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Centro deportivo Kerensky Strana Mechty

Región estelar Kerensky, Espacio de los Clanes

30 de septiembre de 3058

El Khan Vladimir Ward de los Lobos subía por la ladera cubierta de hierba procedente de la Nave de Descenso Lobo Negro y veía el planeta capital del clan con otros ojos. Contempló la vasta extensión de los verdes campos bajo el cielo de color púrpura, tachonado de finas nubes de color lavanda, y observó a unos guerreros que corrían de un lado a otro jugando a lacrosse. Recordaba bien el juego: el sudor, la competición, los golpes y los grados de excelencia que separaban a los jugadores aceptables de los que tenían verdadero talento.

Habían pasado más de siete años desde la última vez que había jugado en aquellos campos. Esbozó apenas una sonrisa al recordar la persona que había sido. En aquel entonces se creía casi completo, el producto de un programa educativo superior que lo había creado para llegar a ser el mayor guerrero conocido por la humanidad. Seguía sin albergar dudas sobre el éxito del programa, pero con siete años de perspectiva comprendía que un acero superior, pero sin forma y sin haber sido forjado y templado, no podía ser un arma mortífera.

En aquel tiempo, mi pesadilla acababa de empezar. Se preguntó qué pensaría de él la persona que había sido. El rango de Khan no le parecería sorprendente, desde luego, aunque siete años atrás los sucesos que habían conducido a su elección le habrían resultado inconcebibles. Mi camino hacia el poder ha sido, como mínimo, tortuoso.

Recordó su último partido en aquellos campos. Siempre había sido un atleta excelente y aquel encuentro no había sido una excepción. En la media parte, Phelan, el expósito de la Esfera Interior, se había incorporado al juego, pero sólo ahora podía admitir Vlad que Phelan había demostrado talento, derrotando a sus adversarios pese a que era la primera vez que jugaba bajo las reglas de los Clanes. Entonces lo consideraba un obstáculo que debía destruir y apartar de mi camino. Sí, Phelan había vencido a sus oponentes. Incluso había comentado a Vlad que podían conseguir grandes logros si colaboraban en lugar de seguir enfrentados.

Fue una posibilidad que debí aprovechar, pero entonces no la vi. No podía negarse, ni entonces ni ahora, que Phelan era un enemigo y una amenaza contra la misma naturaleza de los Clanes, pero no era ningún obstáculo. En todo caso, Phelan era un desafío, la piedra de amolar que le podía servir para tener más filo. Nunca podremos colaborar, Phelan, sino sólo luchar uno contra el otro para que yo pueda convertirme en aquello para lo que estoy destinado.

Y volveremos a luchar. Sus combates anteriores habían sido sólo el prólogo de un drama aun mayor que seguiría representándose en el futuro. Ambos eran ahora Khanes del clan de los Lobos, pero los Lobos de Vlad habían rechazado a aquellos locos confundidos que habían seguido a Phelan al exilio en la Esfera Interior. Allí, Phelan se había preparado para oponerse a la invasión de los Clanes, poniendo las bases del futuro conflicto.

Vlad admitía que, desde luego, este resultado no podía sorprender a nadie, pero sus camaradas de clan no comprendían el significado de otros acontecimientos. Sin que lo supiera ninguno de los demás Khanes que estaban en Strana Mechty, Vlad se había reunido con Katrina Steiner, Arcontesa de la Alianza Lirana, con la que había forjado una alianza. Unos meses atrás, ella se había adentrado en el espacio de los Clanes con la esperanza de encontrar a los Jaguares de Humo para aliarse con ellos. Por un golpe de suerte, su nave había caído en poder de Vlad. Entonces se vieron por primera vez. Durante el tiempo que pasaron juntos, Vlad logró convencerla de que era un socio mucho más recomendable. Su odio común a Phelan, primo de Katrina, había fortalecido su vínculo.

Vlad enrojeció al pensar en Katrina. El mismo programa de ingeniería genética que había dado a los guerreros biennacidos de los Clanes su superioridad militar, también había cortado la conexión entre la intimidad sexual, la capacidad de procrear y los fuertes lazos emocionales que unían a las familias de librenacidos.

Como todos los jóvenes biennacidos eran criados en sibkos entre un centenar más, establecían sus vínculos emocionales con sus compañeros de sibko. En la pubertad se les permitía que empezaran a explorar sus deseos e impulsos sexuales, pero esto sólo podía hacerse con otros miembros de su sibko. Así, la relación se convertía en un regalo entre camaradas, una unión de iguales, no una parte de un ritual de apareamiento.

Sin embargo, Vlad había reaccionado ante Katrina Steiner como no había hecho antes con ninguna otra mujer. Ella despertaba sentimientos primitivos, incluso primarios en él, que no podía desdeñar como mera lujuria. No podía negar la intensidad de la atracción e incluso se atrevía a llamarla amor. No importaba que la idea del amor fuese objeto de burla entre los miembros de la casta de guerreros de los Clanes. Él también se había mofado una vez, pero nunca más.

Los otros sólo son guerreros. Yo soy Vlad de los Lobos.

—Mi rostro también enrojecería de vergüenza, Vlad, si estuviera en tu lugar y tuviera la osadía de venir a Strana Mechty.

Aquella voz sonó como un latigazo que lo despertó de su ensueño. Era una voz de mujer que reconoció.

—Los juegos son para los niños, no para los guerreros —agregó.

Vlad mostró una sonrisa forzada y se volvió hacia Marthe Pryde, Khan de los Halcones de Jade. Era una mujer alta y esbelta, de cabellos negros muy cortos; su piel tenía un matiz grisáceo causado por los largos viajes espaciales. Sus ojos, azules a pesar del tono rojo que los adornaba, seguían teniendo el mismo fuego que él recordaba.

—¡Oh!, entonces ¿era tu Nave de Descenso la que seguía a la mía hacia el planeta?

Ella cruzó los brazos sobre el pecho, estirando su mono verde a la altura de los hombros.

—Supuse que esa corta carrera había sido instigada por los capitanes de las naves. Pero no es el juego en el que estaba pensando.

—¿Qué juego me criticabas, pues? —inquirió Vlad, echándose atrás los oscuros cabellos que le caían sobre la frente.

—En Coventry me enviaste un mensaje en el que me amenazabas con invadir seis planetas de mi zona de ocupación —dijo Marthe con una expresión más agresiva—. Lo hiciste para torturarme, porque sabías que las fuerzas que la Esfera Interior había reunido contra mí en Coventry estaban igualadas con las mías. Si me retiraba para hacer frente a tu amenaza, me habría convertido en dezgra a los ojos de los Clanes. Pero, si no me retiraba, ambos bandos habrían sufrido graves pérdidas.

Vlad volvió a sonreír de forma forzada, en un gesto que deformó la cicatriz que se extendía desde su ojo izquierdo a la mandíbula.

—No lo considero un juego, sino sólo un esfuerzo por distraerte de tu implacable eficacia habitual.

—Me doy cuenta de ello, Vlad, e incluso lo aplaudo —respondió Marthe con un leve asentimiento de cabeza—. El juego al que me refiero es el de tus tratos con el enemigo. Sólo pudiste enterarte de mi misión en Coventry y la fuerza enemiga a la que me enfrentaba a través de contactos en la Esfera Interior. Y no te atrevas a decirme que fue Phelan Kell quien te proporcionó la información. Aunque él no te odiase, al pasar esa información habría puesto en peligro a sus amigos, y jamás haría algo así.

Vlad se relamió los labios y asintió despacio.

—Entonces, me acusas de utilizar contra ti datos de espionaje obtenidos de la Esfera Interior. Tienes pruebas sobre mis informadores, ¿quineg?

—No —admitió Marthe, frunciendo el entrecejo.

—Bien, porque estarías equivocada. —Vlad la miró fijamente a los ojos y mantuvo el tono de voz sereno mientras elaboraba una mentira sencilla—. La Esfera Interior cree en la libre difusión de lo que llaman «noticias». Se emitieron algunos informes iniciales de Coventry antes de que la Esfera Interior los prohibiera. Algunos de mis hombres en los planetas que tengo ocupados interceptaron las transmisiones, y a partir de ellos saqué algunas conclusiones lógicas.

Vlad se dio cuenta de que ella no creía su explicación, por lo que prosiguió:

—Está bien que los Khanes no deseen que se divulguen rumores sin fundamento. De no ser así, podría preguntarme en voz alta exactamente de dónde sacaste todos los guerreros que combatieron en Coventry. Sé que me he visto obligado a reclutar soldados entre mis castas inferiores para poder mover tropas de las guarniciones a las unidades del frente. Aunque no he oído que tú hayas hecho un esfuerzo semejante, debo suponer que eso es lo que has estado haciendo.

—Puedes suponerlo hasta que tengas pruebas de lo contrario —repuso Marthe, levantando la barbilla en gesto desafiante.

—No tengo esas pruebas ni pretendo buscarlas —replicó Vlad, entornando los ojos—. Ni tampoco quiero que otros las busquen.

Marthe juntó las cejas por unos instantes.

—¿Por qué no? —preguntó.

Sí, una investigación podría ser tu perdición, Marthe, pero no es el momento adecuado para eso. Vlad se volvió, señaló el mayor edificio del centro de la capital de Strana Mechty y contestó:

—En el Salón de los Khanes nos esperan problemas más urgentes que lo que podríamos hacer para perjudicarnos mutuamente. Ninguno de los dos nos hemos recuperado de nuestra reciente guerra para evitar la Absorción por otro clan.

—Le arrancaríamos las entrañas a cualquier clan que intentara absorbernos.

—De acuerdo, pero eso debilitaría aun más a los Clanes, ¿quiaf? —Vlad levantó la mano derecha hacia ella, con la palma hada arriba, y añadió—: Tú y yo, los Halcones de Jade y los Lobos, no estamos de acuerdo prácticamente en nada más que en la filosofía de los Cruzados. Es nuestro destino, nuestro derecho y nuestro deber reconquistar la Esfera Interior y restablecer el orden. Una Absorción no ayudaría a esta causa. Y dejar que desaparezcan dos de los clanes Cruzados más abnegados tampoco la favorecería.

Marthe parpadeó, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.

—Me estás proponiendo una alianza entre nosotros, ¿quineg?

Af, una alianza. Es bien sabido que no te gusta la política. Estoy de acuerdo en que la política es impropia de un auténtico guerrero, pero nos permite librar batallas aquí, en el Gran Consejo, en las que no es necesario que vengan nuestros guerreros a repartir bofetadas. Podemos preservarlos para las batallas verdaderas del futuro.

—A pesar de la vulgaridad de tus expresiones, veo verdad en tus palabras.

—Te pido perdón por mis expresiones vulgares, pero sirven para subrayar la situación de emergencia a la que nos vamos a enfrentar. —Vlad cerró el puño y añadió—: No podemos permitir que nuestros clanes sean destruidos.

—Porque, si lo son, tú no podrás ser elegido como ilKhan.

Vlad soltó una risita.

—No quiero ser ilKhan —dijo. Ahora no.

—¿Ah, no? —inquirió Marthe, arqueando una ceja.

—No. El próximo ilKhan no terminará la Cruzada. No conquistará la Tierra.

Por unos instantes, Marthe tabaleó con el dedo índice sobre su labio inferior en un gesto reflexivo.

—¿Qué te hacer pensar eso?

—El próximo ilKhan tendrá que trabajar duro para demostrar que no es Ulric. No hará ninguna de las cosas que Ulric hizo o habría hecho.

—Y olvidará que, a pesar de haberse opuesto a la Cruzada, el ilKhan Ulric Kerensky hizo más que ningún otro Khan para lograr el éxito. —Marthe Pryde sonrió—. Interesante. Puede que tu teoría tenga alguna base.

—La tiene. Piensa en ello, Marthe: la Cruzada fue realizada por unos Khanes que nunca habían combatido contra la Esfera Interior. Nunca habían luchado en una campaña gigantesca como la que se necesita para lograr conquistar la Tierra. Entre ellos, Ulric era un visionario, lo cual explica su éxito. Recuerda mis palabras: la Cruzada la terminarán unos Khanes que hayan atravesado el fuego y sobrevivido a la terrible prueba de la invasión.

—¿Quieres decir que esa tarea acabará recayendo sobre tus hombros?

Por supuesto, pensó Vlad, pero dijo:

—O sobre los tuyos, o sobre los de cualquiera que surja de nuestras filas —volvió a señalar el Salón de los Khanes—. Si permanecemos unidos, tendremos una oportunidad de ver cómo la Cruzada llega a su término.

Marthe lo escrutó por unos instantes y asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo —dijo—. No pienses que esto implica que ahora me fío de ti ni que no te atacaré si creo que hacerlo beneficiaría a mi clan.

—Tus palabras reflejan mis pensamientos con exactitud, Marthe Pryde —contestó Vlad—. Esto es una alianza de conveniencia: la nuestra. Si causa inquietud a muchos otros, será un efecto secundario del que podemos regocijarnos.