Era la víspera, a lo sumo la antevíspera. Después de cenar, Federico pasó a recogerle y tomaron café juntos. Raúl le habló de Aurora, dijo que estaba empezando a poner en duda su sinceridad. Federico le preguntó que en qué aspecto.
No sé, en todos. Políticamente, por ejemplo.
Claro. ¿Qué te creías? Es evidente que, vamos, que a Nefertiti la política le importa lo que se dice un carajo. Ana María, sí, ves. Ana María es sincera. Su misma cara de calamar la coloca en una situación objetiva equiparable a la del proletariado: no tiene nada que perder.
Pero es que el caso de Nefertiti es muy curioso. Es hija de exiliados y parece que su padre era de los que no querían ni oír hablar de volver a España mientras estuviera Franco. Quiero decir que se ha criado en un ambiente de lo más politizado.
Por eso, por eso ya está vacunada. Ella es comunista porque cayó en nuestro grupo. Igual podría haber caído en un grupo carlista y ahora sería carlista.
Divagó entre bostezos, con dejadez o sueño, acerca de las ventajas de haber recibido una formación lo más reaccionaria posible, a pesar de cuantos condicionamientos pudiera implicar, dado que semejante formación despertaba, en quienes fueran capaces de superarla, una inevitable predisposición al radicalismo y la intolerancia. En eso soy un hombre chapado a la antigua, decía. Lo mejor es aquello de la letra con sangre entra. Es lo que suele dar mayor margen de desarrollo a la mala leche. Y no hay nada que entontezca tanto como estos sistemas pedagógicos modernos, con estudios que parecen juegos, aborregadores, sin conflictos. Chapado a la antigua, soy un hombre chapado a la antigua. Le miraba risueño, y como la conversación derivaba hacia los peligros de hacer del niño un ser sociable, conforme con la sociedad actual, Raúl tuvo que volver a centrar el tema en Nefertiti.
Pues, desde luego, en el caso de Nefertiti no puede hablarse de intolerancia. Al contrario, es de las personas más libres que conozco. Y te advierto que esto también tiene sus ventajas. Nuestras relaciones, por ejemplo, siempre han sido de una libertad total, sin las exclusividades ni constancias que te piden todas las mujeres. En este terreno, al menos es como yo, muy independiente. Ella ha hecho siempre lo que le ha dado la gana y yo lo mismo, y a ninguno se le ha ocurrido pedir cuentas al otro ni hacer escenas ni nada. En ningún momento nos hemos sentido ligados. Claro que esto no tiene nada que ver con la política, pero quiero decir que tropezarte con una mujer como Aurora, es un descanso. Cuando la cosa decae, cada uno se va por su lado y tan amigos. Al menos tiene esto de bueno: que sabe comportarse.
Fue cogida entre los primeros, bajo los pórticos barridos por los coches-manguera, entre los estudiantes que habían quedado en la periferia de los agolpamientos estrangulados por la estrechez de las puertas y escaleras interiores, atropellada avalancha hacia el jardín y los patios que se había producido cuando, al hacer explosión los petardos, los grises iniciaron la carga, una masa compacta erizada de porras que irrumpió en el vestíbulo por encima de los cristales rotos y de las pancartas caídas y mojadas, y Raúl vio que un inspector lo señalaba con el dedo y sintió un fuerte golpe en el hombro, junto al cuello, mientras quedaba como blocado contra una guerrera de botones metálicos y le sujetaban los brazos por la espalda, levantándoselos, llevándolo doblado, a empujones, hasta un aula, y lo encerraron con otros, alguno empapado de agua y todos más o menos magullados, y luego les hicieron salir de uno en uno, a punta de pistola, y les fueron metiendo en furgonetas, la plaza totalmente acordonada, llena de grises a pie y a caballo que despejaban los grupos de mirones, desviaban el tránsito, y en tanto miraba en vano de descubrir a Aurora pudo ver cómo dos o tres policías sacaban a Federico casi a rastras, esposado, debatiéndose en la chaqueta, y en Jefatura volvió a divisarlo desde la mirilla del calabozo, después de que le tomaran la filiación y le registraran los bolsillos tanquam reus, un calabozo donde había ya un desconocido que le preguntó qué sabía de todo aquello y con quien coincidió en que nada, y el calabozo se fue llenando y todos miraban al desconocido, algo desencajados, un desconocido que no tenía pinta de estudiante, y continuaban llegando tantos detenidos que hubo que desalojar a las putas para hacer sitio, o tal vez a los maricas, o al menos esto es lo que entendieron que ordenaba un guardia, a ver, a trasladar las niñas, y en un calabozo se empezó a cantar el Gaudeamus, pero les hicieron callar inmediatamente, antes de que nadie se animara a secundarles, y según sonaban los primeros nombres de los que eran llamados a declarar se fue haciendo el silencio, y al ver a Federico por la mirilla pidió al guardia que le abriera e intentó coincidir en el urinario, y Federico dijo, Daniel en la jaula de los leones, y enseguida los separaron, hala, hala, Federico hacia un calabozo más separado de la escalera, de modo que aún reapareció parcialmente en su campo visual, ante la mirilla, cuando lo llamaron a prestar declaración sin que volviera a bajar al poco rato, como los otros, que bajaban contando que habían oído gritos, contando que la policía había descubierto una ciclostil, contando que alguien había cantado, contando que estaban machacando a uno de Ciencias, que estaban haciendo registros en todos los domicilios, que habían sacado una película de la manifestación, contando, cada vez más acojonados, y él seguía pegado a la mirilla y entonces oyó su nombre, Raúl Ferrer. Escalones mal iluminados, rejas, el cuerpo de guardia, más escalones, corredores de perspectivas cerradas, puertas, tragaluces, cuartos interiores, oficinas intercomunicadas, un recorrido hecho con frío, las manos en los bolsillos, precedido y seguido por dos grises de aspecto apesadumbrado, y el inspector le invitó a sentarse. Había un calendario con un paisaje de alta montaña en colores, y el inspector le dio conversación, quiso saber si estaba allí por lo de la universidad y habló de cuando también él era estudiante, antes de la guerra, y de su admiración por Ortega y la poesía de Juan Ramón, y cuando las voces que llegaban del tragaluz crecieron en violencia y aquellos sonidos inarticulados se precisaron en una especie de lloro o gimoteo, le dirigió una sonrisa, luminosos los ojos, antes, naturalmente, de que le trasladaran a la oficina contigua, que tenía una ventana de cristales esmerilados y aquel tubo de neón tan crispante con sus chirridos de insectos, y se entretuvo contemplando cómo se aclaraban los cristales según amanecía hasta que apareció un tipo enlutado y le gritó que se pusiera de pie. ¿Estás cansado? Pues más lo estoy yo, mira tú lo que son las cosas. Habían entrado otros dos o tres, mirándole en silencio, y cuando apartaron el calendario tipo Cocacola, la estampa de una tía con melenas rubias y tetas prominentes, en el pequeño vano enmarcado brillaron brevemente unas pupilas. Volvieron a dejarle solo y al poco, en la oficina donde le tomaron declaración, el tipo enlutado le ofreció un cigarrillo al comenzar el interrogatorio, preguntas y respuestas rutinarias que dictaba trabajosamente al de la máquina de escribir, preguntas formuladas con retintín y cierta desgana, dando por supuesta la contestación, sí, ni que decir tiene, se había enterado de la convocatoria de la manifestación por la lectura de una octavilla, si no sabía, claro está, quién o quiénes eran los responsables del destrozo de los retratos de Franco y de la explosión de los petardos, si no mantenía relación o contacto con alguna organización clandestina, si no había incitado a sus compañeros al desorden ni pronunciado gritos subversivos, si no conocía al estudiante de Económicas Francisco Guillén y, una vez firmada la declaración, preguntas de índole personal, si era feliz, por ejemplo, o cuáles eran sus ideas políticas y sus sentimientos religiosos, preguntas de respuesta igualmente concisa y negativa: no soy franquista, no me interesa la política, no tengo creencias religiosas, etcétera, pero no por ello menos amablemente acogidas. Por las ideas nosotros no perseguimos a nadie, allá se ande cada uno con las suyas, dijeron. Lo que perseguimos es su exteriorización con móviles subversivos. Y le sacaron al pasillo y se encontró con que Federico estaba sentado algo más allá, la mirada despierta y expectante, y en cuanto el tipo enlutado asomó la cabeza por una puerta y gritó, Jenaro, que a éstos me les vayan soltando, otro de los policías que estaban por allí dijo a Federico, bueno, y di a tu familia que otra vez no hace ninguna falta que remueva a media humanidad, que esto no es un naufragio. Al que no ha hecho nada, no le pasa nada. Ya has visto que aquí no nos comemos a nadie, el mismo inspector que le había acusado de ser él, Federico Quintana, quien descolgó los retratos de Franco, y que le había dado un plazo de tres minutos para hablar si no quería que lo trataran, dado que callaba, como a un comunista, plazo cuya expiración Federico siguió atentamente en el cronómetro, y entonces dijo, ya han pasado, y el policía le hizo saltar del primer revés, chulo hijo de puta el gilipollas este.
Pero no volvieron a tocarme.
Debieron notar que eres masoquista.
Nada, hay que domeñar la carne, someterla, disciplinarla. Esto es lo que se llama una experiencia. La detención, quiero decir. Mr. H. te hará ver enseguida sus aspectos positivos, forja, escuela, etcétera.
Desayunaban en la terraza de una cafetería, eufóricos y demacrados, las caras como aureoladas por el reverbero del sol temprano en las aceras. Se habían metido al fondo a la derecha, a telefonear a sus respectivas casas, por sórdidos interiores sembrados de serrín húmedo. Federico diciendo, siempre es al fondo a la derecha, y Raúl, esto me recuerda a Jefatura, y de paso se asearon en el lavabo, someros, apresurados, sin dejar de hablar, entrecruzando conjeturas, reconstruyendo los hechos. De pronto cambiaron de comportamiento, dijo Federico. Debió ser cuando mis padres empezaron a mover influencias. Parece que se han plantado en Jefatura y, como no les han dejado verme, han hecho intervenir al gobernador o no sé qué. Como un señor, he quedado como un señor. Por lo visto, al entrar en casa, los policías se han quedado acojonados. Y Raúl: mi padre también me acaba de decir que ha movido no sé cuánta gente. Y Federico: es que ha sido la policía misma quien ha levantado la liebre con lo de los registros. Lo único que me jode es que no me han devuelto el carnet de direcciones. ¿También te ha interrogado el de los bigotes? Y Raúl: ¿el de los bigotes? Sí, pero no el tuyo. Aquel que iba de luto. Oye, ¿y Nefertiti? ¿Sabes si la han soltado? Y Federico: ¿Nefertiti? Claro que sí. Ha estado genial. Y Federico contó que estaba en el cuarto de al lado cuando la interrogaron y que lo había escuchado todo por el tragaluz. Tartamudeaba mucho, y oí que decían: esta niña es lela, dijo. La soltaron enseguida. Creo que han soltado a todas las chicas. Le preguntaron qué hacía en primera fila y ella dijo que ya se quería ir, ya, pero que, como veía tantas porras enfrente, le dio miedo. Algo genial. Habían pedido otro café con leche y más ensaimadas y, en tanto el camarero les cambiaba las tazas, se recostaron contra el respaldo, como ensimismados.
A quien por cierto no le vi el pelo es a Adolfo Cuadras, dijo entonces Raúl.
Se acodó de nuevo en la mesa y dejó disgregar en la cuchara el terrón de azúcar lentamente embebido con café, sin levantar la vista, pero bastaba el retintín de Federico al decir este chico, este chico, para imaginarlo meneando la cabeza como quien quiere aparentar contrariedad, riendo con los ojos.
Este chico, este chico. Es nuestro evangelista y se deja perder un episodio como éste. Mal, muy mal en un escritor. Yo siempre le digo que, como escritor, debiera probarlo todo, buscar experiencias nuevas. Todo, hay que probarlo todo.
Tú ve haciendo bromas, que un día te la encontrarás dentro sin saber cómo.
Hablaron de Guillén. Federico dijo que quien había cantado era Puigbó, que le habían encontrado un paquete de propaganda y que entonces el tío lo contó todo. A Guillén no creo que lo cojan. Debe estar escondido. Lo que pasa es que Puigbó habrá dicho que fue él quien le pasó la propaganda y ahora le cargarán lo de los petardos y lo de los retratos de Franco. Tendrá que largarse a Francia. Y Raúl: ¿y García Moll? Nada, dijo Federico. Si su nombre no ha salido ya, es que no sale. Hablaron también de la conveniencia de que algunos compañeros se escondieran a pesar de todo por unos días y estudiaron las precauciones que debían tomar ellos mismos partiendo del supuesto, más que probable, de que iban a ser seguidos y de que tendrían el teléfono controlado, el modo de reorganizarse lo antes posible, de recontactar con Fortuny, Fortuny que a estas horas estaría paseando con Escala por los soleados claustros de la catedral, espaciosas crujías de suavizados suelos, con lápidas sepulcrales intercaladas entre las losas, inscripciones, emblemas como limados, apenas descifrables, en torno al patio enverjado, enmarcado por el riguroso calado de los arcos de crucero, el patio, la quieta masa de palmeras y magnolios, el estanque de las ocas, el templete de lavatorio, piedra fría, fuente de claras burbujas y rezumantes excrecencias musgosas, con el centelleo del surtidor que parece centrar la atención en la clave de la sombría bóveda, en su resaltado relieve, la lucha de san Jorge con el dragón, un vértigo enzarzado, el revuelo de fintas y zarpazos que precede al mandoble decisivo, a la victoria final, triunfo y transmutación, san Jorge, émulo de Perseo y de Sigfrido, salvador de princesas cautivas, destructor de quimeras, del mítico grifo que una vez muerto se convierte en rosal o doncella desencantada, Riquilda, mística rosa de abril. Había entrado por la puerta de San Ivo, en la calle de los Condes de Barcelona, un visitante más entre los que vagaban por las naves altivas, como de palmas o cedros rameados, tenuamente esclarecidas en lo alto, bóvedas ahondadas por la transparencia mortecina de los vitrales, realzadas por las crucerías, nervaduras que según se recogen en apretados haces, columna abajo, se atenebran y sumen, negras alzadas, vacíos inciertos, una penumbra en la que poco a poco tomaban cuerpo irradiaciones y oros, la espinosa oscuridad del coro emergiendo en el centro, penumbra poblada poco a poco de presencias concretas, columnas de base sobada, contornos con brillo, bancos afinados por el uso, áureas imágenes, pátinas, fulginosidades, humos, olor de cera, formas orantes ante la verja de las capillas laterales, ante efigies inspiradoras de especial devoción, ante el altar policromado de la Virgen del Rosario, por ejemplo, o ante el de san Severo, ante el retablo de la Transfiguración, ante el sarcófago sobriamente esculpido de san Raimundo de Penyafort o, sobre todo, en la capilla del Sacramento, ante el Cristo de Lepanto, Corpus Christi moreno y retorcido, defensor de la fe, protector de pobres vergonzantes y putas, Ecce Homo de negrura polvórica elevado por encima de la rutilante luminaria, efímeras llamas pendientes de un soplo, ondeantes en un solo encrespamiento o fusión, céreos exvotos, humildad y decoro, genuflexiones, mantillas, figuras arrodilladas, sentadas, pañuelos mal ladeados sobre rizadas melenas, manos unidas en el regazo, sombreros dispuestos en las rodillas, calvas reverentes, bastones o muletas, deformidades, un niño que berrea, ropas de luto, rejas y confesionarios, bisbiseos, sigilo sacramental. Como un visitante más de los que rogaban contemplando las tallas policromadas, los encrestamientos dorados, demorándose ante las capillas radiales del deambulatorio, contornando el ábside a la luz triste de los vitrales, hacia el vaivén de la puerta del claustro, el claustro ofuscado por las copas de las palmeras, de los magnolios de hojas lustradas por la lluvia, las espaciosas crujías, con sus losas como lamidas, piedra viscosa, gárgolas cascadeantes, delicuescencias cromáticas de los vitrales emplomados.
Un rebelde de barra de cafetería. Esto es lo que es Lucas. Se cree un escritor y le disgusta colaborar en tareas tan anónimas como la de escribir para Realidad, una simple revista universitaria clandestina. Se debe dar de menos, debe pensar que eso es mucho pedirle a un profesional como él, que eso puede hacerlo cualquiera, tú, yo; que para él es poca cosa. Una típica reacción de intelectual puro. No, tu observación no me extraña nada. A fin de cuentas, no hay que olvidar que su padre es uno de esos abogados que hacen de sabueso de los grupos financieros, de esas personas que subieron después de la guerra aprovechando su condición de excombatientes, un señorito de familia venida a menos que, de no ser por la guerra, nunca hubiera pasado de picapleitos pelagatos, un individuo de lo más inmoral, con una querida que conoce todo Barcelona. Y así ha salido el hijo. Como en el caso Esteva, es un producto de su medio, y no me empieces ahora a defender a Esteva simplemente porque es amigo tuyo. Tú enjuicia desapasionadamente su actitud, dejando a un lado el aprecio que puedas tenerle y demás motivaciones subjetivas, ajenas a la estricta consideración de Esteva como un militante más. Enjuicia con imparcialidad y no encontrarás entre su actitud y la de Lucas más que una diferencia de grado en su manifestación, no una diferencia de fondo. No, Daniel, seamos serios; Esteva es un caso muy parecido, como parecidos son sus respectivos medios familiares, si bien te diré que, a decir verdad, la comparación resulta peyorativa para Lucas en el sentido de que su padre es un defensor a sueldo de los intereses de la oligarquía monopolista, mientras que el padre de Esteva, en cuanto director de banco y, sobre todo, en cuanto miembro de una dinastía de financieros, está plenamente integrado en esa oligarquía, cosa siempre preferible, ya que su posición tiene al menos más solidez, más coherencia sociológica. Y peor que los capitalistas propiamente dichos sólo hay una cosa: sus lacayos. Pero, desengáñate, la aproximación de Esteva al partido es producto, más que nada, de una ocasional crisis de conciencia con la consabida reacción contra el medio familiar y social. Es decir, la búsqueda de una solución a problemas personales, no a problemas objetivos. Un defecto, por desgracia, muy típico del intelectual puro. Desde luego, hay excepciones, como tú, como Ferrán, pero, lamentablemente, el intelectual metido a revolucionario se mueve con frecuencia por rencores oscuros, por razonamientos idealizantes, tras los que a menudo se esconde una personalidad hipercrítica y antisocial, enferma en definitiva. No son los sanos principios del proletariado, los intereses de clase, factores de base económica, inexistentes todos ellos en el caso que nos ocupa. No, ese tipo de individuos no son compañeros firmes y seguros, ni pueden serlo, porque sus raíces no son ni firmes ni seguras. No se trata de camaradas naturales, por así decir; en ellos hay casi siempre un algo de artificioso que, si no se esfuerzan en superar, acaba indefectiblemente creándonos complicaciones. De ahí que lo mejor sea curarse en salud y considerar con prudencia, desde el principio, los elementos en cuestión, aceptando cuanto de positivo puedan aportar a nuestra lucha, pero sin llamarse por ello a engaño. Es la única forma de evitar futuras decepciones y consecuencias funestas. Y cuando sus condicionamientos de clase acaben por imponerse, tanto peor para ellos. La historia de los movimientos revolucionarios está llena de estas inevitables deserciones que, como ya sabemos, suelen conducir a la frustración total del individuo, a su ruina no solamente moral, sino también profesional y hasta casi me atrevería a decir que física. Son ellos, no el partido, quienes salen perdiendo. Afortunadamente, para la revolución no hay nadie insustituible. Que siga, que siga Lucas con sus cuentos que, por otra parte, al parecer no pasan por censura, lo cual pudiera ser ya una excusa, una manifestación de impotencia no confesada. ¿Por qué, si no, no aprovechar las posibilidades legales que ofrece la censura, por estrechas que sean, y poder así llegar al pueblo, haciendo de la censura, en consecuencia, un instrumento inútil? ¿Es que el pueblo, el pueblo español precisamente, no tiene buen oído para captar lo que de verdad le interesa? ¿Es que considera que el pueblo no puede entenderle, lo cual ya sería grave, o más bien que al pueblo no le interesa lo que él pueda decirle, lo cual sería peor, aunque tal vez más exacto? ¿No hay aquí, de cualquier modo, una evidente actitud aristocraticista, una indudable subvaloración del gusto popular, del gusto y los intereses, que en último término deben constituir la piedra de toque del verdadero y legítimo intelectual revolucionario? Que siga Lucas con sus cuentos y Esteva con sus vacilaciones profesionales. También estas indecisiones, Esteva dudando entre Exactas y Económicas, Lucas entre Derecho y su debilidad por la pluma, demuestran en el fondo que son muy poco serios. Y es que en este tipo de gente siempre hay un algo de niño mimado en el fondo. Pues bien, primero que maduren y luego ya veremos. Escritor… ¿Para quién escribe, entonces, si no publica lo que escribe y se hace el remolón cuando se trata de colaborar en Realidad y demás publicaciones clandestinas? A mi entender, está claro: escribe para nadie. El desprecio respecto a la praxis es uno de los rasgos más característicos del intelectual puro. Entregado a sus especulaciones subjetivas, el intelectual puro parece olvidar con frecuencia que nosotros, los intelectuales realmente revolucionarios, a diferencia de los pensadores de la burguesía, no debemos limitarnos a teorizar sobre la realidad, debemos transformarla; que la veracidad y ejemplificación de nuestros argumentos no pretendemos que se manifieste sólo en los libros, sino también en la praxis, una praxis que al mismo tiempo que sanciona esos argumentos, al crear en virtud de su propia dialéctica una situación nueva, los supera, sentando así las bases de un nuevo análisis. ¿A qué obedecen las recientes concesiones del Régimen en diversos terrenos sino a las últimas acciones reivindicativas de la clase obrera, aplicación en el terreno de la praxis de los análisis teóricos de la realidad objetiva realizados en primer término por la vanguardia del proletariado, el partido comunista? Deja que Lucas escriba sus historias. Ello no alterará en lo más mínimo el hecho de que la verdadera historia la escriben las masas.
La lluvia trizada agrisaba el patio, batía el estanque y la hiedra negra, las eternas ocas aleteantes, rompía turbulenta en estrellas de mercurio, se descolgaba de las largas hojas sombrías, salpicaba la piedra, y todo era cascadeo de gárgolas y acuoso relucir de cornisas, resbalante viscosidad de los vitrales en aquel claustro de agudas arquerías y gastadas losas, encuadrado por los paramentos del templo y de la capilla romántica de Santa Lucía y, en sus alas exteriores, por las calles del Obispo y de la Piedad, un exterior de severos relieves, los aristados prismas de los contrafuertes, la simetría de las portadas, de los ventanales, rejas austeras, series de remates, figuras escupeaguas descollando en lo alto, fantásticos caballeros, jinetes de extravagante cabalgadura, perros, serpientes, unicornios, grifos y tarascas de paladar vacío descollando en este ajustado conjunto de desnudos volúmenes horizontales, con los campanarios, las flechas y las agujas dando la nota de verticalidad, catedral prevaleciente, realzada en la cima del monte Taber, por encima de la ciudad, de la villa tendida hacia el mar, una villa señoreante, encastillada, airosas arrogancias abarcadas en toda su extensión desde la falda nordeste de Monjuí, con un caballero haciendo la corte a una dama en primer término, al pie de un árbol, y, ya en las lozanías del llano, matizada composición de huertas y jardines, un labriego arando con cuatro bueyes, a extramuros, ante las murallas almeriadas, un doble cinturón de fortificaciones que circunda la ciudad, los campanarios, las torres apiñadas, y más allá, una fértil lontananza de colinas y cultivos poblada de pequeños burgos, y a lo largo del litoral, entre puntales y bajíos, el puerto, las atarazanas, la playa adecuada y arenosa, apta para torneos, y un arco iris completo cerrándose a levante, sobre la costa, en un cielo cuidadosamente plumeado, exaltando la lluvia caída, el mar riente y la tierra jocunda, el mar espacioso y largo, harto más que las lagunas de Ruidera. Había bajeles, galeras llenas de flámulas y gallardetes que tremolaban al viento y barrían las sosegadas aguas, y dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías con suaves y belicosos acentos, mientras en la ciudad, sobre hermosos caballos y al son de muchas chirimías y atabales y ruido de cascabeles, salían infinitos caballeros ataviados con vistosas libreas, y todas las gentes parecían infundidas de gusto súbito, alegría de San Juan, radiantes solsticios de verano, y desde las galeras los soldados disparaban al viento en salvas festivas y de igual modo respondían los que estaban en las murallas y fuertes de la ciudad, y la artillería gruesa rompía horrísona los aires sólo turbios de embriagantes humos de pólvora. Una dilatación de cielos y, como cada verano, un rozante rafagueo de golondrinas trinadoras entre las torres, vértigo, vuelo reiterado, ave fénix fascinante, ciudad transfigurada, construida con sus propias ruinas, reconstruida, superpuesta, yuxtapuesta, implicada, entreverada, ensanchada, enaltecida, enclaustrada, enceldada, compartimentada, fragmentada, arrinconada, encorchada, desestructurada, demolida, soterrada, resucitada de sus propias cenizas, críptico paisaje desmoronado, ruinas, muros sin techumbre bajo los cielos rasos, luz quieta y olor a tierra muerta, necrópolis cobriza, histórico mausoleo de glorias y apogeos, todo un pasado petrificado, simples vestigios terrosos, rudeza y tosquedad las que fueron, ay dolor, delicadezas y urbanidades, armónicas simetrías, clásicas severidades de la urbe romana, sofocado panorama el de aquellos ámbitos recorridos por las crujientes pasarelas orladas de cuerdas, bajo el zumbido de los extractores de aire y el rutilar chirriante del neón, vastas salas de techos encofrados, blanca sucesión de bajos planos colgados sobre un itinerario de construcciones troceadas, fragmentos de muro, añicos de mosaico, restos de pavimento, baños y depósitos, desagües, alcantarillas, columnas truncadas, ánforas funerarias, sarcófagos, pedestales, torsos y testas, bustos, estatuas mutiladas. El visitante deberá deshacer ahora el camino recorrido y, pasando junto a la taquilla de la entrada, hallará en la sala D, y a sus pies, unos silos romanos o dolia, y unos zócalos de pedestales colocados en el mismo lugar en que se encontraron. En la sala E, dedicada a las esculturas halladas en las excavaciones, podrán admirarse: estatua mutilada de Diana, torso de un efebo y cabezas de mármol, en general por identificar. Se destacan, en cambio, las testas de la emperatriz Agripina y de Antonino Pío.
Busto que se supone de la emperatriz Faustina, hija del anterior y esposa de Marco Aurelio.
Maqueta del templo de Augusto.
Relieve con una danzarina, labrado en piedra de Montjuich.
Estatuilla de bronce llamada La Venus de Barcelona.
Porque, si bien es cierto que nosotros defendemos la incuestionable personalidad política y cultural de Cataluña, lo hacemos en cuanto comunistas, esto es, en cuanto vanguardia de las clases obreras catalanas, por ellas y para ellas y sin menoscabo, antes al contrario, de los intereses de nuestros hermanos de los demás pueblos de España. No al viejo modo catalanista, según las posiciones tradicionales del nacionalismo burgués que naufragó en el curso de la guerra civil, más burgués que realmente nacional, sin sus egoístas intereses de clase camuflados de folklore y sentimentalismo. Y si ya entonces, antes de la guerra civil, la alta burguesía catalana, acuciada por el miedo al proletariado en movimiento, fue la primera en traicionar su propia causa cuando con Cambó y compañía abandonó la nave del nacionalismo y su tripulación de pequeña burguesía y capas intermedias, al repetir, con la ayuda de Primo de Rivera, la paviada que tan buenos resultados dio para desembarazarse de la Primera República, después, en la posguerra, no ha hecho más que ratificar su traición al integrarse total y definitivamente en la oligarquía monopolista española, entrando así en fase aguda el conflicto de sus intereses expansionistas no ya sólo con los del conjunto de la clase obrera, sino incluso con los de sus antiguos aliados separatistas. Pero del mismo modo que fracasó en su papel de clase dirigente, del mismo modo que fracasó en su gestión política, fracasará, está fracasando ya, en su gestión económica, y ahora les toca el turno a las clases obreras catalanas que, enarbolando sus viejas banderas cargadas de tradición revolucionaria, han de edificar, junto con sus restantes hermanos de España, Euzkadi y Galicia, una comunidad de patrias socialistas. Por de pronto, nuestro partido, el partido comunista de Cataluña, si bien íntimamente compenetrado con el partido comunista de España, no deja de ser una organización aparte, y esta realidad, en modo alguno casual, constituye ya en sí misma el botón de muestra de toda una verificación política. El hecho de que gran parte del proletariado de Cataluña, la mayor parte, me atrevería a decir, esté formado por obreros no catalanes, por emigración andaluza y castellana, tiene importancia meramente desde un punto de vista metódico y coyuntural, dado que la capacidad asimiladora de Cataluña es algo de sobras conocido por todos. Bien se demostró en la guerra civil, cuando los entonces llamados murcianos actuaron en defensa de sus derechos de clase al unísono de sus compañeros propiamente catalanes, es decir, en cuanto clase obrera catalana, sin que aparecieran concurrencia de intereses de ningún tipo. Sus derechos de clase, no los intereses y privilegios de la burguesía catalana camuflados de derechos nacionales, esta burguesía que, tras fallar en sus intentos de hacerse con el monopolio político del capitalismo español en su incipiente etapa imperialista, se aventuró por los caminos del separatismo para luego utilizar el renacer de los viejos sueños nacionales como elemento de negociación con el poder central, entre cuyos sectores más reaccionarios acabó integrándose.
Vislumbres de vitrinas, vestigios de los primitivos poblados del llano de Barcelona, corroídas llantas de carro, fragmentos de alfarería, cerámica campaniense, ibérica, griega, restos de las diversas culturas prerromanas asentadas en el ámbito geográfico de la actual ciudad. Un muestrario expuesto en el entresuelo de la Casa Padellás, a nivel del patio, entre la escalera de acceso a las excavaciones y la escalinata que conduce a las plantas superiores, histórico itinerario iniciado en el subsuelo del antiguo Palacio Real Mayor, a partir de las ruinas del foro romano, progresión de espacios subterráneos, de techos cerrados sobre una panorámica de columnas y pedestales, suelos de mosaico, pilastras, fustes y capiteles, bases de estatuas ecuestres, esculturas, torsos togados, manos de mármol, relieves, lápidas votivas, aras y hornacinas, epígrafes, inscripciones funerarias, piezas arqueológicas pertenecientes a la opulenta urbe de la época augusta, halladas, en su mayor parte, en el curso de las excavaciones practicadas en los cimientos de la muralla, cinturón protector de la Barcino rehecha en el siglo tercero con los deshechos de la Barcino augusta, asolada por las primeras invasiones bárbaras, defensas a cuya construcción la nueva urbe consagró –se diría que literalmente– todos sus recursos, acaso en expiación de la pasada impiedad, su paganía, sus costumbres disolutas, la ciudad cristianizante del Bajo Imperio, con tal muralla por todo monumentalismo, imponente presencia cerrada en torno a un núcleo urbano disminuido y pobre, sin asomo suntuario alguno ni huella de anteriores fastos, a juzgar por los residuos visibles en las salas G y H, esta última excavada bajo la propia Casa Padellás, sede central del museo, a modo de prolongación de la sala hipogea de la plaza del Rey, el paramento interior de la muralla dominando un ámbito de habitaciones ruinosas y muretes de mampostería, esbozos de calles y alcantarillas, desagües, cisternas, modestas construcciones con todos sus elementos hogareños, fornax, silos, ruedas de molino, objetos utilitarios, utensilios ahora expuestos en vitrinas, vasos y jarros de cristal, pesas de telar, candiles, punzones y pasadores, intimidades etiquetadas, todo ello situado a un nivel inferior al que siglos más tarde ocupó la necrópolis visigótica, siglos más tarde, ya todo cubierto de tierra, sepultado bajo los sepulcros de tejas y tinajas ahora dispuestos junto a los fundamentos de muralla, pétreo perímetro enquistado en edificaciones posteriores, digerido por la ciudad en su desarrollo, residuo de residuo, muralla prevaleciente sobre cuantos la fueron reemplazando en la función de proteger las vilanovas medievales, barrios desarrollados a sucesivos extramuros, la Ribera, el Arrabal, San Pedro de las Puellas, ensanches estrechamente ceñidos por los nuevos contornos fortificados, las murallas góticas de Jaime el Conquistador y Pedro el Ceremonioso, ampliaciones paulatinamente rectificadas y fortalecidas, modernizadas hasta pleno siglo XVIII y finalmente, con romántico ímpetu, derruidas por necesidades de expansión, en aras de las exigencias urbanísticas de la época, sobrepasados ya los que fueron sus límites y envueltos por el Ensanche, la cuadrícula decimonónica desplegada a todo lo ancho del denominado llano de Barcelona, asimilando los antiguos burgos, invadiendo los cultivos antaño extendidos a la sombra de murallas torneadas y briosas, góticas cresterías, almenas avizorantes, puertas y rastrillos, escarpas, poternas, puentes reflejados en los fosos, en los ondeantes cielos virtuales, imagen fascinante, sublimada, evaporada, desaparecida, formas prefiguradas y sobrevividas por estas otras, tanto tiempo soterradas y confundidas y, al fin, de nuevo aflorantes, tramo a tramo, de las entrañas del casco viejo, circuito excavado, descombrado, pacientemente redescubierto por la piqueta municipal, progresivamente limpio de adherencias, huellas residuales de las edificaciones encubridoras ya derruidas, paneles de azulejo, empapelados florales, marcas de revoque, de escaleras esfumantes, negruras de chimenea. La muralla romana, polígono irregular de nueve lados y una longitud real de kilómetro y pico de perímetro, según el plano expuesto en la planta baja de la Casa Padellás, sala número uno, al término del recorrido por el área subterránea del museo, muralla imaginable como un desprecio del aire con sus setenta torres y setenta veces siete almenas cerradas en torno a Barcino, una población de estructura urbanística aún hoy día reconocible, con centro en la actual plaza de San Jaime, situada aproximadamente donde el antiguo foro, intersección del cardo máximo con el decumano, es decir, el actual eje Fernando-Jaime I, atravesado en cruz al actual eje calle del Obispo-calle de la Ciudad, la ciudad del Mons Taber, colonia establecida por las legiones de la república en una prominencia aislada, circundada de marismas que la resguardan de los poblados preexistentes en las cercanías, la Barkeno, o Laye de los iberos, gentes probablemente etrusquizadas, núcleos precedidos a su vez en la comarca por elementos procedentes, al parecer, de la expansión de diversos pueblos, celta, ilirio o precelta, almeriese o protoibero, etcétera, invasiones entrecruzadas sobre un fondo más arcaico, amalgama de vestigios de culturas ya entonces extinguidas por completo, cultura pirenaica, cultura de las cuevas, cultura dolménica, cultura del vaso campaniforme, etcétera, migraciones y merodeos que, sin duda, conocieron las cercanías de aquel promontorio destacado a flor de mar como una fortaleza natural, abrigo de navegantes y colonizadores, playas donde Herakles o Hércules, al arribar en su barca novena, dispersadas las otras por el temporal, había de fundar Barcanona, ciudad, en tal supuesto, de origen marítimo, si bien sus raíces pudieran ser asimismo púnicas, una pequeña factoría de hechura cartaginesa fundada por Amílcar o por Aníbal, de cuyo común patronímico, Barca o Barcino, que en ambos casos significa rayo, procedería la denominación de la ciudad, que también pudiera llamarse así, por otra parte, en recuerdo de su homónima de la Cirenaica, o como derivación de Barschem, nombre que para los chetas o fenicios correspondía al planeta Saturno, posibilidad que en modo alguno hay que descartar y que, de ser exacta, supondría, sin duda, que Barcino fue una colonia de Tiro, teoría que parece confirmada por el hallazgo de indicios que probarían la existencia de un culto local a Astarté, la luna, y a Tanit, representación de la bóveda estrellada, así como al sol, Baal, este último identificable incluso, en opinión de don Salvador Sampere i Miquel, con el Amón egipcio, aunque tampoco faltan quienes, insistiendo en atribuir a la ciudad orígenes griegos, sin llegar a remontarse a Herakles, aportan hipótesis no menos concluyentes en favor de la presunta existencia de una colonia bien a cargo de pelasgos y tirrenos, bien de carios procedentes de Bargylias, lugar próximo a Mileto, o todavía mejor, como en el caso de Ampurias, de una colonia focea irradiada de Marsilia (Marsella), griegos de la diáspora establecidos, por qué no, en lo que debió ser una cabeza de puente natural, de atractiva característica para la potencia marítima de turno, punto destinado a pasar de una dominación a otra, de las manos de los descendientes de Dido –extremo fuera de controversia– a las manos de los descendientes de Eneas y, más concretamente, de las huestes de Cneo Escipión, quien habría añadido el cognomen de Favencia a su conquista, como César añadiría tal vez el de Julia y el propio Augusto el de Augusta, al proclamar oficialmente colonia romana la amena sede púnica hasta entonces generalmente conocida por Barcino, pese a que en la antigüedad no dejan de abundar otras denominaciones: Barcenone, Barcinona, Barcilo, Barcelona, Barcelona la Pía, Paterna o Patricia, nobles títulos, epígrafes asentados con los años, epítetos petrificados, ahora como epitafios de aquella urbe cuyo nombre completo fue, probablemente, Colonia Favencia Julia Augusta Paterna Barcino, parvus oppidus dominante del área comprendida entre los ríos Betulón y Rubricatus y entre el macizo de Collcerola y la península del Mons Jovis o de Júpiter, airado señor del relámpago y del trueno. Pequeño puerto de la Hispana Citerior, ulteriormente llamada Provincia Tarraconense, urbe de engrandecimiento truncado por los primeros embates bárbaros y resurgida después con las murallas acaso más sólidas del Imperio, pax romana incierta, acorralada, subvertida, rica en mártires populares, como santa Eulalia o san Severo, víctimas de persecuciones y represiones, siglos sangrientos, palmas y cruces, puñales, ponzoñas, asesinatos, traiciones, conjuras, vilezas, azares cotidianos en la Barchinona arriana o Barcino de Ataúlfo, capital efímera de la monarquía visigoda en aquellos tiempos de conversiones, de oscuras metamorfosis, ciudad que en plenas tinieblas medievales aparecería transformada en la Barschaluna sarracena o, con mayor propiedad, mozárabe, pasajeramente infiel, infielmente perdida y recuperada, ora aliada del enemigo, ora enemiga del aliado, terreno escabroso, de franca incertidumbre, centro preponderante de Afranc, tierra de nadie, frontera saqueada indistintamente por los francos, por los árabes, por los normandos, tierra de incursiones, éxodos, asolaciones, arrasamientos, pillajes, tropelías, tierra donde entre rapiñas y correrías se iba conformando el tenebroso embrión de una patria, entre la niebla, en la encrucijada de los Pirineos y el Mediterráneo, a partir de los rudos refugios montañeses de Otgar de Cataló y sus nueve varones de la fama, Otgar u Otger Catalón, Kathasolt, Gazlantes, Gotlantes o Gotlán, hombre providencial y esforzado, realizador de una empresa precursora de la soñada Catalonia o Catalonya, tierra de castillos, conquistas afianzadas por Vifredo I el Velloso, aunque tal vez hubo anteriormente otro Vifredo, en cuyo caso éste sería el segundo, Vifredo o Seniofre, Wilfred, Guifred, Gifré, Xifré, Jofre o Guifré, más conocido por Almondir, esto es, El Bravo, por los musulmanes, primer soberano virtual del Condado de Barcelona, si bien, de acuerdo con la jerarquía feudal en cuanto marqués de la Gotia o Marca Hispánica, perteneciente aún al ducado de Septimania del reino de Aquitania, vasallo del Imperio Carolingio, príncipe con cuya sangre Carlos el Calvo en persona trazó las cuatro barras sobre el escudo de oro, blasón desde aquel momento de la ciudad que aún había de ser asolada por Almanzor y reconquistada para la Cruz por las armas cristianas, con san Jorge al frente de los caballeros, blandiendo un rayo, fenecida y resucitada capital de un estado incipiente, patria de fratricidas y excomulgados, cruzados y comerciantes, navegantes y trovadores, Catalunya, corona a caballo de los Pirineos, su autoridad extendida hasta Provenza bajo el cetro de Ramón Berenguer el Grande, estado bimembre, Corona de Aragón, monarquía de desarrollo polimembre a impulsos de Jaime el Conquistador, hombre de feyts, cofundador, junto con san Pedro Nolasco y san Raimundo de Penyafort, de La Merced, Orden de blancos caballeros redentores de cautivos y cautivadores de infieles, reconquistador de Valencia, así como de Mallorca, dolça illa daurada, la más estimada de sus conquistas, relinchos y rumor de armas, una estela de velas y destellos de acero que blanquea el mar, que enrojece la isla, y el donjuanesco don Jaume gritando, un áspid en la cimera, murciélago desplegado, alas puestas por el miedo, aterradoras, enterradoras, gritando victoria, soldats, victoria, victoria y gloria impuestas a impulso de mandobles, ¡desperta ferro!, mors stupebit et natura, una confederación mediterránea en apogeo expansivo, Sicilia, Córcega, Cerdeña, Nápoles, Calabria, Malta, Djerba, Morea, Gallipoli, Atenas y Neopatria, trofeos ganados a pulso por los almogávares y sus arrojados rogeres, salvadores de imperios, derrocadores, arrasadores, catalanes vengativos, mercenarios, soldados de fortuna merecida en cuantos combates entablaron con moros y turcos, griegos y búlgaros, franceses y genoveses, cuando ni un pez podía cruzar los mares sin el emblema de las cuatro barras y el Partenón se llamaba la Seo de Santamaría, imperio a caballo del Mediterráneo, de isla en isla, de península en península, ínsulas doradas en la lontananza, corona desparramada, derramada, sangre, barras de oro, codicia y malos usos, tierras de campesinos y bandoleros, guerreros y artesanos, místicos y cartógrafos, señores y siervos, redentores y remensas, revueltas, represiones, incivil y revolucionaria sociedad del siglo XV, Humanismo abortado, Renacimiento de adversidades, con su amargo acervo de infortunios, pestes y hambre, crisis, calamidades, tiempo de declive, implacable perigeo con antagonismos donde armonía y ensoñaciones donde realidades, la Cataluña de Ferran o Fernando forjando la unidad nacional como sin darse cuenta, un monarca demasiado ambicioso para un pueblo demasiado ensimismado, inconsciente de que al entroncarse con una Castilla en auge, emprendedora y fortalecida, había entrado a formar parte, la peor parte, de una entidad superior, la España donde Isabel monta tanto como Fernando e incluso más, los Reyes Católicos en el acto de dar la bienvenida a Colón a su triunfal regreso de las Indias, inicio de una grandiosa labor colonizadora, de la creación o destrucción de un imperio, cuestión de perspectiva o más bien de color, del color de la piel con que se mira, real ofrenda en cualquier caso, un nuevo mundo a sus pies, como en bandeja, un mundo que ya es un pañuelo, descubrimientos y presentes de todo tipo, pájaros, frutos, piedras preciosas, pieles rojas emplumados entre pajes y heraldos, prelados, hombres de armas, corazas, mantos, rojos damascos, pieles de armiño, plumas, enseñas, picas, trompetas, mitras y cetros reunidos presumiblemente en el Salón del Tinell, bajo aquellos arcos tal palmas desplegadas, vasto salón del trono del Palacio Real Mayor, con vista, desde la contigua antecámara, construida sobre la muralla romana, a la plaza de Ramón Berenguer el Grande, yerno predilecto de Mío Cid, viejo campeador en su caballo de bronce, el yelmo avivado por el aleteo de una paloma al posarse, brioso jinete como dirigiendo el tránsito de la Vía Layetana, brecha brutalmente abierta a lo ancho del Casco Antiguo, dirigiendo o simplemente presenciando, dando la espalda a los ventanales traseros del Palacio Real Mayor y fachadas posteriores de las edificaciones contiguas, la capilla de Santa Águeda, construida también sobre las torres de la muralla, capilla real y, más tarde, en el curso de los años, escuela, almacén de decorados del Gran Teatro del Liceo, imprenta y taller, hoy día recuperada, tras tantas vicisitudes, con su intacto artesonado policromo y sus retablos de Epifanía y Pentecostés, Calvario y Resurrección, interior ojival de una sola nave que comunica así con la antecámara del Tinell como con las salas superiores de la Casa Padellás, edificios conjuntados, cerrados todos ellos en torno a la plaza del Rey, espacios intercomunicados que, junto con la red de excavaciones subterráneas, forman el actual Museo de Historia de la Ciudad, agrupación de ámbitos y recintos con sede central en la Casa Padellás, construcción gótica organizada alrededor de un patio con crujías donde una escalinata descubierta se desarrolla en un solo tramo hasta la planta principal, palacio desalojado por necesidades urbanísticas de su anterior emplazamiento y trasladado hasta aquí, reedificado piedra a piedra como las iglesias, como el templo de Montesión, por ejemplo, ahora en la Rambla de Cataluña, o Santa María de Junqueras, ahora parroquia de la Concepción, en Aragón esquina Lauria.
Es decir, dijo Escala. Dentro de tres cuartos, a las seis. En el patio de Letras. Concentración de estudiantes de todas las Facultades con el fin de compensar las defecciones que puedan darse por separado en cada una de ellas. Formar piquete en previsión de que se impida la entrada a quienes, por pertenecer a Facultades situadas en la Ciudad Universitaria, carezcan de excusa para presentarse en el edificio de la Universidad Central. Será leída la moción aprobada por la cámara de Económicas en favor de los mineros y contra la represión en Asturias, y se invitará a todos a solidarizarse, recogiendo asimismo cuantas reivindicaciones profesionales y políticas surjan espontáneamente de las masas congregadas. Se sacarán pancartas, se arrojarán al patio los retratos de Franco y, aprovechando que a estas horas las calles están llenas de gente que sale del trabajo, se intentará salir en manifestación hacia el Gobierno Civil siguiendo el recorrido previsto, Gran Vía, Plaza de Cataluña, Ramblas y Paseo de Colón. Hay que lograr como sea que las autoridades cierren la Universidad Central. Una vez logrado, convocar una huelga de protesta en las restantes Facultades y conseguir que la suspensión de las clases sea general en todo el distrito universitario. En ese sentido, los petardos de los catalanistas pueden ser de efectos positivos: forzar a las autoridades a intervenir, precipitar los acontecimientos, en una palabra, catalizar. Aunque tales actos se apartan de nuestra línea política, quizás no está de más, en las presentes circunstancias, que sean realizados por otros. Los socialistas aseguran que ellos harán otro tanto, pero seguramente se trata sólo de uno de sus característicos faroles. Vuestro papel consiste en resolver sobre la marcha cuantas cuestiones se vayan planteando, siempre identificados, tenlo bien presente, con la masa estudiantil, inmersos en ella. Tomar las decisiones oportunas sin que parezca que sois vosotros quienes las toman. Centralizar la actividad de los piquetes. Ordenar la aparición de las pancartas. Canalizar la manifestación hacia el Obispado, como quieren los católicos, en lugar de hacia el Gobierno Civil, si ésa parece ser la opinión predominante. Contrarrestar las acciones dispersivas de la policía. Evitar choques, salvo en el caso de que la policía pretenda practicar detenciones. Los responsables, insisto en ello, no debéis distinguiros, destacaros de la masa estudiantil en ningún momento. Sería un error de graves consecuencias para la organización superponer al papel de responsable clandestino el de líder visible. Para eso están los Ros, los Martinell, los Guillén. Por lo que respecta a Ferrán, no parece prudente arriesgarle a las investigaciones que suscitaría, como hijo que es de un viejo militante superfichado, en caso de ser detenido. No tiene ni que acercarse, tanto más cuanto que, en cambio, permaneciendo al margen, y ya que hasta el momento no se ha significado, es la persona más idónea para mantener el enlace de seguridad. Si tuvieras algún contratiempo o te sintieras vigilado, acudirá en tu lugar a la cita. Mañana a las once, en los claustros. Basta que no reciba tu llamada, que no le llames esta noche desde un teléfono público diciéndole que tienes ganas de ir al cine o lo que sea. Y entonces acudirá él. Cuidaos y cuidadme. Cuidado sobre todo con los teléfonos. Y hacer limpieza de papeles comprometedores. Nada de notas.
Tener en cuenta las experiencias de las últimas caídas, las nuevas técnicas de vigilancia empleadas por la policía. Cuando siguen a una persona, lo hacen varios agentes a la vez, relevándose continuamente para no llamar la atención, comunicando entre sí por radio. Utilizan coches y motocicletas. Desconfiar por principio de los uniformes de apariencia anodina, soldados, tranviarios, barrenderos, etcétera. No olvidar que también las mujeres participan en misiones de vigilancia. Tomar todo tipo de precauciones. Coger el metro en la penúltima estación de una línea, por ejemplo, donde sea fácil notar si uno es seguido. En caso de advertir algo anormal en el lugar de la cita, sacar el pañuelo para sonarse. Las citas siempre cruzándose, fijando de antemano el recorrido de cada uno. Un encontronazo como por casualidad y luego cada uno por su lado. Uno hacia la salida de la plaza del Rey y el otro hacia la de la calle de los Condes de Barcelona. O sea, si se ha entrado por la plaza del Rey, salir por la calle de los Condes de Barcelona. O bien, en la Catedral, entrando por la calle de San Ivo, también llamada de la Inquisición, y saliendo por la de la Piedad o por la de Santa Eulalia, ambas en los claustros. O entrando por la capilla de Santa Lucía, construcción románica integrada en el recinto de la catedral, y saliendo por cualquier otra puerta, a la calle de la Piedad, a la calle del Obispo, a las mismas escalinatas de la fachada, salir y perderse en las enrevesadas callejas violáceas del Casco Antiguo, tomar Puertaferrisa o Canuda hacia las Ramblas, Pelayo y plaza de la Universidad o, atravesando la avenida de la Catedral, tomar calle dels Arcs hacia Puerta del Ángel, plaza de Cataluña, Rondas y plaza de la Universidad, plazas y calles amplias, de apretado tránsito, centro comercial de la ciudad, monótonas alineaciones, ampulosos volúmenes de bajos encristalados, bancos, cafeterías, grandes almacenes, dejando atrás aquel núcleo de rancias estrecheces y piedra húmeda, olores fluctuantes, propios de alrededores catedralicios, comercios y artesanías desarrollados al amparo de la iglesia, templo siempre atractivo a los mercaderes, efluvios pasajeros, cera, antigüedades hacinadas, libros de enésima mano, áspera estera y hierro forjado, olores sucesivamentes matizados sobre un fondo más general de cargados vahos industriales, contrastadora atmósfera matutina de luz amarilla penetrando en la sombra, transversal y turbia, sol metalizado, como embebido de limaduras, descubriendo la erosión de los palacios que fueron, ahora casas de vecindad, fachadas corroídas, de revoque agrisado, desfiguradas por los apaños, vanos cegados, ventanucos torpemente abiertos en los gruesos muros de piedra, cacharros con plantas en los balcones, ropa tendida entre elementos románicos, góticos, renacentistas, barrocos, neoclásicos, isabelinos, gárgolas y cornisas, ventanas ajimenizadas, portales y escalinatas con niños, turistas fotografiando arcos ya no triunfales, puertas maltrechas de cochera, ahora bodega o tienda de antigüedades, colmado, herboristería, estanco, librería de lance de souvenirs y postales, taller de, almacén de, etcétera. O aún en cualquier manzana del Ensanche, cuadrícula repetida hasta extremos laberínticos, en la manzana formada, por ejemplo, por las calles Diputación, Sicilia, Consejo de Ciento y Cerdeña, dando vueltas en sentido contrario al de las agujas del reloj o viceversa, hasta toparse con Escala o, en ocasiones, directamente con Obregón, cada vez en una manzana diferente, aparte de las citas, también con Obregón, en el Parque Güell, por las mañanas, Obregón con otra indumentaria y gafas negras, contactos tanto más espaciados cuanto más preciosos, notificados previamente por Escala en el curso de un encuentro efectuado en una manzana cualquiera, Córcega-Nápoles-Rosellón-Roger de Flor, por ejemplo, girando en el sentido de las agujas del reloj, o de nuevo en el Museo de Historia de la Ciudad, entrando por lo que fue Palacio Real Mayor y más tarde sede de la Inquisición, el escudo de la cruz llameante visible aún hoy día sobre el portal, en la calle de los Condes de Barcelona, y saliendo por la Casa Padellás, en la plaza del Rey, tras haberse encontrado sea en los ámbitos del subsuelo, sea en cualquier punto del itinerario que, incluidos el Salón del Tinell y la capilla de Santa Águeda, ambos lugares aproximadamente a nivel de la segunda planta, conduce hasta las salas superiores de la Casa Padellás, en la planta tercera, estancias ambientadas de siglo en siglo, de reliquia en reliquia, historias y gestos petrificados, esculturas, tallas, retratos, escudos, armas, banderas y estandartes, balas de cañón, muebles, vitrinas con cerámica y telas, antigüedades y reproducciones, maquetas, planos y mapas explicativos, semblanzas clásicas, típicos preciosismos dieciochescos, ilustraciones iluminadas, ancas, florituras modernistas, dioramas, estampas de asedios y exposiciones, recepciones y revueltas, fiestas y solsticios, trofeos y frustraciones, días de ira o de gozo, imágenes de la guerra y de la paz barcelonesas, un grabado en colores simples, de añejas amarilleces, la ciudad vista desde Montjuïc o Montjuich o Monycich o Montjony o Montjoin, etcétera, mole fortificada y vigilante antes llamada Mons Jovis o Mons Judeorum, la Barcelona del siglo XVI, espejo, farol, estrella y norte de la caballería andante, escuela de hidalgos y archivo de cortesías, Barcelona la rica, la urbe ubérrima que hizo decir al joven Carlos prefiero ser Conde de Barcelona a emperador de los romanos, Carlos I de España o Carlos V, emperador de Austria, heredero de reinos y principados, ducados, condados, cetros y coronas, la Corona de Aragón y su estela de dominios mediterráneos, los estados alemanes y Castilla, Borgoña y Granada, Luxemburgo y Navarra, Flandes, Artois, Brabante, Holanda, Zelanda, etcétera, más las posesiones norteafricanas y los crecientes virreinatos de Indias, herencia de cuatro abuelos agrupada, extendida por los cuatro puntos cardinales a partir de Barcelona, corte pasajera del Imperio en virtud de una preferencia reveladora de sus óptimas cualidades residenciales, propias, por otra parte, de una ciudad progresivamente provinciana, entregada a las pueblerinas consolaciones de una vida marginal y vegetativa, simple capital de un principado exhausto y decadente, demasiado impotente para prevalecer, demasiado esforzado para eclipsarse, áurea mediocritas de una noble ciudad, todo fachada, hermosas murallas dentadas, torres poligonales, puertas y fosos, rastrillos y escarpas, almenajes, tejados, espadañas, patios y jardines, una vegetación de granados, limoneros, naranjos, palmeras, pinos, vides encaramadas a los muros, palacios, iglesias, campanarios sobreelevados, la catedral donde el emperador convocó el Cónclave de Caballeros del Toisón de Oro, entre incienso y púrpura, brocados, terciopelo, cantos angélicos, emblemas desplegados, adelantándose a recibir el collar, bajo el blasonado León de España, Cristerno de Dinamarca y Segismundo de Polonia, reyes arrogantes, soñadores, encabezando la lista de caballeros, sus nombres detallados minuciosamente et in saecula saeculorum en los asientos de coro, sepulcral conjunto de vacíos, ni oro ni púrpura en este apunte al óleo tomado de espaldas al radiante altar mayor, tenebroso claroscuro de vitrales y luminarias, tubos de órgano, luces de nervaduras, bóvedas y ojivas como un eco de cantos, no más mantos carmesí ni séquitos, momentos de esplendor, sólo glorias pasadas, veneradas victorias, el Cristo Negro, enseña de Lepanto, campeón de la Cristiandad y defensor de la Fe, cerrojo de la Sublime Puerta, cuarto menguante de la Media Luna, confrontación sin precedentes de bajeles y galeras, apocalíptica carnicería con su consabida secuela de cicatrices y mutilaciones, manos perdidas para la pluma y para la espada. Batalla decisiva, apogeo o cenit de un imperio donde el sol no alcanzaba a ponerse, a caballo de tres océanos y de cinco continentes, de Sicilia a Chile, de Florida a Orán, de Filipinas a Flandes, desplegada omnipotencia del águila, negras alas, negras leyendas, sanbenitos, sentencias colgadas del reo, hogueras y patíbulos, rex tremenda majestatis, Felipe II en su Escorial aislado, panteón y cuna, primera y última morada de tantos monarcas, rey de reyes, señor de los ejércitos hasta entonces invictos de toda suerte de lances, tercios y armadas al fin vencibles, crepúsculo de Flandes, lanzas por tanto tiempo erguidas y ahora doblegadas, vueltas contra sí mismas, guerras intestinas de un imperio en descomposición, hegemonía puesta en tela de juicio, absolutismo relativizado, sublevaciones, movimientos separatistas, centrífugos, como en un buque que se hunde, huyendo del naufragio, Países Bajos, Portugal, Italia, Cataluña, tierra o terruño en la periferia política ya que no económica ni espiritual, con sus villas industriosas y sus campiñas cultivadas, arrebatadas con saña a la fragosidad natural del terreno, montes eremíticos, aptos para la contemplación de lo sobrenatural, abrigo de ascetas y meta de peregrinos y romeros, riscos encendidos de retama. Virgen Negra de Montserrat, a quien san Ignacio ofrendó su espada, santuario de retiros y meditaciones, inspiraciones, visiones, determinaciones, corazón de un principado harto de validos y efectivos favoritismos discriminatorios, alzado contra la burocracia culterana desarrollada a la sombra de la esclerosis real, verdadera decadencia dinástica, un despótico vacío de poder por todo gobierno, problema capital de un país donde la vida es sueño, corte de los milagros, país de monjas y donjuanes, de bufones y meninas, pícaros, aventureros, hidalgos arruinados, bolsa vacía de don Dinero, caballero poderoso, sueldos impagados de la tropa enviada a pacificar, causa de saqueos y desmanes de la soldadesca, causa de revueltas contra la soldadesca, círculo vicioso, cerco cerrado en torno a la levantisca Barcelona del siglo XVII, amenaza real para la monarquía española, virtualmente sentida como extraña por una ciudad celosa de sus privilegios y costumbres, exasperada por el avasallamiento de sus tradiciones, capaz de pedir Dios y ayuda al mismísimo diablo, tierra insumisa, insurrecta, hoces y velos negros en aquel Corpus de Sangre y cabezas castellanas, de segadores hechos carniceros, de pueblo en armas, ciudad de intrépidos baluartes, ciudad asaltada por mar y tierra, así por los españoles como por sus aliados ocasionales, franceses, ingleses, alemanes, por el Marqués de Los Vélez, o por el duque de Vendôme, o por el duque de Anjou o por el almirante Lord Peterborough o por el duque de Berwick, imágenes de asedio a vista de pájaro, con descripción de las posiciones y campamentos de las fuerzas asediantes y de la disposición de los veleros bloqueadores, al igual que de las fortificaciones y defensas de la plaza, bastiones y baterías, el escudo de la ciudad en un ángulo del grabado, blasón acuartelado, como también puede apreciarse en las diversas reproducciones expuestas en el vestíbulo, temas guerreros, motivos patrióticos, causa belli, un blasón con la cruz de San Jorge en 1.° y 4.° sobre campo de plata y cuatro barras de gules en 2.° y 3.° sobre campo de oro, oro y sangre de una patria fuera de la ley, rica en bandoleros, héroes populares, defensores de causas perdidas, sucesiones y secesiones, Cataluña descastillada, enmudecida en la medida en que deslenguada, minimizada, reducida por la fuerza, centralizada, esto es, apartada de todo centro de poder, alejada de sus propios destinos, desposeída de privilegios y autonomías, universidad trasladada y fueros suprimidos por el real decreto, la Nueva Planta, mala hierba de una tierra feraz a pesar de todo, lozana, precisamente, en cuanto ajena a la vida del Imperio, sustraída a sus avatares, consiguientes grandezas y subsiguientes decadencias, tierra pronto refloreciente en el marco de una España exangüe que no cesaba de declinar, región pronto adaptada a la dura realidad, tiempos de capitulación y recapitulación, tiempos de integración y trabajo, de progreso ilustrado, luces del siglo, alegorías dieciochescas, justa contrapartida de una integración que, si cerraba unas puertas, abría otras, las de América, a los nuevos españoles de hecho y derecho, comercio no por tardío menos decisivo para el Principado, y que, junto con las virtudes de laboriosidad y seny propias de sus habitantes, crearía un incipiente proceso de capitalización, base de la industrialización desarrollada sin pausa desde entonces, no obstante las peripecias de la época, guerras y guerrillas, invasiones, independencia defendida acaso de un modo unánime por todos los pueblos de la península, todos indiscutiblemente aunados contra su común opresor o liberador, el pueblo catalán enfrentándose a Napoleón como antaño a Aníbal, César o Almanzor, espíritu de cruzada envuelto en ira, guerra clamada por el sacerdote, altares y púlpitos aclamados, tribunas plebiscitarias, juntas proclamándose contra la Revolución o el Imperio, lucha incierta, encarnizada, fusilamientos, empalaciones, horrores goyescos de la guerra grabados para siempre, su híbrida simiente tal vez arraigada también para siempre, híbrida, prolífica, vivero fecundo en fervores lo mismo apostólicos que liberales, revolucionarios o absolutistas, los cien mil hijos de san Luis marchando francamente, y su riego ensangrentado, sendas inconstitucionales, santas alianzas, sociedades secretas, terrorismo, cuarteladas, pronunciamientos, rebeliones y restauraciones, monárquicos, isabelinos y carlistas, bandos opuestos, irreductibles, guerrilla, pasar el tiempo entrematándose, crucigrama español, ruedo ibérico de asnos, brujas y simios congregados en orgiástica danza, feroz aquelarre decimonónico el de aquel Principat renaciente, impulsor del progreso y la democracia a la vez que de un tradicionalismo desafuerado, impulsor de movimientos republicanos, federalistas, cantonalistas, anarquistas, al propio tiempo que reconstitucionalizador, proteccionista, colonialista, imperialista, enconadas contradicciones de una Cataluña obrera en cuanto burguesa, antagonías extendidas a la par que las humaredas de sus concentraciones industriales, entre turbias revueltas y cañoneos de castigo, Barcelona bajo las bombas, explosiones de violencia, alborotos, el motín de las Ramblas, por ejemplo, cuando los revoltosos asaltaron el Palacio del Gobernador y asesinaron al general Bassa, romántica escena de obreros, campesinos e intelectuales hermanados, y quién sabe si hasta estudiantes, levitas y blusones listados, oscuras chisteras y barretinas rojas tal gorros frigios, sables y pistolas, fusiles blandidos en torno a un cuerpo defenestrado, despedazado, chamuscado en una hoguera hecha con los papeles arrojados desde los balcones de la Delegación de Policía, sobre las turbas exaltadas, puños en alto, crispaciones, un perro olfateando los destrozos, denuestos, expresiones coléricas, fisonomías alteradas por la ira, facciones desaforadas, posturas irreconciliables, lucha de clases, furor ácrata, atentados, estallidos exterminadores, bombas orsini lanzadas a la platea del Gran Teatro del Liceo, una de ellas, que no llegó a estallar, exhibida junto a los cuadros representativos del espanto que cundió aquella trágica noche de noviembre, mientras se interpretaba el Guillermo Tell de Rossini, desmayos y lágrimas de la sala de descanso, noria rebullente, y una agitada imagen exterior de coches de caballos encabritados, coces, relinchos, gritos, corridas, lívido relucir de ojos, anárquico trasfondo reverso de la medalla de una sociedad en pleno auge expansivo, de una Cataluña de un mayor peso cada vez en la vida pública de la nación española, presencia encarnada, sin ir más lejos, por el general Prim, hacedor de reyes, personas con flaquezas o veleidades redentoras, carrera fulgurante, de Reus a Castillejos, de Castillejos a Barcelona, de Barcelona a Madrid, de Madrid al cielo por la sublime puerta del Turco, en olor de magnicidio, transportado por una carroza posiblemente similar a la que había utilizado en Barcelona para hacer su entrada en la plaza de San Jaime o de la Constitución, a su victorioso regreso de la campaña de Marruecos, apoteósico recibimiento tributado por la ciudad al hombre cuya meteórica ascensión no parecía sino prefiguración y augurio de un providencial destino colectivo, vítores, arcos triunfales, banderas y gallardetes, flámulas, colores barrados, rojo y gualda tendidos al viento. También en esta sala de la Casa Padellás, maqueta de la estatua ecuestre del presidente Prim, caballero de presencia altiva y porte militar, que preside las elegantes perspectivas ochocentistas del parque de La Ciudadela, monumento erigido por una sociedad barcelonesa que convirtió en jardines lo que había sido fortaleza ejecutada por Vauban, con su plaza de armas, sus calabozos y sus patíbulos, ímpetu arrollador de una sociedad en progreso, formas de vida en transformación a impulsos de una burguesía que iba a rebasar con sus iniciativas los límites del pasado, a demoler murallas, a proyectar una nueva ciudad a su imagen y semejanza, empeño de clarividencia visionaria o, más sencillamente, cuestión de vista, de buen olfato y cálculo afinado, la Barcelona de ensanches sólo en apariencia excéntricos y planes en modo alguno extemporáneos, de empresas colosales, de extravagancias modernistas, la Barcelona de la Exposición Universal, románticas expansiones y delirios de grandeza, días de euforia y alborozo ni tan siquiera empañados por las miserias del 98, degeneración esteparia de una España en cuyo seno, y en nombre de una realidad, la con tanto empuje burguesía catalana decimonónica reclamaba, ya sin ambages, el poder o la autonomía, renaixença de una Catalunya tan renovadora como tradicionalista, capaz de iniciar la monumental obra del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia y, al mismo tiempo, restaurar la fachada de la catedral, gótico museo de esplendores pasados, historias y leyendas petrificadas, naves resonantes, lóbrega penumbra, el órgano y el coro, la cripta, formas espectrales, ángeles turíferos, imágenes yacentes, sepulcros, el de santa Eulalia, por ejemplo, o el de san Raimundo de Penyafort, y junto a la puerta que comunica con el claustro, los sarcófagos de Ramón Berenguer el Viejo y su esposa Almodis, fundadores de la catedral que antecedió a la hoy día existente, la desaparecida catedral románica, edificada, a su vez, sobre las ruinas de otra más antigua, la primitiva basílica paleocristiana de suerte insegura, reconsagrada tras haber sido mezquita musulmana y anteriormente, y de un modo no menos episódico, sede episcopal arriana, templo cuya fundación es atribuida a Santiago, todo ello en las inmediaciones de donde estuvo el templo pagano dedicado a Augusto, construcciones superpuestas de las que ahora sólo quedan vestigios en el subsuelo de la actual fábrica.
Un interior traspasado de sol, bóveda de relieve aureolado por las luces matutinas, proyecciones irisadas de los vitrales, transparencias oblicuas que coloreaban las nervaduras de las columnas, los sillares, las losas, manchas cromáticas cada vez más bajas, más y más destacadas en las profundidades del crucero, graves simetrías, penumbra cuajada de brillos de oro viejo, amarilleces de antaño, tallas, labrados barrocos, retablos, pinturas cegadas por un reflejo, cegadas y no cegadas según se avanzaba bajo el resplandor de las corolas multicolores del ábside, hacia el deslumbrante vaivén de la puerta que, como a destellos, dejaba entrever al exterior, el claustro, rincón de sosiego y aun de tradicional solaz, apunte al óleo sacado desde aquel mismo ángulo, una familia ochocentista en primer término, junto al templete del surtidor, el padre con bastón y chistera, la madre en actitud de dirigirse al niño que aparece pegado a sus faldones, como si le estuviera contando algo, quién sabe si lo de l’ou com balla o lo de san Jorge y el dragón, encantadora estampa de costumbres con la vegetación del patio como fondo, macizos de flores, árboles jóvenes, apenas despuntantes, todo ello encuadrado por arquerías sin rejas, arcos repetidos, la geometría de sus calados proyectándose achatada en el enlosado, disminuida progresivamente por la perspectiva, luminosidad similar a la de hoy, no menor hoy día pese al desarrollo de la vegetación, la espesura enverjada del patio, altas palmeras con el corazón como de polen, grandes magnolios salpicados de irradiaciones, centelleos solares, y los chillidos de las ocas, y el burbujeo musgoso del surtidor, hiedras, piedra sombría, olor y luz de sotobosque en las crujías de aquel recinto abierto a la calle de la Piedad por la puerta del mismo nombre, y a la calle del Obispo por la puerta de Santa Eulalia, frente al monumento a los mártires de la tiranía bonapartista plasmado en los paramentos exteriores de la iglesia de San Severo, grupo escultórico flanqueado por paneles de azulejos con ilustraciones y textos explicativos del suceso, expresiva evocación de los diversos acontecimientos acaecidos a partir de la horrorosa escena, o sea, a partir de la ejecución de cinco patriotas en el glacis de la Ciudadela, cuando mientras se executaba la sentencia contra los cinco Héroes, otros tres valerosos de Barcelona, a saber, don Ramón Mas, don Julián Portet y don Pedro Lastortras tocaron a rebato en la torre de la catedral para convocar al Pueblo y liberar a sus hermanos. Voló allá la tropa napoleónica, y cerrando la iglesia, empezó un escrutinio el más escrupuloso. Desesperados por no encontrarlos, ofrecieron a grandes voces el perdón y a tal influxo salieron de debaxo los fuelles del órgano los tres mencionados después de haber estado más de setenta y dos horas sin comer ni beber nada. Procuraron reanimarles con vino generoso avivando la promesa de perdón, los mismos que luego, faltando a la palabra, instaron su muerte, que se executó el 27 del mismo junio en que murieron gloriosamente, acendrada entereza y bravura ejemplar de unos hombres que, por fidelidad a la causa a la que estaban entregados, por lealtad y abnegación, por obligada nobleza, por solidaridad con sus camaradas, arriesgaron y perdieron sus propias vidas en el intento de tocar a rebato con arrebato inútil, todo inútil, barceloneses de oídos cerrados a cal y canto, por quién doblan las campanas, por quién redoblan desde estas torres, catedral preeminente, sobreelevada, circundada de iglesias y palacios, alzada como una encumbración de lo que fue monte Taber, por encima de un sinuoso contorno de edificios de otros tiempos, estilos mezclados, elementos superpuestos, dispuestos a diferentes niveles. Así, sin ir más lejos, dando una simple vuelta al exterior de la catedral a partir, por ejemplo, de la puerta de Santa Eulalia, en la cuesta noroeste de esta prominencia de callejas entrecruzadas, y girando siempre según las agujas del reloj, encontraremos, calle del Obispo abajo, el Palacio Episcopal, de origen románico, y al doblar a la derecha, por la calle de Santa Lucía, la Casa del Arcediano, construcción de hechura plateresca empotrada en un lienzo residual de la muralla romana, compacto volumen que junto con la Casa de la Pia Almoina, levantada en el siglo XV con restos de edificaciones anteriores, enmarca la plaza de la Catedral o de Cristo Rey, desplegada entre ambas la escalinata que realza el pastiche decimonónico de la fachada, y doblando nuevamente a la derecha, sorteando un corro de visitantes que escuchan los chapurreos de un cicerone, nos adentramos en la calle de los Condes de Barcelona, donde se suceden los cuerpos engastados del antiguo Palacio Real Mayor y del Archivo de la Corona de Aragón, antes Palacio del Lugarteniente, y tras doblar otra vez a la derecha, por la calle de la Piedad, tortuosamente ceñida a la línea del ábside y a un ala del claustro, las Casas Canonicales, conjunto de edificios esmeradamente retocados que se prolonga hasta la calle del Obispo en su confluencia con la calle de la Piedad, ante el costado gótico del antiguo Consejo de Ciento, bifurcación que, a la derecha, nos conducirá de nuevo al punto de partida, y a la izquierda, siguiendo la calle del Obispo en su caída hacia el sureste, a todo lo largo del costado gótico del antiguo Consejo de Ciento, actual Diputación, conduce a la plaza de San Jaime, antaño de la Constitución y, también episódicamente, de la República, centro administrativo de la ciudad, sede del Ayuntamiento a la vez que de la Diputación, fachadas enfrentadas y rigurosas líneas; san Jaime, Jacobo o Santiago, patrón de España y ariete de la Cristiandad, capitán de los ejércitos, campeador de las batallas, hijo del trueno, caballero de blanca montura que, llegado a Barcino, subió a la cima del Mons Taber y, tras contemplar la ciudad, fundó la catedral allá en lo alto, primera piedra preformadora, piedra de toque, transformadora tal piedra filosofal, tal un talismán o encantamiento, transustanciación de la acrópolis, consagración del templo, tabernáculo prevaleciente, enaltecido, monte Taber o del milagro, de la desaparición, ni Moisés ni Elías ni resplandores, monte transfigurado, aplastado por el propio crecimiento de la ciudad, sepultado, esfumado para siempre et in saecula saeculorum, siglos de historia contemplando, visión fantasmagórica, espectral desfile de imperios y dominaciones, ciudad condenada a revivir, a sobrevivirse, Roma engendrada por la perdida Troya, vértice de una patria construida poco a poco en el curso de los años, con el paso de los estados y las soberanías, retórica retahíla de títulos, nombres desterrados, flatus vous, Aquitania, Septimania, Occitania, Marca Hispánica, Corona de Aragón, monarquía polimembre, imperio a caballo del Mediterráneo, estela de islas doradas de un imperio arcaico, esto es, precoz y, en todo caso, desfasado, apoteosis no por mucho tiempo sostenida, imperio tempranamente desmembrado, descabalgado, corcel sin jinete, carro atascado, pliego del cordel o letanía de infortunios, banderas distendidas, arriadas, sueños de grandeza disipados, delirio agónico de un destino inconcluso, abortado, malogrado, rosa de abril truncada, corona de espinas, corona de flores, el dentado recinto de Poblet por toda corte, escorial de triunfos y esplendores, conquistas enterradas, reposante retiro aislado en las lejanías, monasterio de doradas piedras, con sus torres moradas por suaves búhos solitarios y las tardas golondrinas recogiéndose sobre los claustros, mientras en las altivas bóvedas las tinieblas se hacen cada vez más absolutas, yacentes monarcas de alabastro, pupilas vacías, última mirada, polo ensimismado y revertido en polvo y aventado, polvo mordido, tierra anónima, mestiza, crisol y encrucijada del viejo mundo, clásica ruta de las invasiones, país ocupado, patria irredenta, sedienta de libertad, famélica de independencia, hambre y epidemias, males endémicos, días aciagos, de desgozo y desventura, de desaliento, tiempos dantescos, de furia y cólera, de peste, de opresión, de abismos raciales, fosos y desniveles, muros rotundos, ciudad encastillada, circunvalada, ciudad de asedios numantinos, asaltada, conquistada, reconquistada, conquistadora, impulsora de expediciones y ocupaciones, ciudad de suertes trocadas, liberadora y cautiva, sojuzgada y renaixent, recalcitrante y díscola, incivil, ciudad de rebeliones y restauraciones, de alzamientos, motines, atentados, bombas, barricadas, masacres, linchamientos, descargas, cargas, matracas, petardos, incendios festivos, ciudad de colores llameantes, amarillo, rojo, amarillo, rojo, amarillo, rojo, amarillo, rojo, amarillo de ginestas floridas, totes flaire i sense fum, fuego inextinguible, ave fénix de abril, refloración al viento, enseña cantada y enarbolada, señera, dominante, singular bandera, senyera roja y gualda, escudo de oro barrado de sangre y, sobre campo de plata, la cruz blanca de san Jorge, caballeresco patrón, jinete providencial y decisivo, salvador y mártir, matador de arañas, oh fábula del tiempo, ciudad de patrones inexistidos, Virgen ubicua de la Merced, descarnecida Eulalia, doncella despechada, ni virgen ni mártir de Barcelona, antes bien, piadoso desdoblamiento de su homónima de Mérida, fenómeno similar en su desarrollo al de san Severo, cuya festividad se celebra hoy, día seis de noviembre, Severo de Rávena, obispo y mártir, caído en el curso de alguna persecución y posteriormente trasladado hasta aquí con su vida y milagros, el de las habas incluido, misterios de la historia, aucas, aleluyas, muecas caprichosas, bocas chascarrillescas, cabezudos espantosos, gigantes, rey y reina como de oros girando sobre sus pies diminutos, los rasgos estáticos, el ademán recatado, reyes católicos de cartón y trapo señoreando ceremoniosamente la calle, los cortejos, festejos populares, banderas desplegadas y gallardetes al sol, flámulas, trémulas oriflamas, altos y airosos estandartes, lábaros, pendones, damascos y púrpuras, colgaduras, bandas de músicos, cornetas, tambores, timbales, trompas, platillos como soles, metal y viento acompasados, jinetes, caballos blancos, relucir de morriones empenachados, uniformes de gala, guardias civiles, cinturas fajadas de rojo, barretinas, confetti centelleante, calles enhebradas de serpentinas, una procesión saliendo de la catedral, nutrida y pausada, pasos hieráticos, escoltas, palios custodiados por prelados y dignidades, bamboleos gregarios, multitudes en marcha hacia calle Arcs, Puerta del Ángel y plaza de Cataluña, aceras atestadas, calles acordonadas, muchedumbres congregadas, concentradas en la plaza de San Jaime, entregadas a la más bella danza, palpitación de sardana, corros que se hacen y deshacen, alfombras de flores, dibujos de pétalos, retama, claveles, suelos coloreados de Corpus, cabezas de cartón, máscaras carnavalescas, asaltos de lujuria, báquica promiscuidad, desenfreno generalizado, vides y laureles, palmas de bienvenida, fiestas mayores, ciudad alegre y despreocupada, riallera, vanitosa, traçuda, Barcelona bona i dolenta, con sus noches viejas y sus viejos solsticios verbeneros, saturnales de estío, champán y cocas, flecos de papel, papel de plata, lentejuelas, farolillos, juegos de fuegos artificiales, hogueras nocturnas, incendios provocados, quema de conventos, humos de pólvora y petróleo, civitas diaboli, Barcelona covarda, crudel i grollera, siempre pronta a desdecirse, a ciscarse de todo lo humano y lo divino, puta disfrazada de monja, monja disfrazada de puta, condesa condescendida, princesa sin principios, reina travestida, res publica, archivo de cortesanías, segunda Roma, Barcelona traicionera, pronta a vitorear y aplaudir, a ovacionar, a recibir caudillos y arrastrar cuerpos despedazados por las Ramblas, a celebrar caídas o liberaciones, dominaciones y tronos, destronamientos y ejecuciones, coyunturas dislocadas, torturas, descoyuntaciones, juicios inquisitoriales, sentencias rigurosas, castigos ejemplares, suplicio hecho fiesta, duelo hecho enseña, aniversario hecho exaltación conmemorativa, perspectivas divergentes, diferentes aspectos propios de un lugar a la vez cuna de ciutadans honrats y de bandidos, capital de una tierra montaraz, campo abonado a la violencia, levante alzado de hito en hito, de siglo en siglo, levantisco, bagudas y remensas, cadells y nyerros, segadors descabezadores, hoceadores de cabezas castellanas, bandolers y rabassaires, cuadrillas represivas, mossos d’esquadra, somatenes, partidas enfrentadas, enfáticas interferencias, heridas inferidas dimanadas de recelos ancestrales, situación prolongada en el curso de los siglos, medianamente pasadera, pasablemente insostenible, siempre vadeando la adversidad, evadiéndola, cayendo en ella, infortunada tierra de castillos destruidos y condes condenados, el comte Arnau, impenitente señor de malos usos, extorsionador de siervos y estuprador de abadesas, alma en pena de tenebroso séquito, nocturna cabalgata como de eslabones, chispazos, ecos de galopadas, país maldito, país de blasfemias y sacrilegios, de santuarios violados, fray Garí o Garin, ultrajador y asesino de Riquilda, hija de Vifredo el Velloso, doncella resucitada igual que una rosa cuando, siete años más tarde, nueve tal vez, el ermitaño anatemizado, convertido en irreconocible fiera errante, fue apresado en los riscos de Montserrat por un grupo de monteros y, transportado a Barcelona en una jaula, confesó su crimen ante el estupor de la corte, todo pelambre y uñas, talla de autor anónimo situada en un rellano de la escalera, expuesta a la curiosidad de las gentes, gentes dispuestas a rendir tributo y aclamar, a ensalzar hasta el cadalso, desdichada estrella de Juan Sala, alias Serrallonga, natural de Viladrau, prototipo de buen ladrón, caballero andante del pobre, del menesteroso, zorro de las Guilleries, robinbosqueador, bandolero inmortalizado como Tallaferro y Trucafort, como Perot lo Lladre, es decir, el quijotesco Pere Rocaguinarda, más conocido por Roque Guinart, héroes populares, pistoleros del pueblo, raza de ínclitas inclinaciones libertarias, Ferrer Guardia, injusticiado, el Noi del Sucre, Quico Sabater, mártires aureolados, cruz y raya, borrón y cuenta nueva, cuenta por reajustar, raza de iconoclastas e imagineros, santos y criminales, místicos y precursores, transfretadores y navegantes, salvadores, poetas, visionarios, fratricidas, conquistadores, fenicios, filisteos, mercaderes, bastarda historia de transacciones y contubernios, actividades secularmente centradas en Barcelona, ciudad prostituida, ciudad de ocios y ocupaciones, de ambiciones políticas y esperanzas cortesanas, prisiones y patíbulos, glorias perdidas y empresas abandonadas, milagros y revueltas, ciudad contumaz y versátil, aviesa, farisaica, maniquea, zalamera, solapada, ladina, disoluta, disolvente, ácrata, separatista, integrista, reaccionaria, plutocrática, rica ciudad holgazana y laboriosa, libidinosa, lasciva, vesánica, profanadora de sepulcros, incendiaria, ciudad barrada de sangre, embarrada de sangre, bajos fondos de bofia y hampa, de matones y dinamiteros, guardaespaldas patronales y pistoleros sindicalistas, terroristas y fuerzas de choque, hombres de asalto, guardias y civiles, espíritu de cuerpo envuelto en ira, organizaciones polarizadas como en otro tiempo las de cadells y nyerros, viga buscada en el ojo ajeno, diente por diente y talión por talión, cóctel de violencia, mezcla de Chicago explosiva y Nápoles camorrista, crónica jalonada de negros sucesos y fechas sangrientas, semanas tragicómicas de una ciudad habituada a dirimir cuestiones en la calle, a liquidarlas a la vuelta de la esquina o a lo largo de las perspectivas en fuga de sus paseos, cuando no en las no menos expeditivas revueltas de Montjuich o la Rabassada, cuneta hecha embudo, ley de la trampa, pueblo oprimido, pueblo perseguido, pueblo cautivo, pueblo mesiánico, siempre en éxodo hacia sí mismo, movediza tierra prometida, ciudad edificada sobre arena, ramblas abajo, de monte a mar, de río a río, suelo nacido de las aguas, terreno brotado de las marismas en retroceso, aflorado entre aluvión y bajíos, islas y penínsulas gradualmente agrandadas, extendidas hasta configurar una sola planicie brumosa y burbujeante de barro en sedimentación, de algas y hongos, viscosidades derivantes precisadas poco a poco en un pastoso germinar de verdes, acrecentada vegetación herbácea, intrincamientos leñosos, gigantescas ramificaciones, raíces fijando la tierra, tallos trepadores envolviéndola en tibias colgaduras, revertiendo a la tierra, descomponiéndose, fermentando en lentos ciclos vitales, asentando las bases del fértil llano, de las Barcelonas futuras, sucesión fugitiva de florecimientos y desolaciones, ave fénix fenecida y resucitada, renaciente de su postrada envergadura de cenizas, ciudad hoy desplegada al abrigo del circundante anfiteatro montañoso, del Tibidabo al puerto, del Llobregat al Besós, límites rebasados de día en día por la mayor concentración humana del Mediterráneo, periferias tejidas de postes y cables, chimeneas, hierros entretejidos bajo rasantes estratos de vapores industriales, fábricas y fábricas, vías férreas, arterias de penetración, barriadas laberínticas, suburbios más y más adensados en torno al casco urbano propiamente dicho, sede amena tanto de centros de actividad trepidante como de apartadas zonas residenciales, arremansadas bajo otros cielos, aires más livianos, follaje estremecido de apacibles avenidas y paseos, vergel deleitoso y sosegado, cultivada tierra de juegos florales y ejercicios del espíritu, ciudad tradicionalmente abierta al progreso, conservadora y restauradora, archivadora de esplendores pretéritos, palabras y gestos hechos mito, fabulaciones petrificadas, un rentable pasado arqueológico desenterrado por el municipio en beneficio de todos, estimulante, enaltecedor, profundidades valiosas, excavaciones fecundas, arcos y acueductos, columnas truncadas, paramentos descombrados, dejados al descubierto, ruinas urbanizadas, perspectivas recompuestas, límpido césped y espigadas farolas, alturas coronadas de hiedra, clásicos cipreses, mirtos, piedra fructificada y laureles triunfales, Barcelona, ciudad de ferias y congresos, como proclamaba aquel gran cartel levantado en el verde, ante los viejos muros, acaso desde las equinocciales fiestas de la Merced, en septiembre pasado, ante los muros del circuito exterior de este dédalo de callejas enrevesadas, sesgadas por el declinante sol vespertino, pobladas de pasos anónimos, griterío de chiquillos entreoído como un rumor natural de las plazuelas imprevistas, de los recodos y recovecos, patios, escalinatas, portales de casas venidas a menos, ensombrecidas por los ribetes negrizos de las cornisas, por la herrumbre corrida hasta los bajos garabateados, portones abiertos a interiores oscuros, talleres, pequeños comercios, anticuarios, artesanos, imagineros, establecimientos recargados, escaparates estrechos, librería de lance, bodega, tienda de souvenirs y de bisutería, postales expuestas en el exterior, aspectos diversos de la catedral y sus inmediaciones, la plaza de San Jaime, la plaza del Rey tomada desde la Casa Padellás, la plaza de Ramón Berenguer el Grande vista desde lo alto, entre dos luces, contra el amarillo ácido del anochecer y los nítidos cirros atravesados, perspectivas de la calle del Obispo, de la calle de los Condes de Barcelona, de la calle de la Piedad, en su contorneo del ábside de la catedral, detalles de los claustros, el medallón de san Jorge, por ejemplo, en la clave del templete, piedra labrada, arquivoltas y capiteles, la puerta de santa Eulalia, la de san Ivo, la portada, composiciones de carácter más general, la fachada al fondo y un saliente de la muralla romana en primer plano, la catedral entera de frente, el núcleo de lo que fue Mons Taber sacado en su conjunto, una estructuración de techumbres, de ocres relieves con espacios verdes enclavados, panorámicas aéreas del centro comercial, de los muelles, del Ensanche, vistas parciales de la ciudad desde el Tibidabo, con las atracciones de la cumbre colgadas en el vacío, o bien desde Montjuich, los parapetos del castillo recortándose ante distancias apretadamente edificadas y un término en esfumación de colinas como nubes, vistas parciales, ponientes y contraluces, nocturnos azules y rutilantes, imágenes de la Barcelona típica, el monumento a Colón enristrado de banderines, Colón contra los cielos, el globo terráqueo como peana, Colón a la luz de los focos, señalando las tinieblas, Colón asomando entre las jarcias de la carabela Santamaría anclada en el puerto, como remontando los cielos en su globo terráqueo, el Arco de Triunfo, el Obelisco de la Victoria, la Sagrada Familia espectralmente iluminada, el estadio de las Corts repleto de espectadores, las fuentes de la Exposición, el parque de la Ciudadela cuajado de amarillosidades abrileñas, el parque Güell y sus avenidas tranquilas, aptas para citas mañaneras, paseos petrificados, árboles de roca, rugosos y retorcidos, el parque Güell y sus columnas oblicuas, su airoso serpeo de mosaico multicolor, flores hechas de fragmentos de azulejos floreados, instantáneas callejeras, tráfagos y ocios de la vida cotidiana, las Ramblas, plátanos de ramas desnudas y podadas, de brotes primaverales, de hojas secas, atabacadas, colgando en orla por encima de los paseantes, un abigarrado ir y venir entre quioscos de libros y revistas, de postales y estampas ciudadanas, entre puestos de flores, ramos y plantas y frescura como de rocío, crisantemos, pomos de siemprevivas, rígidas coronas de brusco dorado, ofrendas fúnebres, tristezas novembristas in memoriam de los que nunca más, de los que ya no van y vienen ni se detienen ni se detendrán ante los quioscos de las Ramblas, ante los puestos de flores, en coincidencia anónima, instante fijado para siempre, en un ángulo de la postal, de espaldas, un pintor ante el caballete coloreado de esbozos, todo pintoresquismo, color local, movimiento, las Ramblas y el Liceo, la plaza de Cataluña vista desde las Ramblas, la plaza de Cataluña sobrevolada de palomas, la plaza de la Universidad circunvalada de tránsito, de regueros virantes y diversificados, tranvías, turismos, taxis, autobuses, plaza congestionada, presidida por una fachada de sobrias simetrías, las seis menos veinte en el reloj de la torre cuando entró en el edificio por la puerta central con paso decidido, tras comprobar que había destacamentos de grises en todas las bocacalles de los alrededores, jeeps, caballos, fuerzas de policía preparadas para intervenir al primer síntoma de agitación, para acordonar la plaza y desviar el tránsito rodado, disolver los grupos de mirones, hacer circular los transeúntes mientras los coches-manguera entraban en acción, mientras rafagueaban los pórticos del vestíbulo despejando el terreno a los grises, abriéndoles paso por encima de los cristales rotos y las pancartas caídas y mojadas. En un principio, salvo en lo relativo al escaso número de estudiantes concentrados, inferior al más pesimista de los pronósticos, todo se desarrolló conforme a lo previsto, incluso demasiado conforme para que también el final se desarrollara conforme a lo previsto, para que se llegara a crear un clima de enardecimiento y combatividad capaz de liberar energías, de potenciar y contagiar, de desencadenar espontáneamente un proceso de acciones incontenibles, arrolladoras. Pero el factor moralmente decisivo en la posterior marcha de los acontecimientos, más que una mera cuestión de número, fue, acaso, la cruda comprobación de la incuestionable ineficacia, por circunstancias no tanto imponderables como misteriosas, de todos sus llamamientos a la conciencia universitaria, causa inmediata y manifiesta, a fin de cuentas, de la situación en que ahora se encontraban. Eran pocos, los de siempre como quien dice, los directamente comprometidos, y el fervor que desplegaron en su actividad no bastó para suplir la ausencia de las masas convocadas ni para acallar una cada vez menos imprecisa convicción de haberse embarcado en una empresa abocada al fracaso. ¿Apenas doscientos? ¿Ciento ochenta al menos? Algunos hablaron subidos a los bancos del patio, arengando a sus compañeros, pero la lectura acto seguido, sin dar margen a la improvisación, del mensaje de solidaridad con los huelguistas asturianos, resultó precipitada y confusa, casi ininteligible. Las pancartas aparecieron también con excesiva presteza y poca naturalidad, insospechadamente pequeñas y aisladas, y los gritos sonaban como furtivos, débilmente coreados. Fueron quemados unos cuantos periódicos que insertaban las notas oficiales sobre las huelgas de Asturias, y los retratos de Franco y de José Antonio, tumultuosamente descolgados de las aulas, no tardaron en hacerse añicos contra el suelo, mientras las voces se iban aunando en las rotundas estrofas del Gaudeamus Igitur. El movimiento hacia la calle se emprendió con cierta indecisión, sin que quedara del todo claro a dónde se dirigían, cuál era el recorrido, a lo largo de qué calles proyectaban manifestarse, tal vez porque nadie creía posible que pudieran llegar más allá de los pórticos, los pórticos ante los que se iban a congregar según solían, vacilantes, arremolinados, enfrentados a las formaciones de grises, a la acción de los coches-manguera, ahora vociferando ¡libertad!, ¡libertad!, bajo el embate del agua hasta que, cuando estallaron los petardos, uno tras otro, sobresaltantes, la policía respondió iniciando la carga en apretado arranque de botas y porras y cascos de acero. Debían ser alrededor de las seis y pico.
Fui por curiosidad, a ver qué pasaba.
Ni curiosidad ni pollas, dijo Montserrat. Conmigo déjate de cuentos, que no soy la policía. Tú fuiste porque tenías que hacerlo.
Bueno, pero por solidaridad con mis compañeros, quiero decir. Es que ahora basta que pidas libertad para que enseguida te llamen comunista.
¿Ahora? Hasta de José Antonio dirían que es comunista.
Eloísa recogía la mesa y, desde la salita, por la vidriera abierta, la vieron correr con sus platos hacia la cocina, la cara súbitamente contraída, borrosa de lágrimas, igual que cuando Raúl había llegado a casa y papá le abrazó y ella oyó que le decía hijo mío, hijo mío. Montserrat le interrogó con la mirada. Estaban solos. Papá se había retirado, probablemente al retrete, momentos antes de que apareciera Montserrat, de que se detuviera apenas en la puerta, enfática y triunfante, y sin contestar a su saludo, se le viniera encima abriendo los brazos para estrecharle entre besos repetidos, atrayéndole, el bolso y los guantes contra su cogote, apartándole como para verle mejor, manteniéndole sujeto por los hombros mientras repetía machote, que estás hecho un machote. Raúl volvió a llenar las tazas de café, echó más coñac en la copa de Montserrat; la suya, en cambio, seguía improbada, poco apetecible en tal estado de fatiga y, sobre todo, de aturdimiento, tensión resultante del sesgo insólito de las últimas horas, de la condensación de acontecimientos, del carácter absorbente de las emociones acumuladas hasta dejarle seco y áspero, como con resaca, la cabeza acolchada de somnolencia, bruma blanda, deformadora de la percepción, las palabras sonando contra vacíos, rebotando entre incoherencias, hilo enredado de la frase, evocaciones difícilmente concretadas y de respuesta todavía más difícil. Dificultad tanto mayor cuanto que la conversación de Montserrat era ya de por sí más bien incoherente, ideas dispersas, en fuga, expuestas con exaltación y apresuramiento, cambios de tema demasiado bruscos, personalidad de José Antonio, juventud de entonces, ideales. El verdadero José Antonio: carácter sublime, intransmisible, de la cualidad poemática y viril de su estilo, de su palabra. Lo había conocido en un mitin, durante la República, cuando Jaime era uno de los líderes falangistas de la universidad. Gente con una capacidad de sacrificio inconmensurable, contagiosa, gente entregada total y apasionadamente a la causa, por encima de intereses egoístas, al margen de toda mezquindad. Magnetismo inolvidable de una época, de un modo de ser, hombres que marcaban, que sabían hacer vibrar, hombres de verdad, como José Ramón y José Pedro, como Florentino, como Vittorio, como el mismo Ernst, que, al menos en este aspecto, en cuanto a hombría y bravura, no tenía que envidiar a nadie. Una generación de héroes, algo inimaginable para quien no lo hubiera vivido, aquella actitud de arrojo y desprendimiento, de desprecio por la vida, siempre jugando con la muerte, viviendo como entre paréntesis, apurando hasta el último minuto los cortos permisos en retaguardia, alegres igual que niños traviesos. ¡Temeridades! ¡Rasgos de valor y gestos de osadía! Arrestos, desdenes, fierezas, arrogancias, denuedos, hazañas… Imposible expresar lo que era aquello. Los mejores murieron y, ahora, los otros, los emboscados, los que no llegaron a disparar un tiro, nos dan morcilla a todos. Porque nosotros no hicimos la guerra para estos chupópteros, para esa pandilla del Opus, para los falangistas de ahora, para los que ahora cortan el bacalao y arriman el ascua a su sardina hablando de estabilización. Su dinero, esto es lo que quieren estabilizar. ¿Tú crees que alguien hubiera no ya dado, sino siquiera arriesgado, su vida por la cara bonita de los estraperlistas, de los enchufados, de los nuevos ricos, por esta gente de los bancos y grupos financieros que se han apoderado de la economía del país? Tocinaires, como les llamábamos entonces, gentuza, purria que no tenía dónde caerse muerta antes de la guerra y que hizo su agosto con el estraperlo. Buena prisa se dieron. Y maña. Tanta como para esconderse mientras hubo peligro. ¡Si José Antonio levantara la cabeza! Quedan tan pocos, los fieles, los afectos a la verdadera causa. Pero es un consuelo saber que puedes contar con ellos para lo que sea, que te responderán incondicionalmente, que removerán Roma con Santiago si es preciso. Cuando me he enterado de lo tuyo, no he tenido más que hablar con Madrid, con Florentino, un amigo entrañable, el que te recomendó cuando las prácticas de alférez. Montserrat, me ha dicho, me voy a interesar por el chico como si fuera mi propio hijo. Y esto que estaba mal informado, que tenía una idea equivocada de los hechos. O, al menos, deformada. Pero, por Dios, Florentino, ¿no te das cuenta de que, tal y como están las cosas, a un muchacho honesto no le cabe hoy adoptar otra postura? ¿De que su actitud es, en el fondo, y aunque tal vez ni él mismo lo sepa, la de una persona realmente adicta, dado que entraña una noble lealtad, si no a la letra, sí al espíritu de los mismos principios que nos impulsaron a nosotros? ¿Te has olvidado de cuando nosotros teníamos su edad? ¿Crees tú que ante una situación como la de hoy día nos hubiéramos comportado de otra manera? Y le he hecho ver que para nosotros representa hasta una obligación alentar, respaldar y orientar, en lo que podamos, a cuantos de vosotros, en estos tiempos de confusionismo y naufragio de valores, aparecéis como moralmente sanos, con inquietudes y coraje, con ideales, con altruismo. Y Florentino me ha dicho que, vamos, que desde luego se iba a tomar el mismo interés que si se tratara de su propio hijo. Es todo un caballero, recto a carta cabal, insobornable. Calló por un instante meneando la cabeza, arqueando las tenues cejas depiladas, rememorativa. Había momentos en que se diría que llevaba una careta, aquella lisura algo inflada de rasgos en un contorno de repliegues empastados, la tez empolvada y blanca, el pelo claro y rígido, crinoso, y los ojos saltones en medio de la cara; parecía llevarla al inclinarse hacia adelante en el asiento, los codos sobre las rodillas, como asaltando, y luego se repantingaba contra el respaldo, las piernas estiradas, la copa de coñac cogida sobre el vientre abultado. Le preguntó por su vida y sus proyectos, por Nuria, por la carrera.
¿Y tu novia? ¿Está todavía en Inglaterra?
¿Nuria? Sí, en Inglaterra. Pero no es mi novia.
Novia o como quieras llamarle, ya me entiendes, no vamos a empezar ahora tú y yo con circunloquios. ¿Lo habéis dejado correr?
Bueno, en realidad nunca hemos sido nada concreto. Y ahora ni siquiera eso.
Ah, pues que conste que lo he preguntado con toda ingenuidad, que no sabía nada. Ya sabes que no tengo ni así de chafardera. Allá se las componga cada uno. Pero si quieres que te diga la verdad, creo que has hecho bien. Seguro que estás hecho un Tenorio y que lo último que te apetece es el matrimonio. Pues muy bien. Eres todavía muy joven para ligarte. Es más, te lo digo de verdad, si yo fuera hombre, desde luego no me casaba. Y no lo digo por la libertad que invariablemente sacrificas, sino por la falta de contrapartida, por los desengaños que te llevas, por los chascos. Créeme, no hay responsabilidad más ingrata que la del matrimonio. Y el lastre que representa para todo. Yo no sé exactamente a qué pensarás dedicarte, pero apostaría el cuello a que no será a una cosa de carácter rutinario, sino, al contrario, algo muy poco convencional, que exija independencia y personalidad. Escribir, por ejemplo; porque no sé de qué género es lo que escribes, pero estoy segura que lo haces, a mí no me engañas, que tengo un sexto sentido para estas cosas. Pues imagina ahora tú qué traba. Monsina porque es una chica y para una chica es diferente, porque una chica siempre lleva las de perder y hay que cuidarla, pero te aseguro que si en vez de una hija tuviera un hijo… Sobre todo, nada de enamorarse, eso sobre todo. Tú haz lo que quieras, pero no te enamores, le diría. Arréglatelas para no hacer ningún bombo y, si lo haces, arréglatelas para no dejarte agarrar. Y si algún día te apetece casarte, te casas, pero no te enamores, que entonces estás perdido… Claro que las niñas de hoy día tampoco son lo más indicado para inspirar sentimientos elevados. Las niñas y los niños, que también se las traen. Estos niñatos imberbes, que parecen criados en un invernadero. Por lo visto, es un problema mundial; tú que has viajado sabrás si es verdad. Lo que te aseguro es que, al menos aquí, estos niñatos de ahora, los que vienen por casa cuando Monsina da una fiesta, son el acabóse. Yo, al menos, no los entiendo. Es como si tuvieran la sangre de horchata, sin pasiones al mismo tiempo que sin principios, sin caídas, sin remordimientos, sin lucha, ni carne ni pescado, no sé, aigualidos. Ya sé que tú pensarás de otra forma, pero para mí es esencial tener religión, tener principios. Tú tendrás otras convicciones, pero por lo menos tienes esto, convicciones, y no creas, que yo también he pasado por baches y conocido la duda. Pero la verdad es que no sabría pasarme sin la misa del domingo, por ejemplo. Sin la misa, el domingo sería para mí un día como cojo. Y es que creo que me trae suerte. En cambio, ellos no, en ellos no ves una contención, un freno, unas convicciones. Es como si no tuvieran nada que contener. Por un lado, lo saben todo; por otro, no se interesan por nada. ¡Si yo, que soy casi una vieja, a su lado me siento hecha una cría! Pero ellos, nada, no tienen ideales, no tienen preocupaciones, todo les es indiferente, no hablan más que de tonterías… No les ves con un algo, aquello que dices un carácter, un temple. Yo creo que no les interesan ni las niñas. Si no hablan más que de trapos, como nenas. Todo lo que no sean sus trapos, sus discos y sus guitarras… ¿A ti te parece normal? Hace sólo unos años, cuatro, cinco máximo, esto no pasaba. Tú mismo, por ejemplo, tú, a su edad, eras de otra manera. Y es que los chicos como tú que, aunque no habéis vivido la guerra, os acordáis de ella, sois ya de otra generación, no cabe duda. Y se nota. A sus mismos años, teníais como más nervio, más empenta, buscabais, ibais detrás de las chicas, en fin, lo normal. Era más como en mi época, como ha sido siempre. Y yo creo que es por eso, por la guerra; la visteis, por niños que fuerais, la tocasteis, crecisteis en la lucha, y sabéis que la realidad de la vida pues es eso, lucha, lucha, y no un colchón. En cambio, hablar de nuestra guerra a estos que vienen ahora es como hablarles del paleolítico.
Sostenía la mirada de Montserrat, pero sin fijar propiamente sus ojos en los de ella, sin establecer una relación recíproca y, como inerte, se dejaba traspasar por aquella mirada, asintiendo. Era como obstinarse en leer distraído por algo, sacando sólo intuiciones parciales del sentido del texto, destellos aislados y al instante esfumados, esforzándose en ligarlos entre sí, en reconstruir su continuidad. Entonces, la oía decir; evocaciones, contrastes, contraposiciones, evidencias. Entonces: voluntarios muertos a los diecisiete, dieciséis y hasta quince años; Jaime, a los veintidós. La miraba buscar en el bolso, rebuscar en el bolso mientras hablaba, y tomó con cuidado la foto que ella acabó por tenderle, una cara de rasgos muy dibujados, llena de sonriencias juveniles, borrosa y retocada en derredor, como nimbada, cartulina de cantos machacados y sucios y olor a uso, a billetero. Ahora, en cambio, ahora: ¿dónde vamos a parar? Chicos cada vez más afeminados, chicas cada vez menos hembras. ¿Hacia una completa confusión de sexos? Le preguntó otra vez por sus proyectos. ¿Oposiciones a cátedra? ¿Sociología? Esto es lo que necesitamos, maestros, dirigentes, cerebros. Gente que mire por la sociedad. Gente capacitada, con visión, con autoridad. Que gobierne, no en beneficio de unos pocos, sino de todos. Con sentido social. Sin atender a intereses particulares ni a favoritismos. El bien común. Inflexiblemente. Camino difícil, lleno de disgustos y amarguras, tanta gente fallando, abdicando. Reciente y triste decepción sufrida con una persona muy amiga y allegada. Yo le tenía por un puro y ha resultado ser lo que aquí en Cataluña llamamos un torracollons. Créeme que te admiro. Pero yo no podría, ya he perdido para siempre la confianza en el prójimo, me han caído en la vida demasiados palos. Se había hecho con el coñac y rellenó las copas sin poner atención en el movimiento denegativo con el que Raúl intentó proteger la suya. Demasiados, dijo. Y enseguida: vamos a agarrar una cogorza… Hundió los dedos en un paquete de rubio y escarbó distraídamente, sin resultado, para acabar estrujando sobre un cenicero la envoltura vacía. Aceptó en silencio un cigarrillo negro, y Raúl, al darle fuego, advirtió que miraba por encima de él, hacia la puerta, y la vio levantarse soltando una bocanada de humo, alisándose la falda. Tío Jorge, guapo. Obstinarse en leer y releer, palabras superpuestas, sensaciones simultáneas, impresiones desdobladas, volver a pasar las páginas buscando inútilmente en el periódico alguna referencia a los incidentes de la universidad. Mira, gracias a Dios, sólo un susto. Si al menos le sirviera de escarmiento. Doblar el periódico, apurar el café, mirar la hora, la taza sobre la mesita, el periódico doblado en el asiento, a su lado, imágenes reiteradas; ir al colegio, dar la clase, tomar un taxi, la cita con Escala o con Santiago o con un enlace, o una reunión del comité de coordinación, o reunirse con Fortuny y Federico, en casa de Adolfo, teóricamente para discutir cuestiones de tipo práctico, si Marius Cots estaba ya maduro para plantearle el ingreso en el partido, si no le quedaban todavía residuos de su anterior catalanismo pequeño burgués. Y cuando no había cuestiones de tipo práctico por discutir, se reunían igualmente y, de hecho, volvían sobre los mismos temas, sobre los problemas de siempre, disquisiciones teóricas, circunstancias que hicieron posible el stalinismo, Budapest, países socialistas e internacionalismo proletario, posibilidad, probabilidad o seguridad de que el partido comunista español, aceptando el juego parlamentario según el ejemplo de tantos partidos hermanos, terminara por institucionalizarse en oposición perpetua, problemas y distingos que, a impulsos de los incisos de Federico, derivaban con facilidad hacia el terreno personal, aquí, en Cataluña, el comunismo ha sido siempre cosa de la pequeña burguesía, Cots se entenderá enseguida con Fortuny, le dije que si Cataluña no es una nación independiente por algo será, etcétera, vueltas y más vueltas, fluctuaciones de tono y hasta de argumentos en torno a un núcleo inalterable, la actitud o, si se prefiere, el papel de cada uno, posiciones personales revestidas de conceptos variables y derivados, como derivan las palabras, por ejemplo, en un himno patriótico, con todos sus ripios residuales, como derivan en determinadas exposiciones ideológicas o en una historia de carácter apologético, con sus hipótesis e interpretaciones tan frecuentemente articuladas por la retórica, exégesis propensas a perderse en el curso de la frase, en los giros e incisos del período, conclusiones como creadas por la propia dinámica de la oración, por el atractivo magnético que unas palabras parecen ejercer respecto a otras, independientemente de lo apropiado de su aplicación, de acuerdo con un desarrollo fundamentado no tanto en los datos objetivos a que uno cree referirse como en las palabras empleadas, palabras, palabras, quién sabe si con cierta conciencia de que es lo único que queda en definitiva. Montserrat dijo puedes estar orgulloso de él, y empezó a sonar el teléfono, y papá la miraba con ojos suspicaces, y Raúl dijo voy yo, y se adelantó a Eloísa, y Fortuny, seguramente desde algún teléfono público, dijo que no había ningún enfermo grave, que todos se iban restableciendo, que no había perdido la llave de contacto, claves diáfanas, caso de tener intervenido el teléfono, puntualizaciones casi más comprometedoras que hablar con naturalidad, mientras papá decía vamos, vamos, qué metedura de pata, qué más pruebas quieres que el que hayan tenido que soltarle, y Raúl preguntó si sabía si en la universidad había habido clases, si había pasado algo más, y Fortuny dijo que no, que las clases habían transcurrido normalmente, que ya le iría llamando, que aquella tarde no podría ir donde siempre. ¡Pero mira que decir que he puesto desidia en la educación de mis hijos!, dijo papá. Reunirse en casa de Adolfo, discutir, divagar, oír discos, beber ginebra, imágenes simultáneas, reiteradas. Adolfo con Aurora como a sus pies, Aurora escuchando o pareciendo escuchar, sentencias fascinantes, cataclismo repetido acaso hasta el amanecer, ebriedad de lo irreparable, dies irae, dies illa, illa daurada y perdida, entonaciones esfumadas, malogradas mocedades mozartianas, réquiem a la juventud y a la vida, teste David cum Sibila, doloroso despertar, belleza miquelangélica, recostada y desnuda, Aurora marmórea, enigmática. Y Adolfo sereno, pensieroso, la mano izquierda aguantando la pipa humeante entre los dientes. Mientras no cayera del pedestal, mientras el mito no se derrumbara; mientras. ¿Por qué respetado? ¿Por fascinante? ¿Fascinante para quién? ¿Fascinante para todos? ¿Respetado por todos? Por todos. Incluso por Federico, y acaso respetado por todos en tanto que respetado por Federico, respetado hasta el punto de que ni siquiera Pluto se atrevía a bromear a costa suya. O bien respetado porque todos coincidían en que era un tipo muy inteligente aunque, de hecho, como apenas hablaba, apenas hubiera base real para saber si era o no era inteligente. O porque todo el mundo decía que estaba escribiendo una gran novela, una gran obra de la que, por otra parte, nadie conocía más que fragmentos, y que, en consecuencia, bien pudiera resultar un fracaso, en el supuesto, nada aventurado, como todo lo que está por suceder, de que algún día llegara a concluirla. Y tanto más respetado cuanto que, quién sabe si debido a razones apriorísticas o como resultado de su propia actitud colectiva, todos ellos, Raúl el primero, le otorgaban implícitamente una especie de autoridad o aquiescencia, callaban no bien lo pedía Adolfo, acabando con discusiones en las que Adolfo no participaba, dejaban que se impusiera su voz cuando, de haberse tratado de cualquier otro que no fuera Adolfo, no hubieran llegado ni a oírle. Callaban, Raúl el primero, y bebían sus ginebras sin escuchar la música o escuchándola a pesar suyo, dando por bueno, uno por otro, cuanto Adolfo hubiera dicho, no tanto porque estuvieran de acuerdo como porque, al margen de estar o no estar de acuerdo, descartaban de antemano la oportunidad de ponerlo en duda, conforme a una especie de deferencia impuesta por el ambiente, por un ambiente creado en definitiva por ellos mismos. ¿Dónde había que buscar la raíz de esta deferencia, de este acatamiento? O mejor: ¿qué cualidad tenía Adolfo que no tuviera cualquier otro, Federico, él mismo, cualquier otro no menos inteligente ni menos rápido y brillante? ¿Fascinante? ¿Cuál era el sentido exacto que Aurora daba a la palabra? ¿Algo definitivo, de valor total, absoluto, antepuesto a cualquier otra cosa? Probó el coñac.
Lo que no entiendo es cómo haces caso de Juanito, tío, francamente. ¿No ves que Juanito es lo que se llama, hablando en plata y llamando a las cosas por su nombre, un gilipollas?
Porque soy abogado y sé lo que quiere decir desidia. Y de lo que él me acusa es de negligencia culposa.
Pero ¿no ves que quien no sabe lo que quiere decir desidia es él? Si él supiera qué quiere decir lo que dice, ya no sería Juanito.
Hombre, hombre, por el amor de Dios. Mira que decir que yo, que tengo un hijo nada menos que sacerdote, he puesto desidia en la educación de mis hijos, que he puesto desidia cuando precisamente el ambiente familiar en que se han educado no podía ser más cristiano, cuando he puesto todo mi esmero en que fueran a los mejores colegios religiosos y jamás he escatimado sacrificio alguno en aras de su formación ¿Qué culpa tengo yo de lo que después hagan mis hijos, si yo he hecho todo lo que he podido? Además, que lo de Raúl no ha sido más que un error del que ha sido víctima él como podía haberlo sido cualquier otro, la prueba es que han tenido que soltarle. Es esta gente de la policía que quiere encontrar quien pague los platos rotos sea como sea. Él iba a sus clases, como cada día, y se vio envuelto en todo este jaleo. Ése es su gran delito.
De Raúl puedes estar orgulloso, sólo te digo esto. Es de la madera de Jaime. Ningún otro de sus primos le llega ni a la suela de los zapatos.
Diantre, pues que tu hermano mida un poco sus palabras. No se puede llenar de oprobio a la gente así, sin ton ni son, sin tener suficientes elementos de juicio. Ni aun teniéndolos, vaya, porque las cosas nunca son tan simples como parecen. No juzguéis y no seréis juzgados. Y mucho menos lanzar semejante baldón así, como una piedra. Cuando no se sabe de qué se habla, lo mejor es callarse. ¿Qué tendrá que ver Raúl con que tu pobre hermano muriera como un héroe, porque era un héroe, luchando contra los rojos?
¿Cómo, pobre? Aquí el único pobre es Juanito. Un pobre de espíritu. Jaime era todo menos pobre, era la generosidad y el arrojo personificados, era la grandeza misma. Ni en su vida ni en su muerte no hay nada que merezca el calificativo de pobre. Dios me libre de desear una desgracia a Juanito, pero que Dios siempre se lleva a los mejores, esto sí que te aseguro que es cierto.
Pues ya ves lo que anda diciendo. Que no quiere tratos con los que mataron a su hermano. Así mismo lo ha dicho. A Gregorio, esta mañana.
Tal para cual. Valiente chafardero está hecho también Gregorius. Seguro que le habrá faltado tiempo para venir a contártelo. Ahora, por lo que respecta a Juanito, para qué vamos a hablar. Mucho insignia y mucho su alteza arriba y su alteza abajo, pero, en el momento de la verdad, no sería capaz de arriesgar por don Juan ni uno solo de sus pelos teñidos. Y, fuera de esto, no le saques del Círculo Ecuestre, de los rayos ultravioletas y de sus putitas del Bolero, que ahí se acaban todos sus ideales. Ah, y de la Asociación de Amigos de los Trenes en Miniatura, que le han nombrado vocal o qué sé yo.
De esto me quejo. De que un individuo como él, que no ha tenido ningún desgaste, que ni sabe lo que es trabajar, que se ha dedicado siempre a darse la buena vida, se atreva a criticarme a mí, que aparte de ser hermano de su padre, del respeto que me debe, soy un hombre que ha luchado, un hombre que se ha entregado al trabajo, que ha consagrado todos sus esfuerzos a dar una educación cristiana a sus hijos. Yo, que después de haber sido destrozado por la vida, que después del golpe de lo de Eulalia, me encontré de buenas a primeras con dos hijos en el mundo y sin mujer, eh, y perseguido por los rojos, y que a pesar de todo he conseguido asegurarles una situación desahogada. No, si la de padecimientos que he llegado a pasar no lo sabe nadie.
Por Dios, tío, no lo sabré yo de sobras. Pero Gregorius también ha hecho mal contándote una cosa que, viniendo de quien viene, no tiene ninguna trascendencia. Es un correveidile incorregible y lo será toda su vida.
Me gustará que le oigas. Verás como no me invento nada.
Tío, pero por Dios.
Es que me gustaría que le oyeras. Ya debiera estar aquí. Esta mañana ha estado conmigo, en el jardín. Y ha dicho que volvería enseguida después de comer. No entiendo cómo tarda tanto. Sabe que después siempre hago un poco de siesta.
Se habrá olvidado. Yo creo que ni sabe dónde tiene la cabeza. Se olvida de todo, se duerme en todas partes.
Yo creo que es porque toma demasiadas pastillas. Todas estas porquerías para el insomnio dejan muy chafado. Pero si te habitúas, ya estás listo. Y además son carísimas, un verdadero censo. También dice que tiene angustia. Para mí, que está cargado de manías. Si a veces parece, no sé, como chiflado.
Será chiflado de amor.
Es que nadie lo diría, pero yo le llevo seis años. Y la misma Paquita, medio imposibilitada y todo como está, la pobre le lleva once, y tiene la cabeza mucho más clara. Gregorio chochea, no está en sus cabales, vaya.
Es lo que te digo, el amor. No hay más que verle por la calle, con la Leonor. Van del brazo como dos enamorados, como una parejita de tórtolos. Me los encontré un día, hace meses.
Debió ser cuando pasó aquel bache. Pobre Leonor, pues es una buena mujer. Es como Eloísa, lleva tantos años en la casa. Suerte tiene de ella, que aunque ahora no está tan chafado, no sé qué haría si no. Es como un niño, necesita que le estén todo el día encima.
Si yo no les critico, que conste. Al contrario. El que ella sea una chacha para mí no cuenta. Como si fuera la reina de Inglaterra. Gregorius es muy libre de liarse con quien le dé la gana. Lo que pasa es que ella no es precisamente lo que se llama un dechado de encantos. Ésta es la única pega que le veo a su Leonor.
Montserrat, Montserrat, ya sabes que no me gusta que hables tan a la ligera. Dices las cosas en broma, pero quien no te conoce puede tomárselo en serio y, vamos, produce mala impresión. Y luego las cosas se repiten, la gente es terrible. No hay que hacer juicios temerarios, Montserrat. Tú eres muy aficionada a hacerlos y no está bien. Al menos en mi presencia. Y lo digo en serio, vaya.
Pero, tío, si sabes de sobra que no lo digo en su demérito ni con ánimo de criticar. A Gregorius lo quiero muchísimo, con sus rarezas y todo, y sé perfectamente que sin ella andaría perdido. Si es que es el colmo del despiste. Con decirte que hace unos años, cuando Monsina tenía nueve o diez, tuve que prohibirle que se la llevara al parque. Ya sabes que Gregorius tiene locura por Monsina, vamos, por todos los niños, pero quizás más por Monsina, y que los niños siempre tienen locura por él, que no se sabe por qué, pero Gregorius es para los niños una especie de institución. Pues, bueno, tuve que decirle que no les dejaba más ir solos al parque, que si no iban con la Leonor o alguna persona responsable, que no. Y es que, ya sabes lo trazotas que es, jugando con ella, se ve que forcejeaban, que le levantaba las faldas, que hacía como que la zurraba, en fin, y un buen día se llegó a formar un corro de gente y hasta se acercó un guardia y empezó a hacerle preguntas. Un verdadero espectáculo. Y suerte tuvo que había por allí alguien que ya le conocía de otras veces. Le debieron tomar por uno de esos maniáticos que van detrás de los niños. ¿Por qué os lo he contado? Ah, sí, pues nada, pues ahora que la niña está ya hecha una mujer, él sigue con las mismas bromas. Y, claro, quien no conozca su modo de ser, pensará que es un viejo verde. Pero él ni se da cuenta de que la pobre Monsina lo pasa fatal; se pone como un tomate y una vez se echó a llorar y todo. Y yo dije, pero, por Dios, Gregorius, ¿no te das cuenta de que no se puede tocar el culo a una chica de quince años?
Desde luego, este Gregorio es el acabóse. ¿Y qué me dices de aquella vez que le robaron la gabardina en el parque? Él cuenta que un muchacho joven le preguntó la hora y que, cuando se dio cuenta, le había desaparecido la gabardina del respaldo del banco. Para mí que se debió dormir.
No me extraña nada. Se queda dormido, se olvida de las cosas y luego se piensa que le han robado. Si se duerme hasta en los cines. Parece que en una ocasión dio un susto de campeonato a los acomodadores, que vieron que todo el mundo salía y que él se quedaba como un muerto.
Ya, ya. Es que tiene cosas de persona trastornada. Yo creo que toma demasiado el sol, que el sol le coge en la cabeza y lo deja como atontado. Tanto sol no puede ser bueno. Se queda dormido como un lirón y luego, claro, por la noche no puede conciliar el sueño y tiene que tomar pastillas. Está metido en un círculo vicioso y no sabe cómo salirse. Paquita tiene la cabeza mucho más clara, ya te digo.
¿Tía Paquita? Qué quieres que te diga. Yo creo que si estuviera en sus cabales no se hubiera tomado en serio todas estas historias del milenario de los Ferrer y del escudo de la familia con que esos mangantes de la heráldica le sacan los cuartos. Claro que la culpa es de Juanito, que es un majadero, y fue quien le calentó los cascos; pero hace sólo unos años, ella no le hubiera hecho ni caso. Todos tenemos nuestras manías y ella tenía las suyas, como la de los santos y las devociones. Pero, que yo recuerde, nunca le había oído hablar de milenarios ni de escudos. Y ahora parece un disco rayado, no te habla más que de que en 1963 o no sé cuándo se cumple el milenario de la familia, y que si para entonces ella falta, no nos olvidemos de celebrarlo. La pobre. Imagínate qué van a saber que no sepamos nosotros de la familia estos desgraciados de las investigaciones heráldicas. Pero ellos halagan la vanidad de la gente con escudos nobiliarios y árboles genealógicos que se sacan de la manga, y de eso viven. El único que se los puede tomar en serio es Juanito, que se ha hecho sacar un sello para el anillo y va por ahí pavoneándose, contando que los primeros Ferrer eran señores del Ampurdán que fueron a establecerse en no sé qué tierras de la provincia de Tarragona. Y yo le digo, ¿pero no ves, cretino gilipollas, que el apellido Ferrer es de lo más menestral que puede haber?
Mira, cada cual tiene sus manías. Y con ésta no le hace daño a nadie.
No hace daño, pero hace el ridículo. Sus amigos monárquicos deben ser los primeros en empezar a chotearse a la que se da la vuelta. Claro que tampoco ellos tienen demasiados motivos para enorgullecerse, títulos de hace cuatro días la mayor parte, premio a las virtudes ciudadanas y a los buenos negocios, un origen no muy glorioso. Todo el mundo sabe que en Cataluña nunca ha habido nobles en el sentido convencional. Ni falta que nos han hecho, dicho sea de paso. Había condes, eso sí, y lo demás eran señores y basta. ¿A qué viene ahora tanto marqués? Pero si cualquiera de estos títulos de pacotilla hace ya el ridículo al lado de un duque de Alba o de Medinaceli, puedes contar qué ridículo no hará Juanito presumiendo de nobleza.
Y qué más da, mujer, qué más da. Además, quién sabe si no hay un fondo de verdad en todo eso.
Vamos, vamos, tío, que sabes tan bien como yo que, hasta que Juanito conoció a los mangantes estos, en casa nunca se había oído hablar de semejantes historias. Lo que pasa es que, ya conoces a tía Paquita, con lo del milenario le pillaron la onda, y en esas estamos.
Pobre Paquita, también tiene una buena cruz con su salud. La vida no le ha deparado más que adversidades y desgracias. Le pasa como a mí, que aparte de ver a los hijos ya encarrilados… Primero pierde el primogénito, luego el marido, y ahora esta enfermedad consumiéndola años y años. Y la desaparición de otros tantos seres queridos, tus padres, los dos en pleno vigor, eh, en la flor de la edad. Se diría que Dios ha querido ponernos a prueba. Por mi parte, siempre lo he aceptado todo con resignación, pero a veces pienso por qué, Dios mío, por qué. Lo de Eulalia representó para mí un golpe terrible, no puedes figurarte. Ni sé cómo no perdí el oremus. De no tener fe, de no tener religión, creo que hubiera hecho un disparate. Suerte también de mis hijos, que me obligaron a reaccionar, a seguir luchando para sacarlos adelante. Fuera de ellos, ya no tenía ilusiones, había perdido las ganas de luchar, todo. Y apenas me había recuperado, la guerra, las persecuciones, y otra vez vuelta a empezar, un golpe detrás de otro. Pero lo de Eulalia marcó el principio de mis desgracias, fue la verdadera tragedia de mi vida. De haberla tenido a mi lado, nunca me hubiera retirado de la Anónima, como me retiré, cansado de la vida y de todo. Pero sin ella me sentí viejo antes de tiempo y sin fuerzas, y una vez encaminados mis hijos, uno sacerdote y el otro acabando los estudios, me faltaban alicientes para continuar al frente de la Anónima. Claro que un hombre de costumbres frugales como yo, que no tiene necesidades, vive con nada, y para los gastos de la casa, gracias a Dios, nuestras rentas son suficientes. Pero no es el dinero, el deseo de lucro, no. Es el aspecto moral. Yo tenía facultades y empuje y hubiera podido llegar a ser, qué te diré yo, un Jacinto Bonet, una personalidad en el mundo de los negocios.
¿Jacinto? Pues la verdad es que no sé qué ves en él, aparte de que sea un ricacho. A mí no me parece nada del otro modo. No sé, cualquiera diría.
¿Jacinto? ¿Un cualquiera? Por el amor de Dios, Montserrat, no me digas esto. Jacinto es un chico que vale mucho, todo el mundo lo sabe. A su edad, las relaciones que tiene y la posición que se ha forjado. Yo, al menos, lo tengo por un portento. Es un hombre que, vamos, ha triunfado. ¿Qué más quieres?
Uno de tantos que chupan del bote. Así ya se pueden tener haigas y criados y estar siempre de la ceca a la meca. Además, un hombre que se va a América en barco y a Madrid en coche porque tiene miedo al avión, perdona, pero no es mi tipo.
Pero, mujer, no hagas caso de estas cosas, que son naderías. Tú pregunta a quien quieras en Barcelona por Jacinto Bonet, eh, y si es alguien enterado, si es alguien introducido en el mundo de los negocios, te dirá que hay que quitarse el sombrero. Jacinto Bonet es una personalidad de valía reconocida. ¿Que tiene enemigos? Como cualquier figura importante. En este mundo, todo es envidia y maledicencia, ya se sabe. Pero los que le critican son los de quítate tú para ponerme yo. Y bien que hace aprovechándose. En definitiva, el secreto del mundo de los negocios es éste: saber aprovechar las ocasiones. Sin afán de lucro no habría actividad económica. Mientras no infrinjas las leyes… Y este Régimen podrá tener muchos defectos, pero el Plan de Estabilización era una medida necesaria. Te lo digo como hombre de negocios. Una medicina que había que administrar al país, y el Régimen lo ha hecho, y créeme que el tiempo le dará la razón, aunque de momento sea un mal trago para todos. Ya se sabe, hay que estar a las duras y a las maduras. Y aun con todos los defectos que este Régimen pueda tener, antes que volver a las andadas, cualquier cosa. Aquella inseguridad, siempre con el alma en vilo, pendiente de que te fusilaran en cualquier cuneta, de que te asesinaran nada más que porque eres persona de posición o porque habías votado a las derechas. O simplemente porque te encontraban un escapulario. Aquellas bandas de criminales sueltos, la chusma desatada, las checas, los registros. A nosotros nos robaron las joyas, la plata, todo lo que pudieron. Lo que fue aquello es algo que no tiene nombre. ¿Y ahora vamos a quejamos de la Estabilización? Vamos, vamos. Como si lo que hace falta no fuera precisamente estabilidad, estabilidad y más estabilidad. Lo que pasa es que los españoles nunca estamos contentos. ¿Quieres mayor desgracia que una revolución, el caos económico y social, las venganzas, la pérdida de tantos seres queridos?
Dímelo a mí, tío. Y de esto es de lo que me quejo, de que Jaime no murió para esto de ahora. Será un mal menor, si quieres, pero él no murió para esto.
Sí, mira, las cosas nunca salen según nuestros anhelos. Pobre chico, era un héroe, un idealista de verdad. En estas cosas siempre pagan justos por pecadores. Y precisamente él, tan joven, tan lleno de vida y de energías. Qué mala suerte tuvo. Vamos, y tú, por la parte que te toca. Parece que el destino se haya querido cebar en nosotros. Muertes, enfermedades, guerras, descalabros económicos, toda clase de calamidades. Las desgracias nunca vienen solas. Quién le iba a decir a tu padre, por ejemplo, cuando éramos pequeños y jugábamos en el chalet de la calle Mallorca, que él iba a ser el primero. Claro que era el mayor de los hermanos, pero a su edad, en plenas facultades, parecía imposible. Ahora, la mayor es Paquita. Y luego, yo. ¿Te acuerdas del chalet de la calle Mallorca?
Pero ¿cómo quieres que me acuerde, tío, si me parece que ni había nacido? Soy vieja, pero no tanto.
Pues era algo digno de verse. Uno de los mejores palacetes de su época. Ahora valdría una millonada. Y se vendió, qué sé yo, por una cantidad ridícula.
Así estamos todos ahora, un cojo guiando a un ciego. Ninguno de nosotros tiene siquiera la posibilidad material de comprar a los demás su parte de Vallfosca, que es absurdo que sea todavía un indiviso. Salvo Jacinto, claro, que es el que acabará quedándosela.
Ah, esto sí que no. Ya se lo he dicho a Gregorio, esto sí que no. Desde un punto de vista legal, nada le prohibe hacerlo, pero como hermano mayor y con la fuerza moral que ello me da, me opongo rotundamente, ya se lo he dicho.
¿Y qué quieres hacer? Uno por otro lo vamos dejando y aquello está cada vez más abandonado. Y ahora no sé qué va a pasar. Pobre Polit, con todo y ser un vivales, no se puede negar que lo llevaba bien. Pero es que una finca que es de muchos no puede estar nunca en condiciones. Y a este paso, en la próxima generación, tendrá cincuenta propietarios. Pero Gregorius venderá su parte y, a la larga, serán los Bonet y sus hijos quienes acabarán disfrutándola. Por cierto, que parece que Ramona está otra vez esperando.
Que no, vamos, que te garantizo que no. He hablado con Gregorius y confío en que he podido quitárselo de la cabeza. Aquello es como la casa pairal de los Ferrer Gaminde y tiene que seguir siéndolo, no me he cansado de repetírselo. Pero mira que es célebre este Gregorius. Salirse ahora con éstas. A quién se le ocurre.
Perdona, tío, pero hasta cierto punto es lógico. Si tú eres el primero en ponerle a Jacinto como un prodigio, como el orgullo de la familia, y Jacinto va y le dice que le compra su parte, y Gregorius está de acuerdo y le parece bien el precio, pues es lógico.
No es cierto, no es cierto. Fue Gregorius el que se lo ofreció a Jacinto y no al revés; fue Gregorius. Y Jacinto, como es natural, aceptó porque tiene vista y sabe que el día de mañana aquello valdrá una fortuna. Y esto es lo que Gregorius no ve. Pero toda la culpa es suya, por ofrecérsela. Se lo he dicho un montón de veces. No seas zoquete, es una locura, una verdadera locura. ¿A quién se le ocurre hacer semejante propuesta a Jacinto? ¿No comprendes que Vallfosca es, ha sido y ha de seguir siendo patrimonio de los Ferrer-Gaminde?
Ay, hijo mío, a mí qué me cuentas de hereus ni de mayorazgos. Para empezar, si lo hubiéramos aplicado en nuestro caso, a estas horas no estaríamos discutiendo porque ni tú tendrías tu parte ni yo la mía. Todo hubiera ido a parar a los hijos de Raúl, a Juanito, más concretamente.
Si no me quieres entender, no me entiendas. No es por el interés material, es por lo que representa para la familia. Aquello está vinculado a nuestro apellido, viene a ser nuestra casa pairal, no es una propiedad cualquiera.
Tenía el sombrero inclinado sobre la nariz y miraba a tío Gregorio a la sombra del ala caída, estirando el cuello en altiva exhibición de nuez abultada, mentón protuberante, nariz ganchuda, y los ojos al fondo, inquisitivo y quieto tal un pájaro añoso. Y tío Gregorio, sentado atravesadamente, casi dándole la espalda, se protegía del entresol del ciruelo con un periódico doblado. Eloísa escuchaba desde los peldaños, haciendo como que desgranaba guisantes.
Pero ¿a mí qué me explicas? Yo no tengo descendencia. Y no veo qué servicios haría a mis sobrinos dejándoselo cuando me muera si el Estado se lo lleva casi todo. Además, tan sobrina es Ramona como los otros. Ya se las compondrán luego entre ellos, no te preocupes. Y entre tanto, pues yo cobro unas pesetas. Éste es el problema. ¿De qué me sirve conservar mi parte? ¿Para qué la quiero? En cambio, si invierto su valor en títulos, en papel, me produce algo, me renta.
Es que eres tremendo, Gregorio, terco como tú sólo. Cuando te pones así no sé qué te haría, me sacas de mis casillas. ¿Es que no hay manera de hacerte entender, pedazo de alcornoque, que lo que ahora estás dispuesto a venderte por una miseria valdrá en su día una porción de dinero? Ahora que todo el mundo empieza a tener su coche, si urbanizas aquello, la gente vendrá a quitarte las parcelas de las manos. Y figúrate la de casitas que pueden llegar a caber allí. Si no hay más que promoverlo.
Sí, precisamente allí. Tienen toda Cataluña para escoger, pero irán en sus cochecitos precisamente a Vallfosca. ¿O es que también el resto de Cataluña acabará vendiéndose a palmos?
¿Y por qué no? Es un fenómeno general. Después del coche, la gente quiere tener un chalet, y aquello es precioso. Lo de las playas acabará poniéndose imposible. No tienes más que ver las fotos que traen las revistas, qué amontonamiento. Están tan llenas que tarde o temprano se empezará a volver al campo. Si parecen latas de sardinas, de saturadas que están. Además, en coche, aquello se queda como quien dice a un paso de Barcelona. Y son millones y millones de palmos.
Mira, Jorge, no me hagas reír. Para entonces, todos calvos.
Gregorio, no sabes lo que estás diciendo, desvarías. ¿No ves que no hay más que promoverlo, encontrar capital para ponerlo en marcha? Tantos sitios hay que no reúnen las condiciones de Vallfosca y, sin embargo, ya están de moda. Por el amor de Dios, no seas mentecato.
Pues a ver si encuentras este capital. Lo que es yo, encantado. Ahora, que si es un negocio tan bueno como dices, lo que no entiendo es por qué no me compráis entre todos mi parte. Os la vendo bien barata y todos contentos.
No sé cómo eres, Gregorio. Me da tanto coraje oírte hablar así que te soltaría un soplamocos. Pareces un descastado. ¿Tan poco apego tienes al apellido, a tu casa, a los tuyos? Porque sabes de sobras que, actualmente, ninguno de nosotros está en condiciones de hacerlo, de comprar tu parte.
Claro que lo sé. Si sólo es un decir. Pero entonces no sé qué quieres que haga. La vida está cada día más cara y las rentas son las mismas. Por esto se me ocurrió que lo mejor era vender mi parte a Jacinto.
Pues fue una ocurrencia desgraciada, vaya. Sería como vender la primogenitura por un plato de lentejas. Jacinto puede ser el hombre que impulse aquello por interés propio, como parte interesada, pero nunca el titular de nuestro patrimonio. Aquello es el porvenir de la familia.
Pues tampoco veo qué diferencia ves entre que venda mi parte al marido de una sobrina y vender parcelas a extraños.
Pues fue una ocurrencia desgraciada.
El Polit, contrayendo un carrillo, chascó la lengua, dijo que aquello estaba listo. Durante la guerra, entonces, entonces. Y después, cuando el racionamiento, cuando la gente venía de la ciudad y se te llevaba las patatas y las verduras a cualquier precio, los huevos, la harina, la matanza. Y los jornales eran bajos y se podía tener la finca como un jardín. Ahora, no; ahora, un solo mozo y todo eran exigencias y ni bastaba para tener a raya las hierbas. Y cuando llegas al mercado con tus patatas, ya no te dan nada. Ni el trigo, ni el maíz, y la verdura todavía menos, los tomates, las habas, los guisantes, las judías. Y la viña no pagaba ni vendimiarla. Desde que se habían puesto en explotación las huertas de por Almería, de por allá abajo, que se ve que cosechan antes. Se ve que allá hacen verdura todo el año. Y aquí vas al mercado y lo que llevas ya no vale nada. Y encima, antes de la cosecha, todavía importan del extranjero y te bajan los precios. Parece que no quieren más que hundir al payés. Ahora, nada más que los árboles, chopos, plátanos, todo el mundo se ha tirado a plantar árboles. Y, al menos, al cabo de unos años, y sin preocupaciones, dinero limpio. Yo mismo se lo dije al señorito Jacinto: árboles. Levantó la cabeza y la hizo girar despacio, como abarcando el cielo luminoso de la tarde y las colinas, el rastrojo dorado, las extensiones baldías, campos no labrados, coles espigadas entre las hierbas. Una luz ya sin golondrinas, de otoño, y en la quietud se perfilaba el vuelo curvo de las torcaces. El Polit. No en el poyo ni en la silla de anea: sentado en un sillón de mimbres, hinchado, amoratado, con unas gafas oscuras plantadas ante los ojos. Dijo que los que vinieran detrás se comerían los higos sin saber siquiera que había sido él quien plantó las higueras. En el Hospital de San Pablo salía también a la entrada del pabellón y se sentaba en las escaleras. Contemplaba las pobres mustiezas del jardín, el paso rebasante de las nubes sobre los edificios. Sonrió como cohibido. Ya ves, un golpe de sangre. Le pidió tabaco, dijo que se lo habían quitado desde que cogió el mal, pero que la monja de la mañana no decía nada, que no era mala persona. Y ahora querían meterle a él en una portería, en Barcelona; seguramente era cosa de la mujer, que la mujer se lo había pedido a la señorita Ramona. O la señorita Montserrat. A mí no me la fot con sus cuentos. Se volvió a la enfermera. Qué, señora. Cuándo me dejarán volver a casa. Sus colores de campesino contrastaban con la palidez de los demás, y sus grandes pies nudosos, como de madera, calzados con abarcas de llanta. Y al volver, nada más bajar del taxi, lo primero que hizo fue sentarse allí, bajo los plátanos de la era, enfrentado a los campos, al fondo de bosques y colinas. En su casa no había sillones y tuvieron que bajarle uno de la torre. Permanecía rígido, con los codos pegados a los crujientes brazos de mimbre. Calella, irían a Calella con su hija. Decían que había mucho movimiento por allá, en toda la costa, forasteros, vamos, turistas. Allá siempre encontraría algo que hacer y no era como la ciudad. A la Mercè siempre le había gustado la ciudad, pero, para el caso, él prefería Calella. Siguió con la vista una bandada de torcaces, los párpados contraídos tras los cristales oscuros. Ya había vendido las bestias, dijo. Los pollos, los patos, los conejos, las vacas, los cerdos; y mañana venían a por el caballo. Quedaban los perros. Y los gatos. Fuera donde fuese, no podía llevárselos. Los perros rascadores, olisqueadores, aulladores, una pandilla en ocioso retozar de gruñidos y dientes, meneos de rabo, zalamerías. Parecían inquietos, advertidos, o acaso desacostumbrados al silencio de los corrales y los establos, a la calma de los contornos no rastreados por las gallinas, no escarbados, no curioseados, gallos encrespados y cacareantes, tomateros picoteadores, polluelos, cluecas, gallinas movedizas, de ojos espantados, avizorando con el cuello ladeado, apretando a correr, escapando, ayudándose con las alas, la cabeza puntiaguda por delante, zanqueando, disparando como resortes las patas de flojas calzas amarillas. Sin pollos, sin patos, sin conejos, sin vacas, sin cerdos, sin caballo.
Tomó un taxi al llegar a Llinás, en la misma estación, y durante el camino quedó con el chófer para que volviera a buscarle a primera hora de la mañana siguiente. En el exterior de la casa, a la sombra clareante de los plátanos otoñales, había ya una pequeña multitud de vecinos y familiares, gente grave y expectante, payeses mudados y oscuros abriéndole paso con circunspección cuando salió del coche. Dentro predominaban las mujeres y hacía calor o más bien faltaba el aire y aturdían las sudorosas expresiones de aflicción y pésame, llantos que se acentuaron al máximo en el momento de sacar el féretro. El recorrido era largo y la viuda y la hija siguieron el cortejo en tartana, apretujadas entre otras mujeres, casi inidentificables bajo los velos negros. La mayor parte de los asistentes se despidió en el pueblo, a la salida de la iglesia; sólo unos pocos se animaron a subir hasta el cementerio. El camino discurría sesgando las viñas de la loma, empinándose, estragado por las roderas, y el cura terminó por montar en el pescante del carro dorado y negro, junto al cochero, desgarbadamente destacados contra los cielos del atardecer, alturas todavía frecuentadas por torcaces centelleantes. Fue una subida trabajosa y, además, el carro dejaba tras de sí un tufo persistente, producido acaso por la grasa que empastaba los ejes. Raúl había caminado en compañía del yerno y le explicaron algún lío de familia, una hermana del Polit con la que no se trataban y que ahora había comparecido a recriminar, a echar en cara a la Mercè viejas diferencias. Paseó entre las pobres cruces de las tumbas, entre nichos agrupados, por los senderos de arena bordeados de cipreses, de setos desabridos con pájaros guareciéndose; sonaban martillazos.
A la vuelta, la gente empezó a desperdigarse en pequeños grupos, según fuera su camino, y algunos payeses se aflojaron el cuello sobre la marcha, a buen paso, se quitaron la chaqueta y hasta los zapatos, mientras charlaban entre bostezos, locuaces y desahogados, de nuevo familiares, con el alivio que produce la recuperación del mundo cotidiano. Se oían sus voces distanciándose, aisladas en el sosiego, manso como un humo que se abate, de la claridad mermante, atajos, veredas evasivas de aquel paisaje tan andado, solitario, de caza, tantas veces asolado de cantos, de movimiento, aquietado, las viñas y el rastrojo, las ramas entramadas, y sólo el suave son del viento en los pinares tras el disparo, la paloma caída tal un ángel aleteante, en tumulto de plumas, las mismas colinas ahora opacas, ahora que el giro del sol es cada día más bajo y el aurorear de la noche más temprano, luces que se acortan, valles que se ofuscan, relieves que se desvanecen, campos como apagándose en la austera oquedad nocturna. La tartana les había tomado la delantera y, cuando llegaron, las mujeres se afanaban ya en la cocina, sin dejar hacer nada a la Mercè. La hija, sí, limpiaba verdura, decía que así se distraía. La Mercè, en cambio, callaba, miraba el fuego, y de pronto se puso otra vez a hacer pucheros. Se escuchó algún suspiro, y todas siguieron con lo suyo en silencio, primas, cuñadas, parientas venidas de otros pueblos. Los hombres conversaban en el comedor, haciendo tiempo, frases vagas, espaciadas, observaciones de carácter general; se pasaban el porrón, el tabaco. Cenaron reunidos allí, taciturnos, la Mercè que no quería comer y acabó escurando el plato, ajena a lo que se decía, acongojada. Los perros merodeaban crispantes, sobrecogían con sus ladridos y salidas en tropel, y el yerno tuvo que arrearles. Quedó uno, acurrucado junto a la silla de Raúl, despierto y hociqueante, el ojo ribeteado de espanto. El portal iluminado, el fresco de las eras, el camino de la torre, una cuesta suave y curva adentrándose en la cerrazón rameada, en el jardín hojoso, hacia el edificio como cobijado, las ventanas ciegas, el alero oscuro. Y luego, en el interior, el salón, los retratos de los abuelos y el del bisabuelo, óleo sacado a todas luces de una fotografía y, muy posiblemente, con posterioridad a su muerte, en reverente recuerdo. Y las fotos enmarcadas a lo largo del pasillo, duros cartones amarilleantes, Cuba, los ingenios del abuelo y sus productos, su casa, sus tierras, su zafra, su ganado, sus negros, heredades y herederos, hijos, nueras, yernos, parientes lejanos, anónimos rostros familiares, ocres poses, atónitas, de instante detenido, fondos de balaustras, de jardines, de salones con retratos y espejos, pertenecientes, tal vez, al chalet de la calle Mallorca, en este pasillo lejanamente iluminado, penumbra, sombras de alto ejemplo, memorias funerales. Noche acallada, de desazón, de insomnio y figuraciones, hasta que el albo amanecer prendiera en el cielo, opalino. Y los pájaros negros removiéndose aflautados.
Milenarios. Se le encaraba, aureolada de pelo trepado, reteñido de rubio, el hálito alcohólico, ardiente, el verbo más y más encendido. Déjate de historias; para mí, los Ferrer empiezan con el bisabuelo. Más lejos, le digo siempre a Juanito, yo no buscaría, igual te sale un canónigo. Por esto, cuando hablo de nuestros antepasados, me refiero exclusivamente a la generación del bisabuelo y las que siguen. A saber: bisabuelo Jorge y su hermano Jaime, que por lo visto hizo la campaña de África con Prim. Está incluido en la Galería de Catalanes Ilustres, y parece que participó en la batalla de Tetuán o de los Castillejos, gesta inmortalizada por Fortuny en un grandioso retablo visible todos los días de 10 a 14 h., festivos inclusive, en el Museo de Arte Moderno o de la Ciudadela. Hay una carta muy interesante que hace referencia al embarque de los voluntarios en el puerto de la Ciudad Condal, un verdadero documento histórico. También existe la mención de un Ferrer que luchó como lugarteniente de Cabrera en las partidas carlistas; pero de todo esto, en relación con la familia, nada hay seguro. Y lo mismo puede decirse de otro Ferrer que figura en la crónica de las guerrillas antinapoleónicas de la provincia de Tarragona. Del bisabuelo Jorge se sabe, en cambio, que emigró a Cuba en su juventud, a Matanzas, y que amasó en pocos años una inmensa fortuna. Contrajo matrimonio con María Ignacia Gaminde, vasca de pura cepa, perteneciente a una vieja familia guipuzcoana, de Rentería, un apellido que consta entre los de los señores que se reunían alrededor del árbol de Guernica. También se sabe de bisabuelo Jorge, aunque a los tíos no les guste que se comente o recuerde, que sembró la isla de mulatos. Vamos, lo que se dice un machote. Con él, con él empieza la historia de la familia que, como la historia de las naciones, tiene sus períodos de auge y sus períodos de decadencia. El abuelo Raúl, por ejemplo, todo un señor; se instaló en Barcelona poco antes de la pérdida de Cuba, construyó el chalet de la calle Mallorca e invirtió su dinero, que era mucho, en valores y alguna que otra finca. Fue él quien añadió al apellido de Ferrer el apellido de su madre, Gaminde, con el fin de evitar que desapareciera, al menos en lo que se refiere a nuestra familia, ya que, por lo visto, no había descendientes varones. De esta manera se formó el apellido Ferrer Gaminde propiamente dicho. Parece ser que abuelo Raúl era una persona muy piadosa. Llegaron a proponerle un título pontificio por sus obras de caridad y lo rechazó, porque no era una compensación social lo que buscaba ni es la nobleza mera cuestión de título. Lo que decíamos antes, la nobleza auténtica, la genuina, es otra cosa; no se hereda: se es o no se es. Por esto prefiero hablar de nobleza que de aristocracia, porque no todo aristócrata es lo que en sentido estricto se entiende por noble. Y menos aún en Cataluña, donde, como en el País Vasco, los señores han sido siempre simplemente señores. Concepción más legítima y, sobre todo, más alta, no dependiente de un título, nobleza no de sangre, sino de espíritu, algo que los que ahora se llaman de buena familia, de buen apellido, y no son en realidad más que burgueses enriquecidos, nunca podrán tener, con su cobardía y mezquindad características, encerrados en su mundo estrecho, sin grandeza. Un estilo altivo, una amplitud de miras, una actitud gallarda, esto es lo que distingue a los bien nacidos. Y abuelo Raúl, aun sin tener la empenta del bisabuelo, lo era. La familia de la abuela era otra cosa, burguesía liberal de aquí, una dinastía de abogados y notarios, como la familia de tu madre. Gente que yo llamo de la calle Fernando. Con todo y ser de lo más respetable, sin la personalidad de los Ferrer, del abuelo, sin este algo, este no sé qué que el abuelo tenía. Y sus hermanos: Felipe, que con la pérdida de Cuba se trasladó a Norteamérica, y Cecilia, casada con un tal Andechaga, de origen vasco, en Santiago, donde aún hay descendientes, los Andechaga de Santiago, que se siguen sintiendo muy españoles. Juanito todavía se cartea con ellos de vez en cuando, así como con los Ferrer de Norteamérica, que creo que viven en California y también están sumamente orgullosos de su ascendencia española y, más concretamente, catalana. Y sus hijos, Cecilia, que murió muy niña, papá, tía Paquita, tío Jorge, Gregorius. Gregorius siempre ha sido algo especial, pero los demás, en su juventud, se codeaban con lo mejor de Barcelona. Y no es por nada, pero parece que papá era realmente una persona dotada de un temple y de una inteligencia privilegiados. Y no creas que se trata de mis recuerdos personales, que, naturalmente, carecen de valor para terceros, sino del testimonio de cuantas personas tuvieron la oportunidad de conocerle, que guardan por él una verdadera adoración. Por algo se llamaba igual que el abuelo. Y como tú, por cierto. Y tanto tu padre como la misma tía Paquita, aquí donde los ves, se ve que estaban hechos unos pollospera. Ahora tienen sus años y todas las rarezas de los Ferrer, porque, hay que reconocerlo, los Ferrer somos un rato raros. Pero tu padre, pues, se ve que era un chico muy fino. Fue a partir de la República, aproximadamente, cuando empezamos a recibir batacazos, cuando sobre la familia, como palos de ciego, empezaron a caer desgracias de todo orden. Después de la muerte de papá, la de mamá, la de tía Eulalia, que estaba tan unida a mamá, la de Jaime, todas en un intervalo tan corto, con tan poca diferencia de tiempo. Creo que sólo una tragedia general como la guerra, una hecatombe como aquella, podía distraernos, en lo que cabe, de nuestra tragedia familiar. La guerra y luego esta inflación y la baja constante de valores, que nos han ido arruinando mientras cuatro enchufados se hinchaban con el estraperlo, como ahora con la estabilización. Es lo del pez grande que se come al chico, la ley del embudo. Porque Gregorius siempre dice que si tío Jorge, en vez de meterse en negocios, hubiera tenido una querida, no habría perdido tanto dinero. Y esto, claro, es fácil de decir para quien como él se ha dedicado a vivir de renta. Pero yo, y que esto vaya en descargo de tu padre, yo que he tenido que bregar lo mío para salir adelante con la fabriquita de cartones, que es el pan de mi hija, te garantizo que la vida se ha puesto muy difícil y que hoy día es casi imposible mantenerse a flote así, rodeada de tiburonazos. Aparte de cosas, te advierto que Gregorius, que siempre ha nadado dejándose la ropa en tierra y que si no ha perdido es porque no ha jugado, también está empezando a pensárselo dos veces antes de gastar una peseta. Y yo no es que me alegre, pero le está bien. La inflación no perdona a nadie y menos a los que, como él o como Juanito, se creen que sólo trabajamos los tontos, porque en el fondo es esto lo que se creen. Y es que Gregorius, mucho hablar de que si volviera a ser joven se iría a América y haría Dios sabe cuánto, pero puedes tener la seguridad de que en realidad volvería a hacer exactamente lo mismo, de que ni se marcharía a América ni nada y de que, ahora que tu padre no está delante, acabaría casándose con la raspa, que es como acabará, y si no, al tiempo. Tú dirás. Si es la clásica persona que a base de ir siempre a lo suyo, a lo fácil, no llega a ninguna parte. Y mira que le quiero muchísimo, pero la verdad, la verdad verdadera, es que Gregorius es un comodón y un egoísta como él solo. Y entre los primos, pues ya ves, no hay excesiva madera que digamos. No es por halagarte, pero realmente al único al que veo con casta, con verdadera casta, eres tú, como se la veía a Jaime, que era de la misma madera que el bisabuelo. Hasta físicamente no podía haber salido más Ferrer. Ponle bigotes y barba y dime si no recuerda al bisabuelo. Porque lo que es los demás, flojillo, flojillo. Ramona, casada con este hombre, que habrá hecho un fortunón y todo lo que quieras, pero que yo considero esencialmente deshonesto, y tengo elementos de juicio suficientes para poder afirmarlo. Pedro, más bien insustancial, poca cosa; Juanito. Y para de contar. Bueno, y yo, que estoy de lo más fotuda, que ya no valgo para nada. Ah, y Felipe, que por cierto está cada vez más soso. Antes no era así; antes era un chico, no sé, normal. Se ve que es esto del Opus, que están cargados de puñetas. La última vez va y me sale con que no quiere ponerse a mi lado en el coche. Debía tener miedo de que la gente pensara que iba con una fulana o qué sé yo qué, y ya me tienes a mí delante y a él detrás, llevándole como si fuera su chófer. ¿Tú te crees que es normal? Y es que no sé cómo es ahora la gente. Los unos por pijos, los otros por mojigatos, total que estamos aviados. Cuando comparo los jóvenes de hoy con los de mi época. No ya con Jaime, que era un caso excepcional, algo fuera de serie, tendrías que haberle visto los meses que precedieron al alzamiento, en los mitings, sereno y altivo, gallardo, impávido, estampa misma de la fiereza, enfrentándose impasible a las hordas aquellas que se la tenían jurada. No ya con Jaime, sino con cualquier otro. Con un Florentino, con un Abelardo, chicos que sin ser nada del otro mundo, pues tenían esta hombría, esta decisión de entonces, que son cosas que parece que se las haya tragado la tierra, rasgos, cualidades como extinguidas, como retiradas de la circulación. O es que a lo mejor me tocó vivir un momento privilegiado, una generación de héroes que afloraron de pronto, y lo que pasa es que estoy mal acostumbrada. Pero para quien lo ha vivido es algo que marca, que no se olvida. Hay que haberlo vivido para comprender lo que era aquello. El Tercio de Montserrat, la flor y nata de Cataluña, chicos que en lo mejor de su vida arriesgaron el todo por el todo para poder pasar clandestinamente a Francia e incorporarse a su puesto en la España nacional y allí seguir jugándose cada día el todo por el todo. Y los alféreces provisionales alistados en los cuerpos de choque, en la Legión, en Regulares, en Contracarros, como Jaime. Y los capitanes de los bous, y los pilotos como José Ramón, un as del aire que, después de cien combates y con la laureada individual, murió tan absurdamente en una exhibición de vuelo acrobático. Lo que son las cosas. Quizá de haber sobrevivido, me hubiera casado con él en vez de con Ernst, y mi vida hubiera tomado un rumbo bien distinto. Pero la vida es esto, un azar. Conocí a Ernst y mira; tres semanas de relaciones, lo que se llama un matrimonio de guerra. La típica historia de aquel entonces; yo era su madrina y nos escribíamos y le enviaba paquetes, hasta que un día le conocí, durante un permiso, en San Sebastián, y fue un amor de lo más loco. Con Vittorio trabé relación en el hospital, mientras se me reponía de una herida. Muy hombre. Uno de los pocos italianos verdaderamente hombres que he conocido, con nada de cobarde ni de afeminado. Quiero decir que no era de los de Guadalajara, de esos señoritos que más parecían señoritas, y hasta llevaban redecillas para el pelo. No, Vittorio no era de esos, te lo aseguro. Parecía español; vamos, español de los de antes. Me gustaría saber qué se habrá hecho de él. Habrá muerto, esta clase de hombres no puede durar. Y la verdad es que Ernst también era de un arrojo y un atractivo irresistibles. Esto es lo que me cegó; mientras estuve apasionadamente enamorada de él no supe ver otra cosa. Y como una ingenua que soy, porque esto es lo que soy y lo que seré toda mi vida, una ingenua y una boba, sólo me di cuenta de su faceta de aventurero cuando ya no había remedio. Empezó a engolfarse y acabó como tenía que acabar, hecho un gángster, haciendo un desfalco y fugándose a Sudamérica con aquella mala puta. Lo que ha llegado a hacerme sufrir este hijo de la grandísima. Y como ésta, tantas otras desilusiones. Está visto que sólo los bribones prosperan, los piernas, los listillos, los cínicos, los vivales, los emboscados, los que nunca han disparado un tiro y aprovechan el momento en que lo están haciendo otros para colarse, para situarse en los puestos clave y forrarse a costa nuestra y luego, encima, darnos morcilla a todos. Si entonces un profeta nos hubiera vaticinado a los puros que todo iba a acabar así, lo hubiéramos tomado por un agente provocador, por propaganda roja. Nos hubiera parecido inconcebible. Era el clima de entonces, el entusiasmo. Imbéciles que éramos, pienso ahora. Y, sin embargo, otras veces pienso que volvería a firmar, que, pese al desengaño, siempre es preferible aquello a la inercia de los jóvenes de hoy día. Había una riqueza de experiencias, una intensidad de emociones, de sentimientos, no sé, un tono vital tan elevado. La vida tenía otro sentido, más fuerza, siempre con la muerte como una espada suspendida sobre la cabeza. Y el riesgo, el espíritu de sacrificio, el compañerismo, la misma forma de amar, de entregarse. Y aquellos momentos de apoteosis, de confraternización, la entrada en un pueblo recién liberado, por ejemplo, algo inenarrable. Son cosas que han desaparecido, que se han perdido, que las cuentas ahora y parecen increíbles. Y, lo que es peor, que ni siquiera interesan a la juventud de hoy día. Y cuanto más jóvenes más indiferentes, más como embotados. Yo lo veo cada día en estos niñatos que vienen por casa detrás de Monsina y que no se interesan más que por bobadas. Verdaderos mequetrefes, chicos que si físicamente no tienen ni media bofetada, espiritualmente están huecos como cántaros. Sólo tienes que fijarte en su modo de hablar, en el léxico que emplean, que es de una pobreza que da grima. Cuatro expresiones chabacanas y un puñado de calificativos que valen para todo. Las cosas son una mierda o son cojonudas, y con decir estupendo, por ejemplo, se cargan los mil matices que en nuestra lengua distinguen una palabra de otra, bello, sublime, agradable, guapo, atractivo, cómodo, armonioso, y cientos de palabras más que ahora no se me ocurren. Esto, para mí, es de lo más sintomático, puesto que tal pérdida de riqueza expresiva sólo es el reflejo de una pérdida general de valores. Monsina, no, Monsina es diferente. Y no lo tomes como apreciación de madraza, porque si estuviera hecha una tontaina o una cursi, también te lo diría. Pero realmente es un encanto de niña, y muy chic, una verdadera monada; parece una alemanita. Y de temperamento, que a veces me sale con un genio; claro que tiene de quién sacarlo. Total que tendrá, que tiene ya, un éxito loco. Pero yo no dejo que se le suba a la cabeza y procuro educarla conforme a unos principios morales muy rígidos, porque aparte de que éste es mi deber, como buena católica que me considero, buena católica, eso sí, sin prejuicios, aparte de eso, soy de las personas que piensan, aunque parezca anticuado decirlo, que la religión siempre es un freno. Ya sé que la gente, este conventillo que es Barcelona, me saca la piel, que se dice que descuido la formación de mi hija, que no hago más que darle mal ejemplo, que soy una madre irresponsable, etcétera. También se dijo, lo sé, que tenía un amigo financiero que me mantenía. Qué más quisiera yo, pobre de mí, nada menos que un financiero. Pero precisamente porque sé lo que es la gente y lo que es la vida, me he esmerado tanto en la educación de Monsina, porque es chica y no chico y, en nuestra sociedad, desengáñate, una mujer sincera y de buena fe, una mujer que sea lo bastante cándida como para confiarse a sus impulsos naturales, pues va vendida. Puedo asegurártelo porque esto es lo que me ha pasado a mí y es lo que no quiero que le pase a ella. Porque, y perdona el símil, te dirá que a mí se me han tirado ya demasiadas veces sin dejarme gozarla, que me han caído las duras sin ir a las maduras. De ahí que haga lo imposible para que Monsina pueda ir prevenida, para que tenga criterio. Prefiero que desde el principio sepa lo que son las cosas, que no se llame a engaño. Como a uno de mis ahijados, porque has de saber que yo tengo muchos ahijados, que sus padres iban a dejar interno en un colegio de frailes, y yo le digo enseguida: mira que te querrán tocar el pito. Y Maruja: pero, por Dios, Montse, qué cosas de decir al pobre hijo. Y yo: ¿sí? Pues aguarda y verás. Y bueno, pues lo acompañamos al colegio y, nada más llegar, sale a recibirnos un fraile con tales meneos de góndola que yo pensé, tate, aquí lo tienes. Y efectivamente, al poco tiempo, el gran escandalazo, que si cuando un niño se encontraba mal el fraile de la enfermería le daba masajes en el vientre y todo eso. Tú dirás. Como que no conozco ni nada a los frailes y a las monjas. Y es que es mejor advertirlo, así la criatura sabe a qué atenerse y le evitas el susto. Y con Monsina hago lo mismo. No quiero que se me descarríe, pero que tampoco me salga mojigata. Que sepa lo que son las cosas, sencillamente, que se guarde y, por lo demás, que sea una niña bien normal y corriente, que no haga el tonto ni sea de éstas con problemas. Y, sobre todo, que no se case por amor, que es el peor disparate que puede hacerse. Que se case con un hombre rico, que luego ya hará lo que le dé la gana. De ser un chico y no una chica, no te digo que le hubiera educado igual. Pero es una chica y esto, en nuestra sociedad, lo cambia todo. Un hombre puede tener los devaneos que quiera y no pasa nada, mientras que a la mujer, en cambio, le toca quedarse con el bombo. Una pequeña diferencia. Aparte de esto, te diré que casi me alegra que sea mujer porque así no se meterá en política. Vamos, al menos no como se meten los hombres, que son quienes tienen que dar el do de pecho a la hora de la verdad, a la hora de los tiros, porque ésta es la verdad, por mucho que se diga que la mujer es igual al hombre y todas estas monsergas, que ya se vio el resultado que les dieron a los rojos sus famosas milicianas, aquellas tiorras que ellos mismos tuvieron que acabar fusilando, y es que lo que no puede ser no puede ser, por más que uno se empeñe, y, con el pandero que se nos pone, no vamos a ninguna parte. La guerra es cosa de hombres y no hay que darle más vueltas. Y por esto te digo que aunque yo admiro pero mucho vuestro espíritu de rebeldía, pero muchísimo, no me atrevo a afirmar que, como madre, de tener un hijo varón, le empujara a imitaros. He visto ya demasiada sangre y demasiados muertos. Y me he llevado también demasiados desengaños, demasiados palos. Efímera memoria de la gente y efímero carácter de la amistad, cuántas veces, en el momento de la verdad, dejan que te apañes como puedas. El tiempo es un filtro, y si de todos los que se dicen tus amigos acabas conservando un puñado de fieles, puedes darte por satisfecha. Cuando tengo ocasión de reunirme con alguno de estos pocos amigos que se han mantenido auténticos, con Claudio, el Claudillo, como le llamamos, con Florentino, que seguramente ha sido el ministro que menos ha durado en el puesto, porque ni podía consentir ni le podían consentir que no consintiera, porque ésta es la verdad de lo que pasó, pues siempre acabamos agarrándola triste al recordar aquellos tiempos, las ilusiones frustradas, los ideales traicionados. Cada vez somos menos, además. Falta Abelardo, que mientras fue un hombre honesto no podía faltar, y como él tantos otros. Y, sobre todo, los que se nos han ido, Carlitos Martí, Xènius, José Pedro, que murió allí, confinado en la VI Región, de capitán general, cuando en estricta justicia le tocaba ser ministro del Ejército. Pero, pese a todo, a los pocos que quedamos nos sobra juventud para pasarlo todavía bien si salimos por ahí, de tasqueo por Madrid. Porque, no creas, nadie se ha tragado un sable con los años y, gracias a Dios, todos seguimos siendo personas de trato sencillo y alegre y franco, y lo que nos gusta de verdad, pues es eso, las tapas bien picantes y el valdepeñas. Lo he pasado bien a veces, en la vida no todo han de ser espinas y, en realidad, a veces lo he pasado bien, y ahora sólo siento que no haya sido más a menudo, no haberme puesto el mundo por montera, que es lo que hubiera hecho de no ser por Monsina, por mi responsabilidad de madre. El grupo, cuando estábamos todos, era excepcional, esta es la verdad, gente selecta, de élite, y todos muy compenetrados, uña y carne. Y creo que nunca he llegado a reírme tanto como aquella vez que estábamos todos en el Ateneo, oyendo a Xènius, que daba una conferencia, el gran Xènius, gran persona y gran amigo, y Xènius, al vernos entre el público, un poco colocados, dicho sea de paso, va y empieza a recitar, casi sin que venga a cuento, aquel romance satírico dedicado al gilipollas del duque de Windsor cuando dimitió de su realeza, un romance que, por cierto, es tan poco conocido que yo creo que permanece inédito. Bueno, era como para mearse, la plana mayor de los monárquicos sin saber qué cara poner, me parece que nunca he llegado a reírme tanto. Y es que Xènius no era sólo un cerebro de primera, tal vez la mejor cabeza que ha tenido España en lo que va de siglo, Xènius era, además, un ser de una calidad humana extraordinaria y un amigo entrañable. Y cada uno en su terreno, todos los del grupo, personas de competencia y autoridad bien patentes, intelectuales, políticos, militares, financieros. Y amigos de los de verdad todos ellos, de los que te lo demuestran con obras, de los que son capaces de remover por ti Roma con Santiago. Siempre que he necesitado ayuda, siempre que he tenido algún lío con mi fabriquita de cartones o con lo que sea, han sabido portarse, me han respondido. Verás, hay que vivir, hay que defenderse. Y yo soy una mujer sola y con una hija que alimentar, y si no tienes un poco de mano izquierda y, sobre todo, buenos padrinos, ya puedes ir plegando. Cuando ves tanta inmoralidad por todas partes, te aseguro que llegas a la conclusión de que sería hacer el primo no recurrir a la influencia de tus amigos. A fin de cuentas son favores totalmente desinteresados, puro ejercicio de la amistad, y en este sentido, algo de lo más natural, que si hay algo en la vida a lo que te debes, algo que valga la pena salvar, es la amistad. Además, sus mujeres son sus mujeres, pero en lo que al grupo se refiere, el hecho es que yo soy la única señora, y claro, ellos me adoran, y no existe cosa alguna que puedan negarme, como no existe cosa alguna que yo, dentro de mis limitadas posibilidades, pueda negarles. En cierto modo, yo soy, como si dijéramos, un poco como la hermanita de todos ellos, y no hay pena ni alegría de la que no me hagan partícipe, ni problema que no comparta. Claudio, por ejemplo, nunca deja de llamarme cuando viene por aquí, de encontrar un rato por muy ocupado que esté, como buen catalán que es, catalán de pura cepa, catalán como Jaime, como el bisabuelo, como su hermano Jaime, el homónimo de mi hermano, el otro Jaime Ferrer, buenos catalanes precisamente en cuanto que buenos españoles, en cuanto pertenecientes a una parte clave del todo español, de un todo del que secularmente han sido adelantados y proclamadores, estirpe de militares, de hombres de empresa, de verdaderos conquistadores. Catalanes de siempre, tradicionalmente situados por encima de particularismos mezquinos, defensores probados de la integridad española, dispuestos a vivificar con su propia sangre la causa de la unidad nacional y de sus intereses supremos tantas veces como ha sido necesario y, donde quiera que ha sido necesario, igual en Cuba que en Marruecos, en la misma Cataluña incluso, tan a menudo trinchera destacada y puesto avanzado de la madre patria; catalanes de los que perezca Cataluña si ha de ser su personalidad una traba a la de España; catalanes, en suma, que han puesto su máximo anhelo en la tarea de construir para siempre, al margen de credos y colores, una España de todos, empresa de la cual, con todo su ser y toda su vehemencia, son salvaguardia y garantía.
Pueblo noble, tierra patricia, rica así en arte como en comercio, en ocios como en industrias, panoplia de gestas y de famas, de honras y de triunfos, para envidia del mundo y las estrellas. Patria persistente por encima de vicisitudes, recobrada por debajo de las adversidades, colonia o imperio, Principat o Corona, provincia o condado, virreinato o Generalitat, experimento republicano o hipótesis libertaria, patria en éxodo, patria madre de exilios y encarcelamientos cuando no sepultura, común fosa de propios y extraños, exterminio nunca terminado, país de fueros y desafueros, de silencios y griteríos, renaciente como la retama que lo cubre, llama de abril inextinguible, omnipresente de monte a mar, de monte a monte, serra d’or angélica. Historia de esplendores que aureola las andanzas y aventuras de Barcelona, ciudad de rancias tradiciones y extravagancias modernistas, ciudad cargada de resonancia, ecos de coros, de danzas acordadas y orfeones sonoros, lisonjero escenario de festejos y espectáculos populares, explosiones de júbilo colectivo, de violencia, insurrecciones, levantamientos populares, supuestos golpes bajos, furor ciego, cargas y descargas, fuego, metralla, hoces y cuchillos, mandobles entrechocados, ciudad de bandos, bipartida, consumida en luchas intestinas cuando no en expansiones conquistadoras, bífida efigie, un áspid con alas en el yelmo, estampa misma de la proeza, Barcelona campeadora, lugar frecuentado por caballeros, de Santiago a Don Quijote, pasando por san Jorge y el de la Blanca Luna, émulo real del no menos blanco ni más real Tirante, y quién sabe si hasta por el propio Roldán; la Barcilona de don Remont, presa de Myo Cid el de Vivar, bandoleros andantes, hacedores de entuertos, lugar propicio a la creación de fantásticas fabulaciones, historias de un pueblo, una tierra y una lengua, verbo tan a menudo hecho sangre por la conjugación de diversos factores, siempre entre el deseo y la realidad, entre el seny y la ensoñación, entre la resurrección y la muerte, ciudad de encantos y desencantos, desencantamientos, desolaciones, desvanecimientos, ciudad de agonías y reapariciones, trances inciertos, añoranzas, arrobamientos, aniquilaciones, ciudad enterrada y desenterrada, sepulcral, momificada, petrificada, ciudad transfigurada tal Jerusalén celeste qua resurget ex favilla, ave fénix reencarnada en sí misma, corazón de un pueblo de impulsos contradictorios, de fuerzas encontradas y a la larga perdidas, inútiles empeños de una patria asentada en un lugar de linde, de frontera entre Cataluña y no Cataluña, apariciones y desapariciones de una identidad centrada en torno a Barcelona, antaño condado hegemónico de un imperio de expansión mediterránea, hoy simple blasón honorífico en el árbol genealógico de su don Juan condenado, conde en el exilio dorado de Estoril, título virtual del mismo modo que, cuando real, cuando ser conde de Barcelona significaba ser rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, de Nápoles, de Sicilia, etcétera, eran virtuales los títulos de rey de Hungría o señor de Dalmacia, de Croacia, de Serbia, de Bulgaria, así como el de duque de Atenas y Neopatria o el de rey de Jerusalén. Infortunada civitas. ¿Cuál fue su mala estrella en el firmamento profundo? ¿O fue acaso la enemiga divina, némesis violenta, despiadada? ¿O fue tan sólo su insensata ligereza la causa de tantas pesadumbres, de tantas perdiciones y golpes redoblados? Ni república, ni principado, ni condado, ni reino, ni asomo alguno de carro de fuego, dominios descuartizados, soberanía destronada, una corona de espinas y un cetro de caña tras los cuatro barrotes del emblema, pasión burlada, deterioro vandálico del tiempo, desdoro de la historia, una historia intrincada, llena de entresijos y vericuetos, de aviesos devaneos, vías angostas, soluciones con frecuencia non sanctas, desenlaces inusitados de la intriga, enrevesada ciudad, otrora soberbio anfiteatro, hoy sólo tramoya y candilejas, desdichada escena de farsa y comedias, paródicas supercherías, lastimosa reliquia poblada de pedestales y figuras, figuraciones, reyes muertos y mitos repuestos, histriónico mausoleo, hoy cenizas, hoy soledades, tal de Itálica famosa o de Troya destruida, de Atenas arruinada, de Roma perdida y no encontrada en Roma, patria de los dioses y los reyes. Esplendores pretéritos, luces eclipsadas, islas doradas y sangrientas desaparecidas en la lontananza como un relumbre del crepúsculo, fuego interior, añoranza retraída, mero ideal ensimismado, refugiado en los eremíticos repliegues de Montserrat, corazón árido de esta pobre, triste y disortada patria, templo encastillado en su almenaje de riscos y cantos resonantes, canto del cisne, lenta sustitución de una lengua por otra, desde arriba y desde abajo, desde dentro y desde fuera, patria bífida, paulatinamente alejada de su imagen primigenia, Catallunyàna, tierra de cantos y desencantos, tierra de castillos, castillos de arena, castillos de naipes, châteaux en Espagne, tierra de montañas sagradas, paisaje, más que natural, clásicamente sobrenatural, monte dedicado a Venus por los antiguos, más sensibles a la naturaleza venérea que a las sugerencias ascéticas de sus relieves, la Extorcil romana, un decorado indecoroso en exceso para sus futuras funciones escatológicas, peñascos como fantasmas o ermitaños, tierra grata a patrones peregrinos y caballeros errantes, misiones apostólicas, predilecciones, patrañas disipadas, procesos desentrañados, incógnitas despejadas, noble tierra sin nobleza, condado sin conde, principat sin príncipe, estat sin tierra y tierra sin estat, capitalidad decapitada, patria sin cabeza, ligada una vez más de pies y manos a los pies de España, entregada a su merced, la España negra reanimada, reanimada y no resucitada ya que nunca muerta, reanimada y acaso eterna como dicen, penetrando a partir del Ebro, anegándolo todo como un río en su crecida, tierra apresada, vencida incivilmente por el franquismo, reconquista del pasado, revés de la trama, final de la aventura, la ocupación y consiguiente cantilena infausta de penurias y pesares sin siquiera las maneras de otros tiempos, ya no donosa reacción, ya no escolásticos criterios retrógados: zarpazo puramente troglodita. Personalidad histórica de rasgos no respetados por el hado, destino discontinuo y errante, a la deriva de los acontecimientos, de los caprichos del destino, Barcelona separatista de 1934, Barcelona anarquista de 1936, Barcelona comunista de 1937, Barcelona fascista de 1939, vitoreante, apoteósica, acaudillada, versatilidad sintomática, espectáculo ominoso, ignominia enaltecida en el recuerdo hasta su volatilización, presunta pesadilla nocturna cuando no escenificación potemkinesca cuidadosamente montada. Historia de un pueblo más que escrita, reescrita, adaptada a las necesidades históricas del pueblo, ligada a su renaixença, epopeya grandiosa, épica encarnada, hecha realidad en el ámbito de lo fantástico. Vicisitudes, experiencias y esperanzas de una causa más que baqueteada, Catalunya, romántica sublimación burguesa de un comportamiento colectivo erróneo, independencia descorazonada, sin vigor o sin ánimo, incapacidad política tenida por individualismo, cerrazón desafortunada confundida con resistencia numantina, torpes rapacidades transformadas en virtuosa laboriosidad, mezquindad cerril transmutada en sensatez, avara povertà recontada como gesto austero, características ancestrales, imágenes magnimizadas en el espejo del tiempo, peculiaridades reivindicadas tanto más cuanto más inactuales si no inexistentes, residuos del pretérito convertidos en pretexto de la impotencia presente, en contemplaciones soñadoras del futuro, añoranzas de sobremesa, especulaciones de tertulia, ser de aquí, una de las pocas cosas importantes que se puede ser en la vida, destino en lo universal, la millor cosa del món, do de Déu, cualidad mesiánica, entidad prometida, mítica patria mediterránea hecha ya realidad en decorativos mapas de salón, territorios y confines, áreas y fronteras de marco dorado, Països Catalans extendidos –más de cuarenta– de Alicante al Rosellón, cuando no de Murcia a la Provenza, materialización de la catalanidad espiritual, entelequia polimembre, arrebato orondo de erudito, lirismo de mercader o filisteo, ínsula fortunata, país en verdad ideal, peonizado por los charnegos y financiado por el turismo y las inversiones extranjeras, mejor que civilizado, urbanizado, vendible a palmos, telar a la vez que hostal, paisaje no embotado por el huso, por la actividad fabril y el espíritu de empresa, por la iniciativa privada, rincón de naturaleza idílica, a la vez que de una organización ágil y eficiente, eminentemente práctico a la vez que sublime, visión o sueño de los epígonos de unos hipotéticos Países Bajos mediterráneos, de lo que bien pudo ser una Bélgica o una Holanda, un Portugal aunque fuera, imperio todavía a caballo de cuatro continentes, a pesar de que nadie le preste demasiada atención, o a ser posible y sobre todo, una especie de Suiza soleada, tradicional remanso de paz y divisas, una balsa de aceite en un charco de sangre, privilegiado graderío del ruedo ibérico donde los perros fuesen atados con longanizas, sueños que algún día, por qué no, no serán sueños, que serán realidades, sólo que un poco tarde y no de la forma prevista, menos heroica, menos decisiva y aparatosa, cuando, al menos por esta parte del mundo, el problema nacional sea ya, más que nada, cuestión de hacer números, convicciones y conveniencias más de cartera que de corazón. Sueños polémicos, teorías contrapuestas, ideaciones, separatismos, centralismos, España como dolor, España como problema, España sin problema, España, Europa, Cataluña, entidades con personalidad propia no ya histórica, cultural o geopolítica, sino sustancial, ontológica, el Mediterráneo y la Meseta, la Meseta y la Periferia, movimientos centrífugos y movimientos centrípetos, decadencias, renaixenças, grandielocuencias, palabras rimbombantes, conjeturas, mecanismos preciosamente simétricos y reiterados, piezas de dialéctica atractiva ya que inexacta y hasta estúpida, majas naderías no por ello, como todo, infactibles o indemostrables, tesis antitéticas sobre preeminencias trascendentales, lo ibérico y lo romano, lo árabe y lo germánico, dilemas, elucidaciones, vocación mediterránea o atlántica, americana o africana, folklore y costumbrismo, tema típico motivo, causa lamentable a la vez que efecto de tópicos hechos carne a fuerza de creídos y repetidos, hechos coartada, elucubración provechosa, restricción mental justificativa, mentir con sólo no mentar, lenguaje no simplemente esclerótico: cadavérico. Rechazo de España, proclamación de Cataluña, suplantación de un sueño recién muerto, de un imperio perdido, por el recuerdo de otro ya revertido en polvo, el de esta Cataluña que sería si fuera o fuese, si hubiera o hubiese sido.
La realidad, hoy por hoy: una industriosa región española donde la mano de obra es masivamente no catalana y, en definitiva, el interés del capital, los beneficios de la integración, mal menor siempre preferible. Lenta reducción de un ideal, gradual penetración materialista hasta lo más recóndito, angustia visceral e íntimo desgarro producidos por la disociación de los ideales respecto a la base material en que se asientan, inevitable corrupción de una empresa siempre desfasada, bien por falta de fuerza motriz en el momento oportuno, bien por falta de suficientes elementos susceptibles de ser puestos en marcha por la fuerza motriz, puro residuo formal en este caso, fábula o arrebato hipostasiados. Como una gema de cristalización demasiado lenta o una geometría floral destruida por el frío, anunciación sin epifanía, gestación sin alumbramiento, profecía o promesa no cumplida, no en la coyuntura para tantos otros pueblos decisiva, en la romántica época de los risorgimenti y las afirmaciones irrevocables, cuando superadas las últimas convulsiones derivadas de su condición de hijastra malquerida, ya par inter pares, partícipe indiscriminada de la explotación pacífica de las posesiones coloniales, de la colonización de las posesiones, de la pacificación de las explotaciones, no por disminuidas desdeñables, intentó inclusive catalanizar España, infundirle otro espíritu, renovarla. No entonces, sino cuando llegadas las vacas flacas, perdidas las últimas colonias dignas de considerar, se acabó el jamón, problema planteado sin duda como alternativa política a la política colonial, problema de mercado, de ultramarinos, cuestión doméstica, comidilla callejera, reguero de pólvora capaz de prender en el comercio social, de encender el verbo, de reavivar el pasado, de realzar enseñas, de desplegar banderas. No en el momento oportuno ni con la decisión debida, vacilando siempre entre rehacer España a su imagen y semejanza, con Prim y la Primera República, la partida que jugó y perdió, o marchar por la habitualmente más empinada senda de la independencia, cuesta arriba o escalada de la acción directa, movimiento sin luchas, sin verdaderos alzamientos nacionales, sin héroes, causa que, si no había tenido su Petöfi, tampoco iba a tener su alcalde de Corck; causa, de hecho, sinceramente indeseada por las clases dirigentes locales, algo así como esa dama que por su atrevido atuendo en las reuniones mundanas, por su actitud y sus palabras, bien puede hacer creer a sus admiradores que no les será difícil convertirla en su amante, y sólo tras el chasco acabarán comprendiendo que su verdadero propósito se cifraba no en poner cuernos al marido, sino en brindarle las solicitaciones obtenidas para hacerse así más valiosa a sus ojos, más elemento negociable que instrumento de separación y libertad, esto es, como lo del enano de la venta, amenaza verbal más que otra cosa, comodín para utilizar de acuerdo con las circunstancias, en el curso de las vicisitudes socioeconómicas; Cataluña apostólica y liberal, tierra de burgueses proteccionistas y de obreros anarquistas, actores todos ellos del repertorio, parte activa de la función, entregados como el que más a la peripecia histórica de la farsa española, romántica comedia de personajes zarzueleros, grotescos monarcas indeseados y funestos caciques tribales, tipos simiescos, de reacciones atávicas y espiritualidad totémica, lamentable pulular de brujas y asnos, de fígaros y cigarreras, con una ensañada danza de la muerte por telón de fondo, imposible más al fondo, todo sordidumbre y excremencia, decrepitud de un imperio que fue, a caballo de cuatro continentes, tal vez la mayor potencia existida, de Catay a El Dorado, con sus especies orientales y sus minas occidentales, metales preciosos y preciados, siglo de oro transcurrido como un reloj de arena, y como de arena erosionada la metrópoli, su antigua imagen, prefiguración que fue de John Bull o Uncle Sam, reducida ahora a pintoresco campo de exploración para viajeros curiosos procedentes de otras latitudes, de niveles más altos, tierra atracada, en seco, atractiva en cuanto anacrónica, algo así como la Italia garibaldina, tipismo ameno y pugnas operísticas, pero con un deje de la crueldad y el misterio de la Sublime Puerta, intolerancias, brutalidades, ruedo circense a la vez que cuadrilátero de salvaje pugilismo, círculo cuadratizado, la España decimonónica descuajaringándose, cantón por cantón, junta por junta, constituciones de quita y pon, cuarteladas, pronunciamientos, la violencia campeando entre instituciones decorativas, estampas características, la del español y su honor, la de la española ardiente tras su celosía, Torquemada y el Cid, Don Quijote y Don Juan, toreros y eclesiásticos, gitanos y guerrilleros, militares, mangantes, manos tendidas para apuñalar o para pedir limosna, la cara y la cruz, el haz y el envés, una misma historia diversamente vivida, diferencias derivadas de dos grados de desarrollo, ajustadas a la distancia que media entre uno y otro grado, chabacanería burguesa de una Cataluña plañidera y altisonante, tierra de magnates cazurros y tesoneros, hombres de presa, de carga y tiro, fenicios entre los fenicios, hombres de mundo a fuerza de pulirse con el roce y, no obstante, siempre apegados a la tierra, con los resabios de quien conoce el terreno que pisa, tosquedades campesinas y ásperas maneras, abruptas exteriorizaciones bajo cierta apariencia de cosmopolitismo provinciano, burdo comercio y comedimiento hipócrita de una parte, contradicciones propias de una sociedad industrial, y de otra, coexistiendo, lo propiamente español, es decir, castellano, y en especial, por lo característico, de Madrid, quintaesencia farragosa de Castilla, de sus llanezas agarbanzadas, chaturas de meseta entendidas como superioridad y aislamiento estepario entendido como dignidad, rasgos genéricos matizados en la corte por sus peculiares bullicios verbeneros, honras aberrantes de una existencia llevada como un relicario, frugales enjuteces o siluetas panzudas, triste figura, viejo o nuevo castellano, llano, llano, encumbrado o no, no menos el de arriba que el de abajo, el alto clero, las castas militates, los feudales, latifundistas ociosos trasladados directamente del inmovilismo habitual en toda monarquía absoluta y consecuente rigor jerárquico atemperado apenas por la corruptela, a las sociedades anónimas, a los consejos de administración, gentes poco amigas del compromiso y del diálogo y, mucho menos, de la crítica, gentes propensas al golpismo, a la solución maximalista, a los favoritismos y acuerdos entre caballeros y sólo entre caballeros, soberbia coloidal y abismos de clase, situación mantenida por procedimientos indirectos y directos, el de quien pega primero, práctica, por otra parte, también familiar en el resto de la península, terreno propicio en general a los movimientos retrógrados, alzamientos preventivos abatidos como un sablazo, preventivos y curativos, cortes por lo sano, reacciones barbáricas, elementales, cometidas con naturalidad asombrosa, acometidas casi con campechanía, tal compadres en plan de juerga, y la lógica contrapartida de todo ello, miserias progresistas, acciones anárquicas realizadas como a bulto, sin pies ni cabeza, y vanos intentos de darle cierta coherencia, de informarlos de pobre dialéctica, refritos ideológicos, abstracciones traídas de otros meridianos, rebajadas hasta la cortedad por la merma que supone todo transporte y, en ausencia de una mentalidad revolucionaria capaz de infundirles otra originalidad que la de su heroica impotencia, reverencialmente sostenida contra viento y metralla y, lo que es más penoso aún, contra toda lucidez, por mediocridades moderadamente inteligentes, progresivamente necias, prolongado historial de afrentas mutuas, de enconados enfrentamientos, guerra civil gestada durante años y años, órgano creado por el ejercicio de su función, fabuloso espectáculo, sueño de la razón, cortejo de monstruos, caprichos diabólicos, el negro y el rojo nuevamente, tonalidades de estallido, circunstancia poco adecuada para mantener vivas cuestiones ya marginadas en relación al núcleo central del conflicto por la propia dialéctica de los acontecimientos, para salvaguardar autonomías efímeras y demás ficciones proclamadas por los representantes políticos de la pequeña burguesía local, pescadores domingueros en río demasiado revuelto, incidencias de una empresa fatalmente escamoteada sobre la marcha, engullida en el curso de la lucha entre burguesía centralista y proletariado revolucionario, destinada a perder perdiera quien perdiera, a irrealizarse, al menos tal y como fue soñada, madre patria –cuál– inencontrable, sólo sus ruinas por única evidencia, como se desprende de un análisis implacablemente objetivo de los hechos, sus escombros. Desolante despertar.
Una Barcelona de mar a monte y de río a río, sí, pero no según lo imaginado, tanto menos catalana cuanto más grande, cuanto más masificada, poblada de emigrantes, convertida en El Dorado del charnego y La Meca del lumpen, reducida ya a un reducto de sí misma, cercada por sus propios arrabales, progresivamente asimilada, englobada en una unidad superior y distinta, infiltración oficiosa, a menudo solapada, barrios con frecuencia inexistentes en el plano, de etimología casual y toponimia nómada, Somorrostro, Casa Valero, Casa Antúnez, Torre Baró, Campo de la Bota, etcétera, barracas propagadas, pulcras blancuras, tabiques encalados y techos endebles, urdimbre de hojalata y brea enarenada, suburbios terrosos, cenicientos, andurriales resolanescos, ricos en escenas costumbristas, en colorido impresionista, lacras naturalistas tarde o temprano subsanadas no obstante, hogares algún día asentados en construcciones compactas, extendidas hasta donde alcanza la vista, del Besós al Llobregat, del Tibidabo a Montjuich, aglomeración humana de ambiente explosivo, predispuesta a acoger como semilla germinadora la ideología comunista, como una yesca la chispa, como el viento las velas, ejército de reserva ya no tanto del capitalismo como del socialismo, fuerzas productivas en desarrollo, un bosque de industrias trepidantes en marcha, formaciones de grises bloques ceñidas en torno a la ciudad, antenas enristradas, destellos de cristales, trapos soleados y ondeantes, como avanzando, cerniéndose en torno a la ciudad, tan espléndidamente planeada por la burguesía decimonónica, la cuadrícula del Ensanche, el perímetro de Rondas, el Casco Antiguo partido por las Ramblas, el monte Taber a la derecha, en el corazón del Barrio Gótico, museo de glorias pretéritas, de triunfos petrificados, el Barrio Gótico labrado de calles y plazas solariegas, la plaza de San Jaime, la plaza del Rey presidida por la torre del Rey Martín, la plaza del Rey con su salón del Tinell y su capilla de Santa Águeda, su Archivo de la Corona de Aragón, su Casa Padellás, sede principal del Museo de Historia de la Ciudad, entraña de aquel recompuesto conjunto de murallas romanas, de arcos románicos, de agujas góticas, de iglesias y palacios, tiempo jalonado de campanarios, de ángelus en ángelus, espaciadas resonancias, adusteces hieráticas, las torres de la catedral por encima de todo, prevalecientes, sobrevoladas cada verano, golondrinas idénticas y reiteradas. ¡Ruinas triunfales! ¡Realces! ¡Magnificaciones! ¡Residuos fructificados! ¡Perduración de la metamorfosis, de la gloria en escombro, de la piedra en templo, piedra a piedra, hallazgos desenterrados, imágenes veneradas y morenas, museo hecho vanagloria, cementerio hecho victoria, permanencia del vértigo, fugacidad de la piedra! ¿Y ahora? El desenlace, la última fase del proceso, la síntesis de contrarios o negación de la negación, es decir, afirmación, resolución, disolución de las diversas contradicciones desarrolladas en el curso de la historia de este pequeño pueblo resurgido de los despojos de la sociedad esclavista romanovisigótica, en la Alta Edad Media, pueblo de precoz expansión mediterránea y también de precoces conflictos sociales en la metrópoli, conflictos tanto entre el campesinado y la estructura feudal de la época, sus servidumbres y malos usos, como entre dicha estructura y las incipientes clases burguesas de artesanos y comerciantes aparecidas al socaire del gradual engrandecimiento del imperio, fuerzas políticas en ascensión gracias, frecuentemente, al apoyo de la monarquía y, en correspondencia simbiótica, en absoluto desinteresada, utilizadas por ella para afianzar el poder real, corona reafirmada sin cesar y engrandecida hasta los albores del Renacimiento, cuando en pleno período de decadencia económica y demográfica y de recrudecida agitación social, coincidente con la general tendencia de la época hacia la formación de estados nacionales, se vio abocada a constituirse, casi a pesar suyo, en virtud de su unión con Castilla, en piedra angular de la España moderna, Estado nuevo construido no sólo a costa de que Cataluña, la parte débil del maridaje, cediera fatalmente su antigua hegemonía mediterránea, sino también de que, aun en la misma península, su área de influencia se viera reducida a los actuales límites regionales, desvinculada de los que fueron países hermanos, convertida por la ley del más fuerte en cola de león, simple principado provinciano apartado de toda empresa colonizadora y en frecuentes crisis de supervivencia con el absolutismo reinante y su representación local, el virrey enviado por la corte, un principado incrustado en España más que integrado, engarzado a la corona imperial como pudieran estarlo Flandes o Portugal o el reino de Nápoles, no más español en la práctica ni con más derechos ni deberes ni más oficio ni beneficio, sin que ello fuera obstáculo, más bien todo lo contrario, para el progresivo desenvolvimiento del llamado estado llano y de la vida económica catalana en general, marginada de toda bancarrota por el mismo ostracismo al que había sido sometido, desarrollo consolidado cuando la supresión de las restricciones que impedían el comercio con América, al abrir nuevos mercados en óptimas condiciónes competitivas, permitió asentar sobre saneadas bases materiales la incipiente industrialización, fundamento de la prosperidad y el auge de la burguesía catalana decimonónica, en contraste con una Castilla ahora ella erosionada por la decadencia, en el seno de una España, más que anacrónica, regresiva, bárbaramente encarnizada consigo misma, contraste que no hacía sino poner de manifiesto el movimiento ascensional de esta burguesía catalana paulatinamente identificada con las clases dirigentes del resto de la nación, burguesía cada vez más alta, española más y más, de día en día, de sentimientos patrióticos crecidos en razón directa a la amplitud de los nuevos mercados, española hasta el límite, hasta el punto de pretender, y en cierto modo conseguir, hacerse con el poder central, de conformar España a su imagen y semejanza, es decir, de realizar en España la revolución burguesa, intentos reiterados, y como si la reiteración más que remachar hiciera perder impulso, progresivamente tímidos, tanto más tímidos cuanto más identificada, como clase en ascensión, con ese poder, cuanto más innecesarios cuando no indeseables se hacían los objetivos, más proceso de ósmosis que asalto, impulso en definitiva lastrado, frenado, por el fantasma de la agitación social, debilidad de acometida o arresto que más tarde se iba a hacer extensiva al significado mismo de su correspondiente papel histórico en la etapa imperialista del capitalismo, siempre con menos decisión de la suficiente, siempre gravada, siempre hipotecada por su propia poquedad, grandilocuencia y palabras rimbombantes para encubrir su probidad prevaricada, su medrar amedrentado, su tendencia a hacer promulgar leyes favorables y a conculcar leyes desfavorables, su maestría en el cohecho y la especulación, su costumbre de recibir por añadidura, de quedarse en todo a mitad de camino, mediocridad de una actitud a su vez imputable a la endeblez de la estructura económica que le servía de soporte, esencialmente de invernadero, manufacturas y comercio propio de una tierra pobre en recursos naturales, de escaso atractivo, en principio, para otros capitales que los resultantes del trabajo acumulado de sus habitantes y, en consecuencia, más propenso a la dispersión que a la concentración industrial, y asimismo, imputable en no menor grado al carácter ambiguo de sus relaciones con el resto de España, corsé burocrático al tiempo que mercado estimulante, contradicciones como grabadas en la suerte de esta burguesía regional que cuando parecía lanzada a la empresa de redimir a España de su hemofilia histórica, de establecer nuevas fórmulas constitucionales que redujeran a tabla rasa todos los engendros heredados, se echó bruscamente atrás, se diría que sobrecogida por el giro de los acontecimientos, por la consecuencia del ejercicio de la libertad tanto tiempo reclamada y finalmente conseguida, contribuyendo a desmantelar la Primera República igual que había contribuido a construirla, encerrando en un paréntesis lo sucedido, dando suelta a la Restauración, hechos que, según introducían en el tira y afloja de la vida política española a la alta burguesía catalana, desvinculaban a ésta de las clases medias de su propia tierra, donde el primitivo regionalismo federalista de algunos núcleos intelectuales se iba trocando en nacionalismo separatista, de acuerdo con un fenómeno de radicalización que, entre alentado y retenido, no dejó de ser oportunamente esgrimido por los representantes políticos de la alta burguesía, no como aspiración real, sino como instrumento de negociación con Madrid, como chantaje o espantajo, mediatizando así un ideal previamente hipostasiado en beneficio exclusivo de los intereses que representaban, comerciando con los sentimiento del pueblo, vendiéndolo y vendiéndose, decepcionantes realidades de la política que no podían menos que acabar de despolitizar a la única clase social totalmente ajena a los intereses en juego, la clase obrera, las masas trabajadoras de Cataluña objetivamente forzadas al anarquismo y la inadaptación libertaria, a todas las variantes de la violencia, de la acción directa como respuesta al orden público, peculiar dialéctica cuyo crescendo había de desencadenar una vez más el duro dictado de un régimen autoritario que mereciese la confianza de las clases dirigentes, reacción o golpe en el que la alta burguesía catalana y, más concretamente, barcelonesa, actuó ya descaradamente en calidad de promotora, de modo que, al derrumbarse también este andamiaje totalitario, montado para defender sus posiciones de los embates de la historia, y acuciada por el temor a las nuevas fuerzas populares liberadas, puestas en marcha en el curso de la Segunda República, no vaciló en alzarse contra la legalidad democrática desde las filas del franquismo, en franca guerra civil con su propio pueblo, así como con los restantes pueblos de España, traición completada al quedar definitivamente integrados los intereses de esta alta burguesía catalana en los de la oligarquía monopolista española, con la cual se iba a identificar hasta el extremo de convertirse no ya en cómplice, sino en responsable objetiva, tras la polarización de posturas y modificación de alineaciones resultantes de la guerra civil, de la opresión política de la realidad catalana en particular como de la explotación económica o, mejor, expoliación, del pueblo español en general, situación inédita, cualitativamente nueva, ya que, al añadir a la contradicción fundamental entre burguesía monopolista y proletariado la contradicción entre burguesía monopolista y burguesía nacional catalana, encierra en germen o implica no sólo la lógica alianza entre proletariado y burguesía no monopolista, sino también la superación de la antítesis histórica entre Castilla y Cataluña y, en último término, la fusión de tan diversos elementos sociales, políticos, económicos y nacionales, en una síntesis revolucionaria, verdadero salto cualitativo que coloca en primer plano el antagonismo existente entre Franco y su camarilla, de una parte, y el pueblo español tomado en su conjunto, de otra. Cataluña y Castilla, pueblos llamados a complementarse una vez redimidos, rescatados de cuantas diferencias impuestas desde fuera, desde arriba, hayan podido separarles, a hermanarse junto con Galicia y Euzkadi, países de existencia igualmente problemática, en la tarea de construir una España diferente en cuanto unidad voluntaria en el socialismo, unidad sin uniformidad, unidad en la diversidad, descentralización compatible con el centralismo democrático, nacionalismo revolucionario entendido como oposición, como apoyo unánime a la política de la Unión Soviética y demás países del campo socialista, empresa en la que tan importante papel está reservado a esta Barcelona de inmensos suburbios obreros cargados de fermento revolucionario, primer centro industrial de España y capital que fue de una tierra tradicionalmente sacudida por movimientos liberadores, la Cataluña libertaria, la Catalunya de la Generalitat, del octubre rojo, del 19 de julio, enrojecida por el fuego y conquistada por Franco y sus legiones de mercenarios, sus moros, sus tabores, banderas de oro y sangre, atronadoras tropas; Cataluña injusticiada, sojuzgada, Cataluña caída y de nuevo puesta en pie, ahora en otra dirección, con un designio diferente, ahora decididamente en marcha tras el partido comunista, vanguardia del proletariado y última y decisiva fuerza política aparecida en la lucha, cal y canto de una sociedad por fraguar, de una patria nueva, futuro preclaro donde hubo pasado equívoco, arrolladora marcha, haces de martillos, redobles triunfales, alas y clarines, lucha final, juicio fallado, resuelto ya por la historia. No Imperio Español ni menos aún Imperio Catalán, no más espectros del pasado: Unión de Repúblicas Ibéricas Socialistas, URIS, realidad ante la cual, Daniel, todo lo demás será sólo un sueño dentro de un sueño.