RYLIN
Ala semana siguiente, Rylin estaba almorzando emperchada en uno de los bancos de la escuela. Con la bandeja apoyada encima de las piernas, en precario equilibrio, le pegó un bocado a su sándwich de pollo con trufas.
A veces comía con un par de chicas de su clase de inglés. Hacía unas semanas le preguntaron si quería sentarse con ellas, y Rylin había accedido a disfrutar de su compañía; hablaban sin estridencias y nunca le venían con exigencias fuera de la cafetería. Pero hoy le apetecía pasar un momento a solas. Distraída, empezó a darle pellizquitos al pan del emparedado, aromatizado con esencia de naranja, y dejó que sus pensamientos vagaran sin ninguna dirección en particular.
Le iba mucho mejor con los estudios, qué duda cabía, aunque algunas asignaturas siguieran siendo tan horribles como al principio. El cálculo no le entraba en la cabeza, por ejemplo, con todas aquellas ecuaciones tan esotéricas y sus indescifrables símbolos griegos; y seguía atrayendo miradas de extrañeza todas las mañanas, cuando montaba en el ascensor exprés con su elegante uniforme plisado. Pese a todo, comenzaba a acostumbrarse ya a la rutina, y por lo menos ahora se podía orientar por el campus sin la ayuda de Cord.
Los viernes por la tarde no habían tardado en convertirse en el momento preferido de Rylin, pero no por tratarse de la antesala del fin de semana, sino por la clase de holografía. Ahora era la estudiante de la que Lux y ella siempre se habían burlado antes, la que no paraba de levantar la mano a todas horas, ansiosa por exponer sus teorías o formular alguna pregunta. No podía evitarlo; le encantaba esa clase. Y no solo debido a Xiayne, aunque él tuviese algo que ver, siempre halagándola y dándole ánimos; desde su larga sesión de edición después de clase aquel día, solo le ponía sobresalientes. Rylin se había visto ya todas sus películas, algunas de ellas bastantes veces.
Para su sorpresa, había descubierto que la apasionaba la holografía. Le encantaba ver el resultado directo de cada lección, el modo en que cualquier idea o técnica nueva volvía su trabajo inmediatamente más nítido y limpio, ampliando su impacto. Nunca había prestado tanta atención en clase. Ni siquiera tener a Cord delante, rebulléndose inquieto en la silla, era capaz de arruinar la experiencia.
Y no dejaba de pensar que algún día, si se volvía lo bastante buena, quizá pudiera crear un holo con el que explicarle sus sentimientos a Cord. No había sabido hacerlo de viva voz, estaba claro, pero ¿no era esa la finalidad de la holografía, expresar aquello que no se podía verbalizar?
Rylin estiró las piernas y encogió los dedos dentro de sus nuevos zapatos planos de color negro; le habían costado un ojo de la cara y eran demasiado infantiles para su gusto, pero ya no aguantaba más las ampollas que le provocaban los de Chrissa. Observó de reojo a los demás ocupantes del patio. A escasos metros de ella, unos muchachos jugaban a algo que ella no había visto nunca, utilizando los pies para pasarse un saquito relleno con el objetivo de evitar que tocara el suelo. Un grupo de chicas de primero (las más populares, dedujo Rylin, fijándose en el lustre de sus largas melenas y en el hastío que denotaba su actitud) holgazaneaban en el césped no muy lejos de ellos, fingiendo no estar haciéndoles ni caso al tiempo que se pavoneaban ostentosamente para atraer su atención.
Frente a ella, de repente, distinguió una figura familiar que avanzaba entre la multitud. De inmediato, Rylin se sentó con la espalda más recta y echó la cabeza hacia atrás para apartarse el pelo de la cara, comportándose exactamente igual que aquellas novatas estúpidas. ¿Aprendería alguna vez a ver a Cord Anderton sin que se le formase un manojo de nervios en el estómago?
Cord volvió la mirada en su dirección, de soslayo, y la descubrió observándolo. «Mierda». Rylin agachó la cabeza en un intento por fingir que estaba leyendo algo en la tableta, lo que fuese, pero él ya había empezado a acercarse.
—¡Rylin! Gracias a Dios que te he encontrado, estaba buscándote por todas partes.
La muchacha se puso firme de repente cuando Xiayne se deslizó en el banco, a su lado. Cord, que se había detenido en seco, dio media vuelta.
—Hola —saludó Rylin a su profesor, dubitativa—. ¿Va todo bien? —Ni siquiera era viernes. ¿Qué hacía Xiayne en el campus… y buscándola a ella?
El hombre hizo una mueca. Se había sentado muy cerca de ella, tanto que Rylin podía ver la barba hirsuta que recubría sus mejillas morenas y el modo en que batían sus largas pestañas, grandes abanicos flexibles bajo los cuales relucían unos ojos verdes como hojas de salvia.
—Mi película es una pesadilla. El director de fotografía se acaba de apear del proyecto, así que he tenido que ascender a su ayudante, la cual no estoy seguro de que esté preparada, pero es que no tenía elección. Falta poco más de una semana para que mi estrella se marche a rodar su próximo holo —se lamentó Xiayne—. En resumidas cuentas, que estoy buscando un nuevo ayudante de cámara.
—Menuda faena —murmuró Rylin—. Lo siento.
—Pues yo no —replicó él—, porque eso significa que ahora te puedo ofrecer ese puesto. ¿Qué me dices? ¿Te vienes conmigo a Los Ángeles?
—¿Qué?
Xiayne se inclinó hacia delante mientras de sus labios brotaba un intenso raudal de palabras.
—Rylin, eres una alumna de holografía extraordinariamente prometedora. Podría contratar a alguien en Los Ángeles, cierto, si lo único que me importara fuese terminar la película. Pero es que también me encantaría ayudarte a empezar tu carrera. —Sonrió—. Aunque posees un talento natural, todavía te queda mucho por aprender. La práctica y la experiencia te vendrían de maravilla.
—¿Quieres que abandone los estudios para irme a trabajar contigo?
«¿Y qué pasa con la beca?», añadió para sus adentros, aturullada. Xiayne, sin embargo, había comenzado ya a responder a su pregunta no formulada.
—En Berkeley cuentan con un sistema para este tipo de casos. Diablos, el año pasado una de tus compañeras de clase se tomó un mes libre para hacer submarinismo en los Everglades, fue a estudiar los organismos acuáticos o algo por el estilo. Y, no te preocupes —añadió—, el departamento de arte cubrirá todos los gastos de desplazamiento.
—Pero ¿qué voy a hacer, exactamente?
—¿Puedo coger una de esas? —Xiayne indicó el paquete de galletas de chocolate con moras. Rylin se lo ofreció, desconcertada, y él cogió una y le pegó un enorme bocado. Habló de nuevo mientras se limpiaba los dedos pringados de chocolate en los vaqueros—. No me malinterpretes, Rylin, el puesto de ayudante conlleva mucho trabajo. Acarrear cosas de aquí para allá, ayudar a montar las luces, lidiar con los caprichos de la estrella de turno, que a veces se pueden poner un poquito… pesadas. Pero también tiene sus recompensas. Así empecé yo, hace mucho. Te aseguro que cualquier sacrificio que hagas te parecerá que ha merecido la pena cuando veas tu nombre en letras luminosas al final de la peli.
Rylin sintió un aleteo en el pecho.
—¿Pondrías mi nombre en los créditos?
—Por supuesto que sí. Lo hago con todos mis ayudantes.
Con una punzada de culpabilidad, Rylin pensó en Chrissa, que se pasaría sola toda una semana; pero su hermana era una persona autosuficiente y sabría apañárselas sin ayuda de nadie. Además, a Chrissa le gustaría que fuese. Se enorgullecía de que Rylin hubiera retomado los estudios con tanto entusiasmo y estuviera aprovechando las clases. ¿Por qué no? Se debía a sí misma la oportunidad de intentarlo, al menos.
—¿Qué tengo que hacer?
En los labios de Xiayne se dibujó una sonrisa radiante.
—Ya te he enviado la documentación necesaria. En cuanto uno de tus padres estampe su firma, estaremos listos para ponernos en marcha.
—Lo cierto es que mis padres no viven en casa —declaró Rylin—. Y soy mayor de edad a efectos legales.
Sacó la tableta, localizó el archivo en un abrir y cerrar de ojos y apoyó el pulgar en el brillante círculo azul que había al final del documento para firmarlo. Instantes después, un destello verde de aprobación iluminó la pantalla.
—¿Tus padres no viven en casa? —repitió Xiayne aturdido.
—Mi madre falleció hace un par de años. Mi hermana y yo estamos solas desde entonces. Me he pasado los últimos años trabajando, por eso voy un poco atrasada con los estudios.
Era la primera vez que a Rylin no le daba vergüenza reconocerlo. Seguro que Xiayne la entendía; ¿no acababa de contarle que se había labrado su carrera empezando de cero?
El hombre asintió con la cabeza.
—No dejas de impresionarme, Rylin —dijo, y se levantó con una sonrisa que le quitaba años de encima. Así parecía apenas mayor que ella, con sus delicadas facciones y sus alborotados rizos morenos—. Si eres mayor de edad, supongo que tendré que pagarte.
—Oh, no hace…
—Será el sueldo mínimo. Si tienes algún problema, háblalo con el sindicato —continuó Xiayne, y Rylin se rio.
—Gracias —le dijo.
Él asintió de nuevo, con un destello danzando en sus ojos.
—Cogeremos el hipercircuito mañana temprano. Te enviaré tu billete.
La última vez que se había subido a uno había sido con Cord, con rumbo a París, pero Rylin se recordó que no debía pensar en eso.
Aquella misma tarde, Rylin entró en la zona de secretaría para acudir a su cita obligatoria con el decano del centro de estudios superiores. Al parecer, el decano en persona necesitaba aprobar todas las solicitudes de absentismo escolar, aun cuando estas ausencias estuvieran justificadas por unas prácticas que el propio centro avalaba.
—Te puedes sentar —entonó la secretaria aburrida.
Rylin se hundió en el diván, abrió un mapa de Los Ángeles en la tableta y empezó a ampliar distintas zonas de la ciudad, intentando familiarizarse con ella. Como si fuese a ver mucho más aparte del plató y sus inmediaciones, pensó con una punzada de trepidación.
Se sentía en las antípodas de la chica que había entrado allí aquel primer día, hecha un manojo de nervios e incertidumbre. Lo único que la embargaba ahora era una mezcla de emoción y curiosidad por descubrir qué le deparaba la semana que se avecinaba.
—No podemos seguir tropezándonos de esta manera.
Cord se sentó junto a ella.
—No puedes seguir acosándome de esta manera —contraatacó Rylin animada.
Las buenas noticias le habían levantado el ánimo.
Cord sonrió.
—Si quisiera acosarte, créeme, no elegiría la secretaría del centro.
Los dos se quedaron callados. Rylin se obligó a no dirigirle la mirada, a clavarla en su tableta, en los estúpidos pósteres de la pared, repletos de paisajes montañosos y citas inspiracionales, en donde fuese menos en Cord. Aguantó ocho segundos completos.
Cuando no pudo seguir soportándolo y se giró en su dirección, vio que Cord estaba observándola fijamente con una mezcla de cautela, curiosidad y lo que ella esperaba que fuese una pizca de atracción. Por un momento le pareció como si no hubiera pasado el tiempo, como si se encontraran aún en aquella época dorada, cuando él todavía intentaba decidir si debería confiar en ella o no por primera vez. Cuando Cord no era un niño rico arrogante, predestinado a convertirse en multimillonario, y ella no era la doncella que le limpiaba los cuartos de baño; cuando, de alguna manera, no eran más que un chico y una chica que, en voz baja, hablaban de las cosas que ambos habían perdido.
Se preguntó si alguna vez podrían volver a ser como entonces.
—¿Cómo te fue en clase de esgrima? —le preguntó Cord.
—Bueno, ya sabes —bromeó Rylin—, como adversaria soy despiadada.
Intentaba hacer un chiste, pero Cord no se rio, y la muchacha se preguntó si no habría puesto el dedo en la llaga. Al fin y al cabo, las cosas que le había dicho la noche que murió Eris habían sido crueles y…, sí, despiadadas.
—Bueno —continuó él, al cabo—, ¿qué haces aquí?
—Tengo una cita con el decano. —Rylin no pudo evitar que una nota de orgullo se reflejara en su voz—. La semana que viene faltaré a clase porque voy a embarcarme en un programa de prácticas con Xiayne. Voy a ser la ayudante de cámara de su nuevo holo.
—Pensaba que te habían concedido una beca. ¿No deberías estar aprovechándola para estudiar en vez de irte de juerga a Los Ángeles?
—Se trata de una oportunidad estupenda —replicó Rylin molesta por la desabrida reacción del muchacho—. Que a los alumnos de nuestra edad se les presente la ocasión de trabajar en un plató y adquirir experiencia de primera mano no es algo que pase todos los días.
—O a lo mejor es tan solo que Xiayne quiere conseguir mano de obra gratis. Porque no irá a pagarte, ¿o sí? —preguntó Cord, y a Rylin le sorprendió el veneno que destilaban sus palabras.
—Pues sí, mira. —Se odió por sonar tan a la defensiva.
—Vaya, celebro que hayas despertado un interés tan especial en él.
—Cord…
Rylin dejó la frase inacabada flotando en el aire, sin saber exactamente qué era lo que se disponía a decir, pero la puerta del despacho se abrió antes de que le diese tiempo a meditar su respuesta.
—¡Rylin Myers, disculpa que te haya hecho esperar! —atronó la voz del decano—. Adelante.
Rylin le lanzó una mirada interrogante a Cord, sintiéndose triste y dolida, pero él estaba sacudiendo la cabeza.
—Me da igual, Rylin. Sabe Dios que a mí no me debes ninguna explicación. Que te diviertas elevando el título de «favorita» del profesor a otro nivel.
La mente de Rylin recuperó de repente la capacidad de formular frases enteras.
—No todo el mundo es tan cínico como tú, Cord. Deberías probar a ser feliz algún día.
Enderezó los hombros y se alejó antes de que él pudiera replicar nada.