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Terminal Zetsuentai,
espaciopuerto Memorial Takashi Kurita
Ciudad Imperial, Luthien
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
29 de diciembre de 3058
Con el corazón en la garganta, el Príncipe Victor Ian Steiner-Davion estaba plantado ante la esclusa de salida de la Nave de Descenso de clase Leopard, a la espera de la señal para recorrer el túnel que conducía al área de recepciones del espaciopuerto de la Ciudad Imperial. Aunque unos oficiales del Condominio habían subido en pleno vuelo a la Nave de Descenso y habían pasado dos días informando a Victor y a Kai sobre todo lo que iba a suceder, Victor seguía sin sentirse preparado para la llegada. Creo que ni metido en un ‘Mech me sentiría preparado para esto.
Todo había sido preparado para que su llegada tuviera el máximo impacto. Habían sido asesorados sobre cuál era la conducta adecuada, se les había dado un vestuario apropiado e incluso se los había ayudado a vestirse. Lo cual, por otra parte, ha estado muy bien.
Victor miró a Kai, que estaba a la entrada del túnel. Kai llevaba el quimono, unos pantalones plisados demasiado grandes llamados hakama y una chaqueta haori con grandes mangas, largos faldones y hombreras anchas, como si aquel vestuario lo hubiese lucido toda la vida. Todas las piezas eran de seda negra con un borde dorado en el dobladillo, los puños y el fajín: eran los colores de la cuadra de ’Mechs para la que había luchado en Solaris. El quimono y la haori estaban adornados con insignias en la espalda, el pecho y las mangas. En el caso de Kai, la insignia era un puño mecánico negro que agarraba una supernova. El disco de la estrella había sido sustituido por un símbolo del yin y el yang en rojo y azul: el emblema de la cuadra del Cenotafio, tan famoso como el del anterior campeón de Solaris y que solía verse en gorras, camisetas y chaquetas por toda la Esfera Interior.
La ropa de Victor era de seda verde oscura con ribetes negros, semejante a los uniformes de las Garras del Dragón, la unidad de protección personal del Coordinador. Los emblemas que lucía no eran de las Garras, ni tampoco eran el puño blindado sobre el sol de la Mancomunidad Federada. Se trataba de una figura espectral de color blanco, rodeada por dragones rojos como serpientes que se perseguían unos a otros formando un círculo. Es la insignia de los Espectros, la unidad que formé para hacer frente a los Clanes y con la que rescaté a Hohiro Kurita en Teniente. Los dragones eran la contribución del Condominio al emblema para indicar el importante papel que los Espectros habían representado en su historia.
Al fondo del túnel, alguien hizo una señal y la comitiva empezó a avanzar hacia la sala de recepciones del espaciopuerto. Victor estaba deseando ver las instalaciones, pues sería su primera imagen concreta del terreno. El descenso de la Nave de Descenso a la atmósfera del planeta se había demorado hasta que se había hecho de noche en la Ciudad Imperial. Cuando preguntó por la razón de este retraso, le contestaron que era por motivos de seguridad, pero Victor estaba seguro de que ésta no era la razón principal. En un momento que pudieron charlar en privado, Kai especuló que todavía quedaban cicatrices no curadas del ataque de los Clanes a Luthien siete años atrás y que los Kurita no querían avergonzarse del estado en que todavía estaba su planeta.
Victor estaba convencido de que la hipótesis de Kai era la más verosímil, pero su experiencia con Katherine le hacía pensar que había otro estrato más. La oscuridad y este túnel hacia la luz: es como si renaciéramos en Luthien. Nuestra experiencia inicial será exactamente como quiera Theodore Kurita que sea. Veremos lo que él quiera que veamos, oiremos lo que él quiera que oigamos y sentiremos lo que él nos permita sentir. Siglos de desconfianza por ambas partes deben reposar ya, y podría bastar con un espectáculo impresionante.
Y, desde luego, era asombroso. Una alfombra roja que se extendía a lo largo del pasadizo desde la Nave de Descenso, se convertía en un patrón de manchas grises fácilmente identificable como el utilizado en los ’Mechs y en las armaduras de combate de los Elementales de los Jaguares de Humo. En este patrón podían verse pequeños pájaros, de formas imaginativas y de distintos tamaños, pero semejantes porque todos tenían un plumaje amarillo como los canarios. Victor pensó que era un elemento decorativo más bien frívolo, pero entonces recordó un relato de la mitología kuritana que le habían enseñado. El pájaro amarillo es el único enemigo peligroso del Dragón. Al vincular esta imagen con los Jaguares de Humo, y hacernos caminar a Kai y a mí por encima, aplastándolos, todos sabrán que hemos venido a destruir esta amenaza contra el Dragón.
A Victor le pareció fascinante y sobrecogedor que este simbolismo pudiese causar impresión en el pueblo. En parte, lo consideraba como una manipulación del populacho supersticioso. Por otro lado, era consciente de que su pueblo era igualmente vulnerable a la manipulación. Hay numerosos demagogos que intentan que mi viaje parezca la rendición de mi reino a Theodore, y algunas personas dejarán que la imagen de esta visita las influya cuando lo verdaderamente importante es su esencia.
Más allá de Kai y sus escoltas, Victor consiguió atisbar el área de recepciones. Tenía una altura de tres pisos y el techo estaba sostenido por pilares de teca. De él colgaban unos enormes estandartes de seda con los colores verde, dorado y negro de forma alternativa. Una brisa muy suave los agitaba, dando vida y movimiento a lo que, de otro modo, habría sido una imagen estática y muerta. Además, la falta de elementos simbólicos en los estandartes indicaba que el énfasis estaba en las personas presentes en la zona de espera.
Al salir del túnel, Victor se puso al lado de Kai e hizo una reverencia a sus anfitriones. La reverencia que hicieron ambos fue profunda y respetuosa, y la mantuvieron un par de latidos del corazón más de lo que les habían indicado. Frente a ellos, Theodore Kurita, Hohiro, Omi y otras dos personas les devolvieron los saludos. Theodore no se inclinó tanto como Victor, ni mantuvo la reverencia tanto tiempo, pero el Príncipe no se sintió ofendido por ello. En el planeta de Theodore, es Theodore quien manda.
Victor reconoció de inmediato a los otros dos miembros de la familia Kurita. Era obvio que la mujer que estaba junto a Omi era su madre, Tomoe Kurita. Sabía pocas cosas de ella, porque el archivo que había creado el Secretariado de Inteligencia estaba lleno de errores y se basaba mucho en errores. Lo que sabía era que Theodore había conocido a Tomoe y se había casado con ella casi diez años antes de que se hiciera pública su unión. Sus tres hijos habían nacido antes de darse esta noticia. A Takashi Kurita, el Coordinador anterior, no le había complacido la elección de su hijo, pero fue sintiendo simpatía hacia ella en su vejez, al ver que sus hijos demostraban ser leales e inteligentes.
El otro tiene que ser Minoru. Una vez más, el archivo del servicio de espionaje era terriblemente incompleto. Minoru era de complexión ligera y llevaba unas gafas que parecían demasiado grandes para su rostro. Aunque tenía veintiocho años, parecía mucho más joven, aunque sólo era dos años más pequeño que Omi. El archivo insinuaba que Minoru se había convertido en una especie de místico, que realizaba rituales ocultistas destinados a fortalecer su espíritu. Los analistas de Victor opinaban que esta afición suya lo eliminaba de la política del Condominio, pero Victor sabía que esta conclusión se basaba, en gran medida, en el escepticismo de que aquellos estudios pudiesen dar resultados. Aunque a Victor le habría encantado disponer de investigaciones empíricas que demostrasen la existencia del chi, sus experiencias con las artes marciales y el kenjitsu le sugerían que había más elementos en los seres humanos de los que podían ser medidos por la ciencia. Y hasta que un científico reciba el premio Nobel por haber encontrado la fórmula que describe la creatividad, seguiré manteniendo mis reservas.
Victor y Kai, flanqueados por sus guías, dieron diez pasos adelante y se arrodillaron en el centro del área de recepciones. Con sus rodillas, aplastaban la cabeza de un ave amarilla. Victor se sentó sobre los talones y dejó descansar las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba. Resistió la tentación de enjugarse el sudor de las manos y siguió el ejemplo de Kai de concentrarse en su respiración.
Theodore Kurita se aproximó primero a Kai. Hohiro siguió a su padre y se arrodilló a sus pies. Sostenía dos espadas en las manos. La más larga era una katana con una vaina lacada en negro y con la cruz y el pomo de oro. La empuñadura estaba envuelta con un cordón negro que colgaba de un lazo en el pomo. La otra espada, una wakizashi, tenía una longitud cercana a los cincuenta centímetros, que equivalían a dos tercios de la extensión de la katana.
Theodore tomó la katana de manos de su hijo y la entregó a Kai. Sin decir ni una palabra, y manteniendo la vista clavada en el suelo, Kai se ajustó la espada en el fajín sobre la cadera izquierda. A continuación se colocó la wakizashi e hizo una profunda reverencia a Theodore. Este, que seguía de pie, le devolvió el saludo de forma respetuosa y dio un paso a la izquierda mientras Kai se erguía.
Omi se puso al lado de su padre. Al caminar, su quimono de colores anaranjado y marrón hacía un suave murmullo como el de unas hojas secas agitadas por la brisa. Se arrodilló y ofreció otro juego de dos espadas a su padre. Estas hojas iban enfundadas en vainas lacadas en verde. Las empuñaduras estaban envueltas con un cordón también verde, mientras que la cruz y el pomo eran de acero ennegrecido al fuego. Parecían tener el mismo tamaño que las que había dado a Kai, pero Victor creyó distinguir que su katana era un par de centímetros más larga.
Victor recogió la katana de manos de Theodore y sintió que el tiempo se diluía. El peso de aquella arma, la suave textura de la vaina e incluso el balanceo hipnótico de las borlas gemelas que colgaban en el extremo de la empuñadura, transportaron a Victor a una época más primitiva, cuando los duelos que se libraban con armas como la que tenía entre las manos no tenían la lejanía y distanciamiento de los combates del siglo XXXI. Puede que nos llamemos caballeros, ataviados con brillantes armaduras, o guerreros samuráis que luchan por sus señores, pero nuestros antepasados conocieron un tipo de conflictivo más salvaje y primario. El hecho de que muchos BattleMechs tengan aspecto humanoide nos hace creer que el combate es equivalente a la guerra practicada por las antiguas naciones de la Tierra, pero no es así. Con esta hoja, me encentaría a mi enemigo mirándolo a los ojos, sintiendo su aliento sobre mi cara y empapándome en su sangre.
Victor había oído a menudo a Hohiro hablar de que el guerrero y su arma se hacían uno, e incluso Tancred Sandoval había comentado que la espada se convertía en una extensión del brazo del espadachín, pero ahora era cuando, por primera vez, Victor tenía una vaga idea de lo que significaba aquella unión. Un guerrero y su arma no pueden triunfar si están separados. El arma se convierte en el instrumento de la voluntad del guerrero, y éste pasa a ser el motor que permite al arma cumplir el propósito para el que fue creada. Con estas armas, noto que se hace realidad esa unión. Puedo entenderla y respetarla. El todo es más grande que la suma de sus partes.
Con aquella misma impresión, Victor sintió el peligro que existía si se ampliaba aquella idea filosófica a los guerreros contemporáneos y sus ’Mechs. Como estamos separados de lo que hacemos, como estamos alejados de aquellos a quienes matamos, la unión no nos hace mejores. Para que el guerrero se una a su máquina, debe ceder parte de su humanidad. Paga con una parte de su alma el precio de poder causar tanta destrucción en sus enemigos. Le pareció evidente que aquella pérdida formaba parte de lo que había deformado a los Clanes. Tenemos que ir con cuidado para no dejarnos atrapar en esa trampa cuando venzamos a los Clanes, porque de ella no hay salvación.
Victor se colocó la katana en su obi, seguida de la wakizashi. Hizo una profunda reverencia, apoyando la nariz en la alfombra, y se irguió. Su mirada se desvió hacia Omi, pero ella mantenía la cabeza baja. Sin mirarlo, se levantó y volvió a su sitio, junto a su madre.
El Coordinador dio media vuelta y fue hacia una alfombrilla que mostraba un dragón enroscado y rugiente. Juntó ambas manos por unos instantes y miró hacia un hueco abierto entre dos de los estandartes que limitaban el área de recepciones. Hasta ese momento, Victor no se había fijado en que no había ninguna cámara de holovídeo a la vista.
Toda esta ceremonia ha sido grabada y retransmitida, pero las cámaras están escondidas para no estropear el efecto. Victor sintió que se le encogía el corazón al imaginar la imagen indecorosa que los medios de comunicación de su nación iban a dar de esta ceremonia. Aunque estaba totalmente de acuerdo con la idea de la libertad de expresión sin trabas, tenía que admitir que en ciertas ocasiones era preferible ejercer un poco de control.
Theodore abrió las manos hacia el hueco, como un padre que diese la bienvenida a su casa a una pandilla de niños, y dijo:
—Komban-wa, ciudadanos del Condominio Draconis. Reciban mi sincera disculpa por verse obligados a observar el desarrollo de esta ceremonia, pero tenía la importancia suficiente para que yo deseara que todos ustedes participasen también en ella. Hoy un Davion ha venido a Luthien, sin armas y descalzo, aplastando a nuestros enemigos bajo sus pies. Como acaban de ver, le he entregado un daisho. Esas espadas gemelas lo describen como un guerrero de la máxima reputación y destreza; y como tal será tratado por todos nosotros mientras dure su estancia, su vida y su memoria.
Theodore hizo una pausa que permitió a Kai finalizar la traducción que estaba susurrando al oído de Victor.
—¿Es eso lo que ha dicho?
Kai asintió con un gesto casi imperceptible.
—Algunos honores no los he traducido directamente, pero en todo caso ha sido más elogioso que como he podido reflejarlo.
—Ha traído consigo a un compañero de gran destreza y aun mayor coraje —continuó el Coordinador—. Kai Allard-Liao es hijo de guerreros y descendiente de casas nobles. Destruyó a los Halcones de Jade en Twycross, salvó la vida a Victor Davion en Alyina y luego acosó a los Halcones hasta tal punto que tuvieron que aliarse con él para vencer a un enemigo sin honor y odiado por ambos. Tras ello, para honrar la memoria de su padre, Kai fue a Solaris y, de nuevo, un Allard fue el campeón del planeta de los Juegos. Este guerrero se ha ganado su daisho y será reverenciado entre nosotros hasta el fin de los tiempos.
»Estos dos hombres —añadió— son la vanguardia de las fuerzas que se acercan al Condominio. Otras personas serán bienvenidas en los próximos días. Verán sus unidades en nuestros planetas, se adiestrarán junto a nuestras tropas y harán sus ejercicios juntos. Y los verán a todos reunidos bajo el estandarte de la Liga Estelar. Estamos unidos a ellos en espíritu y en objetivo.
El Coordinador inclinó la cabeza hacia una de las holocámaras, levantó la mirada y dijo:
—Hace siete años, los Jaguares de Humo vinieron a Luthien e intentaron aplastar el corazón del Dragón. Fracasaron porque los padres de los dos hombres que están arrodillados a mis espaldas tuvieron el coraje de enviar sus propias tropas a ayudarnos. Los guerreros que lucharon por orden suya estarán aquí otra vez junto a otros muchos. Su propósito y el nuestro es el de participar en la siguiente fase del ciclo de la vida. Hace siete años, los Jaguares de Humo vinieron a Luthien, y ahora, casi siete años después, vamos a llevar la guerra a los Clanes.
»Puede que entre ustedes haya algunos que consideran que aceptar esta ayuda es un deshonor, pero yo les digo que no es verdad. Un guerrero que no acepta la ayuda libremente ofrecida cuando la necesita, no es más que un loco. En las guerras, los locos mueren y las naciones mueren con ellos. El Condominio Draconis no es una nación de locos. Somos una nación de guerreros y de vencedores. Ha llegado el momento de que tengamos presentes estos hechos y los enseñemos a nuestros enemigos.