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Cementerio Nacional de la Triada
Ciudad Tharkad, Tharkad
Distrito de Donegal, Alianza Lirana
30 de septiembre de 3058
La húmeda brisa que soplaba por el laberinto de monumentos del Cementerio Nacional de la Tríada empujaba a Victor Ian Steiner-Davion. La llegada anticipada de la primavera había reducido el manto de nieve habitual del mes de septiembre a blancas islas que flotaban en océanos de barro. El brillante color verde de las nuevas hojas y briznas de hierba asomaba entre ellas, en busca del sol. Aquellos días iniciales de la primavera habían creado una sensación general de bienestar, como resultaba evidente en las retransmisiones de los medios de comunicación que el Príncipe había podido ver mientras su Nave de Descenso volaba hacia el planeta.
Una buena helada y todo morirá. Plantado ante la monumental tumba de su madre, Victor se sentía inmune a la fiebre primaveral que había infectado Tharkad. Su muerte se había producido como resultado de las luchas de poder de dos nobles de la Esfera Interior. Ahora, Victor había acudido a Tharkad a participar en la Conferencia de Whitting, en la que docenas de nobles de la Esfera Interior librarían nuevas luchas de poder. La conclusión de que todo acabaría en desastre era prácticamente inevitable.
Victor frunció el entrecejo. Las cosas irán mal si permites que vayan mal, se dijo. Movió los hombros e hizo una mueca a causa de los dolores. Sabía que la mayor parte de ellos procedían del terrible viaje de Coventry a Tharkad. Las Naves de Salto eran capaces de abrir un agujero en el tejido de la realidad, lo cual les permitía desplazarse de forma instantánea de un punto a otro hasta un máximo de treinta años luz de distancia. Aunque estos saltos cansaban a los pasajeros, a Victor no le importaban tanto como el impacto de la fuerza de gravedad en el trayecto de la Nave de Descenso a Tharkad. Dada mi pequeña estatura, tener que soportar más de una gravedad es un esfuerzo agotador.
Consiguió sonreír. Aquello no había impedido a Kai ni a Hohiro que lo sacudieran. Se pasó un dedo por el hematoma que ya estaba desapareciendo en su ojo derecho. Se lo había hecho cuando no logró desviar un puñetazo de Hohiro Kurita. Lo vi venir, pero no pude evitarlo. Aunque estaba molesto por tener un ojo amoratado, también estaba orgulloso de ello.
Una parte excesivamente grande de su vida se componía de política y protocolo. Aceptaba que todo aquello era necesario, pero la política todavía le fastidiaba. Le parecía completamente absurdo verse obligado a adoptar una postura mucho más radical de lo que él jamás estaría dispuesto a hacer, sólo para poder llegar luego a un compromiso con sus adversarios y conseguir lo que se proponía desde el principio. El tiempo y el esfuerzo malgastado en aquellos juegos podía emplearse en hacer las cosas bien.
La organización de la Conferencia de Whitting era un ejemplo característico del derroche ocasionado por la política. Catorce semanas atrás, en Coventry, él había propuesto la constitución de una fuerza militar unida para hacer la guerra a los Clanes. Dos días después, su hermana, Katherine, Arcontesa de la Alianza Lirana, hizo la propuesta de organizar la conferencia en Tharkad. Al hacerlo, asumía la responsabilidad de preparar la reunión, invitar a los líderes de la Esfera Interior y, con gran habilidad, presentarse como la fuerza capaz de unificar la Esfera Interior en el futuro.
Victor reconocía que ella había jugado bien sus cartas y que las argucias de su hermana habían dictado las acciones que él había tenido que realizar. Aunque Coventry se encontraba a menos de noventa años luz de Tharkad —un viaje que él podría haber hecho en tres semanas—, no tenía motivos para llegar antes del primero de octubre, la fecha que había elegido Katherine para el inicio de la conferencia. Víctor había permanecido en Coventry junto con sus aliados más fieles, sometiendo a sus tropas a ejercicios de entrenamiento.
Aunque el retraso le había molestado, no así el tiempo pasado entrenándose en Coventry. El aislamiento de la vida que Victor solía sentir se había desvanecido mientras pasaba el mayor tiempo posible con sus tropas. Por primera vez desde su llegada al trono de la Mancomunidad Federada, sentía que había llegado a entender las preocupaciones de los ciudadanos normales y corrientes.
También había dedicado tiempo a su entrenamiento personal. Victor siempre se había mantenido en forma, gracias al metabolismo de los Steiner que le impedía acumular kilos, pero la inactividad física había empezado a minar sus fuerzas. Inició un programa de ejercicios, que complementó con un entrenamiento en kendo con Hohiro y el aprendizaje de aikido con Kai Allard-Liao. A cambio, encontró a un viejo sargento barbudo dispuesto a enseñar los secretos del boxeo a aquellos aristócratas.
Y Hohiro aprendió mucho más deprisa de lo que yo quería. Victor meneó la cabeza y se preguntó qué habría dicho su madre sobre su ojo morado. Se habría preocupado, pero después habría sonreído y le habría dicho que era bueno que hiciese más ejercicio. Ella siempre sabía lo que debía decir para que uno se sintiera bien.
Contempló la danzarina llama del fuego eterno que ardía en la base de granito del monumento. A diferencia de innumerables estatuas que recordaban a su madre por toda la Mancomunidad Federada, ésta carecía de una imagen de Melissa Steiner-Davion. Y, sin embargo, esta estatua contenía algo suyo. La fuerza que se desprendía de aquel bloque de piedra era como la energía fundamental que ella había aportado a la unión de la Federación de Soles y la Mancomunidad de Lira, al contraer matrimonio con Hanse Davion treinta años atrás.
Victor inclinó la cabeza. Sabía que debía hincarse de rodillas para elevar una plegaria por su madre, pero el pequeño foso de agua fría que el deshielo primaveral había creado alrededor de la tumba ya había empapado el dobladillo de su larga gabardina de color azul acero. Dado que la mayoría de los ciudadanos de la Alianza Lirana —el nombre que su hermana Katherine había dado a su mitad de la Mancomunidad Federada cuando se independizó— creían que él había asesinado a su madre, arrodillarse en el agua enfangada ante aquella tumba sería considerado probablemente como la conducta desquiciada de un asesino dominado por los remordimientos.
Se santiguó y dijo una breve oración por el reposo del alma de Melissa Steiner-Davion. Inspiró hondo, inclinó la cabeza hacia la tumba de granito y dijo:
—Lo que mi padre y tú construisteis hace treinta años, se ha disuelto en los dos años transcurridos desde tu muerte. Si siguieras viva, habría sido posible y fácil unir la Esfera Interior contra los Clanes y destruirlos. Ahora sólo me queda la esperanza de no perder esta oportunidad de aniquilar a los Clanes.
Un sutil movimiento cerca de la entrada del cementerio le llamó la atención. Entre las lápidas, vio que tres aerolimusinas negras evaporaban los charcos de la carretera, dirigiéndose al lugar donde se encontraba él. La primera y la última llevaban unas luces de prioridad que brillaban en los parabrisas, mientras que el vehículo central, el mayor de todos, avanzaba entre los escoltas con cierta serenidad.
A sus espaldas, oyó el chasquido de la puerta de su propia aerolimusina. Victor se volvió y levantó una mano para contener al hombre de mirada gélida que ya salía de su interior.
—No es necesario ponerse nervioso, agente Curaitis —dijo.
—Teniendo en cuenta quién va en ese vehículo y lo que ha hecho para alcanzar el poder, ¿hay alguna razón por la que no deba estar nervioso? —inquirió Curaitis, que era uno de los pocos que sabían la verdad acerca de Katherine.
Victor reflexionó por unos instantes y asintió con la cabeza.
—Tienes razón.
El guardaespaldas cerró la puerta del vehículo y se plantó al lado de Victor, quien sabía que no cabía esperar más comentarlos de su agente de inteligencia. Este hombre hace que una roca parezca parlanchina. Además, las limusinas que se aproximaban centraban por completo la atención de Curaitis.
La primera limusina se apartó para que la más grande se detuviese a apenas diez metros del morro del coche de Victor. La puerta del tercer vehículo siseó al elevarse. Victor vio un movimiento en la oscuridad del interior; entonces, sin necesidad de ayuda, su hermana salió y fue hacia él.
Nunca cambiarás, pensó. Katherine era más alta que él, pero resaltaba aun más este hecho con unas botas blancas de tacón alto que le llegaban a las rodillas. Su blanco abrigo caía hasta la caña de las botas y hacía juego con el sombrero de pieles que llevaba en la cabeza. Sus largos cabellos dorados le cubrían las hombreras mientras avanzaba con pasos largos y decididos.
Katherine hizo un lánguido gesto hacia él con su enguantada mano y dijo:
—Buenas tardes, Victor.
—Lo mismo te deseo, Katherine —contestó él, pronunciando todas las sílabas de su nombre con cuidado y precisión.
Aunque ella había decidido hacerse llamar Katrina, Victor se negaba a admitir aquel cambio de nombre. Katrina Steiner había sido su abuela, una Arcontesa y, sin duda, la mujer más astuta y poderosa que había gobernado un Estado Sucesor de la Esfera Interior. Le parecía un grave delito que su hermana hubiera usurpado el nombre y la imagen de Katrina.
—Me sorprende verte aquí.
—¿De verdad? —respondió ella, sosteniendo con aire desafiante la mirada de su hermano con sus ojos azules y gélidos—. Te eché en falta en el espaciopuerto.
—¡Ah!, entonces eras tú —dijo Victor, esbozando una sonrisa y dejando que sus grises ojos destilaran el veneno que reprimía en su voz—. Debí darme cuenta de que habías enviado un comité de bienvenida, pero la verdad es que quería venir aquí antes que nada.
Ella se detuvo al otro lado del monumento.
—¿Para aliviar tu conciencia culpable?
—¿Culpable? ¿De qué?
—No estuviste en su funeral —replicó Katherine con una fría sonrisa—. No te preocupaste por venir.
Aunque Victor creía que estaba preparado para encontrarse con su hermana, aquel comentario penetró más allá de sus defensas. Cuando había muerto su madre, todavía no sabía que Katherine era su enemiga, así que la había dejado a cargo de todos los preparativos del funeral. Como su madre había muerto a consecuencia de una bomba, era imposible mantenerla de cuerpo presente hasta que se reunieran todos sus hijos. Katherine preparó el funeral de forma casi inmediata y sólo Victor, entre todos los hijos, no pudo llegar a tiempo.
—Yo quería estar allí, Katherine, pero hay ocasiones en que las exigencias del gobierno nos impiden hacer aquello que queremos.
Katherine se permitió una risita ronca.
—¡Ah, sí! ¿Qué estabas haciendo entonces? ¿Te preparabas para perseguir a unos cuantos bandidos de los Clanes?
—Eran una amenaza para la Esfera Interior y para la tregua.
—No, Victor: eran una oportunidad para que volvieras a jugar a los soldaditos. —Katherine abrió los brazos y añadió—: Mira a tu alrededor, Victor. Este cementerio está lleno de personas que se dejaron seducir por la fascinación de los BattleMechs. Los ’Mechs se crearon hace seiscientos años para reinar en el campo de batalla. Hace tres siglos, Aleksandr Kerensky se llevó las Fuerzas de Defensa de la Liga Estelar lejos de la Esfera Interior, porque temía que los BattleMechs, que hasta entonces se habían utilizado para proteger la vida, se iban a convertir en los instrumentos de su destrucción, y tenía razón. Durante tres siglos, las guerras han devastado los Estados Sucesores, mientras sus líderes pilotaban sus ’Mechs para conquistar la gloria personal y diminutos fragmentos de un universo entrópico para sus reinos. Entonces, los descendientes de Kerensky regresaron para demostrarnos lo destructivo que un ’Mech puede llegar a ser.
Katherine tocó la tumba de Melissa Steiner con la punta del pie y prosiguió:
—Incluso nuestra madre quedó atrapada en esa mística de los MechWarriors. Dio a luz a Yvonne, sucedió a su madre como Arcontesa y anunció que iba a convertirse en piloto de BattleMechs. Se obsesionó por esas máquinas de destrucción de diez metros de altura. Incluso llegó al extremo de hacer un curso en el Nagelring, porque la tradición dictaba que los Arcontes debían ser pilotos, guerreros… aunque la historia demuestra que ser guerrero no tiene nada que ver con ser líder. Esa es una lección que tú todavía tienes que aprender, Victor —concluyó.
—Dudo que esa lección pueda aprenderla de ti, Katherine •—repuso Victor, entornando sus grises ojos con trazos azules.
—Podría enseñarte muchas cosas, Victor.
—¡Oh, estoy seguro de ello!
Victor se esforzó por mantener la voz serena y la ira controlada. Tenía evidencias muy contundentes de que su hermana había conspirado con Ryan Steiner para asesinar a su madre. No tengo la prueba necesaria para acusarte en público, Katherine, pero Curaitis dice que no tardará en conseguirla. Entonces te enseñaré a ti una lección… sobre justicia.
—No sé si quiero aprender las lecciones que tú podrías darme —añadió, irguiendo la cabeza.
Pareció que su respuesta la pillaba un poco por sorpresa.
—Pasas demasiado tiempo jugando a la guerra, Victor. Eso no es bueno para tu reino.
—Si no hubiese jugado a la guerra en Coventry, ahora serías una sirviente de los Clanes.
Katherine enrojeció y, durante un instante fugaz, Victor creyó que iba a darle las gracias por haber frenado a los Clanes en Coventry.
—¡Oh!, lo que hiciste en Coventry fue interesante, Victor. Tu decisión de dejar que los Halcones de Jade huyeran sin ser castigados fue bien recibida entre la gente. Aunque he oído decir que fue el temor de la reacción del pueblo a tu cobardía lo que te ha impedido venir hasta el día de inauguración de la conferencia.
—Supongo que no pensarás eso.
—En absoluto, Victor. Creo que tenías tus motivos para retrasarte.
—En efecto. Mi demora, de hecho, se debe a algo que tú me enseñaste.
—¿Ah, sí? —La vanidad encendió una chispa en los ojos azules de Katherine—. ¿Qué?
—Aprendí a hacer una llegada espectacular —respondió Victor, cruzándose de brazos—. Esperé a que viniesen todos los demás y después llegué con mis tropas. He venido enseguida a ver la tumba de mi madre y presentarle mis respetos. ¡Y mira quién ha acudido a recibirme! Estoy seguro de que tus prisas por verme tendrán mucho eco en los medios de comunicación, Katherine.
Ella avanzó un paso hacia él, y Victor pensó por un momento que iba a darle una bofetada. Katherine alargó la mano izquierda, pero sólo apoyó la punta de los dedos en su mandíbula. Con el pulgar, recorrió el borde del hematoma que le rodeaba el ojo derecho.
—¡Oh, Victor! Crees que has ganado esta jugada, ¿verdad? Espero que no te lesiones con facilidad, porque pronto verás que vas a sufrir una auténtica paliza en esta conferencia. Yo he definido el programa, dirigiré las discusiones y controlaré todo el acontecimiento. Si no juegas de acuerdo con las reglas que he impuesto, quedarás reducido a cenizas. Es así de sencillo.
Victor meneó la cabeza despacio para que ella apartase la mano.
—No, Katherine, no va a ser tan fácil. Sabes muy bien que los líderes de la Esfera Interior no han venido aquí a aplaudirte ni a dejarte representar el papel de reina, sino a encontrar la manera de eliminar la amenaza que representan los Clanes. Si te interfieres, si eres un obstáculo para lo que debe hacerse, será tu reino el que sufra la revancha de los Clanes. Y entonces, queridísima hermana, los habitantes de la Alianza Lirana desearán volver a tener como gobernante a un guerrero, porque sólo un guerrero será capaz de salvarlos.
Victor dio un paso atrás e hizo un breve saludo militar a su hermana.
—Por cierto —añadió—, durante mi estancia aquí me hospedaré en Bifrost Hall, en el Nagelring. Está provisto de las instalaciones que necesito.
—Y está cerca del complejo de ComStar —comentó Katherine.
—Y también de la Fundación Luvon, donde se alojarán Morgan Kell y Phelan.
—¡Yo no los he invitado! —exclamó ella.
—Lo sé. Me he tomado la libertad de corregir ese pequeño error.
Victor se dirigió a su aerolimusina, pero se volvió hacia ella justo antes de subir.
—Tienes razón al decir que ser un guerrero no te da necesariamente las cualidades para ser un buen líder y gobernante. Pero tampoco te impide tenerlas.
Katherine bufó con desprecio.
—Lo que debes preguntarte, Victor, es si tú podrás adquirirlas lo bastante deprisa.
—Tal vez, Katherine. O quizá seas tú quien deba preguntarse si podrás impedírmelo. —Le mostró una fría sonrisa y agregó—: Si no puedes, será mejor que te asegures de que yo esté concentrado en luchar contra otro enemigo, porque te conviene evitar que vaya por ti.