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VÍRESSE

—De modo que van a venir y no pasando por vuestra ciudad, khirnari ——dijo Raghar Ashnazai al tiempo que daba vueltas con aire frívolo a la copa de vino sobre la superficie lustrosa de la mesa de la balconada.

Las uñas del enjuto plenimarano eran suaves y estaban limpias, advirtió Ulan í Sathil al observar a su huésped desde su lugar en la balaustrada; aquel era un Tírfaie cuyas herramientas eran las palabras. Tres siglos de comercio con tales hombres le habían enseñado a Ulan a ser cauto.

—Sí, Lord Torsin partió ayer para reunirse con ellos —contestó mientras volvía su atención al puerto que se extendía bajo la balconada. En silencio, enumeró los barcos extranjeros que habían amarrado allí a pesar de la guerra. Cuan vacío parecería el puerto sin ellos.

—Si los Bókthersa y sus aliados se salen con la suya, vuestro gran mercado no estará tan lleno de comerciantes norteños —continuó el enviado de Plenimar como si fuera capaz de leer sus pensamientos.

No lo era, por supuesto; Ulan hubiera sentido cualquier magia y la hubiera contrarrestado con la suya. No, el poder de este hombre radicaba en su astucia y su paciencia, no en su magia.

—Es cierto, Lord Raghar —contestó, sus viejas rodillas le dolían mucho aquel día, pero el permanecer de pie le permitía mirar al plenimarano desde arriba, una posición que convertía en tolerable la incomodidad—. Supondría un fuerte golpe a mi clan y a nuestros aliados el que las actuales rutas comerciales fueran cambiadas. Del mismo modo que podría ser un fuerte golpe para vuestro país el que Aurëren uniera sus fuerzas con Eskalia.

—Entonces nuestras preocupaciones son similares, si no nuestros intereses.

Ulan reconoció la verdad que había en aquellas palabras, satisfecho por no haber subestimado a su interlocutor. Como khirnari de los Víresse, había tratado con más de cinco generaciones de Tírfaie de los Cinco Reinos y otras regiones. La de Ashanazai era una de las familias más antiguas e influyentes de Plenimar.

—Y sin embargo siento curiosidad —contestó con voz neutral—. Hay rumores que aseguran que Plenimar no necesita la ayuda de nadie en su guerra contra Eskalia… algo que tiene que ver con la nigromancia, creo.

—Me sorprendéis, khirnari. La práctica de la nigromancia fue prohibida hace siglos.

Ulan se encogió de hombros con aire elegante.

—Aquí en Víresse consideramos tales cosas desde un punto de vista más pragmático. La magia es magia, ¿no? Estoy seguro de que vuestro primo, Várgul Ashnazai, diría lo mismo. O lo hubiera dicho, de no haber dado su vida al servicio del medio hermano de vuestro Señor Supremo, el fallecido Duque Mardus.

Esta vez la sorpresa de Raghar fue genuina.

—Estáis bien informado, khirnari.

—Creo que descubriréis que la mayoría de los clanes orientales lo están —sonrió Ulan, entornando sus ojos gris plateado como los de un águila—. Vuestro país tiene brazos muy largos; no somos tan tontos como para subestimar a un vecino así.

—¿Y los eskalianos?

—Como aliados, supondrían una clase diferente de amenaza.

—Bastante más que una amenaza para el monopolio comercial de Víresse, creo. ¿Los lazos de sangre de los Bókthersa con el trono de Eskalia, por ejemplo?

Ah, sí, muy astuto, sí.

—Comprendéis mejor que muchos la política de Aurëren, Raghar Ashnazai. La mayoría de los extranjeros piensa en nosotros como en una nación unida, gobernada por la Ila’sidra en el lugar de una reina o un señor supremo.

—El Señor Supremo Estmar comprende que los clanes orientales y occidentales tienen preocupaciones diferentes. Y que clanes como los Bókthersa y los Bry’kha son considerados por muchos como problemáticos, demasiado dispuestos a mezclarse con extranjeros.

—Lo mismo se ha dicho de los Víresse. Pero existe una diferencia. Los Bókthersa aprecian a los extranjeros mientras que en Víresse… —se detuvo y miró directamente al plenimarano por vez primera, dejando que un jirón de su poder se insinuase a través de esta mirada—. Nosotros les consideramos sencillamente… útiles.

—Entonces pensamos de manera similar, Khirnari —sonrió fríamente Ashnazai a través de su barba mientras sacaba un documento sellado de la manga y lo ponía sobre la mesa—. Según mis fuentes, la Reina Idrilain se está muriendo, aunque pocos fuera del círculo real lo saben. No creo que viva lo suficiente para ver el desenlace de la misión de Klia.

Ulan observó el pergamino.

—Tengo para mí que Phoria será una sucesora de valor.

El enviado dio unos significativos golpecitos al documento con uno de sus enjoyados dedos y volvió a sonreír.

—Eso podría uno pensar, khirnari, y sin embargo hay rumores que sugieren la existencia de desavenencias entre la Reina y ella. Rumores que, en este preciso momento, mi gente en Eskalia está dejando que se filtren hasta oídos bien situados. Incluso sin esta información, hay algunos eskalianos a quienes no complace la idea de una reina estéril. Ahora mismo existen suficientes herederas con derechos legítimos. La segunda hermana, Aralain, y su hija. Y Klia, por supuesto.

—Eso parece suficiente —señaló Ulan.

—En tiempo de paz quizá. ¿Pero en la guerra? Hay tanta muerte e incertidumbre… Confiemos por el bien de Eskalia en que sus cuatro dioses guarden cuidadosamente a estas cuatro mujeres, ¿eh?

—Pido a Aura que vigile sus vidas —replicó Ulan mientras se apartaba para esconder su repulsión; cuan fácilmente recurrían estos Tírfaie al asesinato. La brevedad de sus vidas parecía engendrar una impaciencia brutal que resultaba aborrecible para la mente de los Aurënfaie.

»Como siempre, me siento agradecido por vuestra información y apoyo —continuó sin apartar la mirada del puerto. Su puerto.

—Me honráis con vuestra confianza, khirnari.

Ulan escuchó el chirrido de la silla y el susurro de una capa.

Cuando al fin se volvió, Ashnazai se había marchado, pero el documento sellado seguía sobre la mesa.

Evitando la silla que el plenimarano había ocupado, Ulan se dejó caer dolorosamente sobre la del otro lado y estiró sus doloridas piernas. Entonces abrió el tubo y lo sacudió para extraer sus contenidos: tres pergaminos. Uno era una especie de declaración jurada firmada por alguien llamado Urvay. Los otros dos eran documentos eskalianos que, aparentemente, tenían que ver con la tesorería. Cada uno de ellos llevaba las firmas de la Princesa Phoria y del último Vicerregente de Eskalia, Lord Barien. Uno de ellos levaba también el Sello de la Reina.

Ulan los leyó cuidadosamente una vez y luego una segunda. Cuando hubo terminado los dejó sobre la mesa con un suspiro, mientras lo asaltaba el deseo, y no por vez primera, de que fueran Eskalia o Micenia las que se encontrasen tan cerca, al otro lado del Estrecho de Bal, en vez de Plenimar.

Aquella noche Ulan volvía a estar sentado en la balconada, esta vez en compañía de otros tres miembros de la Ila’sidra. Ya se había retirado la mesa y el vino había sido servido.

Siguiendo la costumbre, permanecieron sentados y en silencio durante un rato, observando cómo la luna creciente trepaba sobre el dosel de las estrellas. Dos de los huéspedes de Ulan se encontraban allí en respuesta a una invitación suya. El tercero había sorprendido a los demás con su inesperada aparición.

Una brisa fragante hacía ondear el extremo de sus sen’gai contra sus rostros y levantó el plateado cabello de Lhaar a Iriel, revelando tras los pesados y enjoyados pendientes la tracería de las marcas del clan Khatme de su nuca.

Su llegada al comienzo de la velada había sido una bendición en parte. Debido a ella, los pergaminos de Raghar Ashnazai permanecían guardados en el estudio de Ulan. El hecho de que la khirnari de los Khatme viajara desde tan lejos para encontrarse con él podía interpretarse como una señal de apoyo pero ¿quién podía suponer con certeza alguna lo que cualquier miembro de este extraño clan estaba pensando tras sus ojos pintados y sus elaborados tatuajes?

Los demás eran cosa diferente. Elos í Orian, khirnari de los cercanos Golínil, estaba casado con la hija de Ulan. Maleable y tan transparente como el agua, Elos comprendía perfectamente lo entrelazados que estaban los intereses de los Golínil con los de los Víresse.

El viejo Galmyn í Nemius, llegado al este desde Lhapnos con mensajes de apoyo de su propio clan y de los Haman, era otro asunto. Los intereses de aquellos dos clanes eran más complejos y menos claros, aunque ambos habían votado contra la inminente llegada de la delegación de Eskalia. ¿Qué hubiera ocurrido, se preguntó Ulan, si los eskalianos no hubieran insistido en traer consigo al exiliado Bókthersa, Seregil í Korit? En realidad no importaba. Operaría en su favor en Sarikali.

—Nos encontramos bajo una luna propicia —observó Elos í Orian con aire alegre.

Lhaar a Iriel le lanzó de soslayo una mirada fría.

—La misma luna brilla sobre todos. Si no recuerdo mal, la votación contra vosotros en la Ila’sidra se produjo también bajo el Arco de Aura.

—Sólo se votó que la delegación podría venir, nada más —le recordó Galmyn í Nemius con voz tensa. Sin duda, sus pensamientos eran una réplica de los de Ulan: «La votación contra vosotros», había dicho, no «nosotros». ¿Qué está haciendo aquí esta mujer?

—Apenas hace cincuenta años, los eskalianos hubieran recibido una respuesta directa —señaló Elos—. Y ahora accedemos a parlamentar con ellos… ¡Y en Sarikali! Sin la menor duda eso significa algo.

—Quizá los clanes occidentales están ganando influencia —dijo Ulan—. Sus intereses no son necesariamente compatibles con los nuestros.

—Podría decirse lo mismo de Lhapnos y Víresse —intervino Galmyn í Nemius secamente—. Y, sin embargo, aquí estoy.

—Lhapnos está con los Haman, y los Haman se enfrentan a los Bókthersa y los demás clanes fronterizos. No hay ningún misterio en eso —señaló Lhaár á Iriel con franqueza.

Ulan sonrió.

—Disfruto mucho hablando sin tapujos con mis amigos. ¿Quizá podrías explicarnos dónde se encuentran los Khatme?

—En la mente de Aura, como siempre. Los Khatme no albergan amor por Tírfaie alguno, pero los eskalianos honran a Aura bajo el nombre de Illior. Aunque incurren en una blasfemia al situar al Portador de la Luz al lado de otros dioses, sus magos descienden de nuestra propia Oréska y todavía hoy prosperan. Todo esto nos supone una gran duda, una duda que ni el Portador de la Luz ni los dragones han resulto todavía a nuestros sacerdotes.

Galmyn í Nemius enarcó una de sus grises cejas.

—En otras palabras, todavía tienes un pie en cada lado de la escalera.

Las marcas ciánicas de Lhaar a Iriel parecieron reordenarse ligeramente mientras se volvía hacia él.

—Eso no es en absoluto lo que yo he dicho, Khirnari.

La sonrisa de autosuficiencia del Lhapnos murió en sus labios.

Durante un prolongado momento, los demás encontraron más cómodo volver su atención a la luna.

—¿De quiénes podemos estar seguros, entonces? —preguntó Elos.

—Además de nosotros mismos y los Haman, con el debido respeto a ti, Lhaar, creo que podemos también confiar en los Ra’basi —contestó Ulan—. Los Akhendi siguen sin estar seguros, pero tienen más que ganar apoyando la apertura de las fronteras. Algunos otros deben ser tanteados.

—¿De veras? —murmuró el Lhapnos—. ¿Y quién mejor que tú para hacerlo?