WATT

Watt miró a su alrededor. Estaba en la sala de su habitación de hotel, llena de inmaculados muebles blancos, mullidas alfombras blancas, delicadas mesitas auxiliares blancas y cegadores sofás blancos en los que casi le daba miedo sentarse. En aquel momento, Leda estaba acurrucada en la esquina del sofá vestida con un jersey extragrande y con los pies descalzos sobre los cojines que tenía al lado. Nadia seguía vigilando sus constantes vitales, controlándole el pulso en la curva del cuello y comprobando la temperatura que irradiaba de su delgada figura.

Acababa de ver cómo enviaba un mensaje de SOS a Avery y Rylin.

—¿Qué está pasando? —había preguntado Watt, pero ella negó con la cabeza e insistió en que tenían que esperar a las otras dos.

—Tienen que escuchar esto. Están involucradas, lo quieran o no.

Nadia le envió un mensaje a los ojos, y Watt miró a Leda.

—Nadia dice que después te puedes tomar una pastilla para dormir, si quieres. Tu ritmo cardiaco se ha estabilizado lo suficiente, así que es seguro.

—Ya no tomo pastillas. No me he tomado ni una desde aquella noche —contestó la chica mientras se llevaba al pecho un cojín de borlas blancas. Miró el punto en la oreja de Watt en el que este se había implantado a Nadia—. Nadia, puedes hablar directamente conmigo, ¿sabes? No tienes por qué pasar por Watt.

—De acuerdo —respondió Nadia a través del sistema de altavoces interno de la habitación.

Watt dio un respingo. Leda se percató del movimiento y se encogió de hombros para disculparse.

—Lo siento, pero prefiero que Nadia hable en voz alta cuando estoy presente, si no te importa. Ahora sé que, si salgo contigo, también salgo con ella.

«Salir», pensó Watt, probando a ver cómo sonaba. Nunca había salido con nadie. Ni siquiera sabía cómo empezar. Con suerte, Leda necesitaría una curva de aprendizaje muy parecida a la suya.

Antes de poder responder nada, sonó el timbre. Leda asintió, y el ordenador de sala permitió que la puerta se abriera hacia dentro.

—¿Qué ha pasado, Leda? —preguntó Rylin sin más preámbulos. Llevaba un sencillo vestido negro, y parecía muy demacrada y pálida.

—Es una larga historia. Te la contaré cuando llegue Avery —le prometió Leda a la otra chica mientras se enderezaba un poco.

—Pues vamos a tener que esperar un rato —repuso Rylin al sentarse en el sillón de la esquina, justo en el borde, como si en cualquier momento fuera a cambiar de idea y salir corriendo.

Era tan tarde que casi había amanecido. El cielo que se veía a través de la ventana curva de flexiglás seguía oscuro, aunque en el horizonte, a lo lejos, Watt distinguía el primer rubor vacilante del alba: cuarzo, rosa y el suave dorado del champán de calidad.

Volvió a sonar el timbre. Watt hizo ademán de acercarse para abrir, pero de nuevo se le adelantó Leda con un gesto de cabeza, así que Avery entró corriendo en el cuarto. Llevaba la melena alborotada sobre los hombros y caminaba descalza sobre la peluda alfombra blanca, con los delicados zapatos de cuentas en una mano. Parecía desorientada.

Watt vio que Rylin le lanzaba una mirada cargada de resentimiento, pero Avery no se dio cuenta. Se limitó a ir directa hacia Leda y abrazarla.

—Dios mío, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien?

—Estoy bien, Avery —le aseguró Leda, zafándose con amabilidad de su amiga—. Gracias a Watt. Me ha salvado.

Avery volvió su mirada azul claro hacia el chico, sorprendida, y esbozó una sonrisa incierta. «No la he salvado por ti», pensó Watt, aunque ya no sentía rencor hacia ella, así que asintió en silencio. Al fin y al cabo, los dos se preocupaban por Leda.

Rylin seguía mirando a Avery con descaro, su rostro convertido en la viva imagen del dolor y el orgullo herido. El chico se preguntó qué habría sucedido entre ellas.

—Siento haberos pedido que vengáis tan tarde, pero tenéis que saber lo que ha pasado, no puede esperar —empezó Leda. Seguía con el cojín en el regazo; no dejaba de jugar con los flecos, tirando de ellos hasta que las piezas empezaron a deshilacharse—. Esta noche se me ha encarado una chica llamada Mariel. Va a por nosotros. A por todos nosotros.

—¿Quién es? —preguntó Avery, frunciendo sus perfectas facciones.

Leda hizo una mueca.

—Creo que era la novia de Eris. Trabaja de camarera en el Altitude Club, y esta noche ha venido como parte del equipo de catering. Al parecer, se ha embarcado en una especie de misión justiciera para descubrir lo que sucedió la noche en que murió Eris. Y le he dado justo lo que quería.

Nadia ya estaba trabajando a toda velocidad para intentar unir todas las piezas del puzle en un informe completo para Watt. «Que os lo cuente todo, sin ahorrar detalles», le pidió al chico, hablando directamente en su cabeza ahora que había otras personas presentes. Watt asintió.

—Cuéntanoslo desde el principio —le dijo a Leda—. Todo lo que recuerdes.

Poco a poco, Leda explicó que Mariel había estado allí esa noche, detrás de la barra justo cuando Leda se encontraba sola y triste. Watt sabía por qué (porque él la había abandonado), y darse cuenta de ello lo hizo sentirse aún más abatido.

Leda les contó que solo se había tomado una copa, pero que lo siguiente que recordaba era que las dos estaban en la playa y que Mariel la acribillaba a preguntas sobre Eris.

«La encontré», dijo Nadia, y una foto de Mariel (la oficial, la de su anillo de identificación) apareció detrás de los párpados de Watt.

Al chico le resultaba familiar, aunque no sabía por qué.

«Nadia, ¿la hemos visto antes?».

«Le pediste que te sirviera una bebida en el Baile de la Sociedad Conservadora del Hudson», le recordó ella.

Gracias a Dios, Nadia tenía memoria fotográfica.

«Puede que entonces también estuviera espiándonos».

—¿Es esta? —preguntó en voz alta, fingiendo usar sus lentes para enviarle la foto a Leda, por disimular delante de Avery y Rylin.

Leda apretó la mandíbula al reconocerla.

—Es ella.

Hizo un gesto con la muñeca, y la imagen se proyectó en una de las enormes paredes de pantalla completa de la habitación.

Avery ahogó un grito.

—¡Me la encontré junto a la tumba de Eris! Se me quedó mirando como si me odiara.

Leda bajó la vista.

—Después de que Mariel me drogara y me secuestrara, me preguntó cómo había conseguido que no contarais la verdad. Y yo le confesé todos vuestros secretos. —A pesar de que le temblaba la voz, siguió adelante con valentía—. Le conté lo que le hiciste a Cord, Rylin. Y, Avery, lo siento mucho, también le conté tu secreto.

Watt miró a Avery a la espera de una expresión de dolor ante la mención de Atlas, pero se limitó a fruncir los labios y no comentó nada.

Por último, Leda se volvió hacia Watt.

—Y, Watt, le conté lo de Nadia…

«No pasa nada —se apresuró él a garantizarle a Nadia—, lo solucionaremos…».

—Incluso le conté dónde está —concluyó Leda.

Watt se tragó con decisión el horror que amenazaba con atenazarle la garganta. Si Mariel le contaba a alguien que Nadia estaba dentro de su cerebro, supondría el final para ambos.

—No ha sido culpa tuya, Leda —le aseguró él.

Leda miró a su alrededor; era evidente que esperaba que los demás saltaran sobre ella y la culparan, pero ni Avery ni Rylin hablaron. Watt estaba tan sorprendido como contento: quizá no fuera el único con el que Leda había hecho las paces últimamente.

La chica tomó aire, aunque con la respiración entrecortada.

—Ahora Mariel cree que todos merecéis pagar por la muerte de Eris, puesto que me ayudasteis a encubrirla. Quería advertíroslo porque busca venganza y no tiene límites. Me dio por muerta.

—A ver si lo entiendo bien —intervino Rylin—: esta chica, Mariel, cree que todos estamos involucrados en la muerte de su exnovia, y ahora conoce todos nuestros secretos y está decidida a hacérnoslo pagar, ¿no?

Al oírlo decir así, una horrible desesperación sobrecogió a Watt. En cierto modo, era como revivir aquella terrible noche en la azotea, como si no hubiera cambiado nada en los últimos meses; sin embargo, eso no era cierto. Todo había cambiado. Esta vez iban a trabajar juntos, en vez de atacarse entre ellos.

Todos se miraron con pavor. Watt seguía esperando que Nadia aportara alguna solución, pero el ordenador había guardado un inquietante silencio. No era buena señal.

—Tenemos que hacer algo —concluyó al fin Leda en aquel silencio roto—. Tenemos que librarnos de ella de algún modo.

—¿Librarnos de ella? No querrás decir matarla, ¿no? —exclamó Rylin.

—Claro que no quiere decirlo —la interrumpió Avery, y después miró a Leda, vacilante—. ¿Verdad?

—He visto lo que Mariel le hizo a Leda —dijo Watt—. Sé de lo que es capaz. Tenemos que hacer algo antes de que ella nos lo haga a nosotros. Debemos evitar que nos arruine la vida.

Todos miraron a su alrededor mientras asimilaban aquellas palabras. A través de la ventana, Watt vio los fuegos artificiales que estallaban en la noche, los últimos antes del alba, iluminados de un feroz rojo abrasador contra el cielo negro.

«¿Nadia?», preguntó, pero ella no respondió nada, y él supo, con el corazón encogido, lo que eso significaba.

Por primera vez en su vida, Watt la había enfrentado a un problema que no era capaz de solucionar.