Día 56
ACABO DE RECIBIR un email de la señora Rose Marie R. S.. Me dice, entre otras cosas, que deje de eliminar el cortafuegos o bloqueará el acceso a internet. Añadió que si no le hago caso se encargará de mis compras para lo que me queda de condena. No sé, pero la idea de comer galletas digestivas durante dieciséis meses no me resulta muy tentadora.
Le acabo de contestar:
«Creo que os equivocáis de reclusa.
No tengo ni idea de ordenadores.
PD: Prefiero las compresas con alas. Gracias.»
Estoy esperando la respuesta mientras intento dejar de rascarme el tobillo. Me ha salido un sarpullido en la zona que hace contacto la tobillera. Hoy además tengo la sensación de que este chisme pesa una tonelada.
El ordenador emite una señal sonora, un aviso de email entrante:
«Señorita reclusa doctorada en Matemática Cuántica:
Creo que nos llevaríamos bien.
Puede que un día me pase a verte. Mientras tanto intenta ser más discreta. Pretenderé que no he visto los emails a las cadenas televisivas, pero si vuelves a acceder a la página de la Nasa, te advierto de que te quedarás sin conexión incluso cuando se haya acabado tu reclusión.
PD: Yo también sé jugar con las maquinitas.»
Me río y pienso que podría contestar, pero ya he tenido suficiente conversación por hoy. Y para que conste, me metí en la web de la Nasa por pura investigación, no es mi culpa que pongan los cálculos cuánticos en páginas cifradas.
Me pica mucho el tobillo.