WATT

Al día siguiente, por la tarde, Watt esperaba a Cynthia en la esquina del parque de Madison Square, en el Cinturón de la Torre. «Sigo pensando que es una mala idea», le dijo a Nadia mientras contemplaba el paso de la gente por la acera de carbonita que recorría el sendero flotante. Los turistas paseaban con sus horribles ropas de turistas, vaqueros, riñoneras y esas camisetas que decían: I ♥ NY, con la icónica imagen de la Torre estampada en el corazón. Del otro lado de la calle, un grupo de chicas compraba helados en un enorme bot de refrigerio con forma de cono y se dedicaba a lanzar miradas a Watt, entre risitas.

—¿Se te ocurre alguna cosa mejor? —le susurró Nadia a los audiorreceptores.

«Siento curiosidad, ¿cuántos posibles escenarios has ejecutado hasta llegar a este? ¿Qué probabilidad de éxito has calculado?».

—Mis cálculos están incompletos, dada la cantidad de variables de entrada que me faltan.

Así que, básicamente, cero.

—¡Watt! No puede creerme que hayas accedido a venir conmigo —dijo Cynthia al doblar la esquina, sonriente.

—Por supuesto. No me lo perdería por nada —respondió Watt a toda prisa.

La chica lo miró de soslayo.

—¿En serio? ¿Me estás diciendo que estás tan emocionado como yo por la nueva exposición de Whitney sobre arte posmoderno de ondas sonoras?

—Si te soy sincero, solo he venido porque tú querías —reconoció él, lo que le arrancó una sonrisa aún más amplia.

Cynthia llevaba semanas pidiéndoles a Watt y a Derrick que fueran con ella a aquel tema artístico…, y, ahora que Watt necesitaba hacerle la pelota para pedirle un favor, había aceptado.

Esa parte era idea de Nadia. En realidad, había sido Nadia la que sugirió que le pidiera ayuda a Cynthia, para empezar.

Desde la visita de Leda, Watt había estado dándole vueltas a la idea de Nadia. Si Leda confiaba en él (si pensaba que era su amigo, que estaba de su lado), quizá, solo quizá, dijera la verdad en voz alta. Lo único que necesitaba Watt era una mención, una referencia a aquella noche, para librarse de sus chantajes.

No había dejado de preguntarle a Nadia cómo acercarse a Leda, pero ella lo había desviado hacia Cynthia. «Algunos comportamientos humanos son impredecibles —le había confesado con franqueza—. Los estudios han demostrado que pedirle consejo a un amigo es la forma más eficaz de enfrentarse a los asuntos relacionados con la confianza en las dinámicas interpersonales».

«A veces creo que te inventas esos estudios», contestó él escéptico. Ella le envió miles de páginas de investigaciones a modo de respuesta silenciosa.

Cynthia y él cruzaron las puertas automáticas del museo y entraron en un vestíbulo austero e inhóspito. Watt asintió dos veces al pasar junto a la máquina de pago, que escaneó sus retinas y le cobró las dos entradas.

—No tenías que comprar la mía —le dijo Cynthia algo desconcertada.

—Me temo que sí debía hacerlo —respondió él tras aclararse la garganta—. Si te soy sincero, tenía un motivo oculto para venir.

—¿Ah, sí? —preguntó ella.

Watt se preguntó por qué Nadia guardaba silencio, lo que era poco habitual en ella, pero la verdad es que se callaba a menudo cuando hablaba con Cynthia.

—Necesito consejo —soltó sin más.

—Ah. Vale.

La chica respiró hondo mientras doblaban la esquina para entrar en la exposición y no dijo nada más.

Se trataba de un espacio enorme y poco iluminado, lleno hasta arriba de tuberías metálicas, de esas que todavía transportaban tanto el agua corriente como las aguas residuales por la Torre, como las que arreglaba el padre de Watt en su trabajo de mecánico. Sin embargo, la artista las había pintado de una gama de colores alegremente discordantes: amarillo, verde manzana y rosa sandía. A medida que avanzaban por la sala, Watt oía susurros musicales que después cambiaban rápidamente para convertirse en otra canción, en un nuevo estribillo. Se dio cuenta de que las tuberías no eran más que de adorno: había altavoces en miniatura que proyectaban las ondas sonoras hacia él en una rápida iteración.

—¿Qué clase de consejo?

Las palabras de Cynthia rebotaron creando extraños ecos sobre los sonidos de la muestra, como si llegaran de muy lejos. Watt sacudió la cabeza, desorientado, y la agarró de la muñeca para sacarla de nuevo al vestíbulo. Retazos perdidos de música flotaban hacia él a través de la puerta abierta y se repetían dentro de su cabeza, o quizá fuera que pensar en Leda lo estaba volviendo loco, literalmente.

—Estoy muy perdido. Hay una chica…

Sacudió la cabeza, ya que lamentaba la elección de palabras nada más decirlas: así parecía que le gustaba Leda. Aunque se dio cuenta de que quizá no fuera tan malo que Cynthia pensara que necesitaba consejo amoroso. Era mejor que permitir que averiguara la verdad.

Cynthia lo estaba observando con una de sus miradas penetrantes. Por algún motivo, Watt contuvo el aliento e intentó no moverse, ni siquiera parpadear.

—¿Quién es la chica? —preguntó ella al fin.

—Se llama Leda Cole.

Watt intentó que la irritación que sentía no se reflejase en sus palabras, pero él mismo se lo notaba en la voz.

—¿Y tus… técnicas típicas no funcionan con ella?

«No mientas», lo avisó Nadia.

—No es una chica típica.

Aquello era cierto, sin lugar a dudas.

Cynthia se volvió hacia las escaleras.

—Vamos —dijo con aire resignado.

—Espera, pero tu exposición… ¿No quieres que la veamos?

—Volveré en otro momento, sin ti. Me da la impresión de que tu vida está hecha un lío —afirmó, y Watt no se lo discutió, ya que era cierto.

Unos minutos más tarde se encontraban sentados en uno de los bancos giratorios hexagonales del jardín de esculturas de fuera.

—Vale, cuéntame lo de Leda. ¿Cómo es? —exigió saber Cynthia.

—Vive en la Cima de la Torre, va a un instituto encumbrado. Tiene un hermano. Juega al hockey sobre hierba, creo, y…

—Watt, no te he pedido su currículo. ¿Cómo es ella? ¿Introvertida? ¿Optimista? ¿Crítica? ¿Le gusta ver los dibujos los sábados por la mañana? ¿Se lleva bien con su hermano?

—Es mona —empezó a decir con cautela— y lista. —Tan lista que resultaba peligrosa. Nadia le estaba pasando más información, pero Watt no podía mantener la farsa y empezó a escupir las palabras como si fueran veneno—. También es superficial, mezquina e insegura. Egoísta y manipuladora.

«Bien hecho».

«¡Tú fuiste la que me pidió que no mintiera!».

Cynthia se movió para mirarlo de frente.

—No lo entiendo. Creía que te gustaba.

El chico dejó la mirada vagar hasta los árboles cercanos, modificados genéticamente para que dieran decenas de frutos en la misma rama. Un limón enorme descomunal colgaba junto a los racimos de cerezas y una hilera de piñas.

—En realidad, no me gusta Leda en absoluto —confesó Watt—. Y yo no le gusto a ella. Quizá me odie, incluso. En otras circunstancias me daría igual estar el primero de su lista negra; el problema es que sabe algo sobre mí.

—¿Qué quieres decir con que sabe algo sobre ti? —preguntó Cynthia entornando los ojos—. Es por lo de tus trabajos de hacker, ¿no?

—¿Cómo sabes eso? —preguntó a su vez él, mirándola con atención.

—No soy estúpida, Watt. La cantidad de dinero que manejas no corresponde con lo que podrías ganar como «asesor informático». —Levantó las manos para hacer el gesto de unas comillas invisibles con las que acotar la frase—. Además, siempre pareces saber más de la cuenta sobre los demás.

Watt notaba la inquietud creciente de Nadia como una mano sobre su muñeca. «Podemos confiar en ella», le aseguró en silencio.

«Si tú lo dices», cedió Nadia.

—No te equivocas sobre el pirateo —le dijo a Cynthia, y en parte se sintió aliviado de confesar al fin una fracción de la verdad a su amiga.

—Entonces ¿qué ha pasado para que ahora me pidas consejo sobre Leda?

—Como he dicho, Leda no se cuenta entre mis mayores admiradoras. Y con lo que sabe… —Se rebulló, incómodo, y tragó saliva—. De verdad que necesito que no se lo cuente a nadie. Si confiara en mí (o, al menos, si dejara de despreciarme), quizá no se lo contaría a nadie.

Cynthia esperó, pero su amigo no siguió hablando.

—¿Qué pasaría si llegara a contar lo que sabe? —insistió ella.

—Sería muy muy malo.

La chica dejó escapar un profundo suspiro.

—Que conste que esto no me gusta en absoluto.

—La objeción queda debidamente anotada —le aseguró Watt con una sonrisa de alivio—. Entonces ¿me vas a ayudar?

—Haré lo que pueda. No te prometo nada —le advirtió Cynthia.

Watt asintió, pero la presión que sentía en el pecho ya se había aligerado un poco solo con saber que su amiga estaba allí y dispuesta a ayudarlo.

—Lo primero es lo primero —afirmó ella—: ¿cuándo vas a volver a verla?

—No lo sé.

—Quizá debas llamarla para quedar con ella, para así tomar las riendas de la situación y cambiar la dinámica —sugirió.

La idea de salir con Leda por voluntad propia le resultaba tan ajena que dio un respingo involuntario. Cynthia captó su expresión y puso los ojos en blanco.

—Watt, esa chica no dejará de odiarte si no pasa tiempo contigo. Bueno, ¿qué le vas a decir cuando la veas?

—Hola, Leda —probó.

—Vaya —repuso Cynthia con cara de póquer—. Me abrumas con tu increíble ingenio y tus grandes dotes para la conversación.

—Y ¿qué se supone que debo decir? —saltó él exasperado—. ¡Lo único que quiero es no acabar en la cárcel!

La chica se quedó inmóvil, en silencio. Él se asustó al darse cuenta de que había hablado demasiado.

—¿En la cárcel, Watt? —preguntó, y él asintió con tristeza.

Cynthia cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, brillaban con decisión.

—Vas a tener que ser pero que muy convincente. —Se levantó y dio unos pasos hacia el museo antes de volverse hacia él—. Finge que soy Leda y que acabo de llegar. Dime algo bonito. No solo: «Hola, Leda».

«Hazle un cumplido», sugirió Nadia.

—Leda —empezó a decir Watt, reprimiendo una sonrisa a pesar de todo porque le parecía una representación un poco tonta—, me alegro mucho de verte.

—Es un comienzo. Ahora intenta que no suene como si un bot médico fuera a hacerte un examen de cuerpo completo.

Watt parpadeó sorprendido.

—Venga —lo urgió Cynthia—. Vas a tener que aprender a mentir mejor si quieres que esa chica encumbrada te crea. Piensa en otra persona cuando digas las palabras, si eso te ayuda, pero dilas como si las sintieras de verdad.

Nadia proyectó automáticamente una serie de imágenes en sus lentes: algunas holofamosas que a Watt siempre le habían parecido guapas; y una foto de Avery, de la noche en que habían salido juntos de verdad, cuando ella llevaba aquel ajustado vestido de espejos y su incandescencia detrás de la oreja. «No me ayudas, Nadia», pensó enfadado, y ella retrocedió, algo humillada. No estaba de humor para pensar en Avery. No sabía si volvería a estarlo alguna vez.

Watt miró de nuevo a Cynthia, que estaba frente a él, con una mano en la cadera. Se aclaró la garganta, incómodo.

—Hola, Leda.

Se levantó y se apartó como si le ofreciera una silla invisible, y se las apañó para rozarle el brazo cuando ella lo rodeó, un toque tan ligero que podría haberse tomado por un accidente.

—Hoy estás fantástica —le susurró al oído, como si le contara un emocionante secreto.

Cynthia se quedó completamente inmóvil, y su boca formó una o silenciosa. Watt estaba bastante seguro de haberla visto temblar un poco. Sonrió, encantado consigo mismo. «Gusta saber que todavía tengo un don, ¿eh?», pensó dirigiéndose a Nadia, que le envió un sarcástico pulgar levantado a modo de respuesta.

—Watt… —empezó a decir su amiga despacio, sacudiendo un poco la cabeza—. Corta el rollo seductor. Creía que querías que esta chica confiara en ti, no llevártela a la cama.

Aquello sonaba a pregunta trampa, así que Watt no respondió.

—Las mujeres tenemos sentimientos, Watt —insistió ella, bajando la vista mientras jugueteaba con su bolso, recorriendo la cadena metálica con las palmas de las manos, arriba y abajo—. Es fácil herir los sentimientos de alguien. Deberías recordarlo.

—Lo siento —respondió él; no estaba seguro del motivo de la disculpa, pero sí percibía que era necesaria. Le daba la impresión de que existía un significado oculto detrás de las palabras de Cynthia, aunque no lograba averiguarlo y Nadia no ayudaba.

Su amiga sacudió la cabeza, y el momento pasó.

—Yo soy la que debería sentirlo por ti. Por todo lo que me has contado, esto no va a resultarte fácil.

Masculló una orden para que acudiera un bot camarero de la cafetería interior del museo, y uno de ellos se acercó flotando con un menú proyectado en su holopantalla. Cynthia escribió un par de cosas en su teclado.

—Vamos a pasar aquí un buen rato —le dijo a Watt mientras le hacía un gesto para que pagara—. Lo menos que puedes hacer es invitarme a un puñetero café.

Una hora y media después, Watt se sentía tan agotado físicamente como si se hubiera pasado el día hackeando. Notaba dolorido hasta el cerebro. Sin embargo, debía reconocer que Nadia había estado en lo cierto al sugerir la idea de pedir consejo a Cynthia. Se preguntó por qué nunca antes se le habría ocurrido acudir a ella en busca de ayuda.

Estaba sentada con las piernas cruzadas en un banco, con unas cuantas migas de tarta red velvet en un plato, entre ellos.

—Vale —dijo de nuevo antes de volver a repasar las líneas que habían practicado—. Y ¿qué dices a continuación?

Watt miró a Cynthia a los ojos, una mirada penetrante, como si pudiera ver el interior de su alma.

—Leda, espero que sepas que soy de confianza. Después de todo por lo que hemos pasado, puedes contarme cualquier cosa —dijo en tono solemne.

Cynthia guardó silencio un instante, y Watt creyó que la había fastidiado de nuevo, pero entonces su amiga se echó a reír. La línea del «después de todo por lo que hemos pasado» había sido idea de ella, y, a pesar de que a Watt no le convencía demasiado, sí que le daba un toque especial.

—Dios, pero qué buena soy —fanfarroneó la chica—. Mi trabajo aquí ha terminado.

—No te lo vas a creer —comentó Watt mientas sus lentes de contacto se iluminaban con un parpadeo entrante. Ahora era él quien se reía—. Leda acaba de adelantárseme.

—¡Léeme el mensaje! —exigió Cynthia.

—«Watt, necesito que seas mi pareja para el Baile de la Sociedad Conservadora del Hudson. No te molestes en ponerme excusas, que los dos sabemos que ya tienes el esmoquin. Me puedes recoger a las ocho. El tema es “Bajo el mar”».

—Vaya, qué romántico —comentó Cynthia con sarcasmo.

—¿Por qué tenía que ser otra gala formal? —gruñó Watt mientras se levantaba y le ofrecía una mano a su amiga—. Esta gente no puede ser real.

—Por favor, Watt —repuso ella, todavía con su mano en la del chico, y un miedo inconfundible en los ojos—, ten cuidado con ella.

Él asintió, sabiendo que hacía bien en temerla. Pasar tiempo con Leda era una apuesta peligrosa.

Quizá lograra liberarse… o quizá destruyera su vida tal y como la conocía.