Día 185
HAN SIDO DOS días muy largos. He apagado los ordenadores, incluso el mío, y estoy en «silencio absoluto» con el mundo; no llamo por teléfono, no envío emails, nada.
Yang quería hablar con un detective que conoce, pero todavía no puedo demostrar lo que he encontrado, los datos sí, hablan por sí solos, pero los que están detrás de todo el tema aún no puedo vincularles. Y me perjudicaría acusar al alcalde y mi abogado cuando se tiene en cuenta que estoy cumpliendo condena por matar al sobrino del primero. Al final parecería que tengo una pataleta e intento librarme; necesito poder demostrarlo antes de actuar.
Yang ha tenido que irse pues hoy tiene guardia, así que espero a que llegue Rose. A ella no le conté nada aún, no creí seguro hacerlo por ningún medio más que en persona, y cuando me atacaron la otra noche y estaba en el hospital, decidí que no era el momento; quería que Yang fuera el primero en saberlo. Además, tengo un plan: dos cabezas piensan mejor que una, y ella es informática de la policía. Ella mejor que nadie podrá ayudarme.
He pedido una pizza, son las siete y media de la tarde. Rose tiene que estar al caer. Llaman a la puerta y le grito que pase.
—He pedido pizza, espero que te guste la piña —río y me giro a saludarla.
Alexander Cristol, mi abogado, el «amigo de la familia», es quien está parado frente a mí. Sonríe con exageración y me abraza. Se me retuercen las tripas.
—¡Hola, Al! —Se aleja un poco pero mantiene las manos en mis brazos—. Siento no haber venido antes. —Si no supiera que es un hijo de puta su cara parecería tan inocente como sus palabras—. No he podido, tengo demasiados casos y todo el tema de Mineralia... Marie te manda recuerdos, ha estado liada con el Rotary Club, ya sabes: «cosas de señoras mayores» —suelta una carcajada.
Yo simulo una risa y quito mis brazos de sus asquerosas manos.
—¿Quieres tomar algo, tío Alex? —Le doy la espalda. Llamarle así me ha quemado la garganta. Pero tengo que ser fuerte.
—Me enteré de lo del otro día, siento no haber ido al hospital, pero me aseguraron que estabas vigilada. Seguro algún ladronzuelo que sabía que estabas sola en la casa, la delincuencia en esta ciudad cada día va a más...
—¿Cocacola? —Me giro hacia él con el vaso en la mano. ¿Arsénico? ¿Matarratas? Pienso mientras le doy el vaso.
—Si le echas un chupito de vodka, porqué no —se ríe otra vez.
—No me permiten tener alcohol en la casa —contesto sin pizca de diversión. Si no me tranquilizo acabaré delatándome, así que sonrío y le invito a sentarse en uno de los taburetes alrededor de la isleta de la cocina.
—Bueno, he traído unos cuantos papeles que tienes que firmar —empieza a hablar y a sacar hojas de su maletín—. Son asuntos sin demasiada importancia de Mineralia, vaya, autorizaciones que no tienes porqué quemarte la cabeza con sus letras pequeñas. También traigo una previa de la apelación para tu caso.
Le pongo algo más de atención y le doy un trago a mi té. ¿Dónde narices está Rose? Empieza a preocuparme estar a solas con este hombre, y mucho.
—¿Apelación? —Disimulo y vuelvo a poner la estúpida sonrisa falsa de antes—. Eso son buenas noticias, supongo.
¡De las mejores! —Dice emocionado. Es muy buen actor el cabronazo—. Utilizaremos tu estado de salud y el ataque del otro día y lograremos sacarte de esta casa; podrás elegir donde quieras pasar los meses restantes de tu condena, bueno, intentaremos reducir el tiempo también, pero cada cosa a su tiempo.
—No —digo tajante, su cara cambia en el acto—. Estoy bien aquí, no quiero irme a otro sitio.
—Creí que estar aquí no te gustaba.
—Es la casa de mis padres, crecí aquí, tío Alex —suena más agrio de lo que quisiera.
—Teniendo en cuenta de que les volaron los sesos en la planta de arriba, creí que ya no te gustaba tanto.
El tono de su voz, las palabras que escogió... su semblante cambia del todo, se apoya sobre la repisa, le da un trago al refresco y chasca la lengua. Veo tanta maldad y soberbia en él, que lo primero que hago es levantarme para coger el teléfono.
Me agarra del brazo y tira de mí, sentándome de vuelta en la banqueta. Mis costillas se quejan, me mareo un poco.
—No te hagas la lista conmigo, Alice. Firmarás los papeles que te he traído, y dentro de unos días irás a disfrutar de tu condena en un pisito de mierda sin tener que volver a preocuparte de nada más —me acerca los papeles—. Me darás todos los derechos sobre Mineralia para el tiempo que te queda de condena y lo harás en silencio. ¿No queremos tener un problema, verdad?
—Que te den —casi le escupo las palabras—.Mis padres te querían como...
—No me jodas con sentimentalismos, Alice —me corta en seco y agarra mi muñeca. Pone un bolígrafo frente a mi mano—. Firma y me iré igual que he venido.
—Que te den. Otra vez —intento retirar la mano pero me aprieta. No quiero gritar pero se me escapa un bufido.
—No tienes ni idea de donde te estás metiendo, niña. ¿Crees que ese policía de pacotilla podrá protegerte? Pasas mucho tiempo sola aquí. —Me suelta y mira alrededor—. Sería una pena que la casa saliera ardiendo y estuvieras tan malita como para salvarte a tiempo...
—Sí, sería una pena, tío Alex.
Me levanto y me alejo todo lo que puedo. Alexander se ríe y se apura lo que le queda del refresco. Se levanta, empieza a caminar despacio hacia mí. Se mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y veo que tiene algo dentro. Mi corazón da un brinco. El teléfono está demasiado lejos, mis piernas tiemblan y sé que no lograré correr demasiado.
—Bueno, te ayudaré a firmar —murmura y me guiña un ojo.
Tomo impulso, enfilo hacia la puerta y en este momento Rose entra sin llamar, hablando sobre un batido de frutas y se queda tiesa en la puerta de la cocina.
—Hola —dice desconcertada.
Alexander retrocede un paso. Rose se pone tensa, me mira y yo niego con la cabeza.
—Es mi abogado, Rose —digo y me rodeo con los brazos—. Ha venido a traerme unos papeles y ya se marchaba.
—Claro, volveré en otro momento. Cuando estés más tranquila —carraspea y toma su maletín.
Rose ha sacado su teléfono móvil y ha marcado un número.
—Yang —le dice al aparato—. ¿Vienes a cenar con nosotras? El abogado de Alice ya se marcha —termina de hablar y cuelga.
—Bueno, que paséis una velada increíble. Aquí te dejo los papeles, Alice. Un placer, señorita —murmura cuando pasa al lado de Rose.
En cuanto sale de la casa y cierra la puerta mis rodillas se vienen abajo. Rose me agarra de los hombros e intenta levantarme. Quiero hablar pero estoy en shock. Todo mi mundo, la poca seguridad que tenía, acaba de venirse abajo; sabía que él estaba metido en el ajo, pero una cosa es suponerlo y otra muy distinta es comprobarlo; era el mejor amigo de mi padre, le conozco desde que soy una cría. No logro dejar de llorar. Rose intenta erguirme y oigo el coche de Yang detenerse en la puerta. Sus brazos son los que me rodean y me conduce al sofá.
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—Dame una muy buena razón para no ir tras él ahora mismo. —Yang está dando vueltas por el salón; tiene la mano sobre la funda de su pistola, sus ojos llamean odio.
—Porque no valdrá de nada —murmuro y le cojo la mano cuando paso a mi lado—. No puedo demostrarlo, y si vas a por él, encima tendrá algo a su favor.
Rose está en la cocina leyendo los papeles que Alexander dejó sobre la repisa. Le conté por encima todo el tema de las acciones y el blanqueo de dinero, y ella ya ha repasado un par de veces las pruebas que tengo.
—Necesito una razón mejor para no hacerlo, Alice. —Yang me acaricia la muñeca; las marcas de los dedos de Alexander se ven oscuras en mi piel—. Porque voy a matarle si vuelve a tocarte. Y no podrás impedírmelo. —Me da un beso en el ojo que todavía está morado, luego otro en los labios y me abraza con fuerza.
—Joder —suelta Rose y se sienta en el sofá frente a nosotros—. Son muy listos, Alice. Pero que mucho. La red que han creado... son callejones sin salida; incluso estos papeles que te dio para firmar, son tan corrientes que cualquier diría que son por tu propio bien si desconocen la historia.
—No pienso firmar nada —suspiro de forma entrecortada—. Era... Dios... —y vuelvo a llorar.
Me siento avasallada. Yang se levanta enfurecido y camina directo a la puerta.
—Han —le llamo por su nombre—. Por favor, no hagas nada estúpido, yo...
—Quédate con ella, Rose —ella asiente con la cabeza—. Haré lo que tendríamos que haber hecho hace días.