Día 121

 

 

 

TENGO LOS OJOS abiertos de hace un rato. Sobre mi cabeza los tubos de neón juegan a las damas: uno encendido, uno apagado, uno encendido, uno que parpadea. Creo que ese perderá el juego.

He conseguido mover mi mano izquierda. Hace un momento, mientras lo intentaba, me dije que lo primero que haría cuando lograra moverme sería rascarme la nariz. Parece una estupidez, pero me pica horrores.

—¡Enfermera! —Conozco esa voz... ¡Rose! Miro hacia el lado, el rostro redondo y rosado de mi amiga va tomando forma.

—¡Alice! ¡Enfermera, jopetas!

Sonrío con el afán de tranquilizar a Rose y noto que la sonrisa no ha salido como esperaba; mis músculos no me están obedeciendo en absoluto.

Puedo hablar. ¡Puedo hacerlo, maldita sea!

—Me... me...

—¿Qué, cariño? ¿Qué necesitas? —Rose sostiene mi mano entre las suyas, sus ojos están encharcados.  

—Me... me... pica... nariz...

 

Rose suelta una carcajada estridente y me da un beso ruidoso en la mejilla para acto seguido rascarme la nariz con la punta del dedo índice.

—¿Mejor así? —Pregunta sonriendo.

Hay una enfermera frente a mí. Creí haber parpadeado, hace apenas un momento Rose estaba rascándome la nariz, pero ella está llorando detrás la señora uniformada, supongo que he vuelto a irme.

—Alice —la voz viene de mi derecha. Giro la cabeza y el doctor diminutivos está al otro lado de la cama—. Muy bien, está respondiendo a señales auditivas —indica, y enciende una linterna frente a mis ojos y dice que siga la luz.

—¡¿Pero qué la ha pasado?! Eso no es normal —Rose habla desde el otro lado. Giro la cabeza para verla y por una milésima de segundo solo veo oscuridad. Por Dios, que no vuelva a perder la conciencia otra vez...

—Tranquila —repone el doctor y mis ojos vuelven a darme imágenes coherentes; el médico está al lado de mi amiga—. Es una chica muy fuerte —insiste y se acerca, apretando mi mano. Ese señor sería un pediatra estupendo. En cuanto pueda hablar, se lo haré saber.

Intento reírme pero sé que no va a funcionar. Tengo la cara entumecida y reconozco esta sensación, la conozco demasiado bien.

—No te fuerces, Alice. Has estado inconsciente seis días, te hemos mantenido así para evitar al máximo las secuelas tras los ataques. ¿Me estás entendiendo, niña?

Sé que tengo que decir algo, y el rostro de mi madre se abre paso entre recuerdos y sensaciones, la veo a mi lado cuando tenía ocho años tras una crisis, y viene a mi cabeza lo que una enfermera me dijo en aquel momento: «un parpadeo para el sí lo entiende cualquier médico». 

Parpadea, Alice. ¡Parpadea!

Logro hacerlo rogando para no quedarme en la oscuridad antes de volver a abrir los ojos, y el médico esboza una sonrisa, diciendo que lo ha entendido.

—Han sido varias crisis las que tuviste, Alice —sigue hablando. Rose se sienta en la cama, al otro lado, y me coge de la mano—. No sabemos cuántas ya que cuando te encontraron puede que llevaras un par de horas así o más... así que tómatelo con calma, ¿de acuerdo? Estaremos aquí para ayudarte con lo que sea.

Quiero decir que no han sido un par de horas, que fue todo un día, quiero poder explicar qué me pasó... y las palabras del médico chocan con mi razonamiento que a pocos va siendo más claro: «no sabemos qué secuelas pueden haber». Pienso en que no logro hablar, no consigo moverme... parpadeo una vez para afirmar, y noto las lágrimas cayendo junto a la afirmación. Una afirmación más allá de haber entendido qué me está contando, una afirmación de saber que no tienen ni idea aún de cómo estoy en realidad.