RYLIN
Rylin recorría a toda prisa el pasillo principal de Berkeley procurando mantener la vista clavada al frente para evitar establecer contacto visual por accidente con Leda…, o, peor, con Cord. Al menos, por fin era viernes por la tarde y se acababa una primera semana que se le había hecho eterna.
Siguió las instrucciones de la tableta de la escuela y dejó atrás un enorme campanario de arenisca y una reluciente estatua del fundador de la institución, cuya cabeza se movía majestuosamente para seguirla mientras caminaba. Dobló a la izquierda en el centro polideportivo en dirección al ala de arte, sin prestar atención al morboso altar en honor a Eris que habían erigido en una de las esquinas del vestíbulo, lleno de velas e instantáneas de la chica, además de notas de unos estudiantes que probablemente apenas la conocían. A Rylin le producía escalofríos, aunque no estaba segura de si era porque había visto morir a Eris o porque estaba allí gracias a su beca y había ocupado la plaza de Eris en clase, lo que convertía la existencia de Rylin en una extraña especie de altar viviente.
Cuando abrió la puerta del aula de arte 105, una docena de cabezas se volvieron hacia ella, casi todas de chicas. Se detuvo, desconcertada.
—¿Esto es holografía? —preguntó.
La habitación era negra, y estaba forrada de pantallas oscuras y una moqueta de terciopelo gris antracita.
—Correcto —respondió Leda Cole desde donde se encontraba sentada, en la última fila, al lado del único asiento vacío del aula.
—Gracias.
A Rylin se le cayó el alma a los pies al ocupar el escritorio libre, mientras se preguntaba en qué acababa de meterse. Sacó su tableta y garabateó algunas caricaturas medio locas en su función de cuaderno, aunque seguía notando que Leda la miraba.
Al final, la otra chica sacó algo de su mochila: un silenciador azul cónico en el que habían grabado unas letras caligráficas: LUX ET VERITAS. Rylin pensó con sarcasmo que tenía que agenciarse uno para Lux. Como cabía esperar, Leda era la clase de persona que compraba artículos con el lema de una universidad incluso antes de que la admitieran en ella.
Leda encendió el silenciador, y el resto de la clase se calló de inmediato, puesto que la máquina distorsionaba las ondas sonoras para crear una pequeña burbuja de silencio.
—Vale, ¿cómo has entrado aquí? —le soltó.
—Creía que ya lo habíamos dejado claro: ahora voy a clase contigo, ¿no te acuerdas?
—Mira a tu alrededor y verás que todas son alumnas de último curso —repuso Leda mientras hacía un gesto brusco para señalar a las otras chicas del aula—. Es la optativa más popular de la escuela, con una lista de espera de noventa personas. Solo he conseguido entrar porque reservan unas cuantas plazas para los de penúltimo año, y mi redacción para la solicitud fue la mejor de todas. —Se aferró al borde de su escritorio como si deseara poder romperlo—. ¿Cuál es tu explicación?
—La verdad es que no tengo ni idea —reconoció Rylin—. Acaban de asignarme esta clase. Apareció en mi horario el otro día, así que aquí estoy.
Empujó su tableta hacia Leda, a modo de prueba: «Estudios Acelerados de Holografía; instructor: Xiayne Radimajdi».
—Watt —masculló Leda entre dientes, y sonó como una palabrota.
—¿Qué? —preguntó Rylin, que supuso que no lo había oído bien. ¿No era ese el chico de la azotea, el que había ido con ellas a la policía aquella noche?
—Da igual —repuso Leda suspirando—. Pero procura no fastidiármelo, ¿eh? Quiero conseguir una carta de recomendación.
—¿Para Yale? —preguntó Rylin con ironía, mirando el silenciador.
—Shane estudió allí —le soltó Leda. Ante la mirada de desconcierto de la otra chica, añadió—: Xiayne Radimajdi, ¡el que imparte la clase! Tienes el nombre ahí mismo, en tu tableta —añadió mientras daba unos golpecitos airados en la prueba y después miraba a Rylin con evidente incredulidad.
—Ah. —No se había dado cuenta de que Leda decía Xiayne. Se había estado preguntando cómo se pronunciaría—. ¿Quién es?
—¡El director que ha ganado tres Óscar! —exclamó Leda. Rylin la miró sin expresión alguna—. ¿No has visto Metrópolis? ¿Ni Cielos vacíos? Por eso la clase es los viernes, ¡porque trabaja el resto de la semana!
Rylin se encogió de hombros.
—El último holo que vi fueron unos dibujos animados. De todos modos, las pelis que acabas de mencionar suenan deprimentes.
—Dios mío, qué forma de desperdiciar esta asignatura.
Leda se guardó de nuevo el silenciador en la mochila y le dio la espalda a Rylin justo cuando la puerta se abría hacia dentro. El aula entera pareció sentarse al borde de sus asientos y contener el aliento al unísono. Y entonces Rylin comprendió por qué el alumnado estaba compuesto, en su mayor parte, por chicas.
Jamás había visto a un tío tan increíblemente atractivo como el que acababa de entrar en el aula.
Era alto y no mucho mayor que ellas, puede que poco más de veinte años, con la piel aceitunada y revueltos rizos oscuros. A diferencia de sus otros profesores, que vestían corbata y chaqueta, el recién llegado parecía prestar poca atención al código de vestimenta, ya que llevaba una camiseta blanca, una cazadora con cremalleras por todas partes y unos vaqueros pitillo. Rylin miró a su alrededor y se percató de que Leda y ella eran las únicas que no se habían quedado extasiadas.
—Siento llegar tarde, acabo de bajar del hipercircuito que me traía de Londres —anunció—. Como es probable que sepáis todos, he empezado a filmar un nuevo proyecto en esa ciudad.
—¿El de la realeza? —exclamó una chica de la primera fila.
Xiayne se volvió hacia ella. La chica dio un respingo, pero el profesor esbozó una sonrisa pícara, y ella se relajó a ojos vistas.
—Se supone que no puedo hablar de ello, pero sí, es sobre la última reina de Inglaterra. Un poco más romántico de lo que suelo dirigir.
Aquel anunció arrancó unas cuantas exclamaciones y jadeos ahogados.
—Bueno, Livya, dado que estás tan ansiosa por participar, ¿me puedes resumir lo que tratamos en la última clase, sobre sir Jared Sun?
Livya se enderezó más en el asiento.
—Sir Jared patentó la tecnología refractiva que permite a los hologramas obtener un movimiento alineado a la perfección con el observador, creando así la ilusión de la presencia.
En aquel momento se abrió de nuevo la puerta del aula, y una silueta conocida apareció en el umbral. Rylin se encogió por instinto en su asiento y deseó poder seguir encogiéndose hasta la moqueta de terciopelo… o incluso más allá, hundirse en el revoltijo mecánico del nivel intersticial hasta la planta de abajo y seguir bajando hasta el suelo en sí, por muy cubierto que estuviera de basura y Dios sabe qué; daba igual: lo único que deseaba era desaparecer.
—Señor Anderton —lo saludó Xiayne, que parecía poco sorprendido, como si aquello le hiciera gracia—. Llega tarde. De nuevo.
—Me surgió algo —respondió Cord a modo de excusa, y Rylin no pudo evitar percatarse de que, en realidad, no se había disculpado.
Xiayne miró a su alrededor como si intentara comprender por qué le faltaba un escritorio. Pareció registrar la presencia de Rylin con cierta sorpresa. Todavía no la había llamado, no la había obligado a levantarse para presentarse, una horrible costumbre en la que habían insistido algunos de sus otros profesores. ¿Y si se lo pedía ahora, delante de Cord?
Sin embargo, para asombro de la chica, el profesor le guiñó un ojo de un modo que solo podía describirse como cómplice.
—Bueno, señor Anderton, al parecer necesita un asiento.
Xiayne pulsó un botón, y un escritorio brotó del suelo, justo enfrente de Rylin.
Cord no la miró de camino a su sitio; solo la tensión de los hombros delataba una reacción a su presencia. Rylin se hundió aún más en su asiento.
—Como hablamos la semana pasada —continuó Xiayne sin inmutarse—, el escenario es el aspecto más fácil de recrear en forma holográfica, porque, por supuesto, es un elemento estable. Más complicado es retratar algo vivo. ¿A qué se debe?
Entonces chasqueó los dedos, y un gato salió de un salto de detrás de su escritorio para subirse encima.
Rylin apenas logró reprimir un grito ahogado. Había visto muchos hologramas antes: en la pantalla de su casa y, por supuesto, en los anuncios que saltaban cada vez que iba de compras. Sin embargo, se trataba de imágenes chillonas, excesivas y de baja resolución. El gato era distinto. Lo habían reproducido con una exquisita atención a los detalles, y se movía con mucho realismo de mil formas distintas: el perezoso meneo del rabo, la ligera elevación del pecho al respirar, el desafiante parpadeo de los ojos.
El gato saltó al escritorio de la chica que había intervenido antes, la de la primera fila, que dejó escapar un involuntario chillido de sorpresa.
—Movimiento —siguió explicando Xiayne sin hacer caso de las risas dispersas—. Los movimientos de los seres vivos deben reproducirse en perfecta relación a cualquier persona que los esté mirando, sin importar dónde está colocada con respecto al holograma. Por eso se considera a sir Jared el padre de la holografía moderna.
Xiayne siguió hablando durante un rato sobre luz y distancia, sobre los cálculos necesarios para que algo parezca más grande para los espectadores que están más cerca pero más pequeño para los que se encuentran más lejos. Rylin intentaba escuchar, aunque le costaba concentrarse con la oscura cabeza de Cord frente a ella. Se obligó a no mirarlo. En un par de ocasiones vio que Leda la observaba por el rabillo del ojo, y supo que a la otra chica no se le escapaba nada.
Cuando por fin sonó el timbre que indicaba el final de la clase, Xiayne cambió de tema rápidamente.
—No olvidéis que vuestro siguiente proyecto es por parejas y que debéis entregarlo dentro de dos semanas. Así que tenéis que buscaros un compañero, si no lo tenéis ya.
La sala estalló en un murmullo de voces cuando todo el mundo se dispuso a emparejarse. De repente, Rylin fue presa de una idea temible y sobrecogedora: ¿y si de algún modo acababa con Cord? Recordó la forma en que la había mirado al principio de la semana, entre resentido y dolido. Pasara lo que pasase, no podía hacer aquel trabajo con él.
Los ruidos del aula aumentaron de volumen, y toda aquella presión amenazaba con marearla, así que hizo lo único que se le ocurrió en aquel momento.
—¿Quieres ser mi compañera? —preguntó volviéndose hacia Leda.
Leda parpadeó como si no se lo pudiera creer.
—Me tomas el pelo —dijo sin más.
Rylin se obligó a sonreír. Le daba la sensación de que se arrepentiría de esto.
—¿Qué tienes que perder? —le preguntó.
Leda miró de Rylin a Cord y de vuelta a Rylin.
—De acuerdo —respondió al cabo de un momento, con una chispa de respeto, aunque reacia—. Pero no esperes que me encargue de todo el trabajo.
Cuando Rylin se dispuso a contestar, la otra chica ya se había levantado para recoger sus cosas, así que reprimió un suspiro y se dirigió al frente de la clase. Se le ocurrió que lo mejor sería presentarse al profesor y preguntar de qué trataba la tarea.
—Profesor Radimajdi —lo llamó mientras Cord salía en silencio del aula. Seguramente se habría emparejado con una de las chicas de último curso, y Rylin se dijo que era lo mejor que podía pasar. Al menos, así ella no parecería idiota—. Acabo de unirme a la clase. ¿Me puede explicar en qué consiste el proyecto?
—Rylin, ¿verdad? —Decía su nombre de un modo curioso, como si fuera la palabra para designar algo delicioso y travieso en un idioma extranjero. Por algún motivo, le daba escalofríos—. Los otros alumnos ya lo saben, pero, por favor, llámame Xiayne.
—Vale —fue la única respuesta que se le ocurrió.
El profesor le hizo un gesto para que se sentara en la silla frente a su escritorio, y ella se hundió en el asiento, incómoda, abrazada a su mochila.
—Perdona, es que en esta clase hace mucho calor —masculló, y se quitó la chaqueta negra con cremalleras.
Rylin asintió mientras se le abrían mucho los ojos ante la visión de los brazos de Xiayne. Los tintuajes le cubrían cada centímetro cuadrado de piel: bellas formas abstractas en un vertiginoso despliegue de colores. Se le fruncían como si fueran tela sobre los bíceps y le bajaban en espiral por los musculosos brazos hasta terminar en un caleidoscopio visual en las muñecas. La mirada de la chica se vio atraída sin remedio por aquellas muñecas, y las observó doblarse y estirarse con los tintuajes, que cambiaban anticipándose a todos sus movimientos. Eran de los que llegaban hasta los nervios: esquirlas de micropigmentos disparadas al interior de la piel con un fibroinyector y forradas de astrocitos que se incrustaban en los tejidos y se adherían sin remedio a las células nerviosas para que pudieran desplazarse con el movimiento. Se trataba, de lejos, de los tintuajes más dolorosos y, por tanto, de los más cañeros.
Xiayne se inclinó hacia delante, y la chica vislumbró más tinta en el cuello, un dibujo que desaparecía debajo del cuello de la camiseta. Se ruborizó al imaginar qué aspecto tendría el resto, sobre su pecho.
—¿Los has diseñado tú? —se aventuró a conjeturar señalando los tintuajes.
—Ah, sí, hace años —respondió sin darle importancia—, en un lugar llamado Black Lotus. Como imaginarás, a la escuela no le hacen demasiada gracia, así que procuro llevar manga larga durante las horas lectivas.
—¿Black Lotus? —repitió Rylin—. ¿No te referirás al del piso treinta y cinco?
Rylin había estado allí una vez con sus amigos, hacía varios años, cuando su madre todavía estaba con vida. Se había tatuado un pájaro diminuto en la espalda, justo a la altura de la cinturilla de los vaqueros, el único lugar en el que su madre no lo vería. Aunque el dolor fue atroz, mereció la pena: le encantaban las reacciones del ave a sus movimientos, cómo batía las alas cuando caminaba y cómo ocultaba la cabeza bajo una de ellas cuando dormía.
Xiayne parpadeó, sorprendido.
—¿Lo conoces?
De repente, Rylin habría deseado vestir sudadera y zapatillas deportivas en vez de aquella almidonada falda de uniforme. Quería sentirse ella misma.
—En realidad, vivo en el piso treinta y dos. Estoy aquí gracias a una beca.
—La de Eris Dodd-Radson.
—Lo capto, ¿vale? —le soltó la chica… y después hizo una mueca—. Lo siento —añadió titubeante—. Es que la gente lleva toda la semana repitiéndomelo, como si yo no fuera más que un extraño recordatorio de su existencia. Bastante incómodo es saber que estoy aquí porque una chica murió. Pero no he venido para… sustituirla —dijo tras tragar saliva—, ni nada de eso.
Una expresión indescifrable planeó sobre los rasgos del profesor. Rylin se percató de que sus ojos eran de un color más claro de lo que había creído en un principio, un intenso verde grisáceo que resaltaba como un signo de admiración sobre la suave oscuridad de su piel.
—Lo entiendo. Debe de ser difícil. —Entonces esbozó una sonrisa—. Sin embargo, mentiría si te dijera que no me ha emocionado un poco la idea de enseñar a alguien distinto. Resulta refrescante. Con un punto de nostalgia, incluso.
—¿A qué te refieres? —preguntó la chica, que se sentía entre perpleja y halagada.
—Eres de mi antiguo barrio. Yo fui al colegio 1073.
—¡Ese colegio era rival del mío! —exclamó Rylin, que no pudo reprimir la risa ante aquella situación tan inesperada.
Por primera vez desde que había atravesado las puertas el lunes no le daba la impresión de que la juzgaban.
—Y ¿qué opinión te merece Berkeley, por ahora? —preguntó, quizá intuyendo lo que pensaba.
—Necesito… adaptarme —reconoció ella.
Xiayne asintió con la cabeza.
—Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como casi todo en la vida. Aunque creo que descubrirás que, al cabo de un tiempo, lo bueno supera a lo malo. —Rylin no estaba de acuerdo, pero tampoco estaba segura de querer llevarle la contraria y, además, Xiayne estaba buscando algo en un armario de la esquina—. ¿Alguna vez has usado una videocámara? —preguntó mientras sacaba una reluciente esfera plateada del tamaño aproximado de una uva.
—No.
De hecho, Rylin ni siquiera había visto una.
Xiayne abrió la mano y lanzó la esfera con cuidado hacia arriba. El aparato se quedó flotando en el aire, a unos cuantos centímetros de la palma de su mano. El profesor trazó un círculo con el dedo índice, y la videocámara giró para imitar sus movimientos.
—Se trata de una cámara de 360 grados, equipada con unos potentes procesadores espaciales y un microordenador —explicó—. En otras palabras: lo graba todo y en cualquier dirección, da igual hacia dónde se vuelva el espectador.
—Así que solo hay que encender la cámara, y empieza a grabar un holo inmersivo, ¿no? —No sonaba tan difícil.
—Es más complicado de lo que te imaginas —respondió Xiayne, que entendía lo que había querido decir—. Requiere cierta habilidad: preparar la escena, asegurarse de que todo esté perfecto en cualquier dirección, y después alejarte antes de grabar. A no ser que decidas borrarte en posproducción.
—¿Eso se puede hacer?
—Por supuesto. Una vez que le pillas el truco, puedes editar distintas tomas para unirlas en una sola vista. Así conseguí el alba a medianoche de Metrópolis. Ya sabes, la que contempla Gloria desde la azotea al final de la película. —Suspiró levemente—. Tuve que unir unas trescientas tomas, un puñetero píxel tras otro. Tardé dos meses.
—Ya —dijo Rylin en voz baja, puesto que no sabía de qué escena le hablaba—. Entonces ¿qué es lo que tenemos que filmar para el trabajo de clase?
—Algo interesante. —Atrapó la cámara que flotaba en el aire y se la ofreció sobre la palma de la mano—. Sorpréndeme, Rylin.
«Quizá lo haga», pensó ella mientras un curioso estremecimiento de expectación le agitaba el pecho.