Día 240

 

 

 

HE REPASADO VEINTE veces lo que tengo que decir. Mi abogado, Jean Luca Domenecci, me mira con los ojos entrecerrados. Cada vez que contesto —con las respuestas que él mismo me ha dado—, me interrumpe y suelta otra pregunta retorcida por encima.

—No puedo hacerlo —digo y me llevo las manos a la cabeza.

—Sí que puedes, Alice. —Se sienta a mi lado.

Miro a la puerta, estoy en el salón del piso que Yang y yo estamos ocupando mientras dure el juicio; la localización es secreta y tenemos guardias hasta en el cuarto de baño.

Hace un rato que el letrado ha echado a Yang y él está en la cocina, le oigo golpear algún que otro vaso y maldecir por lo bajo. Estoy muy nerviosa y no es que Yang estuviera siendo amable con el abogado; cada vez que saltaba a por mí, incluso sabiendo que lo hace adrede y que necesita prepararme para lo que ocurrirá mañana, él perdía el temple y contraatacaba.

—No puedes venir al juicio —farfulló Domenecci.

—¡Y una mierda que la voy a dejar sola allí dentro! —Yang dio tal voz que el agente que estaba en la puerta entró desenfundando el arma.

—Si saltas en medio de la sala la vas a perjudicar a ojos del jurado y del juez —comentó mi abogado con templanza.

Yang salió dando un portazo y yo, que no quería reírme, solté una carcajada sin poder contenerme. Mi chico es una fiera, y eso me vuelve loca.

—Me alegro de que te parezca gracioso —me dice Domenecci, repitiendo lo mismo que cuando reí cinco minutos antes. He pasado de sentir impotencia a desternillarme recordando la cara del abogado; creo que Yang le da un miedo de muerte.

—¿Y qué quieres que haga? —Suspiro y me apoyo hacia atrás en el sofá—. O me río o me pongo a llorar. Esto es ridículo...

—Alice, por favor, céntrate.

Afirmo con la cabeza y mi abogado retoma el interrogatorio de preguntas retorcidas que su mente ha fabricado para el juicio, entre las que están cosas cómo: «¿Y cuándo empezó a acostarse con su agente, antes o después de que se lo asignaran?» o una peor todavía: «¿Podría decirle al jurado qué sintió cuando el agente fallecido intentó violarla?».

Preguntas sin ton ni son y creadas para desestabilizar, y que cumplen con su cometido y eso que ni estoy en el juicio todavía.

Resultó ser que retiraron los cargos por el Asesinato Doloso del sobrino del alcalde, no obstante, el abogado defensor logró tergiversar de tal manera las cosas, que presentaron nuevos cargos en mi contra: «Conspiración para el asesinato». Sí. Pero ahí no queda la cosa, la supuesta conspiración hace referencia al asesinato de mis padres.

Nada más oír eso diez días atrás tuve una crisis y acabé en el hospital. La ambulancia tardó veinte minutos en lograr llegar a los juzgados.

Domenecci insiste en que solo están tirando piedras al tejado, intentando distraer la atención, y sobre todo, impedir que la fiscalía me llame como testigo en el caso contra el alcalde y los narcotraficantes; si logran meterme en el papel de imputada no podrán sentarme en el banquillo como parte de la acusación, y por ende, no podré explicar cómo descubrí el tema de las cuentas en el ordenador, con lo cual lo hará un técnico sin conocimiento de lo que hacía o dejaba de hacer mi padre, lo que acabará en una charla por parte de un profesional informático que aburrirá al jurado y puede que incluso, la que es una de las pruebas más importantes pase a un segundo plano.

Y lo que más me duele de todo esto no son las posibles preguntas, los ataques que vendrán, la humillación... no, lo que me parte por dentro es sentarme en el banquillo de acusados para que un juez diga en voz alta que empieza el caso del estado en mi contra por haber planeado el asesinato de mis propios padres. Espero que nadie sepa nunca qué se siente.