Día 25

 

 

 

EL SÍNDROME de Wilson es genético. Según estudios, se sabe que hace falta que ambos padres tengan el gen, y existe un veinticinco por ciento de probabilidades de que los hijos lo tengan. Yo lo tengo pues como con todo en la vida la matemática tiene su importancia, y los porcentajes, que tanto me gustan, en general no han estado muy a mi favor nunca. La cosa va de grupos y yo estoy en ese 0,00001% que lo tiene muy jodido «con reticencias». Aún intento saber qué quiso decir con eso el médico en su momento.

Llevo seis días malísimos. Hoy me siento un poco mejor, aunque no lo suficiente. Al menos no estoy tirada en el baño. Me da tiempo a correr al servicio cuando sé que voy a vomitar.

Mi cuerpo absorbe demasiado cobre y este se pasea a sus anchas por mi organismo. Se suele acumular en el hígado, los riñones, el cerebro y los ojos. A mi hígado le gusta la atención, así que os podéis imagináis donde el cobre suele pasar sus vacaciones estivales.

Me siento débil, y el temblor en mis manos y piernas no ayuda mucho. He intentando escribir, todavía tengo una tesis que he de presentar para que puedan llamarme doctora. En mi caso, Doctora Criminal. Pero doctora al fin y al cabo.

Desde mi cama veo el cielo. Si entrecierro los ojos y los convierto en una fina línea de visión, todo se emborrona y las nubes toman una forma graciosa. Tengo bien los ojos, por cierto, pero la debilidad general de mi cuerpo hace que todo cueste demasiado.

No es que sea agorafóbica, aunque salir de casa nunca ha sido lo mío. Sí, he tenido mis altibajos y llegaron a pensar que formaba parte de una fobia y que podría estar vinculada con mi enfermedad. Yo no salía porque no quería salir, y en este preciso instante me gustaría tomar el sol, cosa que no hago porque me quedo sin fuerzas cuando bajo al patio trasero.

Mi súper tobillera de última generación tiene un sistema muy sensible de localización, así que por la parte trasera de la casa llega hasta la valla con los patios de las vivienda colindantes, y en la parte frontal hasta donde termina el céspede y empieza la acera. Puede que un poco más. En cuanto me sienta mejor haré un par de pruebas. Creo que el tiempo de respuesta de mi agente-niñera, el Agente Scotland, para ti, reclusa, es de cinco minutos una vez el sistema le indica que he salido del radio permitido.

He logrado meterme en la interfaz del sistema que revisa mis emails y las direcciones a las cuales los mando, así que, de momento, tengo vía libre para enviar correos a quien me de la gana. Tengo el ordenador sobre el estómago y acabo de redactar uno a los responsable de la cadena AMC. No me gusta nada el final de temporada de The Walking Dead. No tengo mucha gente con la que hablar —mi número de amigos reales se reduce a cero en estos momentos— así que supongo que me vendrá bien una charla con alguien.