Día 68

 

 

 

HAN PASADO dos días desde la cita médica y no he vuelto a ver al agente Yang. No es que tenga que pasarse a ver como estoy... ¡soy tonta!  

Dejo de pensar en esto y me centro en que Briam vendrá a comer a casa hoy. No vino antes porque tuvo que ir a visitar a su hermana, llevaba un año sin verla, y llegará a la ciudad dentro de un par de horas.

En su email decía algo de una barbacoa con carne de canguro. Como no creo que le hayan dejado traerse uno en el avión, me bajo a la cocina a preparar la salsa barbacoa de mi padre, su receta especial. Va con cualquier tipo de carne, incluso de canguro falso.

Suena el timbre y salgo hacia la puerta a grito pelado diciéndole a Briam que en mi casa no se cocina un animal que lleva a su cría en una bolsa que le cuelga de la tripa, y abro, una vez más, sin mirar para ver de quién se trata.

—Alice.

Creo que mis rodillas acabarán por derretirse si cada vez que veo al agente Yang se vuelven así de blandas.

Me agarro con disimulo al quicio de la puerta.

—Agente Yang... no esperaba que se pasara.

—Solo quería asegurarme de que va todo bien. Me toca por la zona y pensé que... veo que estás bien. Que pases buena tarde.

—No, no, no espere... ¿Quiere pasar? Podría ofrecerle un vaso de agua o un refresco. Todavía no le he agradecido lo del otro día...

—Pues... Un vaso de agua estaría bien.

Me hago a un lado para que entre. Su perfume queda tras él, dejando una estela potente y masculina. Intento no darle demasiada importancia: es tu agente al cargo, solo se está asegurando de que sigues viva o no te has cortado el pie para quitarte la tobillera y has huido a México. Eso es todo. 

—Tome.

Le acerco el vaso de agua. Mis manos tiemblan, en gran parte porque hoy tengo algo distendidos los músculos, aunque no puedo negar que el resto de la culpa la tiene el agente Yang y sus ojos rasgados, negros y profundos.

—Gracias. Te veo mejor hoy —comenta y se apoya en la encimera. En esta ocasión es él quien corta el contacto visual.

—Sí. Normalmente los primeros días después de que me dan el tratamiento fuerte en consulta estoy estable. Siento mucho lo del otro día, le habré dado un susto de muerte...

—Tranquila. —Deja el vaso sobre la repisa y se cruza los brazos sobre el pecho. Tiene los brazos largos y con músculos marcados. Intento no mirarle fijamente.

—Wilson hace lo que le da la gana conmigo —bromeo y me giro sobre mis talones para disimular que hago algo con todos los ingrediente de la salsa.

—El Síndrome de Wilson, ¿cierto? Lo leí en tus informes, tengo que saber qué es lo que tienes, en caso de tener que reaccionar; aquel día me pilló por sorpresa, no estaba preparado.

—No pasa nada, no me importa que lo haya mirado. Además, Wilson y yo somos íntimos, si ahora es usted parte de mi vida tendrá que conocerle. Quiero decir, de mi día a día. Vamos, de lo que es estar conmigo. No conmigo, sino aquí. Ya me entiende, cuando venga... joder... Quince.

Yang deja escapar una risotada corta y sonora.

—Tú también puedes tutearme cuando no estemos en la calle. No me importa. Me llamo Han. Pero si prefieres Yang, no hay problema.

—¿Como Han Solo? Dieciséis. ¡Mierda!

—Eso de los números ¿a qué viene? El otro día, cuando la crisis, dijiste unos cuántos número al azar cuando estabas ida.

—Soy matemática. Gajes del oficio, supongo.

—Ya, pero que los dices a boleo o es por... —se queda esperando a que le responda. Podría inventarme varias respuestas, así que, para variar, suelto la verdad sin darme cuenta:

—Suelo contar las cosas que hacen los demás o yo. Manías, tics...

—Dieciséis ¿qué? —Insiste.

—La de veces que he dicho una estupidez frente a ti, agente Yang. Como decir que cuentos las estupideces que he dicho frente a ti, por ejemplo.

—Así que van dieciocho, supongo.

Cuando empiezo a reírme tengo la misma sensación que cuando abrecé a Briam dos días antes: afecto. Siento que por primera vez en mucho me río de verdad, con ganas y sinceridad. Que río con alguien que hace que lo demás carezca de importancia.

—América es un asco —Briam irrumpe en la casa sin avisar. No mira al frente dado que se pelea con su mochila y un par de bolsas cargadas de la compra.

—Espera, te ayudo —me dirijo hacia él, pero Yang toma la delantera y coge las bolsas.

—Oh, lo siento, creí que estabas sola. Buenas tardes, agente.

—Buenas tardes.  

Le saluda, pero ahí está otra vez: sus cejas convertidas en líneas de preocupación. Se cruza conmigo pero no me mira, yendo directo a la cocina donde deja los bultos.

—Qué viaje más largo. Mi hermana tendrá que mudarse más cerca si pretende que la vaya a ver en los próximos días... —habla Briam, sin prestarle mucho atención a nada mientras vacía las bolsas y llena la repisa de carnes, tomates y refrescos—. ¿Se queda a comer, agente? He traído mucha...

—No, gracias —Yang contesta seco. Me estremezco; ni me mira mientras se despide—. Que pasen buen día. Señorita Simpson, Señor —finaliza saludando con la cabeza..

—Qué mala leche tiene —añade Briam.

Decido ignorar todo eso porque no sé muy bien qué acaba de pasar. Quizá sea así su comportamiento y no hay que darle más vueltas: será amable conmigo cuando estemos a solas, pero luego, en compañía de terceros, tendrá que ser estrictamente profesional.

Me dispongo a ayudar a Briam con la comida. Tengo hambre y estoy deseando que hable sin parar de cualquier cosa, hasta que termine con la cabeza tan llena que no pueda más que desear quedarme dormida.