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Palacio del Sereno Refugio, Ciudad Imperial
Luthien
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
5 de enero de 3059
Victor sabía que debería estar exhausto después de tantas actividades realizadas durante la semana en Luthien, pero estaba tan emocionado que desbordaba de energía. Entre las sesiones de planificación y estrategia, lo habían paseado por toda la Ciudad Imperial, entre otros sitios. Había visitado fábricas y campos de batalla, había visitado tumbas y había rezado en los templos. Cada experiencia parecía preparada para darle una visión de las costumbres del Condominio y de su pueblo, y para que ellos pudieran conocerlo mejor a él.
Antes de la llegada de los Clanes, aquellas visitas habrían sido inconcebibles. En el Taller de Blindajes de Luthien, no sólo le habían concedido un acceso sin precedentes a la fábrica que producía los BattleMechs, sino que incluso le habían permitido pilotar un Grand Dragón en sus terrenos de pruebas. El Grand Dragón había sido siempre la «bestia negra» de las tropas de la Mancomunidad Federada, y, al sentarse en la carlinga, Victor entendió la razón. El afuste de misiles de largo alcance y el cañón de proyección de partículas, también de largo alcance, le daba una capacidad superior de apoyo a grandes distancias, mientras que el trío de láseres medios y el grueso blindaje le permitían tener una enorme potencia en la lucha a corta distancia.
Shin Yodama y Hohiro Kurita también le habían enseñado los campos de batalla que rodeaban la Ciudad Imperial. Le indicaron los lugares donde los Clanes habían cruzado la llanura de Tairakana, y el lugar donde habían caído en las colinas del valle de Kado-guchi. Por el tono de sus palabras, Victor captó buena parte de la tensión que había habido allí siete años atrás. Los mercenarios del Condominio y de la ManFed habían quebrado un ataque conjunto de los Jaguares de Humo y los Gatos Nova. Aunque algunos Gatos habían llegado a la Ciudad Imperial, sólo habían causado algunos daños poco importantes antes de que el ataque aéreo de los Dragones de Wolf los derrotase. Uno de los ’Mechs de los Gatos Nova había quedado paralizado en aquel lugar, y sus restos destrozados recordaban una de las pocas ocasiones en que la Esfera Interior había causado una derrota estrepitosa a los Clanes.
El viaje más extraño de todos fue una visita a la tumba de Takashi Kurita. Aunque la escena se ajustó a las ideas de los Kurita sobre la simplicidad y la discreción, no le pareció justa. Sobre la losa de granito gris había un panel de coral labrado de un metro de longitud, que representaba a Takashi ataviado con la armadura tradicional de los samuráis. Un dragón estaba enroscado a sus pies, y una de las lunas de Luthien pendía sobre su cabeza como un halo. Le pareció la imagen de un santo.
Mientras contemplaba el modesto monumento de piedra, Victor se sintió embargado por sentimientos contradictorios. Para los Davion, Takashi Kurita había sido siempre la encarnación del mal. Hanse Davion culpaba a Takashi de la muerte de su hermano mayor, Ian. Takashi había sido el símbolo de la amenaza que el Condominio presentaba a la Mancomunidad Federada. Se había mantenido impertérrito e inaccesible a todo razonamiento, mientras que su hijo Theodore estaba dispuesto a llevar a cabo los cambios necesarios para poder vencer a los Clanes.
Aunque Victor sabía que debería haberse sentido agraviado cuando le pidieron que visitase la tumba de Takashi, sintió que estaba en deuda con aquel hombre. Theodore Kurita siempre se había opuesto a que Victor y Omi estableciesen algún tipo de relación. Cuando Omi había pedido a Victor que rescatase a su hermano de Teniente con los Espectros, el precio que tuvo que pagar por obtener permiso para organizar esta operación fue aceptar la interrupción de todas las comunicaciones con Victor. Ella aceptó esta condición para salvar a su hermano.
Victor estaba preparado para no volver a verla ni oírla, pero Takashi Kurita intervino. Así como Omi estaba vinculada por la tradición a obedecer la prohibición de su padre en nombre de la armonía, también Theodore estaba vinculado a obedecer a su padre cuando Takashi levantó esta prohibición. Aunque Victor sabía que debía odiar a Takashi, aquel hombre que había sido el archienemigo de los Davion había recompensado a uno de ellos con su propia nieta por su sacrificio.
Elevó una breve plegaria de agradecimiento ante la tumba de Takashi. Luego lo condujeron al Palacio del Sereno Refugio. Aquel palacio era otro de los contrastes de Luthien. Unos enormes complejos industriales cubrían el planeta, con gigantescas metrópolis que hospedaban a todos los obreros necesarios para hacerlas funcionar. La contaminación había llegado a ser tan grave que el planeta se había ganado el sobrenombre de «Negra» Luthien. A pesar de los esfuerzos realizados para reparar los daños ecológicos, aquel epíteto se había mantenido y, entre los enemigos del Condominio, el adjetivo «negro» se había convertido en un atributo del espíritu de sus gobernantes.
La Ciudad Imperial se parecía mucho al resto del planeta. Toda la arquitectura evocaba otros tiempos, la época feudal en la Tierra. Diversas estructuras habían sido desmontadas y trasladadas a Luthien piedra a piedra, pero a su alrededor habían crecido muchas más, como hongos que rodeasen a la planta madre. El Palacio de la Unidad había sido construido en su totalidad con madera de teca, lo que convertía al edificio en una obra de arte.
El Palacio del Sereno Refugio, situado a media docena de kilómetros del Palacio de la Unidad, no desmerecía en magnificencia. La piedra, la madera y la teja se combinaban para crear un edificio que parecía extraído directamente del siglo XIII de la Tierra. Estaba rodeado por una muralla alta, que lo resguardaba del resto de la ciudad como una reserva de una era más amable y menos inquieta. Al cruzar las puertas exteriores, Victor sintió como si estuviese retrocediendo en el tiempo.
Omi lo estaba esperando en el vestíbulo. Llevaba un quimono blanco decorado con flores de cerezo bordadas. A Victor le recordó el vestido que había llevado en Arc-Royal casi cuatro años atrás. Recordó su paseo por el jardín cuando la había besado. Lo que más quería era levantarla en mis brazos y llevármela lejos para compartir nuestro amor, pero ambos sabíamos que no era posible.
—Komban-wa, Davion Victor-sama —dijo ella, haciendo una reverencia.
Victor le devolvió el saludo.
—Komban-wa, Kurita Omi-sama. —Se irguió y sonrió—. Me recuerdas una noche en Arc-Royal.
—Y tú también —repuso Omi, sonriendo también—. Tu quimono es el mismo que llevabas aquella noche. Las espadas son un añadido, aunque excelente.
Victor fue a sacarse la katana y la wakizashi del obi, pero ella le sujetó las manos.
—Esas espadas son un símbolo de tu rango aquí, Victor —le explicó—. Si las abandonas, sería un acto contrario a la armonía, y en una noche como ésta sería un mal presagio.
Victor la tomó de las manos, asintió con la cabeza y respondió:
—Sean cuales sean tus deseos, Omi, los cumpliré.
—Me honras con tu confianza, Victor —liberó la mano izquierda e hizo un amplio gesto para dirigir su atención al resto del palacio—. Entonces, deseo mostrarte mi hogar.
Por fin, Victor apartó la mirada de ella y, de pronto, se sintió abrumado. El interior del palacio estaba construido en su totalidad de madera de roble con su color natural. Se habían colocado planchas con gran precisión para cubrir las columnas y las vigas, de manera que encajasen entre sí sin fisuras, lo que hacía muy difícil descubrir las líneas de unión. Además, los artesanos que habían dado forma y encajado la madera habían tenido un cuidado exquisito en que los patrones granulosos naturales de la madera coincidieran unos con otros, lo cual daba a la madera una sensación de movimiento y vida. La atmósfera del interior era tan vivificante como apacible.
Omi empezó a guiarlo por el edificio.
—Hoy hace siete años que los Clanes atacaron Luthien —le explicó—. El cinco de enero fue un día marcado por una batalla que se extendió desde el alba hasta bastante después del anochecer. La lucha fue terrible y feroz, y perdura en el recuerdo de todos los que participaron en ella. En este día, el cinco de enero, los ciudadanos de todo Luthien vuelven al lugar donde se encontraban cuando atacaron los Clanes y aprovechan esos momentos para recordar las cosas que son realmente importantes en la vida. Lloramos a los que murieron y damos gracias por los que sobrevivieron.
Victor sintió un escalofrío.
—Hace siete años, yo estaba en Alyina —dijo—. Estaba luchando contra los Halcones de Jade. Ellos sabían que estaba allí y fueron en mi busca. Cuando me tenían atrapado, Kai apareció de la nada y destrozó una parte de sus fuerzas. Entonces creí que él había muerto en aquella acción.
Victor sacó de debajo del quimono un colgante con un mono de jade.
—Kai me había dado esta figura en Navidad. Es Sun-Hou-Tzu, el Rey de los Monos. Me dijo que era para darme suerte y para recordarme que fuese siempre yo mismo. Cuando fui evacuado de Alyina, pensé que era todo lo que me quedaba de Kai, todo lo que tenía para recordarlo; por eso entiendo que recordéis a los muertos y su sacrificio.
—Sé dónde estabas, Victor —repuso Omi, conduciéndolo a un jardín lleno de plantas de hojas oscuras, matorrales podados y árboles cubiertos de fragantes flores—. Tú también estabas aquí, conmigo, durante todo aquel día y durante la noche.
—¿Aquí? Tú no podías estar aquí, mientras los Clanes se acercaban a la Ciudad Imperial. Tu padre debió de evacuarte a un lugar seguro.
—Lo intentó, pero me quedé —respondió, contemplando el océano de rocas desmenuzadas en forma de semicírculo cerca de la entrada—. Mi hermano me dijo que entendías los principios de giri y ninjo: el deber y la compasión. Aunque mi padre quería que saliera de la Ciudad Imperial, no me ordenó la evacuación. Yo sabía que, mientras que él, mi hermano y mi abuelo estarían en la llanura defendiendo la Ciudad Imperial, yo tenía el deber de quedarme aquí. Los hombres y las mujeres que luchaban contra los Clanes sabían que combatían por nuestra nación y nuestro futuro, pero mi presencia les daba un centro de atención concreto. Morir por salvaguardar una nación es un concepto abstracto que no sirve de consuelo.
—Galen Cox me dijo algo parecido cuando partimos de Alyina. Me dijo que Kai se había sacrificado para salvarme y que yo tenía una deuda con él, de que su sacrificio no hubiese sido en vano.
—Yo tengo una deuda con mi pueblo en ese mismo sentido. —Omi se apartó de él e hizo un amplio gesto a su alrededor—. Así que me quedé aquí mientras el combate se estaba librando ahí fuera. Podía oír el estrépito de las explosiones cada vez más intenso, a medida que los Clanes hacían retroceder a nuestras tropas. Vi a los cazas trazar círculos en el aire antes de estrellarse. Vi rayos errantes de luz láser cruzar el aire, esperando todo el tiempo que uno viniera a mi encuentro.
»Nunca he estado tan aterrorizada en toda mi vida —prosiguió—. Para apaciguar el miedo que me embargaba, busqué refugio en mis recuerdos de ti, Victor. Rememoré nuestro beso en Outreach y lo segura que me sentía en tus brazos. Recordé los ratos que pasamos juntos, las alegrías, las penas y las cosas que compartimos. Decidí que sentir terror no era una reacción adecuada si quería ser digna de ti y de tu amor.
Victor la atrajo hacia sí y la abrazó.
—Ojalá hubiese estado aquí para aliviar tus miedos —dijo.
—Lo estabas —contestó ella, acariciándole la mejilla—. Y, si hubieses estado aquí físicamente, habrías estado en tu ’Mech, haciendo retroceder a los Clanes. Por mucho que te hubiese gustado consolarme, tu sentido del deber habría sido más fuerte. ¡Chist!, no, no lo niegues; no es una falta ni un defecto. Comprendo esa clase de conflictos.
Omi le dio un fugaz beso en los labios, se zafó de su abrazo y fue a refugiarse en las sombras de un cerezo.
—¿Eres consciente de que soy la Guardiana del Honor de la Casa?
—Eres quien define lo que es correcto e incorrecto —respondió, y se cubrió el pecho con los brazos para conservar su calor.
—¿Y te das cuenta de que son los ideales que lo rigen todo en el Condominio? —Los azules ojos de Omi brillaron de tal modo que su fulgor atravesó el follaje del árbol, haciendo que casi pareciera un espíritu en vez de un ser humano—. La Armonía y la Pureza gobiernan todas las cosas. Son los ideales a los que aspiramos.
—Lo entiendo.
—¿En serio? —Lo observó con cautela—. Hoy es un día para el luto y el recuerdo, pero mañana, el día posterior a la gran victoria, será una jornada de celebración; pero será una fiesta que también abarcará la Armonía y la Pureza. Las familias harán mañana lo mismo que hicieron hace siete años. Saldrán a las calles de sus barrios y colaborarán con sus vecinos para recoger las basuras, reparar vallas rotas, podar matorrales y arrancar malas hierbas. Harán todo lo posible por hacer un mundo más hermoso, por destruir las cicatrices de la falta de armonía y la impureza abiertas por los Clanes y por los desconsiderados e irreflexivos que viven entre nosotros. Sólo después comenzarán los festejos.
Victor se estremeció. Aunque sabía que había muchas personas que aprovechaban los días festivos para hacer reparaciones caseras o embellecer el jardín, no podía imaginarse aquella clase de acción comunitaria obligatoria que Omi había descrito. Aunque no dudo que nuestro pueblo ama la Mancomunidad tanto como la gente de aquí el Condominio, nos consideramos una nación de individuos, no una sociedad colectiva vinculada por una filosofía grandilocuente.
—A pesar de que mi nación no reacciona igual que la tuya, creo que, después de haber estado aquí, comprendo bastante lo que me explicas. Parece que la esencia es más importante que las formas.
—Lo es, pero no carecemos de recursos para convertir la forma en sustancia y viceversa. Amor mío, el Dictum Honorium está lleno de anécdotas, normas y aforismos que indican que hay muchos matices. Por ejemplo, cuando tu padre envió aquí a los Demonios de Kell y los Dragones de Wolf para hacer frente a los Clanes, esa acción tuvo una apariencia de falta de armonía. Tu padre y el mío tenían un pacto de respeto mutuo de las fronteras. Tu padre sabía que necesitábamos ayuda, pero había dicho que no iba a permitir que tropas de la Mancomunidad Federada cruzaran la frontera hasta que los Clanes fuesen vencidos.
Omi esbozó una sonrisa y volvió a salir a la luz que entraba en el jardín desde las puertas del palacio.
—La solución que encontró tu padre fue ordenar a unos mercenarios que vinieran a Luthien a socorrernos —prosiguió—. No eran tropas de la Mancomunidad Federada propiamente dichas, por lo que preservó la Armonía al tiempo que alcanzaba sus objetivos.
»De manera similar, suele pensarse que el ideal de Pureza se mantiene mediante la virginidad o la abstinencia sexual, pero esto no es así. En tal caso, no habría niños en el Condominio. En este sentido, la Pureza está vinculada a la fidelidad y la discreción, al elegir a la pareja adecuada y guardar silencio sobre lo que suceda entre ellos.
Omi se estrechó contra Victor y le rodeó el cuello con los brazos.
—Victor, quisiera tenerte a mi lado esta noche, tal como me imaginé hace siete años. Te daré el consuelo que querría que me hubieses dado tú entonces, y tú me confortarás como yo lo habría hecho contigo.
Victor le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó contra su cuerpo.
—Lo deseo más de lo que puedas pensar, Omi, pero no quiero romper la armonía haciendo que desobedezcas a tu padre —dijo.
—Calla, amor mío —repuso ella, tapándole la boca con la mano—. No puedo desobedecer a mi padre por hacer algo que no me ha prohibido.
¿No lo ha prohibido? El Coordinador debería saber que esto podría pasar.
—¿Tu padre sabe que…?
—Él sabe lo que quiere saber —contestó, y lo besó en la frente y en los labios—. Este lugar es mi mundo, nuestro mundo. Romperíamos la armonía si negásemos la pureza de los sentimientos que compartimos. Esta noche mi refugio será el nuestro.
Victor inclinó la cabeza para besarla en el cuello. Sorbió el aroma de su cuerpo, que se mezclaba con el perfume a cerezas hasta convertirse en una fragancia embriagadora. Bajo la seda del quimono sintió un cuerpo cálido y suave, esbelto y fuerte. Notó cómo las puntas de sus largos y negros cabellos le rozaban el dorso de las manos mientras ella se deshacía el peinado.
Victor levantó la cabeza y la besó en la barbilla.
—Omi, te quiero.
—Y yo a ti, Victor.
—¡Iie!
Aquel gruñido que negaba su amor restalló sobre ellos como un latigazo y los separó. Victor se dio la vuelta y vio tres figuras vestidas de negro de la cabeza a los pies. La luz se reflejaba en las gafas de visión nocturna que ocultaban sus ojos. Los tres llevaban katanas sujetas a la espalda, y el primero de ellos desenvainó la suya con la elegancia de movimientos que daba la práctica. Cuando la luz relució en su filo, Victor sintió que se le secaba la garganta.
—¿Qué significa esta intromisión? —exclamó Omi, en un tono de voz que Victor no había oído antes.
—Hemos venido a salvarla de ser deshonrada por este bárbaro —respondió el intruso, apuntando con la espada al pecho de Victor. Aunque estaban separados por unos cuatro metros, Victor sabía que aquel hombre podía quitarle la vida en cualquier momento—. No queremos que se convierta en la puta de Davion.
—¡Cómo te atreves a deshonrarla con esas palabras! —vociferó Victor, señalándolo con el dedo.
—¡Ja! No puedo, pues ya ha sido deshonrada por su conducta contigo —replicó—. Voy a matarte y luego supervisaré el suicidio de lady Omi. Sólo podrá redimir su honor quitándose la vida.
—¡No! Ella no ha hecho nada malo. Lo juro por mi honor de samuray.
—¿Qué sabes tú del honor de un samuray?
—Conozco la Armonía y la Pureza. Sé que ella es pura y no ha sido deshonrada. Y sé que su muerte rompería la armonía en el Condominio. Y lo que sé del honor es que un samuray debe cumplir con su deber lo mejor posible para que otros puedan mostrar compasión.
Victor enfatizó las palabras «deber» y «compasión», y añadió aflojándose el cuello del quimono:
—Es a mí a quien buscáis en realidad, no a ella. Yo cumpliré con mi deber y moriré como lo haría un samuray, siempre y cuando vosotros hagáis lo mismo con un corte limpio. Decid que habéis respondido a sus gritos de ayuda cuando yo intentaba abusar de ella. Convertios en héroes, pero dejadla vivir.
—¡No, Victor, no! —exclamó Omi, agarrándolo del brazo—. No dejaré que hagas esto.
—Iie, Omiko-sama, esto es lo que debo hacer —respondió Victor, levantando la barbilla para estirar el cuello—. ¿Trato hecho?
—¡Hai! —exclamó el líder, que intercambió gestos de asentimiento con los otros y avanzó hacia Victor—. Te daré la muerte honorable que no te mereces.
—Me la ganaré —contestó. Se zafó de Omi, dio un paso adelante e hincó la rodilla izquierda. Cruzó el brazo izquierdo sobre el pecho para agarrarse el tríceps derecho e inclinó la cabeza hacia adelante. Más vale que esto salga bien, pensó.
Los guijarros crujieron cuando el asesino se detuvo frente a Victor. Mientras levantaba su espada, Victor bajó la diestra a la empuñadura de su katana y desenvainó la espada al tiempo que se incorporaba. El tajo fue débil, pero le cruzó la cara al asesino y lanzó sus gafas por el aire. El hombre se apartó, pero Victor torció la muñeca y dio un giro de ciento veinte grados a la punta de la espada. Empuñando ahora el arma con ambas manos, dio un mandoble hacia abajo y a la izquierda que le partió limpiamente la columna vertebral al asesino. Al arrancar la hoja, un chorro de negra sangre manchó los guijarrros blancos.
—¡Corre, Omi, corre! —exclamó Victor, blandiendo la katana e interponiéndose entre ella y los otros dos asesinos—. ¡Corre!
—Iie, Victor, no huiré.
Victor oyó miedo y resignación en su voz, pero no tuvo tiempo de convencerla porque el segundo asesino se abalanzó sobre él. Sus ataques eran rápidos y furibundos, y Victor se vio obligado a retroceder. Esquivaba a derecha e izquierda, intentando que el asesino repitiese el mismo error que su compañero. Las gafas de visión nocturna limitan mucho el campo de visión. Cuando hinqué la rodilla, dejó literalmente de verme durante unos segundos. Este parece más listo que su difunto compañero.
Más allá del asesino, vio que Omi caía de rodillas junto al cadáver del primer asesino. El tercero de ellos tenía una rodilla hincada y estaba alargando la mano hacia el cuello de su compañero, sin duda para buscarle el pulso. Victor no vio nada más, puesto que su enemigo lo obligó a retroceder hasta las puertas del palacio y lo volvió a atacar en la sala de madera de roble y techo alto.
Victor paró un mandoble de arriba abajo y luego intentó liberar la hoja y darle un tajo en el vientre, pero su contrincante se apartó. Aun peor, se quitó las gafas y las arrojó contra Victor. Cuando el Príncipe se agachó para eludirlas, el asesino se abalanzó sobre él.
Victor bloqueó un golpe transversal, se agachó para evitar un tajo a la altura de la cabeza y retrocedió. Las hojas resonaban con un chasquido al encontrarse, transmitiendo vibraciones a los brazos de Victor. Se echó a un lado para evitar una embestida de su enemigo, sintió la ardiente punzada de una herida en las costillas y saltó sobre una barandilla de roble hacia un estrecho pasillo. El asesino dio otro mandoble que arrancó astillas de la barandilla, brincó sobre ella y se lanzó sobre Victor todavía con más fuerza.
Aunque estuvo a punto de dejarse llevar por el pánico, Victor consiguió controlarlo. Se concentró en la zona central del cuerpo de su oponente, evitando mirar los brazos o las piernas, sino sólo el corazón y el vientre. Todo lo demás podía verlo con su visión periférica; pero, al observar el centro del hombre, podía leer los ataques y las fintas. Así redujo también la gama de sus respuestas, deteniendo los ataques antes de que pudieran causar daño, pero sin dejar que su espada estuviese demasiado lejos a causa de una finta.
Paró un mandoble hacia su hombro izquierdo y giró su hoja con rapidez imitando el movimiento circular de esgrima que Tancred Sandoval le había enseñado. Cuando la punta de la katana quedó a la altura del pecho del asesino arremetió contra él. La hoja le atravesó la camisa en el costado izquierdo y un siseo le indicó a Victor que había herido a su enemigo, aunque supuso que sólo era una herida superficial en una costilla.
Sin previo aviso, el puño izquierdo del asesino impactó en el rostro de Victor. El Príncipe vio un estallido de estrellas y trastabilló. Todo se volvió negro por un momento, durante apenas un latido del corazón, pero cuando se le despejó la visión descubrió que se estaba cayendo. Oyó que su codo izquierdo chocaba contra el suelo de planchas de madera un segundo antes de que sintiera cómo ascendía el dolor por el brazo. Un instante después, cayó de espaldas. De algún modo consiguió evitar golpearse la cabeza, pero el fuerte impacto le hizo soltar la espada.
La katana resonó contra el suelo mientras el asesino se cernía sobre él como la sombra de la Muerte. Levantó la espada como si fuera la daga del altar de los sacrificios y la hizo descender, pero Victor se tumbó a la izquierda y golpeó con el pie derecho en la ingle de su contrincante.
En la fracción de segundo que pasó antes de que unos relámpagos de lacerante dolor lo sacudieran, Victor sintió la presión de la katana a través de una costilla en el lado derecho del pecho. El corte fue limpio y la hoja chocó contra el suelo de madera. Emitió un grito y, durante unos instantes, aquel sonido se sobrepuso al dolor que lo embargaba. El dolor cedió por unos momentos, y Victor disfrutó de un período de claridad en el que comprendió que estaba herido con una gravedad mayor de lo que había estado nunca.
Sintió un estallido de ira y se ordenó a sí mismo dejar de gimotear. ¡No iré a la muerte gimiendo como un gatito! Apretó los dientes para acallar aquellos quejidos, pero sólo entonces comprendió que no era él quien los hacía. Levantó la cabeza, miró más allá de la hoja de acero que sobresalía de su costado derecho y vio la figura acurrucada de un hombre que se sujetaba los testículos.
No voy a morir así. Manteniendo los dientes apretados, agarró la empuñadura de la katana que lo mantenía sujeto al suelo. Tiró de ella hacia la izquierda con todas las fuerzas que pudo reunir, pero apenas se movió. Entonces comprendió que apenas tenía sensibilidad en el brazo izquierdo y que el codo no parecía trabajar muy bien. No importa. Lo conseguiré. ¡No soy un bicho al que le puedan clavar un alfiler para completar la colección!
Volvió a tirar del arma y luego golpeó la cruz con el canto de la mano derecha, con lo que arrancó la espada del suelo y la sacó parcialmente de su pecho. Notó cómo la hoja frotaba el hueso que había fracturado. Cada crujido, cada pequeña vibración, le producían dolorosos temblores. Quiso parar y darse unos segundos para recuperarse, pero sabía que su enemigo caído no le daría esa oportunidad, por lo que siguió empujando.
Por fin, se arrancó la hoja, que saltó con el siseo de un líquido manando a borbotones. Me ha dado en el pulmón. Es muy grave. La desesperación lo inundó como una negra ola. Empezó a juntar las rodillas contra su pecho para enroscarse y esperar a que el dolor cesara.
¡No! Sólo la muerte me liberará, y no puedo morir aquí y ahora. Ella todavía me necesita. Rodó a la derecha y se incorporó hasta poner las rodillas debajo de su tronco. Arrojó lejos la espada del asesino y recogió la que él había soltado. Avanzó poco a poco, arrastrándose sobre las rodillas, hasta que llegó junto al asesino y apoyó la hoja en su garganta.
—Uu. Estúpido. Mierda… —Victor deseó desesperadamente saber suficiente japonés para maldecir con naturalidad—. Los Davion hacen muchos muertos.
Quería levantar la espada y decapitarlo de un tajo, pero sabía que no tendría la fuerza necesaria para conseguirlo. Apoyó la zurda en la parte posterior de la hoja, cerca de la punta, y, tumbándose hacia adelante, utilizó su propio peso para cortarle el cuello. Al primer golpe le seccionó la arteria carótida, que derramó sangre sobre su cara y su pecho. El segundo corte acalló los gritos ahogados del hombre, y el tercero le partió la columna. El asesino se asfixió en el charco de su propia sangre.
Y aquí no hay poca de la mía. Victor usó la espada para ponerse de pie, pero resbaló sobre la sangre y se desplomó sobre su víctima. Se apoyó en la mano izquierda, pero volvió a caer cuando el dolor le sacudió todo el brazo. Se golpeó el hombro derecho contra el suelo, pero no muy fuerte, por lo que pudo seguir sujetando la katana.
Tengo que seguir adelante. Omi continúa en peligro. Se apartó del cadáver y se arrastró despacio hacia una pared. Levántate, Victor. Necesitas más movilidad.
El siseo procedente de su tórax y el lacerante dolor de los pulmones le recordaron la gravedad de su herida. Estoy sangrando demasiado. Se apretó el brazo contra la herida, pero notaba cómo las burbujas de sangre borbotaban en el orificio de la espalda. No tengo mucho tiempo. Debo salvar a Omi. No tengo mucho tiempo. Adelante.
Dio otro paso más y se desplomó. No recordaba haber caído, pero notaba la quemazón de su rostro contra las planchas de madera de roble del suelo. Incluso pudo ver un fantasmal reflejo de su cara en la brillante superficie. Intentó sonreír a la imagen. Siempre quise dejar un bonito cadáver.
Las tinieblas empezaron a asomar en los contornos de su visión, pero oyó un ruido y se esforzó por mirar en aquella dirección. A lo lejos vio la figura borrosa de una mujer, que caminaba hacia él a través de un túnel dorado y luminoso. Reconoció su blanco quimono y las flores de cerezo que lo decoraban, pero al principio no consiguió entender por qué las mangas eran diferentes. Podía ver con claridad que estaban manchadas con un intenso color rojo desde las muñecas hasta los codos, pero no podía adivinar la razón.
Entonces, lo comprendió con una certidumbre que lo sacudió como un puñetazo. La han obligado a cortarse las venas. Ella también va a morir.
Hizo cuanto pudo por sonreírle. No tengas miedo, Omi. Por fin estaremos juntos. En la muerte encontraremos nuestra Armonía.
La miró en busca de comprensión y de una sonrisa cómplice, pero las tinieblas lo envolvieron antes de que pudiese ver su respuesta.