RYLIN
Era última hora del viernes por la noche, y Rylin no lograba dormirse. No dejaba de dar vueltas y más vueltas, procurando no despertar a Chrissa, que estaba a un metro escaso de ella, en la otra cama individual. Sin embargo, Chrissa siempre había sido capaz de dormir en cualquier circunstancia.
Los amigos de Rylin estaban en una gran fiesta; Lux le había dado un toque antes para avisarla, pero Rylin no había prestado atención a los detalles.
—Estoy demasiado cansada —había contestado con toda sinceridad.
Tras otra semana interminable en la escuela (viendo a Cord en los pasillos y, peor aún, justo delante de ella en la clase de holografía; por no mencionar lo que le estaba suponiendo la brillante idea de formar equipo con Leda para el proyecto), Rylin no estaba para fiestas. Sabía que habría demasiado ruido, demasiada luz, y que ni siquiera sería capaz de oírse pensar con el clamor de la música. Así que se había quedado en casa con Chrissa, y las dos habían comido lasaña congelada y visto unos cuantos episodios de un antiguo holo sobre una chica enamorada de un chico, pero cuyas familias estaban enemistadas. Aquella relación hacía suspirar a Chrissa, aunque tenía algo (quizá el amor prohibido e imposible) que irritó a Rylin.
Cogió su tableta, que estaba tirada en el suelo, y se puso a consultar sus mensajes. Había unos cuantos nuevos de la cuenta de la escuela: un anuncio sobre audiciones para la obra escolar y un recordatorio de que la asamblea empezaba a las ocho en punto. Su mirada se topó con un mensaje del profesor Radimajdi. Lo abrió, curiosa, solo para acabar roja de rabia al leer el contenido.
Le había puesto un aprobado justo en la primera tarea para la clase de holografía, un vídeo de una puesta de sol que había tomado hacía una semana desde el mirador de una de las plantas bajas.
«Pero ¿qué narices…?», pensó indignada, mientras pulsaba con rabia en la pantalla para leer los comentarios del director, que estaban más abajo. ¿No le había dicho que le gustaban los vídeos de puestas de sol y que había uno en la película con la que había ganado el Óscar?
«Rylin, este vídeo es muy dulce y bonito…, además de manido, aburrido y poco inspirado. Siento decirte que me has decepcionado. La próxima vez procura enseñarme cómo ves el mundo, no lo que crees que quiero ver yo».
La joven se recostó en la cama, enfurecida y bastante desconcertada. ¿Qué derecho tenía él a sentirse decepcionado con ella?
No estaba segura del motivo de su enfado, salvo que se trataba de la primera nota que recibía en Berkeley y que era un asco. Sin embargo, la verdad, ¿qué se esperaba? Era una chica de diecisiete años que había abandonado los estudios y que, por un milagro del destino, había acabado en el instituto más caro y exigente del país. Por supuesto que no tendría éxito allí, y había sido una estúpida al plantearse lo contrario.
Se quitó el edredón de encima. Sentía escalofríos y estaba ansiosa; la claustrofobia la sofocaba. ¿Qué demonios le estaba pasando? No era normal que se encontrara sola en casa un viernes por la noche, mirando sus notas. La antigua Rylin habría estado en la calle. Bueno, no era demasiado tarde para salvar la noche.
«¿Estás fuera?», le envió a Lux, que contestó al instante.
«¡Sí! Estamos en la piscina pública de la ochenta. ¡Vente!».
Aquello le sonó raro, pero no lo cuestionó, sino que se limitó a quitarse la camiseta y los pantalones del pijama para colocarse el biquini. Se le cayó un zapato y se detuvo, con la esperanza de no haber despertado a Chrissa; pero no oyó nada más que la pausada respiración de su hermana y el leve susurro de las mantas al volverse de lado. Rylin se quedó inmóvil otro instante, para contemplarla mientras dormía. Un feroz impulso de protegerla se apoderó de ella. Después se puso un vestido encima del biquini y se calzó las sandalias.
De camino a la puerta, su mirada se tropezó con la reluciente videocámara, que la miraba desde su escritorio como un amenazador ojo vigilante. Sin pensárselo dos veces, se la metió en el bolso y salió a la calle.
Rylin ya había estado antes en la piscina pública. Solía ir con Chrissa y su madre años atrás, cuando su hermana y ella todavía llevaban bañadores a juego y competían por ver quién aguantaba más la respiración bajo el agua; después había ido muchas veces con Lux, en las tardes de verano, cuando había que luchar por un sitio en la terraza desde el que atrapar los oblicuos rayos vespertinos del sol. Sin embargo, nunca había visto la piscina como en aquel momento, a medianoche, invadida por una rave ilegal.
Los adolescentes estaban apretujados dentro del agua, todos con distintas combinaciones de bañadores y vaqueros. Olía a cloro, sudor y tiraciegos. Alguien había apagado las luces de la piscina para que no los pillaran; pero la luz de la luna se filtraba a través de las ventanas y bailaba por las siluetas en penumbra que chapoteaban en el agua, como oscuras y estilizadas focas. Un ritmo eléctrico vibraba en el aire. Rylin distinguió las formas de unas cuantas parejas en el patio de fuera.
Se quitó el vestido largo y lo lanzó a una esquina. Sin embargo, al ir a dejar el bolso, la videocámara cayó al suelo. La cogió. La notaba caliente en la palma de la mano. La alzó, y el dispositivo se puso a flotar con pereza en el aire, siguiéndola como si tirase de él una cuerda invisible.
Tras recogerse el pelo en una coleta suelta, Rylin trepó por la escalera que conducía al trampolín flotante. Había oído que en la piscina cubierta de Berkeley tenían uno muy caro, de media gravedad, para que el equipo de salto practicara mejor sus triples saltos mortales, pero a ella siempre le había bastado con aquel. Alzó los brazos por encima de los hombros y se lanzó de cabeza, de modo que su fino cuerpo atravesó el agua como un cuchillo.
Bajo el agua se estaba muy bien, a oscuras, fresca y envuelta en un maravilloso silencio. Se quedó allí todo lo que pudo, hasta que todos los capilares de sus pulmones se estiraron en busca de aire, antes de empezar a mover las piernas para subir a la superficie. Jadeó un poco, encantada, y nadó hacia el lado menos profundo.
—Myers. Cuánto tiempo.
—Me alegro de verte, como siempre, V —le soltó Rylin.
V estaba tumbado con las manos detrás de la cabeza en una balsa hinchable con forma de algo vagamente inapropiado. Era amigo del exnovio de Rylin, Hiral, y lo despreciaba desde que Hiral la había obligado a venderle sus drogas a V.
—Espero que disfrutes de mi fiesta —le dijo él arrastrando las palabras.
—Allanar un espacio público y sembrar el caos; debería haberme imaginado que era cosa tuya.
Intentó seguir moviéndose entre la multitud, pero V se bajó de su flotador para bloquearle el paso.
—Me lo tomaré como un cumplido, aunque supongo que esto no tiene nada que ver con lo que estarás acostumbrada a ver ahora, en tu nuevo instituto encumbrado. ¿Qué haces aquí abajo, cuando podrías estar en una de las fiestas de allí arriba, eh?
Rylin consiguió hacer pie de puntillas en el fondo de la piscina y miró a V a los ojos.
—La verdad es que a la mayoría de estas personas las considero mis amigos. Exceptuándote a ti, claro.
—Me alegra saber que me consideras.
—No te hagas ilusiones.
V la observó con curiosidad.
—El juicio de Hiral es dentro de unas semanas —dijo en un tono prosaico, aunque engañoso—. ¿Piensas ir?
—No lo sé.
La chica reprimió las emociones que brotaron a la superficie al mencionar a Hiral. Llevaba ya un mes de libertad bajo fianza en su casa, pero ella no había ido a verlo; no habían terminado demasiado bien después de que él descubriera que Rylin se había liado con Cord. Así se había roto la pata de la mesa de la cocina. Entre otras cosas.
—Supongo que depende de si vas tú o no —concluyó al final, pero sin ponerle mucho empeño.
V no se molestó en seguir retándola.
Las luces fosforescentes que colgaban sobre la piscina cambiaron de color, de un verde neón centelleante a un inquietante amarillo. V alzó la vista para mirarlas, y entonces descubrió la videocámara que seguía flotando alegremente detrás de la chica.
—Veo que tienes un juguete nuevo —comentó; y, de repente, en un movimiento que la pilló por sorpresa, saltó para coger la cámara y hundirla en el agua.
—Pero ¿qué haces? —le gritó Rylin, lo que atrajo unas cuantas miradas hacia ellos.
V se rio de su reacción, abrió la mano y la videocámara volvió a elevarse en el aire, como si nada.
—Estas cosas son sumergibles. ¿Es que no te lo había contado nadie? —preguntó en tono perezoso.
La chica estaba harta de morder sus anzuelos.
—¿Has visto a Lux? La estoy buscando.
—Se ha ido con Reed Hopkins.
«¿Qué?», pensó ella, intentando ocultar la sorpresa que le asomó al rostro ante aquella afirmación, pero a V no se le escapó. Nunca se le escapaba nada.
—Ah —comentó engreído—. Eso no lo sabías, ¿verdad?
—¡Rylin!
Como si los hubiera oído, Lux se acercó chapoteando y la abrazó. Volvía a tener el pelo rubio oscuro, el tono favorito de Rylin entre el cambiante caleidoscopio de colores de Lux. Era casi su tono natural, lo que la hacía parecer más joven y suavizaba los acusados ángulos de la nariz y la prominente barbilla.
—¿No es increíble? V ha hecho un gran trabajo —exclamó Lux mientras se volvía hacia el chico, pero él ya había desaparecido.
—¿No te preocupa que te detengan?
—Me temo que esa nueva escuela es una mala influencia para ti —bromeó la chica—. ¿Cuánto te ha preocupado a ti, precisamente a ti, que te detengan?
—¿Cuánto tiempo llevas enrollada con Reed?
Lux guardó silencio, algo humillada.
—Te lo iba a contar. Es algo muy nuevo, y todavía le estoy… dando vueltas.
Rylin sonrió, aunque le daba pena que su mejor amiga le ocultara cosas. Por otro lado, lo cierto era que no habían pasado mucho tiempo juntas desde que empezara en Berkeley; y tampoco antes de eso, cuando trabajaba para Cord. Además, ella también le ocultaba secretos a Lux: nunca le había contado lo de su relación secreta con Cord.
—Si eres feliz, yo también lo soy —contestó, porque era verdad, y en esos momentos echaba mucho de menos a su amiga—. Y ¿dónde está Reed?
Lux señaló con la cabeza un enorme sillón que alguien había colocado al borde de la piscina, en precario equilibrio sobre una mesa. Reed estaba allí sentado, con aspecto de sentirse desmesuradamente satisfecho consigo mismo, mientras brindaba con chupitos con un grupo de sus amigos.
—Le toca turno de socorrista durante una hora. ¡Como hacía la gente en la antigüedad! Hemos tenido que apagar los bots de seguridad, ya sabes, para que no acuda la policía. —Lux soltó una risita—. Aunque parece que no se lo está tomando demasiado en serio.
A Rylin le daba la impresión de que los socorristas humanos no se remontaban a la antigüedad, sino a un poquito antes. También le daba la impresión de que Reed no estaba en condiciones de evitar que unos adolescentes borrachos se hicieran daño, pero sonrió y se mordió la lengua.
—Vamos a bailar —prefirió decir.
Lux asintió, y juntas se metieron entre la masa caliente de la muchedumbre. La videocámara daba alegres botes por encima de ellas, un diminuto planeta plateado perdido en un universo de luces fosforescentes.