_____ 18 _____
MAGYANA

Un helado viento de montaña contra su rostro. Picos afilados contra un cielo impecable. Sólo tenía que atravesar un paso más y se encontraría en las mesetas elevadas del otro lado. Cerró los ojos por un momento, saboreando los aromas mezclados de la piedra húmeda, el tomillo salvaje y el sudor que se elevaba convertido en vaho de la cruz de su caballo.

Libertad. Nada delante de mí salvo interminables días de exploración

Magyana se sacudió de encima el sopor mientras la pluma se le escurría entre los dedos. Tenía la boca seca. El aire enrarecido y caliente del interior de la tienda de la Reina hacía que le doliera la cabeza. El sueño había sido tan vivido… Por un mero instante un destello de resentimiento la abrumó. ¡Yo nunca pedí esto!

Recogió la pluma caída, la limpió y se reclinó en su silla con aire de resignación. La libertad era una ilusión que había sido capaz de mantener demasiado bien durante demasiados años. Los dones que elevaban a un mago hasta los máximos niveles de la Oréska no carecían de precio: diferente para cada uno, de acuerdo a sus talentos.

El pago por sus muchos años de vagabundeo había llegado al fin y allí estaba, sentada e impotente, observando cómo la mejor de las reinas se enfrentaba a la muerte, su adversario final.

Idrilain había conseguido recuperarse, al menos por algún tiempo.

La marcha de Klia hacia Aurëren la había animado en alguna medida. En el mes transcurrido desde entonces se había aferrado desesperadamente a la vida e incluso había ganado un poco de peso al remitir la infección de sus pulmones. La mayoría de los días flotaba sumida en letargo sombrío, del que emergía de tanto en cuanto para hacer algunas preguntas sobre el progreso de la guerra y la misión de Klia, aunque sobre esta última, por desgracia, había muy poco de que informar. Privada de las fuerzas y el deseo necesarios para regresar a Rhíminee, Idrilain estaba contenta permaneciendo en lo que ahora era esencialmente el campamento de Phoria. Como Mago de la Reina, Magyana permanecía con ella, atrapada en aquella tienda mal ventilada, rodeada por frascos de medicinas y por los densos olores de la enfermedad y de la agonía de una anciana…

Apartó de sí estos pensamientos culpables. Y, sin embargo, estaba en verdad prisionera, por amor, deber y honor, hasta que Idrilain viera llegado el momento de liberarla o de liberarse a sí misma.

Dejó que la Reina durmiese y sacó la silla y los materiales de escritura al exterior. La luz del crepúsculo bañaba el extendido campamento en una atmósfera engañosamente apacible. Magyana mojó la pluma en la tinta y volvió a empezar.

«Mi querido Thero, ayer los plenimaranos empujaron una línea de tropas micenias hasta pocos kilómetros de distancia de donde me encuentro ahora. En Eskalia, más aldeas han sido incendiadas a lo largo de la costa. Se escuchan historias siniestras por todas partes: la mitad del regimiento de arqueros de los Halcones Blancos abatida en una noche, abrumada por insalubres vapores, soldados caídos que se alzan para estrangular a sus propios camaradas, un dyrmagnos invocando horrores fantasmales y pilares de fuego a plena luz del día.

Algunos no son más que cuentos de soldados, pero otros han sido verificados. Nuestro colega Eletheus presenció en persona cómo un nigromante invocaba relámpagos en Vado Gresher».

«Ni siquiera Phoria puede ignorar tales rumores, pero mantiene obstinadamente que esos ataques son demasiado aislados como para suponer motivo de preocupación. A corto plazo, puede que tenga razón. Con la destrucción del Yelmo, los nigromantes del Señor Supremo no pueden blandir el poder suficiente como para arrasarnos sólo con su magia, pero la amenaza que representa para nuestros soldados, alimentada por rumores e informes, sigue siendo muy grande».

«No obstante, no todas las noticias son malas. Hay que reconocerle a Phoria que es una gran líder, si bien no una diplomática, y los generales confían en ella. Durante las últimas semanas ha lanzado ataques significativos contra el enemigo en el este y ha obtenido varias victorias. Dile a Klia que su amiga, la comandante Myrhini, capturó cincuenta caballos. Un gran golpe, de hecho, puesto que muchos soldados de caballería combaten a pie por falta de monturas para reemplazar a las que caen en el campo. Otros están haciendo lo que pueden con los caballos que logran confiscar en los alrededores, una situación que no les está ganando las simpatías de los lugareños».

«El tercero de los despachos de Klia llegó ayer. Phoria no dijo mucho pero su impaciencia resulta evidente. Seguramente pueden arrancarse algunas pequeñas concesiones a la Ila’sidra. De otro modo, temo que os haga regresar. Con cada noticia de la muerte de un comandante capaz que llega al campamento, la presencia de Klia en el campo de batalla se hace más imperiosa».

Magyana se detuvo mientras consideraba la información que no se atrevía a confiar a un mensaje escrito, ni siquiera uno como aquél.

Como el hecho de que ella, la mayor de los magos de la Oréska que todavía quedaban con vida, no se atrevía a translocar abiertamente este mensaje hasta su protegido por miedo a que Phoria lo supiese.

La Princesa Real no había hecho un secreto de su desconfianza hacia los magos en general y a la consejera de su madre en particular. Magyana ya había sido llamada a su presencia en una ocasión para explicar sus acciones, y ello sólo por haber realizado un reconocimiento a petición del general Armaneus.

En las semanas transcurridas desde que Phoria se hiciese cargo de la dirección de las operaciones como Comandante de Guerra, se había producido un sutil cambio. Ojos y oídos vigilantes, incluyendo los de aquella hermosa serpiente, el capitán Traneus, la seguían por todas partes.

Klia tiene cosas suficientes en las que ocupar su mente, pensó Magyana al tiempo que oscurecía la carta con un hechizo que sólo Thero podía desentrañar. Más tarde se lo entregaría en mano a su mensajero.

Que Traneus hiciera lo que quisiera.