WATT

Aquella misma noche, Watt estaba dando por finalizada la primera reunión del club de matemáticas. A instancias de Nadia, había intentado apuntarse en unos cuantos clubes con la intención de mejorar su currículo, pero el único dispuesto a aceptarlo a esas alturas del curso había resultado ser el de matemáticas…, y únicamente porque Cynthia era la copresidenta. Ojalá hubiera dedicado más tiempo a este tipo de actividades cuando empezó en el instituto, en vez de volcar todos sus esfuerzos en los trabajos de pirateo informático que le encargaban.

Al contrario que los clubes para después de clase, los trabajos de pirateo informático le reportaban algún que otro ingreso, y en su familia el dinero era algo a lo que prácticamente nunca se le podía decir que no.

—Gracias de nuevo por aceptar mi solicitud de ingreso —le dijo a Cynthia mientras salían por la puerta principal de la escuela.

—Deberías haberte apuntado hace siglos. Sabía que se te daban bien las ecuaciones diferenciales, pero no me imaginaba hasta qué punto —replicó Cynthia impresionada.

«No hay de qué», refunfuñó Nadia. Era ella la que había resuelto aquellas ecuaciones en un tiempo récord, aunque Watt no debería haber necesitado su ayuda. Lo cierto era que ambos se habían sorprendido un poco cuando se la pidió.

«Perdona —le dijo ahora Watt—. Necesitaba tiempo para pensar».

«En Leda, ¿verdad?».

«Estaba haciendo planes, eso es todo», fue la evasiva con la que respondió Watt, aunque nunca podía ocultarle nada al cuant durante mucho tiempo. Además, tenía razón.

Mientras participaba en aquella sesión de matemáticas, una parte de su mente (una parte que rayaba peligrosamente en el todo) estaba pensando en Leda, alternando entre imaginarse que sufría un accidente y fantasear con otro tipo de cosas, ya de índole bastante más placenteras. No entendía esta fijación que le había entrado con ella. ¿Cómo podía guardarle rencor, querer que pagara por todo lo que había hecho y, al mismo tiempo, desearla tanto?

Ojalá pudiera ser como Nadia, más racional y menos impulsivo.

«Hablando del rey de Roma», centellearon en su campo de visión las palabras del cuant. Watt levantó la cabeza… y se quedó sin palabras al encontrarse con Leda en persona, tranquilamente apoyada en una pared de ladrillos en el límite de la tecnorred de la escuela, setecientos pisos por debajo del centro en el que ella estudiaba. Llevaba puestos unos pantalones negros de yoga que dejaban muy poco a la imaginación, y tenía el rostro brillante a causa del ejercicio. Lucía el pelo recogido en una coleta informal, aunque unos cuantos rizos húmedos de sudor se escapaban, rebeldes, a la altura de sus orejas.

—Watt, ahí estás —le saludó, con un dejo de posesividad que lo emocionó al mismo tiempo que lo cabreaba.

Le entraron ganas de plantarle un beso allí mismo, a la vista de todos, pero se contuvo.

—Leda —dijo despacio para disimular la desconcertante combinación de sensaciones que lo atenazaba—. ¿A qué se debe el placer?

Sintió que Cynthia se tensaba junto a él al escuchar aquel nombre, mirándolos alternativamente a los dos, de hito en hito. Watt sabía lo que estaba pensando: así que esa era Leda, tristemente famosa por conocer demasiados secretos.

—Tenemos que hablar de una cosa. En privado. —Los ojos de Leda se clavaron en Cynthia como una flecha—. Perdona, me parece que no nos han presentado. Soy Leda Cole. Cynthia, ¿verdad? —preguntó tendiéndole la mano.

Cynthia no la aceptó.

¿Cómo sabía Leda quién era Cynthia? Debía de haberla mencionado en alguna ocasión, pensó Watt…, o a lo mejor era que Leda había estado fisgoneando por sus agregadores. Descubrió que la idea le parecía curiosamente halagadora.

—Hola, Leda —dijo Cynthia sin dar ningún paso al frente.

Estaba claro, por su tono, cuál era la opinión que le merecía la otra muchacha. Transcurrido un momento, Leda bajó la mano y se volvió hacia Watt.

—¿Watt? Vamos —ordenó, y se puso en marcha, asumiendo a todas luces que él la iba a seguir.

Watt miró a Cynthia.

—Lo siento, tengo que…

—Responder a la llamada de la reina de las zorras, ya —replicó con brusquedad Cynthia, demasiado bajo para que Leda lo oyera—. Adelante.

Watt no titubeó. Cynthia se lo perdonaría más tarde, pero Leda no lo haría nunca. Se apresuró a darle alcance.

—No hacía falta que montaras esa escenita —la reconvino, aunque, por alguna razón, pensó que había tenido su gracia. Quizá estuviera acostumbrándose en exceso a la compañía de Leda Cole.

—Lo siento si te he puesto las cosas difíciles con tu novia —dijo Leda con aspereza.

—Que no es mi novia, te lo he dicho ya antes.

—Y yo te he dicho a ti que me trae sin cuidado.

Ni siquiera miró de reojo en su dirección mientras se adentraba en su calle. A Watt le extrañó que quisiera ir a su casa esa noche, y aún más le sorprendió que supiera desenvolverse por esa zona.

—Mira, si querías quedar, bastaba con que me hubieras enviado un mensaje.

Su mente echaba humo, intentando adivinar qué dirían sus padres cuando los vieran aparecer juntos en casa. Aunque ya habían visto antes a Leda; al fin y al cabo, creían que era una compañera de clase.

Leda se carcajeó.

—No he venido hasta aquí para eso —replicó, y a Watt le encantó el modo en que había recalcado aquel «eso», como si quisiera restarle importancia pero no lo consiguiera del todo—. Necesito que me investigues a una persona —continuó Leda—. Hace tiempo que quería preguntarte por ella, pero, ya sabes… —Se interrumpió azorada.

—Pero no paro de distraerte.

La sonrisa de Watt se ensanchó al verla así, tan incómoda.

—No te pases de listo.

Llegaron a la puerta principal. Watt vaciló y miró a Leda de soslayo.

—¿Te importaría decirles a mis padres que has venido para hacer un proyecto para la escuela y que…?

—Tranquilo, Watt. En peores plazas he toreado.

—Ni siquiera entiendo lo que significa eso —replicó él mientras abría la puerta—. ¿Qué diablos es «torear»?

Leda se encogió de hombros.

—Un antiguo proverbio, no sé —respondió ella quitándole importancia. Mientras lo seguía por el pasillo, su expresión de exasperado sarcasmo dio paso a una sonrisa radiante—. ¡Señora Bakradi! —exclamó, yendo a abrazar a la madre de Watt—. ¿Cómo está usted? Hacía tiempo que le quería traer esto, para Zahra. Lo encontré limpiando entre algunos de mis antiguos juguetes.

Para asombro de Watt, Leda metió la mano en el bolso y sacó un caballito en miniatura. Al pulsar un botón, el animal echó a correr por el suelo.

Maldición, qué buena era, pensó, a regañadientes pero con admiración.

Cuando por fin hubieron llegado a la habitación de Watt, ya con la puerta cerrada, el muchacho la contempló fijamente. Leda se había sentado en su cama, cruzando las piernas con su característica mezcla de imposición y familiaridad.

—¿Cómo sabías que Zahra está pasando por una fase en la que la entusiasman los caballos? —preguntó él suspicaz.

—Me lo contó tu madre la última vez que vine. —Leda puso los ojos en blanco—. En serio, Watt, ese cuant tuyo te ha vuelto imperdonablemente holgazán. ¿No escuchas nunca a la gente?

—Te escucho a ti —replicó él, aunque su agudeza le había pillado desprevenido.

—Permíteme que lo dude —le espetó Leda—. ¿Está Nadia encendida?

Watt se sintió como si estuviera soñando; seguía pareciéndole surrealista hablar de Nadia con otra persona.

—Siempre estoy encendida —contestó Nadia, proyectando su voz por los altavoces. Sonaba ligeramente ofendida.

Leda asintió con la cabeza, como si aquello no la sorprendiera.

—Nadia —dijo en un tono respetuoso que aún no había utilizado nunca con Watt—, ¿serías tan amable de investigar a alguien por mí? Se llama Calliope Brown. Tiene nuestra misma edad, más o menos.

—Buscando —replicó Nadia.

La irritación de Watt iba en aumento. «Se lo estás poniendo demasiado fácil».

«Me lo ha pedido con amabilidad. No como tú».

—¿Y qué es lo que estamos buscando, exactamente?

Watt se arrellanó en la silla de su escritorio y estiró los brazos por encima de la cabeza, procurando no pensar en lo cerca que estaba Leda ni en la indolencia con la que se había sentado en sus sábanas.

—No estoy segura —reconoció la muchacha—. Pero esta chica me da mala espina.

—Entonces ¿la base de todo esto es una corazonada tuya?

—Ríete si quieres, pero mi intuición es infalible. Me avisó de que estabas ocultándome algo, por ejemplo, y acertó, ¿a que sí?

Watt no tenía nada que alegar en su defensa.

Leda se inclinó hacia delante cuando los resultados de la búsqueda de Nadia comenzaron a inundar el monitor. Había una Calliope Brown registrada en la Torre, en la planta 473: una señora mayor con la sonrisa muy fina.

—No, esa no es ella —dijo Leda decepcionada.

Watt frunció el ceño.

—Nadia, ¿puedes ampliar la búsqueda a todo el territorio de Estados Unidos?

Tras revisar decenas de caras expandieron la búsqueda al ámbito internacional, pero Leda no dejaba de sacudir la cabeza ante todas las imágenes que el cuant les estaba enseñando.

—¡Se aloja en el Nuage! ¿No podemos encontrarla así?

Leda se deshizo la coleta de un tirón, impacientándose, y volvió a recomponérsela.

—Voy a reproducir las grabaciones de las cámaras a gran velocidad, entresacando los rostros. Avísame cuando la veas —le ofreció Nadia utilizando fragmentos de los archivos de vídeo para generar una base de datos instantánea con todos los huéspedes del hotel.

Watt se dio cuenta de que el cuant comenzaba a interesarse de verdad por la búsqueda, a su pesar. Nada le gustaba más que un buen puzle.

Tras unos minutos de pasar páginas, Leda pegó un salto de la cama, apuntando con el dedo a la figura que aparecía en la esquina superior derecha de la pantalla.

—¡Ahí está, esa! ¡Es ella!

—Nadia, ¿puedes acceder a sus escáneres de retina? —preguntó Watt.

El cuant les presentó toda la información momentos después. Las retinas de la muchacha estaban registradas a nombre de Haroi Haniko, una vecina de Kioto que había fallecido siete meses antes.

—Vale, así que su identificación retinal es robada —murmuró Leda visiblemente sorprendida—. Eso la convierte en una delincuente, ¿no?

Ahora Watt sí que sentía curiosidad.

—Nadia, ¿qué me dices de su reconocimiento facial? Analiza todo el espectro internacional.

Podía alterar sus globos oculares, razonó para sus adentros, pero modificar drásticamente el rostro era mucho más complicado.

La pantalla se quedó en blanco.

—No hay coincidencias.

—Prueba otra vez —dijo Leda, pero Watt sacudió la cabeza.

—Leda, esa búsqueda incluía todos los gobiernos del mundo: nacionales, estatales, provinciales y municipales. Si esta chica existiera, ya la habríamos encontrado.

—¿Insinúas que me lo estoy inventando? ¡Está ahí mismo, sale en las cámaras! ¡La puedes ver con tus propios ojos! —se encrespó Leda, exasperada.

—Lo único que digo es que esto es raro de narices. Si alguna vez hubiera vivido en alguna parte, estaría censada y poseería algún anillo de identificación a su nombre, una tarjeta fiscal o algo.

—Bueno, ahí tienes la respuesta —declaró Leda—. Nunca ha «vivido» en ninguna parte, solo ha estado siempre de visita. No tiene ningún documento que la identifique porque carece de residencia fija.

A Watt jamás se le habría ocurrido algo así, pero tenía sentido.

—¿Por qué querría nadie llevar esa clase de vida?

—Porque, evidentemente, se trae algo turbio entre manos. —Leda entonó esta última frase imprimiéndole un timbre melodramático, como si de una actriz representando una tragedia antigua se tratara. Arrugó el entrecejo—. Pero ¿por qué no ha descubierto nadie que sus retinas no se corresponden con el resto de su cuerpo?

—Porque en realidad nadie verifica los escáneres retinales en los espacios públicos, tan solo se contrastan con las listas de criminales reconocidos. Supongo que no la habrás visto en la casa de ningún particular —aventuró el muchacho.

—Únicamente en la de Avery, pero se celebraba una fiesta y ella estaba invitada —señaló Leda, y Watt asintió con la cabeza.

—Si es cierto que «se trae algo turbio entre manos» —pronunció la frase como había hecho Leda, lo cual le granjeó una sonrisa—, está claro que es una experta.

Los dos guardaron silencio mientras contemplaban las distintas implicaciones que eso conllevaba.

Leda levantó la cabeza de golpe; se le acababa de ocurrir una idea.

—¿Y las escuelas? ¿Puedes comparar las características de su reconocimiento facial con las redes educativas, en vez de con las gubernamentales? ¿O es demasiado difícil entrar en ellas?

La idea era buena. Watt deseó haber caído antes en esa posibilidad.

—Difícil, sí, pero para Nadia no hay nada imposible —fanfarroneó. No era del todo cierto, pero sonaba guay—. ¿Nadia? —llamó al cuant, pero este ya había encontrado una coincidencia. Clare Dawson, alumna del internado de St. Mary, en Inglaterra, durante un solo curso.

—¡Sí! ¡Esa es! —exclamó Leda alterada.

Apareció otra coincidencia. Cicely Stone, alumna de un colegio americano en Hong Kong. Aliénor LeFavre, en la Provenza francesa. Sophia González, en una escuela de Brasil. Y así un nombre tras otro, hasta que la pantalla de Nadia hubo quedado cubierta por al menos cuarenta alias distintos, todos ellos inconfundiblemente ligados a imágenes de la supuesta Calliope.

—Guau —murmuró Watt, que se había quedado perplejo.

Esto era mucho más ambicioso que los trabajos de los que solía encargarse para H@cker Haus, consistentes la mayoría de ellos en borrar notas, localizar a maridos infieles y verificar alguna que otra identidad.

—Esto lo demuestra. Es una delincuente —dijo Leda triunfal.

Sus ojos oscuros brillaban con la emoción de la caza.

—O una sociópata, o una agente secreta…, o a lo mejor es que su familia está loca y punto. No deberíamos sacar conclusiones precipitadas.

Leda se acercó a la pantalla y se agachó. Watt se descubrió inesperadamente distraído por su proximidad.

—Nadia —carraspeó el muchacho—, ¿puedes rastrear los archivos de esos centros en busca de algún incidente? Expulsiones, mala conducta, cualquier cosa que se salga de lo normal.

—¿Y contrastar referencias con sus compañeros de clase en esos colegios, a ver qué amigos tenía? A lo mejor ellos nos proporcionan alguna pista —añadió Leda.

A continuación, sin previo aviso, se sentó en el regazo de Watt, enredó los dedos en su pelo y lo atrajo hacia ella. Su boca sobre la de él era cálida e insistente.

Watt fue el primero en apartarse.

—¿No habías dicho que no habías venido para esto? —bromeó, aunque no pensaba quejarse.

—No solo para esto —lo corrigió Leda.

—¿Y no prefieres que me vaya a…?

—Cállate ya —lo interrumpió Leda con impaciencia antes de volver a besarlo, rodeándole los hombros con los brazos. A Watt no le costó nada ponerse de pie, transportarla hasta la cama (pesaba tan poco) y depositarla encima de ella con delicadeza, sin dejar de besarla. Deslizó las manos por su espalda, por la curva de su cadera…, su piel era tan suave, y Watt ya no sabía si le gustaba o si la detestaba. Quizá las dos cosas al mismo tiempo, lo que explicaría por qué todas sus terminaciones nerviosas estaban comenzando a cortocircuitarse, como si su cuerpo entero fuese a estallar de un momento a otro.

Empezó a pedirle a Nadia que apagase las luces, pero la habitación estaba ya a oscuras. Y la puerta, firmemente cerrada.