Día 110
NO ME ENCUENTRO muy bien. Llevo desde las cuatro de la madrugada tirada en el baño. Pensándolo mejor, la mancha del techo no es un mapache; se parece más a una ardilla.
Intento moverme para alcanzar el albornoz y ponerlo bajo la cabeza a modo de almohada; me conozco lo suficiente y sé que me queda un rato aquí todavía.
Cuando tenía diez años tuve uno de los peores años de mi enfermedad. Me pasé ingresada casi diez meses. Mi madre se llevó toda mi habitación al hospital, decía que si tenía que estar allí necesitaba sentirme como en casa.
Mi hermano, que tenía quince años entonces, iba y venía directo del instituto a la unidad infantil. Se pasaba horas leyendo conmigo. Recuerdo que se sentaba a mi lado y no me permitía pasar las páginas, según él leía muy deprisa y siempre se quedaba a la mitad de los párrafos.
Leímos varias historias, pero la que de verdad me marcó de aquello fue La Historia Interminable. Una noche, tras sufrir una crisis horrible, estaba en el suelo del baño de la habitación de la clínica, mi hermano entró y se tumbó a mi lado. Me dijo que si tuviera que cruzar el Pantano de la Tristeza como lo hizo Sebastián, lo haría las veces que hiciera falta con tal de que me pusiera bien.
Al invierno siguiente, cuando ya estaba en casa, una mañana me encontré con el ejemplar encima de la mesita de noche. Un marcapáginas señalaba la página con un párrafo marcado a lápiz:
«—No puedes ayudarme, señor. Estoy acabado. Ninguno de los dos sabíamos lo que nos esperaba. Ahora sabemos por qué el Pantano de la Tristeza se llama así. La tristeza me ha hecho tan pesado que me hundo. No hay escapatoria.»
En el reverso del marcapáginas mi hermano había escrito:
«Si tú fueras Ártax y yo Sebastián, no permitiría jamás de que te hundieras, y si eso no pudiera cambiarse, me hundiría contigo. No nos hundamos, Al. El Pantano no podrá con nosotros.»
Las lágrimas se escurren por las esquinas de mis ojos y las siento gotear en mis oídos. La mancha en el techo no se parece ni a un mapache ni a una ardilla. Esa mancha es como un pantano, frío y de arenas movedizas, cuanto más intento salir más me atrapa.
Me acurruco en el suelo de gres frío y cierro los ojos. Echo de menos a Tommy más que nunca.