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TRUCOS DE URGAZHI
Beka se acurrucaba entre las zarzas, ignorando las puntiagudas espinas que se le clavaban en las manos y el rostro. Había oído al caballo acercarse justo a tiempo para buscar cobijo y no había tenido demasiadas posibilidades de elegir su escondite.
La luz del día moría rápidamente ahora. Si lograba eludir a su perseguidor hasta la caída de la noche, podría huir sigilosamente, encontrar otro caballo en alguna parte y regresar a Sarikali por sus propios medios.
La emboscada de aquella mañana había cogido a sus guardianes completamente por sorpresa. Después de que Nyal los hubiera dejado al amanecer, habían tomado un desayuno reposado, después de lo cual le habían atado las manos y los pies a un caballo y habían partido hacia la ciudad.
La habían tratado con respeto, con amabilidad incluso, asegurándose de que las ligaduras no le herían las muñecas y ofreciéndole comida y agua. Ella había aceptado sus atenciones, había guardado sus fuerzas y había fingido no comprender su idioma.
El líder, un joven Ra’basi llamado Korious, hizo cuanto estuvo en su mano por tranquilizarla en su tosco eskaliano.
—De vuelta con Klia —le dijo, mientras señalaba en la que debía ser la dirección de Sarikali.
—¿Teth’sag? ——preguntó Beka, señalándose a sí misma.
Él se encogió de hombros y luego sacudió la cabeza.
Mientras marchaban, ella se dedicó con discreción a ocuparse de las cuerdas que le ataban las muñecas. Se quejaba repetidamente de que estaban demasiado apretadas. Después de aflojarlas una o dos veces, Korious se había negado a hacerlo más, pero ahora ella tenía la holgura que necesitaba para mover subrepticiamente las muñecas y acercar los dedos lo suficiente a uno de los nudos como para deshacerlo.
Fue una suerte que lo hubiera hecho. Apenas habían pasado dos horas en el camino cuando uno de los jinetes se derrumbó de la silla, arrojando sangre por la cabeza. Desde los árboles que había delante de ellos empezaron a irrumpir jinetes, seguidos por hombres de a pie con espadas y garrotes.
Sus escoltas se quedaron paralizados, demasiado sorprendidos para reaccionar. Aprovechando la momentánea confusión, Beka se agarró al arzón de su silla y espoleó con fuerza a su montura. El caballo se lanzó al galope, se abrió camino en medio de la refriega y se lanzó a toda velocidad camino adelante. A su alrededor cantaron flechas y se agachó mientras trataba de deshacer los nudos que todavía maniataban sus manos.
Logró liberar una mano, luego la otra y por fin pudo sujetar las ondeantes riendas. Sobre el estruendo de los cascos que la perseguían, escuchó a Korious gritando salvaje en un vano intento por reunir a sus hombres.
¡Idiotas indisciplinados!, pensó enfurecida, al tiempo que se preguntaba cómo habría Nyal logrado reunir tan lamentable puñado de guerreros inexpertos. Unos pocos Urgazhi podrían haberse ocupado de esa banda en menos que canta un gallo.
Sin embargo, los hombres que los habían atacado eran harina de otro costal. Miró por encima de su hombro y vio que dos de ellos la seguían de cerca.
Se inclinó aún más sobre la testuz del caballo y aceleró el paso.
No había manera de despistarlos en el camino principal, de modo que en cuanto apareció una senda secundaria a su izquierda, tiró con fuerza de las riendas en aquella dirección, agachándose para esquivar las ramas que pasaban sobre su cabeza.
Soltó las riendas, se agarró al caballo y trató de sacar la pierna derecha de la bota. Los músculos de todo su costado protestaron pero logró soltarla, aunque estuvo a punto de caer de la silla en el proceso.
Después de recuperar el equilibrio, alargó el brazo hacia abajo y desató el nudo que ataba su otra pierna.
Sus perseguidores habían titubeado un momento, quizá sorprendidos por su imprevisto desvío. En aquel momento no podía verlos, pero podía escuchar cómo se llamaban el uno al otro detrás de ella, y no estaban muy lejos.
Oculta momentáneamente tras un giro del camino, tiró de las riendas, desmontó de un salto y le dio al caballo una fuerte palmada en la grupa. El animal se alejó con su bota derecha prendida todavía del estribo. Apenas tuvo tiempo para arrojarse al interior de un zarzal antes de que los dos hombres pasasen como un trueno junto a ella, sin saber por el momento que perseguían un caballo sin jinete.
Si eran tan astutos como ella suponía, no tardarían mucho en darse cuenta. Salió arrastrándose del zarzal y empezó a trepar con dificultad la ladera.
Corrió hasta que le ardieron los pulmones, utilizando el sol como guía. Cuando estuvo segura de haber despistado a sus perseguidores, se detuvo para lavar su pie herido y sangrante en un arroyo. Luego, regresó lentamente y dando un rodeo al lugar en el que se había producido la emboscada, con la esperanza de encontrar alguna señal que le indicase quiénes eran sus atacantes.
Alguien había estado allí antes que ella, haciendo lo mismo. Un único par de huellas se dirigía desde el camino hasta el lugar en el que los atacantes los habían esperado, atravesaba sus rastros y merodeaba entre ellos de una manera que parecía indicar una búsqueda concienzuda. La forma de las botas le resultaba familiar.
—Nyal —susurró mientras dejaba descansar un momento los dedos sobre una alargada huella. El suelo se enturbió un instante y combatió enfurecida la llegada de las lágrimas. Estaría maldita si lloraba por aquel traidor como cualquier doncella de cocina plantada.
Siguió las huellas hasta el camino y comprobó que había regresado solo.
»¡Bien por vosotros, amigos míos! —susurró. Se negaba a admitir cualquier otra posibilidad que no fuera la de que Alec y Seregil habían logrado eludirlo.
Lo que encontró a continuación hizo que la negra garra de la cólera que le apretaba el corazón se cerrara un poco más. A partir de allí, Nyal había abandonado el camino para seguir su rastro.
¡Búscame en Sarikali, hijo de perra!, pensó, mientras regresaba cojeando al abrigo de los árboles.