, que consistían principálmente en viajar desde Luthien a los diversos planetas que servían de base para el ataque. Las unidades del Condominio eran la punta de lanza de cada ataque, a las que se añadían unidades de la ManFed, ComStar u otras de la Esfera Interior para fortalecer la fuerza y dar credibilidad a que la operación pertenecía a la Liga Estelar. Las unidades como los Lobos de Phelan y los distintos grupos mercenarios involucrados en el ataque habían sido relegados a funciones de reserva para la oleada inicial. Sus posibilidades de brillar llegarían con la segunda oleada.
Victor descubrió que los distintos jefes de unidad, que acertadamente habían señalado que su misión era combatir y que eso era lo que querían, entendían que era necesario que las tropas del Condominio fueran al frente, cuando esta necesidad se explicaba en función de la compleja estructura social del Condominio.
La creciente comprensión que Victor tenía de aquella nación facilitaba mucho la comunicación con sus jefes militares. Allí donde anteriormente habría emitido unas órdenes y habría esperado que las obedecieran sin importar los deseos del oficial en jefe local, ahora preveía sus preocupaciones y podía tranquilizarlos antes de que éstas se convirtieran en auténticos problemas. Podía señalar a los jefes que era importante asignar objetivos a las unidades que no eran del Condominio en cada fuerza de ataque, pues los demás líderes tenían sus propias preocupaciones sobre el honor. Más de un comandante en jefe del Condominio comprendió lo inteligente que era asignar objetivos de forma temprana, en lugar de poner a la unidad en una situación de la que luego tendrían que rescatarla. «Es más fácil compartir la gloria de la guerra que vivir con la vergüenza de la derrota», había aprendido a decir Victor, lo que causaba un gran efecto.
La transformación de Victor no se habría realizado sin la ayuda de Omi. Ella había supervisado todos los detalles de su recuperación, insistiendo con suavidad en cómo debían ser las cosas. De no haber sido por ella, Minoru no se habría puesto en contacto con Victor y el equipo médico de la ManFed se habría encargado de su recuperación en lugar de limitarse a una labor de asesoramiento. También habría sido probable que Victor tuviese sirvientes bilingües o dispuestos a hablarle en otro idioma distinto del japonés.
Victor comprendió que su integración en la cultura del Condominio era una cuestión tan importante para la supervivencia de Omi como para la suya. Theodore había dicho a su pueblo que Victor era digno de su hija, pero la prueba se vería en el encuentro entre Victor y la población del Condominio. Si no era aceptable para ellos, lo rechazarían y Omi se vería realmente deshonrada y avergonzada. Para impedirlo, así como para aumentar las posibilidades de éxito de la operación, Victor se sumergió en el estilo de vida del Condominio.
Mientras aún se sentía débil, Omi se encargó de que sus necesidades físicas fuesen satisfechas. Ayudó a cambiar sus vendajes y comprobó que tomase los medicamentos a las horas prescritas. También se aseguró de que no faltase nunca a una sesión de terapia, seleccionó la ropa que iba a llevar y supervisó los preparativos de sus viajes. Victor tenía a menudo la sensación de que ella encontraba la solución a un problema incluso antes de que él se diera cuenta de su existencia.
Tras su recuperación, cuando sus huesos se reconstituyeron y la carne hubo cicatrizado, cayeron las barreras que la convalecencia había interpuesto entre ellos. Victor recordaba la primera vez que ella había acudido a su lado, para introducirse con sigilo en su lecho durante la noche. Era como si su cuerpo ardiera y, al estrecharse contra él, le traspasó su calor. Recordaba haber acariciado su cuerpo, la carne tan suave y perfecta que le hizo tomar conciencia de las cicatrices que abultaban en su pecho y su espalda. Ella le indicó con un beso y una caricia que aquellas marcas no tenían ningún significado, pues lo que le importaba a ella no era la piel, sino el hombre que había debajo de ella.
Las prisas marcaron su relación amorosa aquella noche, como si temieran el regreso de los asesinos que habían estado a punto de destruir su felicidad. Pequeños errores, como un golpe en un diente, un codo mal puesto o una rodilla interpuesta, los hacían reír y susurrar disculpas. Los contratiempos no permitieron que la experiencia fuese perfecta, pero de algún modo la hicieron más íntima. Lo perfecto habría sido la unión entre el Príncipe de la Mancomunidad Federada y la Guardiana del Honor de la Casa de Kurita. Torpe, juguetón y apasionado: así era el amor tal como debía compartirse entre dos personas y allí, en la oscuridad, era lo que aspiraba a ser. Los títulos no podían realzar la experiencia, por lo que fueron descartados como los pijamas en el fragor del encuentro.
Desde aquella primera noche, pasaron la noche juntos siempre que se encontraban en el mismo sistema solar. Aunque disfrutaban a fondo de su compañía, su ansia de estar juntos surgía de algo más que del deseo de explorar las dimensiones físicas del amor. Caricias sencillas, besos de medianoche, sueños susurrados e incluso forcejeos para apoderarse de las sábanas, les daban atisbos de quiénes eran realmente como personas. El tiempo que compartían fuera del dormitorio ampliaba esta experiencia.
En más de una ocasión, Victor se sorprendió diciendo o haciendo algo que había visto compartir a sus padres en un momento de cierta privacidad. Le sorprendió cuántas cosas de sus padres seguían viviendo en él, aunque también veía hasta qué punto había llegado a ser él mismo. Identificó las conductas que quería modificar y se puso manos a la obra para cambiar a mejor… por el bien de Omi y de su misión.
Victor quedó perplejo cuando alguien le dio una palmada en la espalda, sacándolo de su ensueño.
—Lo siento, Kai. ¿Decías algo?
—Debí darme cuenta —dijo su amigo, sonriendo—. Reconozco esa mirada perdida.
El Príncipe se sonrojó y dio gracias porque no quedaba nadie más en la sala de reuniones, aparte de él mismo y Kai.
—¿Tan mal estoy?
—Los he visto peores.
—¿No estuviste bebiendo los vientos por una mujer en la Academia Militar de Nueva Avalon durante el año que estuve transferido allí?
—Es verdad. Wendy Sylvester. Ahora está en la Guardia Pesada de Davion.
Victor reflexionó unos segundos y asintió con la cabeza.
—La kommandant Wendy Karner. Se casó hace unos años.
—Sí, y tenía que ser con un poeta —comentó Kai con una sonrisa.
—¿Te parece extraño?
—No, creo que refleja un cambio en su manera de pensar. Ha roto con la tradición familiar, al igual que has hecho tú al elegir tu compañera. —Se encogió de hombros sin dejar de sonreír—. Me alegro por ella y por ti.
—Bien. En tal caso, quizá podrías hacerme un favor.
—Dime.
Victor se mordisqueó el labio inferior antes de hablar.
—Morgan y tú, y casi todos los integrantes de esta expedición, os habéis despedido alguna vez de una persona amada. Yo no lo he hecho nunca. Nunca hubo, alguien a quien quisiera de verdad y no sé qué decir.
—Lo entiendo. Los tópicos como «mañana puedo morir» son exactos pero carecen de sinceridad. Todas las demás frases parecen desdeñar el peligro. Son poco sinceras y trivializan el miedo que va a sentir la persona que queda atrás.
—Ya veo que has pensado en ello.
—Deirdre es una mujer bastante realista, por lo que la mejor manera de hablar con ella es afrontar la verdad. —Kai apoyó las manos en los hombros de Victor y lo miró directamente a los ojos—. Lo importante es que compartas con ella lo que guardas en tu corazón. Recuerda que quizá no vuelvas a tener la oportunidad de decirle lo que sientes, y que lo que digas puede ser lo último que ella recuerde de ti. Y lo que es aun más importante: lo que digas tiene que ser lo que la sostenga durante esas noches en que ella se preguntará si has muerto o estás agonizando en un asteroide perdido en el espacio.
—Eres un hombre sabio, Kai Allard-Liao.
—La verdad es que no, Victor. Si lo fuese, habría encontrado hace tiempo la manera de resolver el problema de los Clanes para que no tuviéramos que despedirnos nunca de las personas que amamos.
Aquella noche, Victor encontró a Omi esperándolo en el jardín de su palacio, bajo la luz de centenares de velas. Le sorprendió hallarla allí, un lugar lleno de recuerdos dolorosos. La felicidad que hemos conocido creció en otros lugares del edificio.
Ella se volvió cuando oyó el primer crujido de sus pisadas y se enjugó una lágrima con un gesto tan natural, que él casi no se dio cuenta.
—Komban-wa, Victor-sama.
Victor inclinó la cabeza y le entregó la única rosa azul perfecta que había encontrado en la Ciudad Imperial.
—Debería ser esta rosa la que llorase, pues su belleza palidece en comparación con la tuya.
Omi sonrió y aceptó la flor.
—Eres muy amable —dijo.
—En eso me dejas muy atrás —repuso él, y levantó una mano para acallar su respuesta—. Tengo algo que decirte y no creo que llegue a hacerlo a menos que me dejes hablar, así que, por favor, escucha lo que tengo que decir.
Ella asintió y se sentó en un banco de piedra blanqueada.
Victor empezó a pasearse, pero se detuvo cuando el ruido de los guijarros bajo sus pies le recordaron los crujidos del blindaje destrozado de un ’Mech al ser pisoteado por los soldados.
—Omi Kurita, te amo más de lo que creía posible amar a alguien. Ojalá fuese poeta para poder escribirte sonetos, o artista para pintar retratos tuyos. Soy un guerrero y estoy orgulloso de serlo, pero ofrecerte la muerte de mis enemigos parece un mal signo de amor; sin embargo, eso es exactamente lo que voy a hacer. Lucharé contra los Clanes porque quieren destruirte a ti y todo lo que te es querido.
»En este jardín, aquella noche hace varios meses, estuve dispuesto a morir para salvarte. Cuando caí al suelo y te vi el quimono ensangrentado, pensé que te habían matado y me sentí feliz de poder estar juntos en la muerte. Lo que sé ahora es que significas para mí más que la propia vida y no quiero separarme nunca de ti. No es como si tú y yo fuésemos dos mitades de un todo, porque creo que somos más que eso, y lo que llegaremos a ser juntos será ciertamente increíble. Estando contigo, no puedo imaginar una vida más perfecta.
Victor tragó saliva, intentando deshacer el nudo que sentía en la garganta.
—Pese a que no deseo alejarme de ti, debo hacerlo —prosiguió—. Haré este sacrificio porque es la única manera que conozco de garantizar que no tendremos que volver a separarnos jamás. Perdóname. No me olvides y no tengas miedo, porque volveré.
Omi volvió a asentir despacio, levantó la mirada de la rosa y le sonrió.
—Te creo, Victor, porque sé que no me mentirías. Sólo puedo dejarte marchar porque sé que regresarás conmigo.
»Cuando te vi allí —añadió, señalando con la rosa hacia el palacio—, bañado en tu propia sangre, sentí que se me escapaba la vida. Sólo tenía un motivo para seguir viviendo, y éste era verte con vida. Si hubieses fallecido allí, yo habría muerto contigo para que pudiésemos estar unidos en la muerte.
»Aquella noche te invité a este jardín porque era mi refugio. Aquí estuve a salvo, gracias a ti, durante la invasión de Luthien. Luego, aquella otra noche, volviste a protegerme de las fuerzas que querían destruirme. Desde entonces hemos evitado este lugar a causa del carácter maligno que había adquirido. Esta noche, en la víspera de tu marcha para librar la guerra más grande conocida por la humanidad, sólo te pido un pequeño favor.
—Sea lo que sea, te lo concederé.
Omi se aflojó despacio el nudo del fajín que le sujetaba el quimono.
—Antes de que reconquistes planetas de manos de los Clanes, ayúdame a reconquistar este jardín de los recuerdos tristes que siguen ligados a él. Cuando te hayas ido y yo venga aquí, deseo recordarlo como un lugar de amor y de vida, no de odio y muerte. Amame aquí, Victor Davion; vuelve a ser mi refugio, para que pueda soportar la espera hasta tu regreso.