LEDA

Leda se quedó donde estaba, conmocionada, mientras la figura de Watt se perdía en el punto álgido de la noche.

¿Qué acababa de suceder? Le había ofrecido sus verdades más íntimas y peligrosas (le había contado la fealdad que se ocultaba en su familia, en ella misma), y él había huido.

Se dejó caer en un banco flotante y lo impulsó con los talones para columpiarse en él. Estaba lejos de la fiesta, en una especie de jardín botánico con varios niveles. Al doblar la esquina había parejas paseando por los senderos en sombras, las oía susurrar y robarse besos furtivos. Los faroles de colores se mecían tras ellos. Era como si se encontrara muy lejos de todo.

¿Se había ido Watt por lo que le había hecho a Eris? Pero él ya lo sabía… Ella pensaba que eso era lo mejor de estar con él, que se comprendían tal como eran, secretos incluidos.

Quizá Watt no lo había asimilado del todo hasta ese momento. Quizá, al desnudar su alma, él se había dado cuenta de la oscuridad que se escondía debajo, de que no quería formar parte de ella.

Leda se mordió el labio y volvió a repasar mentalmente la conversación para intentar determinar en qué se había equivocado. Estaba de los nervios y no sabía bien por qué. Le daba la sensación de que había algo… ¿No le había parecido ver algo extraño en la cara de Watt, en sus ojos…?

No había parpadeado. Se dio cuenta de repente, con una certeza animal: la había estado observando sin pestañear ni una vez,

como un gato que espera con paciencia a un ratón.

¿Había estado grabando su conversación?, pensó desesperada.

Seguro que no; el racional cerebro de Leda se apresuró a recordarle que se habría dado cuenta, que habría oído a Watt decir «grabar vídeo»; así funcionaban las lentes, al fin y al cabo. Cerró los ojos, algo aliviada.

Salvo por el hecho de que el chico llevaba a Nadia en el cerebro.

Con la emoción de estar en la fiesta con Watt, le había resultado sencillo olvidarse de la presencia de Nadia; pero, por supuesto, había estado con él en todo momento, escuchando, grabando, transmitiendo y sabe Dios qué más. Leda no tenía ni idea de lo que Watt era capaz de hacer con Nadia dentro de su mente.

Apretó el puño con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la palma de la mano y se hizo daño, aunque el dolor era bueno: la ayudaba a concentrarse.

Recordó las ocasiones en las que Watt había parecido observarla con demasiada intensidad, siempre que alguien mencionaba a Eris. Y había aceptado muy deprisa ser su pareja para la fiesta Bajo el mar y para la rehabilitación. Entonces no le había llamado demasiado la atención, aunque era raro que no se hubiese resistido, ¿no? ¿Habría estado engañándola desde el principio? ¿Acercándose a ella con la esperanza de que sucediera algo como lo que acababa de pasar? ¿Que Leda al final se emborrachara y, confiando en él, reconociera la verdad?

La chica alzó una mano para secarse una lágrima. En realidad, no debería sorprenderse. Sin embargo, darse cuenta de que el tiempo que habían pasado juntos era una mentira le dolía más de lo que cabría esperar.

Qué estúpida había sido al creer que Watt se preocupaba de verdad por ella. Ni siquiera lo culpaba por querer venganza: ella habría hecho lo mismo, de haber sido a la inversa. ¿No le había dicho al chico más de una vez que estaban cortados por el mismo patrón?

El viejo instinto de conservación que tan bien conocía empezaba a despertarse, a urgirla a combatir el fuego con fuego (a usar todas las armas de su arsenal para destruir a Watt antes de que él la destruyera a ella). Sin embargo, Leda descubrió que no tenía fuerzas para hacerlo. Además, con el cuant en el cerebro, era probable que ya hubiera enviado el vídeo de su confesión a la policía. Puede que estuvieran ya de camino a detenerla.

Sintió que se entumecía, que el cuerpo se le volvía de plomo. Quizá fuera resignación. O desesperación. Leda Cole jamás se había resignado a nada antes, pero lo cierto era que tampoco había conocido nunca a nadie capaz de vencerla como había hecho Watt.

Pensar que había encontrado al único chico del mundo que estaba a su altura, que se había enamorado de él… y que, sin embargo, al más puro estilo Leda Cole, había conseguido convertirlo en su enemigo mortal.

Se levantó y avanzó arrastrando los pies hasta el bar más cercano: una mesa solitaria colocada entre los limoneros que bordeaban el sendero del jardín. Estaba tan alejado de la fiesta que era como si alguien, quizá la providencia, se lo hubiera puesto allí cuando más lo necesitaba. Al fin y al cabo, al día siguiente podía estar en la cárcel. Mejor disfrutar de sus últimas horas de libertad.

—Whisky con soda —pidió automáticamente al acercarse—. Y otro en cuanto lo acabe.

La camarera levantó la mirada y, por algún motivo, una bombillita se encendió en el cerebro de Leda.

—¿Te conozco? —le preguntó.

La chica se encogió de hombros.

—Trabajo en el Altitude. Me llamo Mariel.

Empezó a mezclar el cóctel con movimientos rápidos y expertos.

—¿Y ahora estás aquí? —preguntó Leda todavía desconcertada.

—Los Fuller han contratado a parte del personal del Altitude para la fiesta. Les gustan los excesos, ¿verdad?

—Oh.

Leda no se había enterado, pero sonaba típico de los Fuller.

—¿Estás sola? —le preguntó la otra chica mientras le acercaba la bebida y arqueaba una ceja.

—Por ahora, sí —respondió Leda mientras contemplaba el recipiente, que era negro y opaco, con el ceño fruncido—. Esta copa es macabra de verdad —comentó.

Era como el cáliz del que beberían las almas perdidas en el infierno. Tan oscura como sus secretos, pensó al darle un trago. El whisky tenía un regusto ácido que no reconocía.

—Lo siento. Todo lo que me han dado es blanco o negro. —Mariel sacó una copa blanca, pero Leda negó con la cabeza: no merecía la pena la molestia—. Bueno, Leda, nadie debería beber sola en una fiesta como esta —insistió, y se preparó una copa para ella.

¿Le había dicho su nombre a la chica?, se preguntó con un sobresalto, algo perpleja. El whisky le estaba haciendo efecto antes de lo que pensaba. Se sentía algo mareada, aunque no sabía si era por el alcohol o por la idea de que su confesión en vídeo se viera en todos los agregadores de noticias del mundo.

Por un momento le pareció distinguir en la mirada de Mariel un ansia, un propósito. La desconcertaba. Dejó la copa medio vacía para mirar al cielo, donde relucían las estrellas, repartidas por él como diminutos puntitos de algo ardiente y luminoso. Esperanza, puede.

Sin embargo, Leda sabía que no había esperanza para ella. Cogió la copa negra y se preparó para otro trago de aquel whisky tan fuerte, con la ilusión de que quizá lograra borrar el dolor de lo que le había hecho Watt.