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MALESTAR
—¿Dónde estará Thero? —se preguntó Alec en voz alta aquella tarde, mientras salían hacia un banquete que iba a celebrarse en la tupa de los Bry’kha.
—Fue a visitar a los rhui’auros ——le dijo Klia —. Supuse que a estas horas ya estaría de vuelta.
La lluvia había menguado hasta convertirse en una llovizna cálida y un poco molesta. Todo el mundo marchaba con la capucha subida, en pequeños grupos tras Klia y Torsin. Alec y Seregil se habían demorado hasta la retaguardia de la comitiva. Aquello era lo más semejante a un momento de intimidad de que disfrutaban desde que había empezado el día. Aprovechando la oportunidad, Alec le confió su encuentro con Beka y Nyal en la Ciudad Encantada.
Seregil se tomó las noticias con más calma de lo que había esperado.
—Según Thero, la Reina Idrilain alienta tales uniones como parte de nuestra misión.
Alec miró a los miembros de la escolta Urgazhi que los rodeaban.
—¿Qué? ¿Casar a sus soldados con Aurënfaie?
Seregil le guiñó un ojo.
—No creo que el matrimonio sea una prioridad, pero uno de los objetivos de la presente misión es conseguir una saludable infusión de sangre Aurënfaie para renovar nuestras reservas.
—¡Sí, pero…! ¿Quieres decir que espera que Beka y las jinetes regresen embarazadas? Creí que las castigaban por eso.
—Las reglas se han relajado por una temporada. Nadie habla abiertamente de ello, pero Thero escuchó el rumor de que se ha ofrecido una prima. Supongo que los hombres también son libres de llevar a casa a cualquier mujer Aurënfaie que quiera acompañarlos.
—¡Por los Testículos de Bilairy, Seregil, eso sería una crueldad! ¡Convertir la mejor turma de Eskalia en ganado de cría!
—Cuando lo que está en juego es la supervivencia de una nación, no hay demasiadas consideraciones que puedan tenerse en cuenta, aparte de las más elementales. Ni siquiera es tan raro. ¿Recuerdas mi estancia entre los dravnianos? Cumplí con mis obligaciones como huésped, por decirlo de alguna manera. ¿Quién sabe cuántos vástagos míos están jugueteando en algún lugar de las Ashek mientras hablamos?
Alec alzó una ceja al escuchar sus palabras.
—Estás de broma.
—De ninguna manera. Por lo que se refiere a nuestra situación actual, todo es por la mayor gloria de Eskalia, lo que lo convierte en algo honorable. ¿Y tú? ¿Te sientes patriótico estos días?
Alec ignoró la broma pero observó a los Urgazhi con más detenimiento durante el banquete que siguió.
A la mañana siguiente, Seregil estaba desayunando con Klia y Torsin cuando entró Thero arrastrando los pies. Tenía el rostro pálido y se conducía como si sus entrañas estuviesen hechas de cristal mal embalado.
—¡Por la Luz! —exclamó Torsin—. Mi querido Thero, ¿quieres que mande a buscar un curandero?
—Estoy bien, mi señor, sólo un poco destemplado —replicó Thero mientras se detenía frente a una silla vacía y se apoyaba en el respaldo.
—No estás bien —contestó Klia, volviéndose para mirarlo.
—Podría ser fiebre del río —sugirió Seregil, a pesar de que sospechaba que no se trataba de tal cosa—. Mandaré a buscar a Mydri.
—¡No! —dijo Thero rápidamente—. No, eso no es necesario. Sólo es un ligero malestar. Pronto pasará.
—Tonterías. Llévalo a su habitación, Seregil —ordenó Klia.
La piel de Thero estaba caliente y pegajosa y se apoyó en el brazo de Seregil mientras bajaban penosamente las escaleras. Al llegar a su dormitorio se tendió en la cama, pero se negó a desvestirse.
Seregil permaneció frente a él, con el ceño fruncido.
—¿Y bien? ¿Qué ha ocurrido?
Thero cerró los ojos y se pasó una mano por una de sus mejillas sin afeitar.
—Un dragón me mordió.
—¡Por los Testículos de Bilairy, Thero! ¿En qué parte de Sarikali encontraste uno tan grande como para ponerte así de enfermo?
El mago logró esbozar una sonrisa enfermiza.
—¿Dónde crees?
—Ah, claro. Será mejor que me dejes echar un vistazo.
—Ya le he puesto lissik.
—El lissik no basta para las heridas grandes. Vamos, ¿dónde está? ¿En el brazo? ¿La pierna?
Con un suspiro, Thero se subió la parte delantera de la túnica.
Los ojos de Seregil se abrieron.
—Dijiste que la oreja de Alec parecía una uva cuando lo mordió aquel pequeño. Esto parece más bien una…
—¡Ya sé lo que parece! —gruñó Thero mientras se tapaba.
—Eso necesita atención. Le pediré a Mydri algo para tratarlo. Nadie tiene por qué enterarse de los detalles.
—Gracias —dijo Thero con voz entrecortada y sin apartar la mirada del techo.
Seregil sacudió la cabeza.
—¿Sabes? Nunca había oído de nadie a quien le mordieran en…
—¡Fue un accidente! ¡Largo! ——le espetó Thero.
¿Un accidente?, pensó Seregil mientras se apresuraba hacia la puerta. No, si los rhui’auros han tenido algo que ver con ello.
Para gran alivio suyo, Mydri hizo pocas preguntas. Le describió la herida en términos generales y ella mezcló varias infusiones en un mortero para hacer una cataplasma. Mientras observaba esta última, Seregil confió en que el mago pudiera tratarse a sí mismo.