Día 0

 

 

 

TUVIERON QUE PARAR el juicio en medio de la sesión pues resultó imposible hacer callar a la sala tras mi particular alegato final. Hicieron falta cinco agentes para sacar a Yang del edificio. Durante el receso el abogado de la acusación se dio cuenta de lo que acabaría ocurriendo, así que ofreció un trato: se retiraban todos los cargos siempre y cuando cualquier declaración por mi parte en el juicio contra el alcalde fuera meramente informativa y por escrito, no podría subir al estrado bajo ningún concepto. Se conoce que les causé buena impresión. Yo solo quería que aquello terminara de una maldita vez.

Cuando echo la vista atrás tengo un sinfín de sentimientos encontrados. Sin embargo, no quiero olvidarlo. Necesito estos recuerdos, me he forjado con ellos. En poco menos de un año perdí a mis padres, perdí salud, perdí paz interior, el gusano de la tristeza se volvió una constante, reptando por mis entrañas a la mínima oportunidad, haciéndome creer, en ocasiones, que luchar por seguir adelante no valía de nada.

Y entonces empecé a ganar. Gané amaneceres, gané sonrisas, lágrimas que derramé en paz conmigo misma, cacé estrellas en el cielo, sentí la lluvia en mi piel, gané a Rose, mi primera y verdadera amiga. Y Han Yang llegó a mi vida.

Gané con él más de lo que podría creer que conseguiría, sobre todo cuando estaba en aquel punto en el que quedaba poco o nada que pudiera salvarme de mí misma. Con él gané fuerzas para salir adelante, gané roces, caricias, besos, calor, deseo... y sigo ganando desde entonces. Incluso cuando decidí alejarme del mundo, fue quien me regaló la herramienta para salir a flote pues él supo ver algo que ni yo conocía que tenía: fortaleza. Me regaló un futuro lleno de días que deseo poder vivir. Wilson siempre estará conmigo, pero sé que Yang no permitirá que vuelve a derrumbarme. De hecho, no creo que mi agente asignado personal permita que nada vuelva a hacerlo.

 

Escucho algo en la habitación y me recompongo frente al espejo, aparto una lágrima traicionera y me miro las mejillas sonrojadas. Casi un año ha pasado, y empieza mi vida otra vez. Me atuso el pelo intentando que colabore un poco. Tengo una entrevista de trabajo y mi melena roja está enfurecida como una hoguera alimentada con gasolina.

—Estás preciosa —Yang me rodea por la cintura. Le miro a través del espejo y pongo los ojos en blanco.

—Para ti estaría guapa hasta con un mojón en la frente, no eres objetivo.

Yang suelta una carcajada y me voltea. Me eleva y me sienta sobre la repisa de mármol, encajándose entre mis piernas. Solo lleva el pantalón gris de algodón, paseo los dedos por su espalda desnuda, miro las estrellas escondidas en sus ojos y lo único que me ocupa la mente es que necesito que me bese.

—Si no me dices que pare ahora mismo vas a llegar tarde —casi gime sobre mis labios. Su pelvis se balancea en movimientos circulares.

—Quizá me den cita para mañana, si tanto me quieren dando clases pueden esperarse otras veinticuatro horas...

Siete. Sus ojos han brillado siete veces desde que me ha tomado en brazos hasta que me ha dejado sobre la cama.

Cuatro. Me ha dicho que me quiere cuatro veces mientras va cubriendo de besos mis piernas y yo no puedo dejar de reírme.

Aún tenemos nuestras cosas en cajas. La mudanza llegó ayer y nosotros llevábamos dos días esperando para tener sábanas limpias. Aunque eso no le molestó demasiado a Yang. No es que la cama dure hecha mucho tiempo.

Todo quedó atrás hace tres semanas.

Hoy es el día cero de una serie que dejaré de contar. Hoy empiezo mi vida con Yang, con mi número infinito.

 

 

 

Fin