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MARCHAR DE CASA, MARCHAR A CASA

El día siguiente estuvo ocupado por los preparativos para el viaje de Klia. Durante toda la mañana, un trasiego constante de carromatos de equipaje y jinetes correo levantó nubes de polvo por el camino de los viñedos.

Alec fue con Seregil y Klia hasta el embarcadero para inspeccionar los tres barcos que habían anclado allí. Vestidos con sencillas ropas de montar y a lomos de sendos percherones, atravesaron inadvertidos la multitud que se reunía en el puerto hasta llegar a un muelle alargado en el que estaba amarrada una carruca de proa alta. Los marineros iban y venían sobre ella como un enjambre de hormigas, llevando cabos y herramientas.

—Ésta es la Zyria. Una belleza, ¿no os parece? —dijo Klia mientras los precedía para subir a bordo—. Y aquellos dos son nuestros escoltas, el Lobo y el Marinero.

—¡Son enormes! —exclamó Alec.

Con sus más de treinta metros de eslora, cada barco era más de dos veces más grande que cualquier otro en el que hubiera estado.

Sus castilletes de popa se erguían como casas. Los timones, tras ellos, eran tan altos como posadas. De aparejos cuadrados, con dos mástiles y un bauprés para las rojas velas, a lo largo de sus bordas se alineaban los escudos con el estandarte de la llama y la luna creciente de Eskalia. Relucientes gracias a la pintura nueva y el trabajo de los herreros, resultaban sin embargo visibles en ellos las cicatrices de recientes batallas.

El capitán, un hombre alto de barba blanca llamado Farren, se encontró con los tres en la cubierta. Llevaba una guerrera marinera manchada de brea y sal.

—¿Cómo va la carga? —preguntó Klia mientras miraba a su alrededor con aprobación.

—Según lo planeado, comandante —replicó él al tiempo que consultaba una tablilla que pendía de su cinturón—. La rampa para los caballos necesita algo de trabajo, pero estará preparada a medianoche.

—Cada barco llevará una decuria de caballería con sus monturas —le explicó Klia a Alec—. Los jinetes pueden combatir como arqueros de a bordo si llega a ser necesario.

—Parece como si os estuvierais preparando para lo peor —señaló Seregil mientras observaba un gran cajón.

—¿Qué es? —preguntó Alec. El cajón contenía lo que parecían ser grandes tarros de encurtidos sellados con cera.

—Fuego de Benshál —le explicó el capitán—. Como implica el nombre, fueron los plenimaranos los que descubrieron cómo fabricarlo, años atrás. Es una mezcla bastante horrible: aceite negro, brea, azufre, nitro y cosas así. Se lanza con una balista, se enciende al impactar y se pega a cualquier cosa que toca. Arde incluso en el agua.

—Ya lo he visto —dijo Seregil—. Hay que utilizar sal o vinagre para apagarlo.

—O pis —añadió Farren—. Que es para lo que sirven aquellos barriles que hay bajo la plataforma de popa. En la marina de Eskalia no se desaprovecha nada. Pero esta vez no pretendemos buscar batalla, ¿verdad comandante?

Klia sonrió.

—Nosotros no, pero no respondo de los plenimaranos.

La excitación dejó un hondo vacío en el estómago de Alec mientras Seregil y él se reunían con los demás para una última cena en Eskalia. Vestían de nuevo como aristócratas eskalianos, y Klia expresó su aprecio enarcando una ceja.

—Tenéis mejor aspecto que yo.

Seregil le obsequió una reverencia cortés antes de sentarse junto a Thero.

—Runcer ha vuelto a mostrar sus habituales dotes de previsión.

La noche anterior, al abrir sus baúles, se habían encontrado lo mejor de los atuendos que habían llevado mientras vivieran en Rhíminee: chaquetas de delicada lana y terciopelo, ropa interior de suave lino, botas resplandecientes, pantalones de piel de cierva, tan suaves como el cuello de una doncella. La chaqueta de Alec le estaba ya un poco estrecha en los hombros, pero no tenían tiempo para arreglarla.

—Cuando lleguemos a Gedre, ¿os presentaréis a los faie como la Princesa Klia o la comandante Klia? —preguntó Alec viendo que Klia seguía de uniforme.

—Me temo que una vez que lleguemos allí me esperan guantes y trajes.

—¿Hay noticias de Lord Torsin? —preguntó Beka al reparar en el montón de despachos que había junto al codo de Klia.

—Nada nuevo. Los Khatme y los Lhapnos siguen siendo tan aislacionistas como siempre, aunque él cree haber detectado un rastro de interés entre los Haman. El apoyo de los Silmai sigue siendo fuerte. Los Datsia parecen estarse volviendo en nuestro favor.

—¿Y qué hay de los Víresse? —preguntó Thero.

Klia extendió las manos.

—Ulan í Sathil continúa sugiriendo que tanto ellos como sus aliados del este estarían tan dispuestos a comerciar con Plenimar como con Eskalia.

—¿Incluso ahora que el Señor Supremo de Plenimar apoya abiertamente el resurgir de la nigromancia? —Seregil sacudió la cabeza—. Durante la Gran Guerra, ellos sufrieron más a manos de los plenimaranos que cualquier otro clan.

—Los Víresse son pragmáticos de corazón, me temo. —Klia se volvió hacia Alec—. ¿Cómo te sientes, sabiendo que partiremos al amanecer hacia la tierra de tus ancestros?

Alec jugueteó con un pedazo de pan.

—Es difícil de describir, mi señora. Mientras crecía no sabía que hubiera nada de faie en mí. Todavía me cuesta comprenderlo. Además, mi madre era una Hâzadriëlfaie. Cualquier Aurënfaie con el que me encuentre en el sur será como mucho un pariente lejano. Ni siquiera sé de qué clanes podría provenir mi pueblo.

—Quizá los rhui’auros puedan descubrir algo sobre tu linaje —sugirió Thero—. ¿No lo crees, Seregil?

—Podríamos intentarlo —replicó Seregil sin gran entusiasmo.

—¿Quiénes son? —preguntó Alec.

Thero lanzó a Seregil una mirada de pura incredulidad.

—¿Nunca le has hablado de los rhui’auros?

—No. Sólo era un niño cuando me marché de allí, así que apenas tuve relación con ellos.

Alec se puso tenso mientras se preguntaba si alguien más había reparado en el brillo de cólera que escondía la voz de su amigo. He aquí nuevos secretos.

—Por la Luz, ellos son el… la… —Thero agitó una mano, carente de palabras y demasiado inmerso en su propio entusiasmo como para advertir la fría reacción que estaba recibiendo del único entre todos ellos que podía contar con un conocimiento directo del asunto—. ¡Están en la misma fuente de la magia! Tanto Nysander como Magyana hablaban de ellos con reverencia, Alec. Es una secta de magos que vive en Sarikali. Los rhui’auros son similares a los oráculos de Illior, ¿no es así, Seregil?

—¿Quieres decir que están locos? —la mirada de Seregil estaba puesta en las viandas, pero no estaba comiendo—. Yo diría que ese es un juicio bastante apropiado.

—¿Y si me dicen que estoy relacionado con uno de los clanes que nos son contrarios? —preguntó Alec tratando de atraer la atención de Thero.

El mago se detuvo.

—Supongo que eso podría crear dificultades.

—En efecto —musitó Klia—. Quizá deberías ser prudente en tus pesquisas.

—Siempre lo soy —respondió Alec con una sonrisa que sólo unos pocos de quienes se sentaban a la mesa comprendieron del todo—. Pero ¿cómo podrían los rhui’auros descubrir quiénes son mis ancestros?

—Ellos practican una clase muy especial de magia —le explicó Thero—. Sólo a los rhui’auros se les permite recorrer las sendas interiores del alma.

—¿Cómo los decidores de verdad de la Oreska?

—Los Aurënfaie no poseen exactamente esa magia —intervino Seregil—. Te aconsejo que no lo olvides, Thero. En Aurëren, los castigos por invadir los pensamientos de otros son muy severos.

—Mis habilidades en ese sentido no son especialmente grandes. Como estaba diciendo, los rhui’auros creen que pueden encontrar el rastro del khi, la hebra del alma que conecta a cada persona con Illior.

—Aura —le corrigió Seregil.

—Siendo como eres un medio faie, Alec, la tuya debería de ser fuerte —dijo Beka, que estaba siguiendo la conversación con interés.

—No estoy seguro de que eso supongo alguna diferencia —dijo Thero—. Yo mismo me encuentro a generaciones de distancia de mis ancestros faie, y sin embargo mis habilidades son iguales a las de Nysander y el resto de los ancianos.

—Sí, pero tú eres uno de los pocos jóvenes que poseen ese poder —le recordó Seregil.

—Si todos los magos poseen algo de sangre Aurënfaie, ¿saben con qué clanes están emparentados? —preguntó Beka.

—Algunas veces —dijo Thero—. El padre de Magyana era un mercader Aurënfaie que se estableció en Cirna. Mi linaje se remonta a la Segunda Oreska de Ero, tras generaciones de enlaces mixtos. El maestro de Nysander, Arkoniel, pertenecía al mismo linaje. Y hablando de los rhui’auros, Seregil, ¿has pensado en visitarlos tú mismo? Quizá ellos pudieran descubrir por qué tienes ese problema con la magia. Posees la habilidad y sólo te hace falta dominarla.

—Me las he arreglado bastante bien sin ella.

¿Era su imaginación, se preguntó Alec, o Seregil había palidecido ligeramente?