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Palacio del Sereno Refugio, Ciudad Imperial

Luthien

Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis

5 de enero de 3059

La noche había empezado como una obra surrealista para Kai Allard-Liao, y los acontecimientos se sucedieron con rapidez de una manera que superaba su fantasía más desbocada. Junto con el Capiscol Marcial, que había llegado dos días después que ellos, había sido invitado a una cena tradicional con Theodore y Hohiro Kurita. Todo se desarrollaba con normalidad hasta que Kai cayó en la cuenta de que estaba arrodillado ante una mesa con el Coordinador del Condominio Draconis y con Anastasius Focht, el hombre que había derrotado a los Clanes en Tukayyid.

Tarde o temprano, se fijarán en mí y me echarán de aquí. No se le escapaba a Kai el carácter especial de la reunión. Podía imaginarse a varias generaciones de historiadores discutiendo sobre el contenido y la relevancia del encuentro. Le parecía que en la relación entre Theodore y Focht había unas capas de profundidad de las que él no sabía nada, y no le cabía duda de que los hechos ocurrían en varios niveles, de algunos de los cuales él ni siquiera sospechaba su existencia.

Theodore Kurita inclinó la cabeza hacia el Capiscol Marcial y dijo:

—Me parece que se ha dado un gran paso adelante en las negociaciones con los Gatos Nova. Nuestros oficiales de enlace les regalaron un holovídeo de la firma de la Constitución de la Liga Estelar, así como una copia facsímil del documento. El disco también contenía algunas imágenes de la llegada de Victor a Luthien.

—¿Y los Gatos Nova quedaron impresionados?

—Por lo que puedo saber, las imágenes de ambos acontecimientos coincidían con algunos elementos de las visiones que, al parecer, habían experimentado sus Khanes. Empezamos a hablar con los Gatos Nova hace unos dos años, y hemos visto grandes avances hacia una solución de nuestro problema cada vez que uno de sus Khanes o algún guerrero destacado tenía una visión aplicable a nuestra situación. —El rostro de Theodore se alegró al añadir—: Según parece, la imagen de Victor Davion como samuray era un dato revelador de nuestra sinceridad en la reconstrucción de la Liga Estelar. Como podía preverse, esto causó cierta crisis de conciencia en ellos. Cuando se desencadene la reconquista, espero que hayamos ganado el prestigio suficiente a sus ojos para garantizar su neutralidad.

—¿Pueden imaginarse que vengan a unirse a nosotros? —inquirió Horiro, sonriendo.

—Ya los perjudica bastante lo que han hecho los Lobos de Phelan; pero, si otro Clan se uniese a nuestra lucha, los Jaguares de Humo se encontrarían en un grave aprieto —comentó Kai.

Antes de que el Coordinador pudiese responder, un sirviente de expresión conmocionada entró y susurró un mensaje al oído de Theodore Kurita. El Coordinador abrió los ojos desmesuradamente y dio una orden tajante al sirviente y otra a Hohiro, con tanta rapidez que Kai no pudo entenderlas. Theodore se levantó de inmediato y salió de la habitación.

—¿Qué sucede? —preguntó Kai, frunciendo el entrecejo. ¿Han regresado los Clanes a Luthien en el aniversario de su derrota?

—Ha ocurrido algo —dijo Hohiro, incorporándose también—. Mi padre me ha pedido que los conduzca al palacio de mi hermana.

Se suponía que Victor iba a pasar la velada con Omi, pensó Kai.

—Hohiro, ¿de qué se trata?

—Los detalles son confusos. Lo sabremos mejor cuando lleguemos allí.

Kai y Focht siguieron a Hohiro a un aerocoche y recorrieron las oscuras calles hacia el palacio donde residía Omi. Cuando ya estaban cerca, Kai vio una ambulancia que avanzaba a toda velocidad en dirección contraria, con las luces de emergencia encendidas y la sirena sonando. Sintió un nudo helado en el estómago. Debe de haberle ocurrido algo a Victor. Algo no va bien, nada bien.

Unos agentes de policía de Luthien que rodeaban el Palacio del Sereno Refugio intentaron obligar al aerocoche a alejarse, pero el conductor les ladró una orden y lo dejaron pasar. El vehículo se detuvo al final de una fila de coches de policía. Las puertas se abrieron, y los tres hombres salieron y fueron corriendo a la entrada del palacio.

Al entrar en él, Kai sintió como si una garra helada le estrujase el corazón. Vio sangre, y además abundante; no unas cuantas gotas, sino estrechas cintas extendidas a un lado y a otro, como vertidas por un dedo de un brazo inerte. Más adelante vio el resplandor de los focos de las holocámaras que grababan la escena. Siguió a Hohiro cruzando el edificio hasta el jardín. Allí vio a Theodore, que conversaba con otra persona; Kai supuso que era un inspector de policía.

Ambos estaban junto a dos cadáveres. Kai observó que la cabeza de uno de ellos estaba separada del cuerpo.

Theodore levantó la mirada, hizo un gesto de asentimiento al inspector y se aproximó a Kai.

—Reciba mi más honda disculpa por este incidente —se excusó—. Todavía no conozco lo sucedido en todos sus detalles, y no lo conoceré hasta que haya hablado con mi hija. Por lo que me han contado, ella está conmocionada pero ilesa. Ahora va hacia el hospital militar Jihen, con Victor.

—¿Victor se encuentra bien?

—Nuestros médicos están haciendo todo lo posible —repuso Theodore, apretando los puños—. Por lo que hemos podido averiguar, tres hombres saltaron el muro, entraron en el jardín y se dirigieron hacia mi hija y Victor. Los amenazaron con matarlos, pero Victor les ofreció su vida a cambio de la de mi hija. Cuando el primer asaltante se acercó a él con la espada desenvainada, Victor hincó una rodilla y le asestó un iai que lo mató. El asesino tiene un corte en la cara y la columna seccionada.

El Coordinador señaló el otro cadáver y continuó:

—Mientras el segundo asesino atacaba a Victor, el tercero se detuvo a comprobar el estado de su compañero. Mi hija utilizó la katana del cadáver para cortarle la cabeza.

Kai se estremeció. Conocía a Omi lo suficiente para saber que tenía la fortaleza de espíritu, e incluso la física, para hacer casi cualquier cosa que fuese necesaria. Aun así, decapitar limpiamente a un enemigo era algo que le resultaría difícil incluso a la persona más fuerte. Kai sabía que la gente suele hacer cosas extraordinarias cuando sienten sus vidas amenazadas, pero matar a otra persona era algo que pocas veces tenían que hacer. De todos modos, si ella creía que la amenaza era tanto para ella como para Victor, seguramente no lo dudó ni un segundo.

El Capiscol Marcial volvió la mirada hacia la entrada y preguntó:

—¿El segundo asesino persiguió a Victor hacia el interior del palacio?

Hai —contestó Theodore, que titubeó un momento—. Lo que van a ver ahora no es agradable. Victor luchó con el segundo hombre en el palacio hasta llegar a un pasillo.

Kai siguió en silencio a Theodore y se detuvo a la entrada del pasillo. Más allá de donde se encontraba el Coordinador, alrededor de donde trabajaban unos techs forenses, había sangre por todas partes. Un cadáver yacía sobre ella como una isla en un océano rojo. Unas pisadas sangrientas se alejaban de él, y las huellas de una mano decoraban una de las paredes. Algunas gotas moteaban el techo como si alguien se hubiese zambullido en aquel océano salpicando todo de sangre a su alrededor.

—De nuevo, no sabemos con exactitud lo que ha ocurrido aquí, pero parece que Victor fue derribado y herido en el pecho allí, en el otro extremo. Hay un orificio en el suelo donde se clavó la espada tras atravesarlo. Al mismo tiempo que el asesino lo hería, parece que Victor pudo dejarlo fuera de combate. Se liberó, mató al asesino e intentó regresar al jardín. —Theodore señaló la mancha de sangre que se hallaba más próxima a ellos—. Consiguió llegar hasta aquí cuando Omi lo encontró.

Mientras hablaba el Coordinador, Kai se imaginó la lucha. Vio cómo Victor caía y era atravesado por la espada. Lo observó clavado en el suelo, tirando del arma centímetro a centímetro hasta liberarse y matando luego a quien había tratado de asesinarlo. Incluso pudo oír su respiración entrecortada mientras se arrastraba a trompicones. Vio cómo el fuego que ardía en los ojos de su amigo lo miraba a él tras una máscara ensangrentada, y lo vio desplomarse de manera definitiva.

Kai cayó de rodillas mientras el nudo le subía a la garganta y lo ahogaba. Victor había sido siempre el que había creído en él, quien lo había animado y le había dado honores. Victor había sido siempre un amigo que exigía lo máximo de los demás, pero nunca titubeaba en recompensarlos por sus esfuerzos. De no haber sido por Victor y su aliento, no sería lo que soy en la actualidad. Es el mejor amigo que uno puede tener y, sin embargo, cuando me necesitaba, yo no estaba para ayudarlo.

Sintió unas manos sobre sus hombros. Levantó la mirada y vio al Capiscol Marcial en pie junto a ellos.

—Usted no podía hacer nada, era imposible que pudiese estar aquí —le dijo.

—Tiene razón, Capiscol Marcial, pero sigo sin sentirme libre de culpa.

—La culpa sólo es mía —declaró Theodore, con una voz grave y entrecortada por la emoción—. Para mi hija era inconcebible que alguien quisiera hacerles daño a ella o a Victor. Tenía razón, pues es muy amada por el pueblo, pero mis enemigos estaban dispuestos a utilizarla a ella y a Victor contra mí. Cuando me pidió permiso para pasar la velada aquí con Victor, como la había pasado durante la batalla de Luthien, opté por ceder a sus deseos.

—¿No había seguridad esta noche? —inquirió Focht, frunciendo el entrecejo.

—No la dejé desprotegida. Respeté su intimidad, pero ordené que hubiera patrullas en esta área. Al parecer, éstas fueron cómplices.

¿Permitió que Victor y Omi estuvieran a solas esta noche?, se preguntó Kai, incorporándose.

—Vos confiasteis a Victor Davion la seguridad de vuestra hija —dijo al Coordinador.

—Lamento haber descubierto de esta forma que había depositado mi confianza en la persona correcta, pero no me cabía ninguna duda.

Kai y Focht cruzaron una mirada y se volvieron hacia Theodore cuando se acercó el inspector, que susurró algo al oído del Coordinador. Este palideció, asintió con la cabeza y se dirigió de inmediato hacia la puerta, gritando órdenes a los policías uniformados.

—Vengan, debemos ir al hospital —les dijo.

Kai sintió un escalofrío.

—Es Victor, ¿verdad?

Hai —contestó el Coordinador, y añadió en un murmullo—: Ha habido… complicaciones.

Victor se encontraba en algún lugar que era incapaz de identificar, y aquello lo aterraba. Parecía hallarse en una esfera de claridad rodeada de una neblina blanca que brillaba sin dar calor. Arriba, a lo lejos, vio un disco brillante, una luz, que le parecía un sol visto a través de las nubes.

Observó que todo estaba muy tranquilo y nada parecía moverse en la niebla.

Se miró el pecho y vio una herida pequeña y dentada, de unos tres centímetros, debajo del pezón derecho. En muchos aspectos, parecía demasiado pequeña para haberle causado tanto dolor. Recordó que la espada le había dolido más al sacarla que al penetrar. La falta del silbido de aire escapándose de su pulmón agujereado lo sorprendió más que su desnudez. Está claro que algo no está bien.

Si hacer ningún esfuerzo consciente por moverse, Victor se giró y se encontró frente a un hombre ataviado con una túnica blanca. Reconoció aquel rostro, aunque sólo porque lo había visto en las monedas y en antiguos holovídeos.

—Te pareces a mi padre —le dijo.

—Soy tu padre —repuso Hanse Davion, sonriendo—. En el más allá, se pierden algunas canas y un poco de peso en la cintura, y se adopta el aspecto que uno tenía en el mejor momento de su vida.

—¿El más allá?

Hanse frunció un poco el entrecejo.

—Estás muerto, hijo mío. He venido a llevarte conmigo.

—¡Iie! —resonó otra voz en la esfera, más brusca e imperiosa.

Se materializó otro hombre ataviado con una armadura de samuray, toda ella de color rojo. Era un poco más bajo que el padre de Victor, pero tenía un porte igual de majestuoso. Inclinó la cabeza hacia Victor y agregó:

—Debe venir conmigo.

—¿De qué estás hablando? —lo imprecó Hanse—. Este es mi hijo, del que estoy muy orgulloso. Me pertenece, Takashi. Aunque no me extraña que lo quieras, porque siempre quisiste lo que era mío.

—Ja! Sólo quería salvar lo que era tuyo de tu propia incompetencia. —El abuelo de Omi mostró una sonrisa taimada—. Tu hijo murió para proteger la vida de mi nieta. Luchó por su honor como un samuray, y como tal halló la muerte. Debe ser un samuray para toda la eternidad.

—Pasaré por alto las circunstancias de su muerte, que nunca habría sucedido si tu pueblo no estuviera tan oprimido que el asesinato es la única forma de expresión política que les queda.

Victor estaba boquiabierto. Se negaba a creer que estuviese muerto. Sabía que estaba viviendo lo que se conocía como «experiencia próxima a la muerte», pero también sabía que algunos científicos habían elaborado teorías de que aquellas vivencias eran productos de la imaginación. La luz en el vacío era un reflejo del aparato sensorial del cuerpo apagándose y dándole sólo una porción de contacto con el mundo. Todo esto está en mi cabeza.

Takashi lo miró con severidad.

—Esto te está ocurriendo, Victor. De no ser así, si no estuvieses muerto, no sabríamos lo que estás pensando.

—Si esto es sólo fruto de mi imaginación —repuso Victor—, por supuesto que pueden saber lo que estoy pensando, puesto que los estoy imaginando con la facultad de leer mi propia mente.

—Siempre te dije que era un chico listo —dijo Hanse, sonriendo.

—Y ésa es exactamente la razón por la que decidirá venir conmigo —replicó Takashi, alargando la mano hacia Victor—. Has demostrado ser un guerrero consumado. Has conocido grandes victorias y grandes derrotas, pero siempre te has lanzado a nuevas ambiciones y nuevos desafíos. Esto es lo que te convierte en un samuray.

—¡Tonterías, Takashi! Eso es lo que lo hace un Davion. —Hanse también extendió la mano hacia él—. Ven conmigo, hijo mío. Confía en mí. Sé lo que es mejor para ti. Sígueme y lo verás.

—No.

—¿No? —preguntó Hanse. Parecía sorprendido.

—Vendrá conmigo —declaró Takashi en tono triunfante.

—¡No! No me voy con ninguno de los dos.

—Por aquí no puedes ir por tu cuenta —le advirtió Hanse.

—No está permitido, en absoluto —añadió Takashi.

—Entonces, regresaré allí donde puedo seguir mi propio camino.

Ambos se rieron de él. Hanse sonrió con indulgencia.

—Hijo, sólo hay unos pocos caminos que puedes recorrer —afirmó—. Toda tu vida has seguido el camino de los Davion y ahora coqueteas con el de los Kurita. Para ti no hay otras opciones.

—Tal vez sea cierto.

Hai, lo es —confirmó Takashi.

Victor se llevó la mano a la garganta, sorprendido al verlos de acuerdo. Pese a estar desnudo, notaba el frío y suave contacto del colgante de jade que le había regalado Kai. Sun-Hou-Tzu. Kai me lo dio para recordarme que fuese siempre yo mismo. Victor esbozó una sonrisa mientras veía que la expresión de su padre se agriaba. Debo ser siempre yo mismo.

Victor echó la cabeza atrás y lanzó una carcajada.

—Toda mi vida he sido fiel a la norma que estableciste, padre. Es mucho el tiempo durante el que he dicho a los demás que te superaría si me dejaban hacerlo, pero no eran ellos quienes me lo impedían. Eras tú.

—Yo nunca te lo he impedido —replicó Hanse, con los ojos centelleando de ira.

—No, tú no, pero sí tu imagen. —Victor abrió las manos en un gesto de súplica—. Fuiste un buen padre, el más bueno que un hijo puede desear, pero también eras una presencia sobrecogedora; e impresionante, muy impresionante. No soy nada comparado contigo, pero eso es porque mi tiempo es distinto y los desafíos son otros. Sin embargo, cada vez que me propongo hacer algo que sobrepasará y eclipsará lo que tú has hecho, dudo porque superarte implica disminuir tu imagen. A medida que crezco y me alejo de ti en el tiempo y la experiencia, formas cada vez menos parte de mi vida. Pero nunca he querido perderte.

Victor se volvió hacia Takashi Kurita y añadió, señalándolo con el dedo:

—Y tú, tú eres igual. Fuiste un enemigo implacable e imbatible. Fuiste la maldición de mi padre; pero, antes de que pudiese probar mis fuerzas contra ti, ¡moriste! Tu muerte me privó de la oportunidad de demostrar que era tan bueno como tú, o mejor. Y ahora, tras conocer a tu hijo, a tu nieto y a tu nieta, al familiarizarme con tu reino y vuestras costumbres, me he vuelto más fuerte y mejor, pero tú siempre estás ahí, como un espectro al acecho. Siempre se plantea la cuestión de si se aprobaría lo que he hecho yo, o lo que hacen tu hijo y tus nietos. Y jamás podremos conocer la respuesta.

Takashi desdeñó aquellas palabras con un gesto de desprecio.

—Lo que te retiene es tu miedo a perder algo y tu deseo de conocer lo que podríamos haber pensado. El problema está en ti, no en nosotros.

—¡Oh!, estoy de acuerdo, porque sé por qué os veo así. —Victor se volvió hacia su padre—. Tú eres el Hanse Davion de leyenda, el hombre que capturó la mitad de la Confederación de Capela y la entregó como regalo de bodas a su novia. Y tú, Takashi Kurita, eres la imagen que vi en tu lápida. Tienes la edad que tenías cuando sucediste a tu padre tras su asesinato e iniciaste las reformas para aliviar los sufrimientos que él había impuesto a tu pueblo. Ambos aparecéis como las leyendas en que os habéis convertido. Y yo también estoy en ese camino.

»Esto es lo que entiendo ahora —prosiguió—. No Setrata de mí o de quién soy. Yo soy el que soy y seguiré siéndolo hasta mi muerte. Dentro de cinco, diez, quince o cincuenta años, nadie me conocerá de verdad, ni a ti, ni a ti tampoco. Se habrá olvidado quiénes éramos. Es lo que hemos hecho lo que será recordado y juzgado, reverenciado o enmendado con el paso de los años. ¿Mi vida habrá hecho la Esfera Interior mejor o peor? Me gustaría pensar que la ha mejorado, pero hay más cosas que debo hacer para asegurarlo.

»Por eso no me voy con ninguno de vosotros —concluyó, apretando los puños—. Voy a regresar. No me voy a morir.

Hanse rio entre dientes.

—Está muy bien eso que dices, pero tú no conoces el camino de regreso.

Victor tocó el colgante otra vez.

—Yo no, pero él sí —replicó.

Takashi se echó a reír.

—Ese objeto no te ayudará.

—Claro que sí.

Victor lo frotó y notó que la piedra se calentaba. El mono de jade creció y se soltó del cordón de cuero que rodeaba el cuello de Victor.

—Veréis: si esto está todo en mi imaginación, puedo imaginar que Sun-Hou-Tzu será mi guía que me sacará de aquí. Y, si es el reino de lo sobrenatural y es en realidad la entrada al mundo de los difuntos, él fue quien engañó a Yen-lo-wang y liberó a su pueblo del Rey de los Muertos, por lo que también gano en este caso.

Takashi hizo a regañadientes un gesto afirmativo a Hanse.

—Realmente es un chico listo —admitió.

—Tendrá que serlo.

Victor sonrió y dio la mano al mono de jade.

—No puedo preocuparme ni lo haré por lo que podríais haber pensado, ni por lo que otros pensarán sobre lo que hago. Debo ser fiel a mí mismo y a lo que considero correcto. Hacer menos que esto sería fallarme a mí mismo, y eso es algo que me niego por completo a hacer.

Kai Allard-Liao, que estaba sentado al lado de Victor, levantó la mirada. Le dolía el cuello por haberse quedado dormido en la silla, pero se había negado a ir a unos aposentos más cómodos que le habían ofrecido. No quería separarse de Victor.

Desde el otro lado del lecho, Omi lo miró y sonrió.

—¿Lo has oído?

Kai asintió y se levantó. Vio que Victor movía los párpados y los abría.

—Tranquilízate, Victor. Has pasado un rato difícil.

Omi asió la mano derecha de Victor y le dio un cariñoso apretón. Unas lágrimas resbalaban por su rostro, y Kai sintió un nudo en la garganta.

Victor tosió un poco e hizo una mueca de dolor. Luego se esforzó por sonreír. Su tórax osciló con dificultad un par de veces; al hacerlo, su carne tiró de las bandas que le sujetaban el vendaje. El Príncipe intentó hablar a través de la máscara de oxígeno.

—¿Qué? —exclamó Kai, inclinándose sobre él.

—Cariño. Duele.

Kai se echó a reír.

—No hagas eso, Victor. Has estado a las puertas de la muerte.

—Más allá —murmuró Victor a través de sus labios resquebrajados—. He vuelto.

—Puedes jurarlo. —Kai miró a Omi y añadió—: Se pondrá bien.

Hai —susurró ella, y acarició el rostro de Victor con la mano—. Los médicos han dicho que no tardarás en levantarte.

—Bien —dijo Victor, aumentando un poco el volumen de la voz—. Vencí a la muerte. Los Jaguares de Humo… son los siguientes.